Whirlpool cierra su planta en Pilar. Despiden a 220 trabajadores

Este miércoles, Whirlpool, la multinacional estadounidense, que tiene su planta en el Parque Industrial de Pilar, anunció el cierre definitivo de sus operaciones productivas en el país, despidiendo a toda su planta laboral (220 trabajadores) y marcando un punto de inflexión en la crisis industrial que atraviesa el país.

Los empleados, que incluyen tanto a operarios como a personal de áreas administrativas y técnicas, se enteraron de la decisión sin mediar explicaciones previas, encontrándose de pronto con la extensión de sus fuentes de trabajo.

Nos acaban de desvincular a toda la empresa, incluido administración y recursos humanos. Cierran completamente y nos trajeron un transporte para el que se quiera ir“, relató con indignación Ignacio Cabezas, uno de los trabajadores afectados, en declaraciones a FM Plaza 92.1. Luego de recibir la noticia, los empleados permanecieron reunidos en la playa de estacionamiento de la fábrica, negándose a retirarse hasta obtener respuestas coherentes sobre un cierre que consideran injustificado e inesperado.

Por su parte, la empresa, argumentó que la decisión responde a “la pérdida de competitividad frente a productos importados” y “la caída abrupta en las ventas“. Según un comunicado oficial, Whirlpool reconfiguraría su operación en la Argentina para transformarse en una empresa puramente comercial, abandonado la producción local para dedicarse exclusivamente a la importación y distribución de electrodomésticos.

El comunicado de la multinacional expresa, de manera directa, las consecuencias que acarrean las políticas económicas del gobierno de Javier Milei. La apertura indiscriminada de las importaciones, con la reducción de aranceles para lavarropas del 35% al 20%, ha inundado al mercado con productos importados que compiten deslealmente a lo producido localmente. Por ejemplo, como lo indicaron los trabajadores, actualmente, un lavarropas Whirlpool de siete kilos se vendía entre 800.000 y 1 millón de pesos, mientras que una marca china puede conseguirse a mitad de precio.

Esta situación había sido anticipada por Paolo Rocca, dueño de Techint, que hace apenas hace unas semanas alertó sobre la avalancha de productos importados. Rocca había comentado que la importación de lavarropas había pasado de 5.000 a 87.000 unidades mensuales en apenas un año, mientras que las heladeras importadas escalaron de 10.000 a 80.000 mensuales. “Eso lleva a muchos a la opción de seguir produciendo o cerrar y usar la cadena comercial para distribuir material importado“, había advertido el empresario, describiendo exactamente lo que Whirpool acaba de ejecutar. Lejos de ser un acto de clarividencia del empresario, esta advertencia fue elevada, ya que la orientación importadora del gobierno afecta al negocio de Rocca de manera directa: Techint es el fabricante de la chapa que usan algunos de estos electrodomésticos.

El caso de Whirlpool no es una excepción, el cierre de su planta y la reconfiguración de la actividad de esta empresa, es una de las expresiones de la crisis industrial que se profundiza por el programa económico libertario. Solo en los últimos meses, empresas como Essen despidió a más de 30 trabajadores en Venado Tuerto, Grupo Dass (fabricante de Nike y Adidas) recortó 164 puestos, la metalúrgica Cramaco cerró su planta en Sastre, Kenvue abandonó la producción en Pilar, Kimberly-Clark desmanteló su planta en el mismo polo industrial, e Ilva dejó en la calle a más de 300 empleados. El sector alimenticio no escapa a esta tendencia, con el cierre de Dánica en Llavallol y la quiebra de La Suipachense, que dejó sin trabajo a 140 personas.

Estos despidos masivos ocurren en un contexto donde producir en Argentina se ha vuelto entre 25% y 30% más caro que en Brasil, según admitió el propio titular de la UIA, Martín Rappallini. La combinación de apertura importadora, dólar barato para las compras externas y caída del consumo interno conforma un cóctel explosivo que está dinamitando el entramado productivo nacional.

Lo más grave es que este escenario se podría intensificar con la aplicación de la reforma laboral que impulsa el gobierno, la cual facilitaría aún más los despidos y reduciría los costos indemnizatorios para las empresas. Mientras los trabajadores cargan con las heridas que deja la crisis, perdiendo sus empleos y viendo deteriorarse su poder adquisitivo, las grandes multinacionales como Whirlpool encuentran en la política económica actual la oportunidad perfecta para reacondicionar sus negocios, abandonando la producción local para dedicarse a la más redituable importación y comercialización.

El cierre de Whirlpool, además de convertirse en otra triste imagen donde 220 familias pierden su sustento económico, es el símbolo de un modelo económico que privilegia la rentabilidad empresaria por sobre el trabajo productivo. Esto es el camino de una recesión que muestra sus resultados en el cierre de fábricas y la destrucción sistemática de la producción industrial.

Frente a esta embestida que destruye puestos de trabajo y profundiza la crisis social, se vuelve urgente exigir a la CGT la inmediata convocatoria a un paro general y un plan de lucha que enfrente estas políticas de ajuste. Sin embargo, no podemos depositar ni un gramo de confianza en una dirección sindical que durante toda la gestión libertaria se ha dedicado a negociar el ajuste con el gobierno, mientras permitía el avance sobre los derechos de los trabajadores. La verdadera alternativa la demostraron los trabajadores del hospital Garrahan, quienes con su lucha ejemplar derrotaron al gobierno de Milei y obtuvieron un aumento salarial significativo. Su victoria se basó en una nueva forma de organización sindical que logró la máxima unidad con otros sectores, incorporando a su lucha a diversos actores sociales que también resisten en las calles. Esta experiencia demuestra que es fundamental coordinar desde las bases la lucha de todas las fábricas que están despidiendo, para así, enfrentar los ataques patronales y las políticas antipopulares del gobierno.

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