jueves, 21 noviembre 2024 - 07:03

Cometierra. Política pornográfica y censura literaria

             Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno.

–Michel Foucault, El orden del discurso [1]

Desde hace unos días, a partir de la entrega de libros en provincia de Buenos Aires por parte de Kicillof y Sileoni, el gobierno de Javier Milei, apoyado por grupos conservadores, generó una polémica al intentar censurar algunos de estos libros de destacadas escritoras argentinas presentes en bibliotecas escolares.  Las obras de Dolores Reyes (Cometierra), Gabriela Cabezón Cámara (Las aventuras de China Iron) y Aurora Venturini (Las primas) fueron tildadas de “pornográficas”, a pesar de su reconocimiento internacional y premios obtenidos.  Las tijeras en la cultura y el arte siempre son repudiables, pero ¿cuál es el trasfondo de esta nueva embestida? Sin dudas hay un elemento incel que habita en este gobierno, pero si analizamos es mucho más profundo que un simple pacato acto de moralidad. Aquí algunas ideas para pensar y reflexionar.

Una primera aproximación: ¿qué contienen las novelas en cuestión?

 Las obras de Dolores Reyes (Cometierra), Gabriela Cabezón Cámara (Las aventuras de China Iron) y Aurora Venturini (Las primas) que fueron tildadas de “pornográficas” son novelas que abordan temas como la violencia de género, la marginalidad y la identidad, presentando perspectivas feministas y queer. No son textos de ayer, son textos conocidos y leídos por muchos. Como dice la frase de Foucault, lo nuevo muchas veces se corresponde más con el entorno que con lo que se dice, con las reacciones novedosas frente a las mismas palabras que ya se han pronunciado en otros momentos.

Seguramente son diferentes las reacciones frente a determinadas palabras que escuchamos de acuerdo con el momento histórico- político.  Durante décadas se ha apelado a numerosas formas de decir vulva, para no decir vulva.  Para no mencionar lo incómodo.  Lo llamativo es que en este proceso la reacción no se condice con la aceptación de términos o conceptos que antes se rechazaban, sino a la inversa. Como si fuéramos hacia atrás, surgen voces que parecen venir de un momento histórico antiguo y que confunden burdamente hablar de sexualidad, o de violencia sexual con pornografía.

Por supuesto quedarnos solo en este escalón de análisis es lineal, porque este gobierno no se confunde de términos, sino que busca inescrupulosamente transformar nuestros avances, nuestros derechos y nuestras conquistas en pecados capitales que atentan la moral y las buenas costumbres.

La crítica a las obras se basa en extractos fuera de contexto, ignorando la complejidad narrativa y el contexto social que las mismas presentan.  Las autoras, además de su talento literario, cuentan con una sólida formación académica y un compromiso social que las ha llevado a ser reconocidas figuras intelectuales. 

La controversia resalta el conflicto entre la libertad de expresión y las agendas ideológicas de estos sectores políticos que hoy nos gobiernan y buscan de todas las maneras prohibir la educación sexual integral, el abordaje de sus contenidos, la libertad de expresión, el arte y la cultura.

La censura pretendida no solo ignora el mérito literario de las obras, sino que también refleja una postura conservadora que busca silenciar voces críticas y perspectivas diversas en el ámbito educativo.

Ahora el debate generado pone de manifiesto la importancia de proteger la libertad de expresión y la inclusión de diferentes perspectivas en los materiales educativos, sin censura ni tijeras que no vuelven a otros tiempos.

Su intento de censura expone su política pornográfica

Varias fueron las voces del gobierno que se alzaron contra estas novelas, desde el incel “gordo Dan” hasta Villarruel con apreciaciones vulgares sobre las novelas. “Es pornografía “, “con los niños no”, “no sexualicen a los niños” , “no a la pedofilia en la escuela “ . Todos términos fuertes y sin ningún argumento real. Es como empezar a decir que determinados cálculos matemáticos son “una tortura” y que hay que prohibir. Las novelas mencionadas representan todo lo contrario a lo que se aduce. Son textos de fuerte crítica al abuso sexual, a la violencia, a la sexualización y a la violación.  Y por supuesto no son ni pornografía ni elementos de pedofilia,  estas historias, en algunos casos reales, son fuertes, denuncias de esos hechos.

¿Pero por qué esas acusaciones? Podríamos invitarles a leer esas novelas que quizá no hayan hecho, aunque se quedaron en algunos párrafos que abordan escenas vívidas cuya exposición busca la denuncia de situaciones que muchas veces son naturalizadas en algunos hogares, en las redes y en internet. Pero claro, leer estas historias en profundidad los llevaría a sentirse obligados de políticas públicas desmanteladas por ellos y de otras necesarias para evitar el abuso sexual. 

Es más práctico la censura literaria para no exponer la política pornográfica de estos nuevos actores políticos que tras la careta de conservadurismo moral y los valores de la familia buscan esconder bajo la alfombra: los ya 225 femicidios en lo que va del año, las violaciones y abusos que en más del 72% ocurren en el seno familiar, el avance en las redes de trata y de pedofilia, con algunos de sus funcionarios y diputados de su propio gobierno señalados por esos delitos. Buscan esconder que su gobierno no tendrá políticas contra estos delitos, al contrario, la desregulación también se habilita en estos temas.

Bajo una moralina discursiva, su intento de “volver” a formatos y valores familiares intentan volver al silencio, a callar. “El silencio no nos protegerá”; al contrari,  el silencio siempre ha perpetuado el abuso y el maltrato. No casualmente son las voces feministas las que intentan acallar.

Por otro lado, la complejidad de estos temas no solo se aborda en estas novelas, la mitología griega, que habla de incesto, sexo y dioses; o las historias con las que hemos crecido desde el Martín Fierro hasta El Matadero, que  narran y describen sangre, opresión, sometimiento; la historia de Sara T , que muchos hemos leído en la secundaria y describe las adicciones y la depresión adolescente, no solo son obras literarias y arte, sino además son  recursos  pedagógicos que buscan la inclusión y el tratamiento de estos problemas o de estas historias reales como aprendizaje para otros y otras. Censurar es también obturar la posibilidad de aprender colectivamente y perpetúa el silencio cómplice y macabro. Pornográfica es esta política que pretende mas que nunca una escuela silenciada en todos los aspectos.

Repartir libros, ¿demagogia pedagógica o marketing electoral?

La distribución gratuita de libros siempre es buena. Y aporta a la inclusión de variados textos posibles de abordaje y lectura. Y es algo que se ha hecho siempre. Aunque también es bueno repensar esa práctica y ponerla al servicio de recursos demandados por las comunidades educativas. Qué leer, con quiénes y para qué, son elementos fundamentales a tener en cuenta a la hora de pensar la literatura al servicio de la educación significativa.

Las novelas elegidas en esta ocasión son maravillosas y las recomiendo leer siempre.  Solo por leer o leer para, porque son verdaderamente historias hermosas. Pero el problema que quisiera marcar es el método al que se recurre. “Desde arriba nos dicen que leer y donde, usando esos textos a la vez en varias escuelas y lugares”. Podríamos pensar la pertinencia pedagógica o con respecto a la secuencia o tema a abordar según año. Pero también según las comunidades educativas, los momentos, los objetivos y el deseo. El deseo de leer nos lleva a incursionar por temas y lecturas variadas, pero si lo que debemos leer llega como mandato, hay algo de esa práctica de lectura que elimina el deseo.  Un motor crucial para la apropiación de saberes.

Por supuesto los docentes debemos intentar una armonía entre el deseo individual, el gusto y ganas, y la necesidad de abordar un tema a través de un texto. A su vez vinculando estos ejes de modo pertinente.  Pero, ¿se piensa en eso desde el gobierno de Kicillof? ¿Se piensa con los docentes qué textos abordar? ¿Se nos consulta? ¿Estos textos surgen de una demanda de las comunidades educativas? ¿Fueron puestos con pertinencia según año, tema, etc.?

En fin, la censura literaria es repudiable, pero debemos animarnos a otras formas de otorgar recursos. Debemos animarnos a escuchar las necesidades de las comunidades educativas que en muchas capacitaciones o jornadas comentan que los textos que se asignaron a un año o a un grupo de modo impuesta puede resultar antipedagógico.  Y que sería mucho más integral que los textos como recursos respondan a las necesidades pedagógicas de ese grupo y esa comunidad distinta a otras y no de una simple estrategia de   marketing.

Por eso desde Alternativa Docente insistimos con la necesidad de un congreso nacional pedagógico que ponga sobre la mesa qué contenidos, qué evaluación, qué recursos para la escuela que queremos y necesitamos y con la participación de toda la comunidad educativa.  Para que las decisiones de qué leer y para qué, surja de los deseos colectivos y las necesidades pedagógicas.

Por supuesto como docente recomiendo la lectura de las novelas que intentan censurar. No solo por su valor literario y su denuncia impecable a los formatos patriarcales que nos habitan, sino porque sin lugar a duda todo lo que quieren censurar requiere resistencia. Una resistencia social y masiva de negarnos a que nos digan qué leer y qué no leer. Cuando el interés este puesto en prohibir ya perdimos. No lo permitamos.

Una carta que nos convoca a pensar

A continuación transcribimos algunas partes de la carta de Sol Fantin a la sociedad. Una carta que nos convoca a pensar y reflexionar.

Mi nombre es Sol Fantin. Soy autora de Si no fueras tan niña. Memorias de la violencia (Paidós, 2022), maestra en la escuela primaria desde hace más de quince años, profesora de Narración Oral en los profesorados que forman maestros. Soy también profesora de nivel medio y superior en Letras por la UBA. Escribo estas palabras pensando en las madres, los padres y las familias de los chicos y chicas que asisten a la escuela media y que se formulan una pregunta necesaria y honesta sobre los materiales que se ofrecen a la lectura a sus hijos e hijas en un contexto educativo. En particular, qué se lee y cómo se lo lee en la escuela es un tema que viene convocando mis reflexiones (y mis prácticas) desde hace por lo menos dos décadas, y aunque no creo tener saldada la cuestión, sí he conseguido trazar algunas certezas que me orientan. Lo primero que quiero decir es que su preocupación me parece legítima. ¿Cómo podría no serlo? La educación es por excelencia una cosa común, una cosa de todos, de la que depende el futuro que compartiremos. Es necesario abrir el espacio para el diálogo, incluso para la discusión, siempre y cuando recordemos que discutir es intercambiar argumentos con miras a llegar a un acuerdo, y no intercambiar agresiones para acallar a quien dice algo que nos enoja, nos duele o nos asusta. Es necesario partir de la base de la buena voluntad del otro, si lo que queremos es construir juntos, y no desangrarnos en una guerra de la que todos saldremos perdiendo. Es necesario poner en juego eso que también se discute en la educación de nuestros jóvenes: los buenos modales. Como personas adultas, nos corresponde comenzar dándoles el ejemplo.

Si no fueras tan niña es un ensayo en el cual relaté mi adolescencia desde la experiencia que la atravesó: el abuso (sexual) que sufrí por parte de un profesor de una institución pseudo-religiosa, donde estudiaba filosofías de Oriente y Occidente y practicaba meditación. El proceso abusivo comenzó cuando yo tenía trece años y se prolongó hasta mis veintiuno. Fue muy difícil para mí relatar lo vivido de manera que respetara a esa niña y adolescente que fui, que en su momento fue avasallada por completo. No hablar de lo que había vivido fue la estrategia que me permitió sobrevivir veinte años, pero cuando tuve las fuerzas suficientes comprendí que guardar silencio era continuar preservando a mi agresor, que ahora se permitía poner likes en mis publicaciones de redes sociales y continuaba en contacto con jóvenes, como si nada. Él se había amparado en la certeza perversa de que la humillación y la vergüenza me impedirían denunciarlo, porque para ello tendría que contar lo sucedido. Decidí romper esa complicidad con él.

Para preservar a la niña y adolescente que fui, entonces, encontré dos estrategias: por una parte, relaté mis recuerdos comentándolos desde la perspectiva adulta, arrojando la luz de una comprensión amorosa y protectora sobre aquello que en su momento tuve que padecer en soledad; por otra parte, me cuidé de evitar al máximo la sobreexposición, ofreciendo los detalles íntimos sólo cuando era estrictamente necesario.

Ahora bien, ¿cómo saber qué era necesario decir? La respuesta vino de la mano de la ley: cuando hice la consulta con mi abogada para avanzar con la denuncia penal y, más tarde, cuando tuve que hacer mi declaración ante la Fiscalía, descubrí, algo shockeada, que debía responder preguntas detalladas anatómicamente hablando, porque lo que constituye delito involucra una serie de prácticas muy específicas sobre partes muy específicas de los cuerpos. Esos detalles eran los que no podían faltar en mi relato, por mucho que me costara escribirlos. Encontré el modo de hacerlo con una objetividad que me preserva de cualquier forma de la vergüenza.

Cuando el libro finalmente fue publicado, algunos medios me entrevistaron. Entre ellos, el portal de noticias Infobae (24/03/2022) eligió titular, entre todo lo que yo había dicho en una larga entrevista y sin consultarme previamente: “20 años después entendí que fui violada”, abriendo la puerta a una serie de comentarios públicos degradantes que tuve que leer y que nadie se ocupó de regular –en un medio masivo que no tiene restricciones de acceso por edad. ¿Lo habrán hecho porque necesitaban generar impacto?

El caso es que, efectivamente, demoré muchos años en comprender que mi padecimiento tenía origen en un delito penal grave, codificado por la ley, y no de un mal de amores propio de la adolescencia, como mi agresor me había hecho creer. La diferencia entre lo uno y lo otro venía dada, precisamente, por esos detalles anatómicos que durante tantos años no me atreví a contarle a nadie –mucho menos, durante los años noventa en que ocurrieron los hechos. Alumna del Colegio Nacional de Buenos Aires (una de las escuelas secundarias más prestigiosas del país), quizás estaba demasiado bien educada en lo que una jovencita debe decir para agradar a los adultos, para que ellos se queden con la tranquilizadora sensación de que tienen delante a una niña que no está expuesta a la urgente problemática de su sexualidad en desarrollo.

En efecto, mi rendimiento era excelente en Literatura. Con excepción del algún pasaje de El lazarillo de Tormes (una novela del siglo XVI), en el que el niño huérfano da a entender que es abusado por el adulto, y que el profesor comentó al pasar entre risitas, no recuerdo que hayamos leído ni un solo texto que hiciera referencia a la sexualidad, que permitiera nombrar, discutir, analizar, animarse a preguntar cosas incómodas al amparo de un texto de ficción, traspasando las barreras de la vergüenza, los tabúes y los temores que a veces se instalan, comprensiblemente, en las familias. Nada que diera lugar a formularse preguntas sobre la ética, la ley, el deseo, las creencias, los mitos, los límites corporales, pero también afectivos, sobre los cuales tenemos el derecho de tomar decisiones, entre tantas cosas que es necesario elaborar durante la adolescencia en un espacio seguro, como queremos que sea la escuela –y como generalmente es, comparándola con los demás espacios sociales ofrecidos a las infancias y adolescencias.

La literatura, como el arte en general, no presenta modelos a imitar ni tampoco es mero entretenimiento. Ofrece la oportunidad de conocer situaciones, lenguajes, valores, mundos diversos, a veces extracotidianos, que, bajo el régimen de la ficción, nos ayudan a formar nuestro propio pensamiento, a complejizar nuestros puntos de vista, a ponernos en el lugar de los otros, a imaginar alternativas, a enriquecer nuestra subjetividad. Sobre todo, nos ofrece la posibilidad de poner palabras a cosas que suceden y nos atraviesan y que, muchas veces, son difíciles de nombrar y por eso mismo, de manejar y de evaluar con un criterio propio.

Como docentes, al elegir un texto literario nos preguntamos si las problemáticas que aparecen en él pueden ser abordadas por nuestros estudiantes según su condición.

Diseñamos situaciones didácticas para acompañar esas lecturas, anticipando las preguntas e inquietudes que los textos pueden suscitar. Sobre todo, nos preguntamos si esas problemáticas forman parte de sus intereses y preocupaciones. En un momento como el actual, en el cual los adolescentes están expuestos a un bombardeo de mensajes que involucran todas las durezas de lo real sin tenerlos en cuenta como personas en desarrollo, generalmente sin la mediación de los adultos en la recepción de esos mensajes, es imprescindible que la escuela se haga cargo de ofrecer materiales de reconocido valor literario que les permitan poner palabras a todos esos asuntos, en su propio beneficio. Si no hacemos esto, los dejamos a merced de lo que incluso los portales de noticias presentan de cualquier manera, muchas veces con deliberada violencia. Basta un rápido recorrido por las letras de las canciones de moda, los videos de YouTube, los inatrapables “contenidos” de las redes sociales, los videojuegos, etc., para comprender la urgencia de abordar junto a nuestros chicos y chicas desde la escuela las temáticas que esos materiales presentan de modos alarmantes, para ofrecerles una alternativa crítica. Los tabúes nunca han protegido a nadie. Todo lo contrario. Lo puedo asegurar porque lo he sufrido en mi propia carne.

Con respecto a lo que se considera valor literario, la cuestión es larga y compleja. Incluso controversial. Lo que es seguro es que las grandes obras de la literatura no se caracterizan por evitar los temas incómodos. Cuando cursaba quinto año, nos dieron a leer Morts sans sépulture (1941) de Jean Paul Sartre, para un examen de Literatura Francesa. Bajo la presión de rendir, descifré esta obra de teatro en la que aparecían torturas de soldados pro-nazis y que terminaba con el asesinato de un adolescente a manos de su propia hermana abusada.

Quedé en shock. Después del examen, me acerqué a la profesora, que me escuchó desde su respetable tarima: le dije que hubiera necesitado que ella nos contara de qué se trataba la obra antes de dárnosla a leer. El abordaje didáctico había sido, para mí, desastroso. Ella fue sensible: se disculpó y me dijo que lo tendría en cuenta en adelante. A veces, no se trata tanto de lo que damos a leer sino de cómo lo hacemos.

Traigo esta anécdota para llamar la atención sobre el hecho de que si nos disponemos a censurar toda obra literaria en la que se aborde la sexualidad, la violencia, o cualquier asunto de ésos que nos cuesta procesar socialmente, tendremos que dejar de leer literatura, a secas, y contentarnos con dar a nuestros estudiantes una versión edulcorada e ingenua de la realidad, mientras que ellos se enteran de cómo es el mundo por redes sociales, librados a su suerte y a intereses de dudosa procedencia.

Si aceptamos que se censure la lectura de novelas de reconocido valor literario de la literatura local para evitar que nuestros jóvenes lean pasajes donde aparece la sexualidad, por ejemplo, o la violencia, tendríamos que empezar por retirar de las bibliotecas escolares El matadero de Esteban Echeverría, por poner el primer ejemplo que me viene a la memoria, obra sangrienta como pocas, que se considera origen de nuestra literatura nacional.

Tendríamos que olvidarnos de trabajar sobre la mitología griega, donde los personajes poderosos violan sistemática e impunemente a las mujeres desprotegidas y el incesto es habitual. El camino de la censura no es ninguna novedad: es un viejo conocido que nunca cumple lo que promete, tan falso como peligroso, tal como demuestra la historia individual y colectiva. Ruego a las madres, a los padres, a las familias, que no se hagan eco de esta antigua trampa, que no hará sino empobrecer la experiencia de los chicos y de las chicas, además de dejarlos desprotegidos frente a los desafíos que se les presentan o se les presentarán, tarde o temprano (…).

La carta continúa, invito a leerla como a las novelas en cuestión, para resistirnos contra el silencio.  No nos callamos más. Que circule siempre la literatura en libertad.

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