La derrota parlamentaria de los vetos presidenciales a la Ley de Financiamiento Universitario y a la Emergencia Pediátrica abre un nuevo capítulo en la crisis del gobierno de Milei. No se trata de un hecho aislado: expresa el desgaste acelerado de un proyecto que prometía “blindaje” y “déficit cero”, pero que hoy aparece jaqueado en el Congreso, desbordado en las calles y castigado por los mercados.
Para quienes defendemos la universidad pública, este resultado es un triunfo parcial, arrancado por la movilización de docentes, estudiantes y trabajadores, no un regalo de las roscas parlamentarias ni solo un simple reflejo de la derrota electoral bonaerense del 7 de septiembre. Nuestro desafío ahora es transformar este triunfo en una plataforma para redoblar la lucha por un presupuesto universitario que necesitamos y los salarios que nos permitan vivir, enseñar e investigar con condiciones dignas.
Una derrota parlamentaria que se forjó en las calles
El veto de Milei a la ley de financiamiento universitario fue derrotado en el Congreso porque antes había sido derrotado en las calles. Durante meses, distintas luchas encendieron la chispa de un descontento social que no se deja encuadrar en los tiempos de la burocracia sindical.
Las movilizaciones de jubilados por el derecho a una vida digna, las protestas del CONICET frente al desmantelamiento de la ciencia, y el histórico conflicto del Hospital Garrahan –que supo conquistar un apoyo social inédito– mostraron que la organización desde abajo puede desafiar tanto a la represión como a la inacción de las direcciones gremiales.
En ese marco, la comunidad universitaria fue protagonista. Tras el veto, docentes, estudiantes y no docentes nos movilizamos de manera federal, con epicentro en la Plaza Congreso. Allí confluyeron miles de personas en una jornada nacional que dejó claro que los vetos no se caen por convicción de los diputados, sino por presión social.
El Congreso estuvo rodeado por una marea de banderas y consignas que reclamaban presupuesto para la universidad y fondos para el Garrahan. Esa presencia masiva inclinó la votación: sin ese cerco popular, las negociaciones parlamentarias podían haberse inclinado hacia la especulación y el cálculo electoral. La derrota del veto se explica, fundamentalmente, por la fuerza de la movilización.

Un gobierno cada vez más golpeado
La crisis del oficialismo es inocultable. Lo que en un principio se presentó como un gobierno blindado por la motosierra y el relato del ajuste implacable, hoy aparece debilitado en todos los frentes.
En el plano político, Milei acumula más de una decena de derrotas parlamentarias consecutivas.
Ni siquiera logra mantener cohesionada a la oposición de derecha, y en cada votación se expone su aislamiento creciente. El Senado ya anticipa nuevas derrotas en la votación de los vetos restantes, lo que debilita aún más al Ejecutivo en la antesala de las elecciones de octubre.
En lo económico, el panorama es igual o peor. Tras la caída parlamentaria, el mercado le dio la espalda al gobierno: el dólar blue superó los $1.500, el riesgo país se disparó a niveles récord en tres años y las reservas del Banco Central se dilapidaron en apenas dos días para contener la corrida.
Los bonos argentinos se desplomaron y las acciones cayeron tanto en Buenos Aires como en Wall Street. La política del “déficit cero” se traduce en hospitales vaciados, universidades desfinanciadas y jubilaciones de miseria, sin que ello garantice estabilidad económica.
Frente a esta debacle, Milei y Caputo viajan a Estados Unidos a buscar un salvavidas financiero.
Pero lo que se presenta como un gesto de “reconocimiento internacional” es en realidad la confesión de la impotencia doméstica: el gobierno busca oxígeno en el Tesoro norteamericano, a costa de una dependencia aún más humillante. El antecedente del préstamo a México en 1995, con severas condicionalidades, ilustra los peligros de este camino: más entrega, más ajuste, más sometimiento al imperialismo.
Así, el gobierno aparece acorralado: por un lado, derrotas políticas y movilización social; por el otro, mercados que desconfían de su plan y lo castigan con corrida cambiaria.

¿Cómo seguimos?
El triunfo contra el veto que revitaliza la lucha, no es un punto de llegada. Es apenas un jalón en un camino que exige mayor organización, coordinación y voluntad de lucha. La experiencia reciente demuestra que cuando el movimiento universitario y sectores populares salen a la calle, los discursos de ajuste retroceden.
En nuestra Universidad Nacional de Córdoba hemos sostenido medidas claves: no toma de exámenes, paros rotativos, toma de los accesos a Ciudad Universitaria, etc. Estas acciones fueron determinantes para mantener vivo el conflicto cuando las conducciones sindicales optaron por la dilación y la pasividad. Gracias a ello llegamos al miércoles pasado con un movimiento en pie de lucha y dispuesto a conquistar.
Las tareas que tenemos por delante son claras:
- Fortalecer la unidad Interclaustros. La deliberación conjunta entre docentes, estudiantes y no docentes debe ser la base de un plan de lucha democrático.
- Preparar un nuevo plan de acción con paros progresivos, cortes y movilizaciones que confluyan con salud, ciencia y jubilados.
- Plantear el no cierre del cuatrimestre si no se garantiza presupuesto y salarios.
- Coordinar a nivel nacional con otras universidades y sectores en lucha para darle mayor potencia y visibilidad a nuestras demandas.
El triunfo parcial que logramos muestra que no estamos condenados al ajuste. La universidad pública tiene futuro si la defendemos en las calles. Los salarios docentes y nodocentes pueden recuperarse si no dejamos que la parálisis de las direcciones sindicales y la inacción de las autoridades nos inmovilice. Lo que está en juego no es solo un presupuesto: es el derecho de millones a estudiar, enseñar e investigar en condiciones dignas.
Desde Alternativa Universitaria Córdoba, llamamos a redoblar la lucha, a no confiar en los cálculos de los parlamentarios ni en los discursos de ocasión, sino en la fuerza organizada de la comunidad universitaria y del pueblo trabajador. Solo así podremos transformar esta coyuntura en un triunfo estratégico y garantizar que la universidad pública siga siendo un derecho, no un privilegio.
