El 31 de julio se realizó una nueva conferencia internacional de la LIS, para discutir los desafíos y las tareas que enfrentan los revolucionarios en el mundo actual y el que vendrá tras la pandemia. La conferencia contó con la participación de compañeros de organizaciones revolucionarias de decenas de países de los cinco continentes, entre ellos, nuevas participaciones de organizaciones de países como Kenia, Colombia, Perú o Brasil. Las discusiones se siguieron con traducción en español, inglés, francés, árabe, turco, ruso y portugués. Compartimos la declaración que se votó al finalizar el evento.
Ha transcurrido casi un año y medio desde el inicio de la pandemia de Covid 19. Mientras algunos gobiernos de las potencias capitalistas se apresuran a declarar la victoria sobre el virus, gran parte de la humanidad aún sufre sus consecuencias y las nuevas variantes siguen siendo una amenaza. La campaña de vacunación a nivel mundial ha sido una nueva demostración de que el capitalismo no es capaz de resolver las necesidades más elementales de la humanidad. A pesar de que ingresamos al 2021 con la noticia de que varias vacunas habían superado exitosamente las pruebas clínicas, 8 meses después la vasta mayoría de la humanidad aún sigue sin tener acceso a las mismas. Los países ricos han acaparado una parte importante de la producción, y, las farmacéuticas dueñas de las patentes de las mismas se reservan el “derecho” exclusivo de la producción y distribución de su producto para asegurarse la mayor ganancia posible, aunque no tienen la capacidad de proveer las vacunas necesarias en el tiempo adecuado. Todo esto demuestra que el motivo por el cual la pandemia sigue desarrollándose es que el sistema capitalista privilegia las ganancias por encima de la salud y la vida de millones, llegando al colmo de obstaculizar la vacunación masiva necesaria para detener la pandemia de Covid-19.
El mundo actual y el que puede emerger en la pospandemia están lejos de ofrecer garantías de estabilidad. Por un lado, el ciclo de rebeliones que comenzó en 2019 vuelve a expresarse luego de una relativa pausa. Desde las calles de Colombia hasta la resistencia al golpe de estado en Myanmar, pasando por Brasil, Perú, Paraguay, Irán, Palestina, lo que va del 2021 ha visto un ascenso en la lucha de clases a nivel mundial. La ruptura con el régimen ha tenido incluso expresiones en el terreno electoral en países como Perú y Chile, donde también se expresó un giro a izquierda, y Francia, donde una ola abstencionista sacudió los cimientos de la V República. Por otro lado, la economía mundial no logra recuperar su nivel pre-pandémico y mucho menos aún solucionar sus límites estructurales que se expresaron con fuerza desde la crisis de 2008. Todo esto a pesar del rebote producido por las reaperturas y la inyección de miles de millones de dólares por parte de los estados. A este escenario debemos sumarle las crecientes tensiones inter-imperialistas que, con EE.UU. y China como protagonistas, agregan un factor de desestabilización al orden mundial.
En este marco los y las revolucionarios tenemos enormes oportunidades y también grandes desafíos. El ascenso de las masas cuestiona a las direcciones hegemónicas del periodo anterior y plantea la lucha por la hegemonía socialista como una tarea fundamental. En este sentido, nos enfrentamos al desafío de derrotar a los sectores reformistas que, en sus distintas variantes, conducen la energía de las rebeliones hacia los cauces institucionales de la burguesía. También a los sectarios, que esconden su abstencionismo bajo una retórica revolucionaria. Para lograr esto, debemos avanzar en construir organizaciones revolucionarias, y una internacional sobre sólidas bases principistas y simultáneamente abierta a la confluencia de distintas tradiciones revolucionarias.
Un mundo en rebelión
Antes de que comenzara la pandemia había comenzado a desarrollarse un ciclo de ascenso en la lucha de clases, que en muchos casos tomó formas agudas y se transformó en verdaderas rebeliones. Ya hacia finales de 2018, las protestas de los chalecos amarillos en Francia comenzaron a indicar este cambio, y en 2019 países como Puerto Rico, Ecuador, Colombia, Chile, Bolivia, Francia, Túnez, Argelia, Líbano, Irak, Irán y Sudán vivieron jornadas de intensa lucha de clases. En 2020 la pandemia representó una relativa pausa en la escalada de luchas. Sin embargo, se produjo la histórica rebelión antiracista en EE.UU., que sacudió los cimientos del imperialismo y generó una ola de protestas y simpatía a nivel internacional. En el Líbano, las protestas de las y los trabajadores y jóvenes derrocaron al gobierno, y en Tailandia se produjo un importante movimiento contra el régimen que, aunque sacudió el sistema, no logró sus objetivos. En Chile continuó el ascenso, en Perú la movilización derrocó dos gobiernos en una semana y golpeó al régimen Fujimorista. En Bielorrusia, a pesar de que no logró derribar al gobierno del dictador Lukashenko, se desarrolló un proceso de movilización popular sin precedentes desde los 90. El pueblo saharaui, con su juventud a la vanguardia se levantó nuevamente contra la ocupación marroquí.
En este marco, en nuestra última Conferencia Internacional, en diciembre de 2020, afirmamos que “estamos entrando en un periodo en el que la lucha de clases se intensificará”. Hoy podemos decir que ese pronóstico se ha confirmado. En el transcurso de este año se han desarrollado una serie de rebeliones que, más allá de sus límites y contradicciones, muestran una tendencia general hacia el desgaste de los gobiernos y regímenes. También son evidencia de una situación volátil en la que una medida de ajuste, un hecho represivo, u otra “chispa”, pueden desencadenar importantes procesos de movilización y estallidos sociales. Un claro ejemplo de esto es Colombia, donde el proyecto de reforma tributaria del gobierno de Duque encontró una resistencia que rápidamente se convirtió en rebelión.
En América Latina, la aparición de Colombia y Chile a la vanguardia del ascenso no es menor. Durante el ascenso revolucionario que sacudió al continente en la primera década del milenio, fueron los dos principales bastiones de la reacción, con sus regímenes y el modelo neoliberal intactos, propagandizados por el imperialismo como ejemplos a seguir. El levantamiento de sus pueblos y el ocaso de esos regímenes marcan un nuevo momento en la región y un golpe monumental a las derechas reaccionarias que habían llegado al poder en varios países la década pasada. Esto se puede percibir en Brasil donde ha comenzado la movilización para sacarse de encima a Bolsonaro y se vio en el ascenso que conmovió a Paraguay meses atrás. La dinámica central del nuevo momento que atravesamos en América Latina es el hartazgo del movimiento de masas con el status quo, de ruptura con las direcciones políticas hegemónicas del último período, y de disposición a salir a las calles a enfrentarlas y destruirlas.
La intensificación de la lucha de clases no se circunscribe a América Latina. En junio el régimen reaccionario de los Mullahs en Irán se vio sacudido por una ola de huelgas en el estratégico sector petrolero que involucraron a miles de trabajadores en 60 compañías en 8 provincias. En Myanmar, la juventud, la clase trabajadora y las nacionalidades oprimidas resistieron durante meses contra el golpe de estado, enfrentando una represión brutal. El campesinado de la India protagonizó inmensas protestas contra el gobierno del derechista Modi. La ofensiva sionista para lograr una limpieza étnica en Jerusalén Este se encontró con una masiva resistencia del pueblo Palestino, que resonó en distintas partes del mundo, con inmensas acciones de solidaridad con el pueblo Palestino en Londres, Paris, Estados Unidos, etc. También la lucha del pueblo Colombiano desató una ola de solidaridad internacional con importantes acciones en decenas de ciudades alrededor del mundo. El reciente estallido social de Sudáfrica, más allá de sus contradicciones, demuestra el hartazgo acumulado en el país más desigual del mundo.
El desgaste de los gobiernos y regímenes golpea a todos los proyectos políticos, ya sean de la derecha abiertamente burguesa y pro-imperialista, como los casos de Colombia y Chile, o de sectores burocráticos, enmascarados bajo discursos de “izquierda” o “anti-imperialistas” y alineados con China o Rusia. La crisis del gobierno de Ortega en Nicaragua o de Maduro en Venezuela son muestra de esto.
La crisis económica agudizada por la pandemia alimenta las condiciones objetivas para el desarrollo de este ascenso en la lucha de clases. La desigualdad global ha crecido durante la pandemia. Hoy el 1% de la población tiene el 45% de la riqueza mundial, mientras los 3 mil millones más pobres no tienen ninguna riqueza, una vez descontadas sus deudas. En la coyuntura, los gobiernos de las potencias imperialistas muestran pronósticos optimistas, basados en la combinación del efecto del fin de la mayoría de las restricciones vinculadas a la pandemia, sumado a la enorme inyección de dólares por parte de los estados. En efecto, estos elementos están generando un efecto rebote en la economía mundial. Sin embargo, esto tiene mucho de espejismo si ampliamos la mirada. La economía mundial ya iba encaminada hacia una recesión antes de la pandemia debido a la baja inversión productiva vinculada a la caída de la tasa de ganancia. A partir de la crisis de 2008, las enormes transferencias de dinero de los estados hacia los capitalistas generaron las condiciones para el desarrollo de una inmensa burbuja especulativa. Hoy vemos un patrón similar. Al no haberse revertido las condiciones que producen la baja rentabilidad de las inversiones (mediante la destrucción de capacidad instalada y/o la eliminación de las empresas de baja/nula rentabilidad real o “zombies”), la inyección de dinero hacia los capitalistas puede hacer crecer la burbuja especulativa o generar las condiciones para un incremento de la inflación con bajo crecimiento. Todo esto hace que, más allá del rebote coyuntural, permanezcan las condiciones de crisis estructural que pueden generar episodios de crisis profundas.
Desafíos y debates
Todo lo anterior da muestras de que la dinámica general de la situación política mundial está marcada por una fuerte polarización donde lo que comienza a primar, aunque con desigualdades regionales, es el ascenso en las luchas del movimiento de masas. Esta hipótesis general sobre el momento político “post-pandemia” ha sido motivo de debate. Hay quienes, tomando elementos parciales de la realidad, ven un fortalecimiento de la derecha y del “fascismo”. La consecuencia política de este análisis es el impulso de variantes de “frentes democráticos”, como el que llevó a parte de la izquierda en EE.UU. a apoyar a Biden, o que encolumna hoy a parte de la izquierda brasileña detrás del PT. Es fundamental evaluar los elementos que componen el cuadro de la situación mundial en su dimensión real. Sin dudas la creciente polarización de la última década ha generado fenómenos de derecha e incluso de extrema derecha, que a nivel de algún país pueden ser particularmente fuertes (como en Hungría con Orbán). En la medida en que se agudizan la crisis sistémica del capitalismo y la crisis de legitimidad de los regímenes, estos fenómenos seguirán produciéndose y forman parte del escenario político. Pero no son el único elemento de la realidad, ni marcan su dinámica general.
El hecho de que afirmemos que la dinámica general es hacia la intensificación de la lucha de clases no significa que dejemos de señalar las dificultades y contradicciones que se expresan en la realidad. Hay un desarrollo desigual del ascenso, que se expresa con ritmos diferentes en distintas partes del mundo. Aun en los lugares donde el ascenso se expresa con más fuerza y se producen rebeliones, no todas llevan a triunfos contundentes, o solo logran objetivos parciales. En muchos casos los gobiernos no caen, aun cuando se logren frenar planes de ajuste, porque las direcciones logran canalizar el descontento hacia vías institucionales, electorales. Pero si hemos visto que la movilización logra cambios en los regímenes, incluso darle golpes mortales a algunos de los mas reaccionarios como el creado por Pinochet en Chile.
Un elemento clave para comprender por qué sucede esto tiene que ver con los cambios en el mundo en las últimas décadas y cómo estos han impactado sobre las direcciones políticas del movimiento de masas. Con la caída del muro y la disolución de la URSS se debilitó extremadamente uno de los principales aparatos contrarrevolucionarios a nivel mundial, el estalinismo, más allá de la gran contradicción que implicó la restauración del capitalismo y las confusiones en la consciencia del movimiento de masas que esto produjo. Junto al imperialismo, el estalinismo había actuado para contener y desviar los procesos revolucionarios de la posguerra. La presencia de este aparato les permitía a las direcciones reformistas o pequeñoburguesas ir un poco más allá de sus planes para lograr contener la energía de las masas, porque la burocracia actuaba como reaseguro en esta contención. Pero hoy, al no estar el estalinismo, las direcciones reformistas o pequeñoburguesas tienen pánico al movimiento de masas y no hay aparatos que lo contengan. Por eso en vez de avanzar prefieren girar a la derecha. Lo hemos visto con claridad en casos como el de Syriza en Grecia, Podemos en España o el Frente Amplio en Chile. En esta etapa no está planteado que se produzcan procesos como el de la revolución cubana, es decir, procesos que avancen hacia tirar a gobiernos, enfrentar al imperialismo y expropiar a la burguesía sin la dirección de un partido revolucionario.
Otro debate importante es sobre conciencia y clase obrera. En los procesos de lucha no surgen soviets sino organismos muy débiles y la clase obrera es un actor pero no hegemónico. Esto se debe al problema de dirección. Y la conciencia no avanza sólo con la lucha: ésta abre cabezas y genera avances, pero para que se consoliden y lleguen a un avance real hace falta organización revolucionaria.
Todo esto reafirma la importancia crucial del más subjetivo de todos los factores, la construcción de un partido revolucionario con influencia de masas a nivel nacional. Todavía no hay partidos socialistas revolucionarios con la influencia, acumulación y ubicación necesaria como para dirigir las rebeliones y revoluciones que estallan y conducirlas a triunfos definitivos sobre el capital e instaurar gobiernos de los trabajadores y el pueblo pobre. Esto le deja margen de maniobra a la burguesía, las burocracias sindicales, el reformismo y la socialdemocracia para evitar que se destruya lo viejo y lo nuevo no termine de crecer. En Chile, el Frente Amplio tejió un pacto con el gobierno para sostener a Piñera cuando el pueblo demandaba su renuncia en masa y el PC hizo su parte intentando frenar la movilización, y ahora intentan que la Constituyente no sobrepase los límites de la democracia burguesa; en Colombia es la burocracia del Comité Nacional del Paro el que viene sosteniendo a Duque e intentando desviar el proceso hacia una negociación con el gobierno, mientras las variantes socialdemócratas trabajan para canalizar todo hacia un proceso electoral que todavía aparece muy lejano. Lo que no pueden ninguna de estas direcciones traidoras y reformistas es volver el tiempo atrás y deberán convivir con una nueva situación que en medio de una gran polarización tenderá a profundizarse y detonar recurrentes rebeliones.
Las masas tienen la capacidad de destruir los regímenes que las oprimen con su propia fuerza revolucionaria espontánea. Pero su capacidad creativa, para reemplazar esos regímenes con nuevas estructuras y construir una nueva sociedad, está limitada a las organizaciones políticas que tengan a su cabeza. Para llevar la movilización revolucionaria hasta el final, liquidar los regímenes burgueses, desmantelar el Estado capitalista, imponer gobiernos de trabajadores y construir el socialismo, hace falta una dirección revolucionaria.
En este marco, la lucha de los revolucionarios por influenciar sectores de masas es una tarea imprescindible. Debemos disputar contra las tendencias reformistas, posibilistas, pro-capitalistas que en muchos casos son las fuerzas predominantes en la dirección del movimiento obrero y de masas. La última década muestra sobrados ejemplos del accionar de estos sectores. Desde Syriza en Grecia hasta Sanders en EE.UU., han orientado la energía de las rebeliones hacia un cauce institucional, generando en algunos casos una fuerte desmoralización posterior. Actualmente vemos que se desarrolla un proceso similar en Brasil, donde sectores del PSOL apuestan a un frente con el PT y este a su vez busca un acuerdo con partidos burgueses en nombre de la supuesta lucha contra el fascismo.
Como hemos señalado más arriba, las tensiones derivadas de una creciente rivalidad interimperialista protagonizada por EE.UU. y China continuarán siendo un aspecto importante de la situación mundial. Esto abre un debate clave con sectores reformistas que ven un “campo progresivo” y tienden a alinearse con China y sus aliados en nombre del “antiimperialismo”. Esta política campista los lleva a condenar las rebeliones protagonizadas por las masas en los países que aparecen como rivales de EE.UU. Así, condenan las luchas genuinas que protagonizan sectores de la clase obrera o la juventud en Irán, Nicaragua, Hong Kong, Venezuela como instrumentos del imperialismo, y se colocan del lado de la defensa de regímenes autoritarios o dictatoriales. Estos gobiernos han aplicado políticas de ajuste y descargado la crisis sobre la clase trabajadora y los sectores populares, al igual que los gobiernos abiertamente pro-imperialistas y capitalistas. Los revolucionarios debemos rechazar la política campista, y ponernos firmemente del lado de las rebeliones y luchas genuinas de sus pueblos, al mismo tiempo que rechazamos cualquier injerencia del imperialismo estadounidense y combatimos a las direcciones de derecha que intentan de manera oportunista aprovechar los reclamos.
Construir un polo revolucionario
Un aspecto importante de la situación es que, a pesar de que las direcciones reformistas actúan y en muchos casos logran desviar los procesos, lo hacen al precio de un fuerte desgaste. Este ha sido el caso de las direcciones nacionalistas, pequeño-burguesas, que cabalgaron el ascenso en América Latina en el periodo anterior como Maduro en Venezuela, o Evo Morales en Bolivia; también de las “nuevas” expresiones que surgieron en Europa como Podemos y Syriza. Y está sucediendo nuevamente ahora en el marco de los procesos más álgidos del presente como la centroizquierda en Colombia y Chile. Esto abre una oportunidad para las y los revolucionarios, si nos damos una política correcta.
Para llevar adelante la lucha por la hegemonía de los revolucionarios es indispensable avanzar en fortalecer un polo a nivel internacional. No podemos superar el problema de la dirección revolucionaria desde los estrechos márgenes de una organización nacional. El intercambio y el debate internacional entre revolucionarios, la intervención común en la realidad, son indispensables para construir sólidas organizaciones revolucionarias en cada país. En este sentido, retomamos lo mejor de la tradición del marxismo revolucionario, que siempre privilegió la construcción de organizaciones revolucionarias y de una organización internacional. Esto es fundamental para la tarea de empalmar con la nueva vanguardia que surge al calor de las rebeliones. Hay una “primera línea” de jóvenes que tienen un papel protagónico en los procesos, que vienen de distintas tradiciones políticas o que se han radicalizado recientemente en el marco de los acontecimientos. Para sumarlos a este proyecto, es fundamental que vean que aquí también pueden ser protagonistas.
Desde la posguerra hubo distintos intentos de avanzar en este sentido, retomando el legado de la IV Internacional, pero fracasaron. La dispersión se acentuó. Algunos grupos cayeron en el nacional-trotskismo. Y otros se refugiaron en un modelo de construcción donde el partido que contaba con cierta acumulación de cuadros fundaba una corriente y agrupaba bajo su dirección a grupos menores en otros países. La debilidad intrínseca de estos modelos llevó a que se cometieran errores políticos y metodológicos de distinto tipo, a elaboraciones parciales, al dogmatismo, a desviaciones sectarias u oportunistas y los métodos burocráticos se acrecentaron. Las crisis y rupturas pasadas y las que estamos presenciando en distintas organizaciones en el último tiempo están relacionadas con todo esto. La crisis del trotskismo de posguerra derivó en la conformación de agrupamientos defensivos, tendencias internacionales en torno a un partido con mayor desarrollo. Pero hacer de esta necesidad un método es un error importante.
Lamentablemente, ninguna corriente internacional referenciada en el trotskismo pudo pasar la prueba a la que fueron sometidas en la nueva etapa que se abrió con la caída de la Unión Soviética y los turbulentos años que le sucedieron hasta la actualidad, ni transformarse en un polo dinámico de atracción sobre la vanguardia. Nos proponemos humildemente comenzar a revertir esta dinámica. Por eso defendemos un modelo de construcción internacional completamente distinto a los existentes.
Necesitamos una organización internacional sólida, que debata y elabore colectivamente. El aporte de distintas perspectivas es fundamental para construir un análisis científico de la realidad. Sólo con elaboración colectiva podremos intervenir efectivamente para transformarla. La base para esto es una comprensión común de las tareas del momento, un programa claro que retoma las enseñanzas fundamentales del socialismo revolucionario y una delimitación estratégica en la defensa de la revolución socialista y el partido leninista. A partir de estos puntos existen matices, debates. Por eso, también es necesario darnos un funcionamiento que permita que esas discusiones se desenvuelven democráticamente en el marco de una intervención común. Esperamos que el Congreso de la LIS, a realizarse próximamente, sea un paso fundamental en este sentido.
Existen en el mundo diversas tradiciones revolucionarias y también se reflejan experiencias concretas de regiones del mundo muy disímiles. Por eso en determinados debates se expresarán matices y diferencias que lejos de ser un problema enriquecerán la elaboración. Consideramos un triunfo y una necesidad de cara a revertir la crisis de dirección que arrastra la clase obrera poder convivir en una misma internacional organizaciones que durante mucho tiempo hemos marchado separados y nos proponemos trabajar para agrupar a la mayoría de las fuerzas revolucionarias bajo las mismas banderas. Actualmente, de hecho, existen distintas miradas sobre algunos temas dentro de la LIS. Tenemos matices en torno a los conceptos y definiciones que utilizamos para analizar la situación política que reflejan que provenimos de distintas tradiciones que han ido elaborando definiciones teóricas por separado. También sobre la caracterización de algunos procesos. Apostamos a que la actividad común en el tiempo nos permita ir construyendo una nueva tradición y la confianza necesaria para lograr una síntesis teórica, política y metodológica nueva, superadora y revolucionaria.
No entendemos la construcción de una internacional sobre la base del pensamiento único ni de un centralismo burocrático. Defendemos el método del centralismo democrático, porque junto con una estructura de militantes profesionales y organismos jerarquizados, es imprescindible para construir partidos revolucionarios y disputarle la dirección de los trabajadores y los sectores populares a la burocracia y el reformismo. En la construcción de la internacional es fundamental priorizar mucho más el polo democrático por sobre el centralismo ya que la elaboración política tiene que realizarse respetando las distintas realidades, tradiciones y direcciones nacionales.
La crisis que estamos viviendo plantea enormes oportunidades y desafíos. Las luchas de la clase trabajadora y los pueblos marcarán la dinámica del período que empezamos a transitar. Con ellas vendrá un proceso de radicalización y giro a izquierda que abre la perspectiva de construir importantes organizaciones revolucionarias. Sin embargo, la existencia de condiciones favorables para esta tarea no garantiza su éxito. Éste depende de nuestra capacidad de responder adecuadamente, desde el análisis hasta la política y las tácticas. La magnitud y extensión del proceso de radicalización al que estamos ingresando es muy superior a la capacidad de respuesta de los agrupamientos internacionales actualmente existentes. Por eso es fundamental construir una organización que esté abierta a la confluencia de organizaciones socialistas revolucionarias que provienen de distintas tradiciones. Este es el desafío que nos proponemos encarar.
En apoyo a las rebeliones que recorren el mundo. Solidaridad internacionalista y militante con los pueblos en lucha, y contra la represión de los Estados. Independencia con respecto a todos los gobiernos, ya sean abiertamente burgueses y pro-imperialistas, o sean burocráticos y se presenten como anti-imperialistas. Rechazo al campismo.
Siendo parte de las rebeliones luchamos por desarrollar los organismos democráticos de la clase trabajadora y el pueblo movilizado, para que sean estos los que decidan el rumbo de las luchas y no las burocracias sindicales y las direcciones reformistas.
Contra los intentos de enchalecar las rebeliones por el camino institucional y electoral, en determinados países levantamos la consigna de Asamblea Constituyente para que el pueblo decida democráticamente cómo reorganizar el país sobre nuevas bases, como herramienta para profundizar la movilización y desenmascarar a las direcciones traidoras.
Contra las perspectivas reformistas, levantamos la necesidad de romper con el capitalismo para lograr solucionar los problemas fundamentales de la vida de las mayorías. Luchamos por un modelo de socialismo sin burocracia donde sea la clase trabajadora, mediante sus organismos, la que gobierne.
Para avanzar en esta perspectiva, sostenemos la necesidad de unir a las y los revolucionarios para construir grandes organizaciones socialistas revolucionarias que puedan disputar la hegemonía a los reformistas y disputar el poder.