Luego de 6 días consecutivos de enormes movilizaciones en Lima y en todo el país, el sábado 14 de noviembre en duros enfrentamientos que resultaron en dos asesinados por las fuerzas represivas, derivaron en una crisis política en la que presentó su renuncia el presidente electo por el parlamento Manuel Merino.
Al mediodía del domingo 15 hora de Perú, en una aparición televisada para todo el país renunció Merino que había asumido apenas 6 días antes en reemplazo de Vizcarra, que había asumido también en una crisis que no se detiene desde 2018.
En un proceso de luchas y ascenso que se venía desarrollando desde entonces, como parte del fenómeno de rebeliones que viene recorriendo el mundo desde octubre de 2019 y que tuvo sus puntos más altos en Chile con una movilización que arrancó la convocatoria a una Asamblea Constituyente, y en Ecuador también en ese mes del mismo año, que fue el preludio de caída de Evo en Bolivia y que había llevado al gobierno a Vizcarra. Todo esto sumado a la crisis humanitaria provocada por la pandemia de COVID-19.
En este contexto se produce la caída de Vizcarra apurada por el parlamento peruano con el fin de intentar desmontar el proceso de movilización, indignación y bronca que se venía desarrollando en el país. Al momento, el Congreso no logra encauzar la crisis en medio de un vacío de poder y continuidad de acciones callejeras y vigilias en distintas plazas públicas. Salta a la vista que no es ese Parlamento quien encontrará una solución para las mayorías populares, que necesitan luchar por su propio gobierno de trabajadores y una asamblea constituyente para terminar con este régimen decadente.
La acusación de corrupción contra Vizcarra detonó un proceso de movilización imparable, incluso con el nombramiento del nuevo gobierno. Todo el proceso recuerda al 2001 Argentino y otros movimientos similares. La represión y el asesinato de al menos de dos manifestantes fue el detonante de una rebelión que abre un periodo tumultuoso de inestabilidad política y de lucha social.
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