martes, 19 noviembre 2024 - 04:22

Escribir es corregir. Fallar siempre

En su breve obra “Fallar otra vezAlan Pauls describe a la perfección la esencia del oficio de escribir. Como muchos otros escritores/as que han analizado las técnicas, las herramientas y los procedimientos de la narración y la escritura, Pauls señala que no es la “falla” o el “error” el principal problema que afrontan los y las escritores noveles, sino la consideración de que en ese “error” está el germen de la futura novela, cuento o ensayo. Creer que esa falla es una insuficiencia, un déficit que arrastramos o un mal congénito de nuestra formación es justamente el error que cometen muchos escritores/as jóvenes o noveles. Me considero un escritor novel ya que a los 54 años inicié mi camino literario (en realidad “reinicié” porque ese camino fue emprendido por mí a los 14 años pero quedé detenido 40 años en una especie de loop, un ciclo reverberante indefinido) y contrariamente a lo que había creído toda mi vida —rica en experiencias de militancia política y gremial, debates ideológicos, filosóficos, artísticos, científicos, etc.— descubrí que la verdadera escritura no es el fluido de palabras que uno, a veces desesperadamente, vuelca sobre una hoja de papel o un documento de Word, sino precisamente lo contrario: la VERDADERA ESCRITURA consiste en SACAR, SACAR y SACAR todo lo que “sobra” en un texto. Para Cortázar “el 90% de un texto escrito por primera vez es redundante: […] Cuando yo corrijo, una vez en cien agrego algo, completo una frase que me parece insuficiente o agrego una frase porque veo que falta un puente. Las otras noventa y nueve veces corregir consiste en suprimir. Cualquiera que vea un borrador mío puede comprobarlo: muy pocos agregados y enormes supresiones. Porque al escribir, especialmente como escribo yo, rápido y dejándome llevar, hay una tendencia a la repetición inútil, se escapan cosas (y, sobre todo, cuando se trabaja con máquina eléctrica). Hay que eliminarlas implacablemente. Es así como se llega a tener eso que llaman un estilo. Para mí el estilo es una cierta tensión y esa tensión nace de que la escritura contiene exclusivamente lo necesario. Imagínese que la araña que hace de su tela un modelo de tensión, después le sacara unos flequitos de costado y los dejara colgar… La mala literatura está llena de flequitos. Es literatura con flecos. […][1] (el subrayado es mío).

 Los buenos cuentos, las buenas novelas no resultan de “ese momento de inspiración que muy pocas veces ocurre” como bien lo señala Liliana Heker en La trastienda de la escritura[2], sino del trabajo sistemático de “limpieza” tan necesario para la construcción narrativa y ficcional como las vacunas para los niños y niñas.

            Tanto implica la corrección en la escritura creativa que el propio Borges decía que publicaba para “dejar de corregir”. En un artículo de Alejandro Marcos en el blog de Escuela de escritores[3] se refiere a este tema como una obsesión de lxs escritorxs: […] un autor, rara vez su texto está terminado. En cada lectura que haga siempre habrá o encontrará un pequeño fallo que arreglar, una frase que suene mejor cambiando el orden de las palabras, sustituyendo un sinónimo, cambiando una coma por un punto, etc. […]

Entender la falla no como una desgracia, una tragedia o un fastidio que detiene o retrasa la confección de una obra literaria sino como una verdadera virtud que debemos aprovechar, como la masamadre de nuestra producción y nuestros logros en el terreno de la literatura es entender la escritura. ”[…]Dejar de pensar la corrección como un trabajo forzado, a mitad de camino entre la condena y la penalidad, la probation y la expiación, y empezar a pensarla como una fuerza,una posibilidad, una potencia tan creativa, tan de invención e imaginación, como cualquiera de las fuerzas que se ponen en juego en el momento de escribir.”[4]Asombrarnos, no del éxito inmediato o aparente de un texto, sino de la dificultad que se presenta como una luz que nos dice “cambiemos esto”, “sigamos por acá” es el placer lúdico más intenso que puede vivir quien detenta este oficio milenario. Dice Marcos: […] Incluso un autor, no encuentro su nombre por ningún sitio, defendía que los textos están terminados cuando al corregir volvemos a poner lo que acabamos de quitar. ¿Cuál es el mejor método?, ¿cuándo sé si mi texto está terminado?, ¿cuándo dejo de revisar? […][5]. De César Aira se dijo que él nunca corrige. Y es verdad. Pero Aira es un genial provocador y por tanto su desafío a las “reglas” literarias es también por oposición una ratificación de este precepto.

Romper con el exitismo, creer en el escritor o escritora que somos, rompiendo moldes, derribando muros que nos encierran, liberando toda esa energía que llevamos dentro nos permite la despreocupación del texto en sí, la indiferencia del resultado y la congratulación con el procedimiento. Soltar la mano —como se suele decir en la jerga literaria— es solo el primer momento de un cuento o una novela y no necesariamente el fundamental. Lo fundamental es despojarnos de prejuicios, de miedos, de excesivos sentimentalismos a la hora de “cepillar” un texto.

Presenté un texto en un concurso que corregí nueve veces y solo porque se acercaba la fecha de presentación es que detuve la corrección con la sensación de que faltaba más “cepillado”. Como les sucede a los ebanistas, un mueble lujoso solo es tal cuando después de varias cinceladas y pulidas se pasa la lija fina, rincón por rincón, tanto más fina cuanto más pequeño es el ángulo de pulido y cuando finalmente se barniza y lustra también varias veces. Pero esa mesa de fino roble caoba no empezó sino siendo un montón de listones de madera engarzados y rústicos. Pero a diferencia del ebanista un/a escritor/a seguro no estará satisfecho con el “pulido” final y serán sus amigos, su editor o su fatiga quienes dirán “¡ya está, publicala!”.

Por eso trabajar el presunto error es lo más maravilloso que tiene escribir. Como bien dice Mariana Mazover[6] en sus seminarios: “hay que alejarse de la idea fantasiosa de que para escribir se necesita estar dotado de un ángel, de una inspiración cósmica o de un enorme talento natural”.

La idea de que lo más importante de unx escritxr es la inspiración, el genio o el talento, es una idea funcional a esta otra idea que hace de la literatura un negocio comercial: escribir ¿es publicar? Por lo tanto solo son escritorxs un pequeño porcentaje de quienes practican este milenario oficio. Por el contrario la idea de que escribir es un oficio, sea remunerativo o no, es la idea de una práctica constante, sistemática, basada en premisas que la experiencia y la praxis establecen y también lo que nos enseñan otros escritores que ya han avanzado en el largo recorrido de este milenario arte y en tal sentido es emblemático y alentador el concepto que propone el escritor Nestor Belda: “Ser escritor no es un objetivo. Es un camino de aprendizaje y experiencia[7]

El negocio editorial es solo eso: un negocio. La escritura, la literatura es otra cosa: es un universo repleto de emociones y descubrimientos que por un procedimiento “químico” se transforman en un relato, una historia, aquello de lo que se compone cualquier cuento o cualquier novela. ¿Que es una novela, un cuento -sea cual fuere el género- si no es una historia?

La literatura es un arte y como tal requiere técnicas y herramientas que hay que conocer. Para eso están los talleres y los seminarios. Pero la esencia del escritor/a es la paciencia, el juego lúdico con el error y la capacidad de permitirse a sí mismo/a llevar su imaginación a un terreno de libertad. TODO LO DEMÁS ES CORREGIR O MEJOR DICHO COMO DICE PAULS “FALLAR OTRA VEZ”.

Orlando Restivo


[1] Conversaciones con Cortázar / Ernesto González Bermejo. Barcelona : EDHASA, 1978

[2] La trastienda de la escritura; Liliana Heker. Buenos Aires: Ed.XX.  20XX

[3] https://escueladeescritores.com/blog-la-sobrecorreccion-del-escritor-novel/

[4] Fallar otra vez (ïdem)

[5] Idem 3.

[6] Mariana Mazover escritora y dramaturga argentina, discípula de Mauricio Kartún. 

[7] https://nestorbelda.com/

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