En esta tercera y última parte de la nota se abordará la generación de la década de 1980, postdictadura militar y la revolución feminista y disidente en la literatura argentina desde la década del 90 hasta hoy. A lo largo de estas tres notas se aprecia la diferencia sustancial entre las corrientes de la literatura y a su vez sus elementos comunes. Y también se llega a una conclusión: en la literatura argentina la vanguardia tiene un peso decisivo en la formación de lxs nuevxs escritorxs.
Las vanguardias: definición y aclaración necesaria
La tarea de analizar las vanguardias literarias argentinas desde los inicios del siglo XX hasta hoy requiere diferenciar el concepto de qué es vanguardia y que no es vanguardia. Y estos conceptos no necesariamente se relacionan con la calidad literaria. Tampoco necesariamente se vinculan con la representatividad de ciertxs autorxs con relación a una época determinada. Por ejemplo, en este trabajo no incluimos en los conceptos de vanguardia a autorxs que en su época fueron célebres, famosos o tuvieron un carácter arquetípico de época como es el caso de Leopoldo Marechal, de Manuel Mujica Lainez, de Ernesto Sábato, de León Rozitchner, de Amado Nervo, de Beatriz Guido, de Marta Lynch, de Elvira Orpheé, etc. No se trata de un análisis de la literatura argentina en su conjunto ni de sus corrientes literarias que requerirá sin dudas otro artículo. David Viñas, Andrés Rivera, Dalmiro Sáenz, Sara Gallardo, Haroldo Conti, etc., son algunxs autorxs que podríamos incluir entre los vanguardistas, pero la extensión de las notas sería excesiva y me parece que ya están definidas las características de esas vanguardias con los ejemplos expresados en las notas anteriores.
Al hablar de vanguardias lo que incluimos para su definición y por ende su análisis es el criterio de que son corrientes de autorxs que marcan un giro en varias cuestiones centrales del quehacer de la escritura en un determinado momento y que ese giro tiene proyección histórica y de algún modo permite la continuidad entre una época literaria y cultural y otra. Los cambios van desde el estilo, la estructura de narración, los sentidos que tienen ciertos momentos históricos, la forma de contar, el modo de vincularse con la sociedad o de aislarse de ella, de reflejar directa o a veces incluso muy indirectamente los procesos de la confrontación o lucha entre las clases sociales y otras tantas características.
De más está señalar que no hay discusión alguna sobre la calidad de Manucho Lainez o de Sábato y otros, pero estos se inscribieron (y pasaron exitosamente la prueba) en el universo creado por esas vanguardias quizás resaltando sus aspectos técnicos, narrativos, poéticos, estéticos, etc. Y dando obras para la posteridad como Bomarzo, Adán Buenos Ayres y Sobre héroes y tumbas para citar solo algunas.
Es recomendable hurgar en los textos historiográficos para saber más de estxs grandes escritorxs.
Los años 80: de la “dilución” democrática a la crítica social
La particularidad de la década de 1980 en Argentina es que a partir de 1983 la fiebre democratizante y el auge de las instituciones democrático-burguesas impregnó toda la cultura y las letras no fueron ajenas a este nuevo sentido histórico de los fenómenos socioculturales que la caída revolucionaria del Proceso desató. Pero lo que sin discusión fue un hecho inmensamente progresivo, es cómo la destrucción del andamiaje mediático, propagandístico y cultural de la nefasta dictadura se convirtió en muy poco tiempo en un nuevo establishment entonces ligado al democratismo radical y alfonsinista y a su “oposición” peronista. En ese escenario, no obstante, aparecieron fenómenos y vanguardias culturales nuevas que eludiendo la “nueva censura”, ahora “democrática”, plantearon de cara a la sociedad su rechazo al nuevo statu quo: a la deuda externa, la extensión de la pobreza estructural, los intentos de borrar la memoria del genocidio (leyes de punto final y obediencia debida e indulto) y lo que en ese momento se vislumbraba iba a ser a fines de esa década, un fenómeno netamente perjudicial para la economía, para la clase trabajadora y los sectores populares: la hiperinflación.
La democracia burguesa montada en la “borrachera” democrática de las masas llevó a creer en la infalible potencia de las instituciones de esa clase. Y también en lo cultural a creer en nuevos gurúes. Son los años 80 los de la dilución. Lo que había sido -principalmente con el rock nacional- protesta antisistema e izquierdización cultural en los 60 y 70 ahora se convertía en un fenómeno de mercado vaporoso, en general sin crítica social y aunque desde la música surgieron expresiones geniales, agudas y contraculturales estas no tuvieron la fuerza de los años anteriores. En paralelo a los fenómenos mass-media surgían los nuevos templos de la vanguardia: El Parakultural, Cemento[1], y también sus nuevos sacerdotes: Los Violadores, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Riff, La Renga, Sumo, Rata Blanca, Guasones, Viejas Locas, Las Pelotas, A.N.I.M.A.L., Babasónicos, Los Piojos, Callejeros y Bersuit Vergarabat. Nace el metal argentino y aparecen Hermética, V8, Ataque 77 y los Ratones Paranoicos como oposición a los twists ochentosos y un cierto regreso al beat, pero a destiempo. Charly como siempre hace de las “suyas” e imprime un carácter renovado al pop-rock y al funky. El tango reverdece, aunque no llega al esplendor de los años 40 y nace el desagradable fenómeno comercial del “tango for export”[2].
Fueron lxs escritorxs los que tiraron -sin duda- los dardos más agudos al nuevo establishment. Y así surgen Rodolfo Fogwill, Héctor Libertella, Néstor Sánchez, Horacio Romeu, Marcelo Fox, César Aira, Iosi, Luis Gusmán, Marcelo Cohen y Alberto Laiseca. Y entre las mujeres se destacan Silvia Iparraguirre, Silvia Molloy, Hebe Uhart, y algunas más. Hebe Uhart es quizás la más profunda escritora de los años 70 y 80 y es reconocida como formadora de escritorxs durante treinta años, rol reflejado en Las clases de Hebe Uhart de Liliana Villanueva quien toma sus experiencias prácticas y teóricas y las plasma en ese libro. De Cesar Aira hay mucho que decir: es amado y odiado por lxs escritorxs al mismo tiempo, pero es sin duda el máximo vanguardista de su generación. Fue multipremiado y hasta recibió una nominación al Nobel. En la nota de PDI del 03/04/23 reflejo su importancia[3]. Quizás el más desfachatado de estos fue Alberto Laiseca que escribió la novela argentina más larga de la historia: Los Sorias, de más de 1300 páginas.
Pese a la dilución, en las letras argentinas se siguió concentrando la originalidad y el estilo narrativo moderno, desatado, irreverente y procaz. Lo nuevo de la literatura de los 80 es una visión menos romántica y más “agnóstica” de las historias y los relatos. Se rompen netamente los cánones de la construcción literaria tanto en lo gramatical como en los términos y los nuevos usos de las palabras se hacen frecuentes. El lenguaje que en los años borgeanos y cortazarianos tenía un sesgo académico en esta época adquirió un tono más popular. La vanguardia es menos ideologizada tal vez que en los 70. Pero no es menos profunda y es justamente rayando los años 90 cuando aparece teñido de un potente escepticismo probablemente como refracción cultural de la caída del muro de Berlín.
El mundo bipolar derrumbado junto a ese muro de la vergüenza estalinista deja paso a los años 90 que en lo literario es bastante prolífico en parte porque hay nuevos temas de qué hablar y porque la apertura de nuevas épocas siempre abre nuevos círculos intelectuales y también da paso a nuevas vanguardias.
Los años 90 y el 2000: de la globalización a la resistencia cultural
La caída del muro de Berlín y el derrumbe del gigantesco aparato contrarrevolucionario del estalinismo y su iglesia central, el Kremlin, fue un acontecimiento decisivo en la historia mundial ya que liberó enormes fuerzas de lucha, de liberación y revolucionarias en el mundo, pero también contradictoriamente fortaleció la expansión del dominio capitalista en casi todos los países y su expresión político-económico-financiera internacional: la globalización. Pero la globalización arrastró sin quererlo el imperialismo -promotor de ese fenómeno- a los planos de la cultura y la intelectualidad, la ciencia y la tecnología a nuevos y poderosos procesos de creación que también interpelan y enfrentaron la cultura imperial mundial (la cultura de EE UU, UK, Europa y Australia). Al principio la reacción al avance del capitalismo yanqui, de la OTAN y del FMI y los organismos usureros del gran capital internacional fue la del escepticismo. Una sensación de derrota cundió entre muchos intelectuales particularmente en los de izquierda, aun los que no tenían vínculo directo con el estalinismo y surgieron corrientes escépticas de carácter filosófico y semiológico en muchos célebres autores. Junto a la propaganda de Fukuyama[4] aparecen Tony Negri, Holloway, Jean-François Lyotard, Jean Baudrillard, Gianni Vattimo y el posmodernismo se adueña de las ideas filosóficas de la época.
Sin embargo, a esa reacción negativa y derrotista le siguió otra en la que se extendieron por el planeta expresiones culturales y literarias de lugares y países donde antes estaba casi prohibido cualquier manifestación intelectual o cultural independiente de la nomenklatura. Por eso escritores checos, serbios, croatas, polacos, húngaros, eslovenos, etc., empezaron a publicar y a llenar las librerías del mundo. También aparecieron escritores del mundo islámico que fueron bastante prolíficos en literatura moderna.
En Argentina ese fenómeno tuvo sus representantes en una corriente de escritores de un poderoso pragmatismo, que si bien podría ser negativo para la creatividad y la estética de las narraciones tuvo como compensación heredar de la gran literatura clásica del siglo XX la profundidad, la crítica social y política y la capacidad de reflejar el momento histórico de esos años. Así los 90 signados por el menemismo y sus planes de privatización del estado, la desocupación creciente, la destrucción de la industria y la entrega de nuestras riquezas al imperialismo y su sometimiento al FMI y a la usura internacional trajeron aparejado una vanguardia contracultural y de resistencia muy poderosa que también se liberó cuando el 2001 hizo saltar por los aires el “statu quo” de los 90.
Entre estxs escritorxs podemos mencionar a Antonio Dal Masetto, Osvaldo Soriano y Andrés Rivera que surgieron en décadas anteriores, pero tuvieron su máxima expresión en estos años. Publicaron sus primeras novelas en editorial Tantalia Aníbal Jarkowski (Rojo amor), Rubén Mira (Guerrilleros —una salida al mar para Bolivia—) y Martín Kohan (La pérdida de Laura) y Miguel Vitagliano su segunda novela (El niño perro) juntos a otros como Gustavo Ferreyra (El amparo) en la misma editorial al año siguiente. En 1993 Carlos Chernov gana el premio Planeta con su novela Anatomía Humana una novela de tenor de ciencia ficción pero que es una alegoría del creciente feminismo de aquellos años en vísperas de la cuarta ola. También es una anticipación de la crisis sistémica mundial del capitalismo sin ser una novela política ni histórica. Otro destacado de este periodo es Juan Forn que fue editor de Sudamericana en esa década y autor de María Domecq (2006). Sus cuentos y novelas han sido considerados el inicio de la Nueva Narrativa Argentina.
La ironía, el desenfado, la crítica a lo establecido desde una perspectiva cotidiana, carecer de toda pomposidad y romanticismo es lo que caracterizó a la generación de 1990 y la del 2000.
La resistencia cultural a veces silenciosa, a veces estrepitosa pero ya sin el aura panfletaria de muchas producciones de los años 70 fue sin duda un factor importante en la literatura de los años noventa y la primera década del siglo XXI que hizo retroceder en este plano al avance mercantilista de los grandes grupos editoriales aunque estos no solo aumentaron sus ganancias sino que hicieron de la novela exitosa, el best-seller en masa, un modus operandi que impuso muchas de las falsas ideologías y falsas conciencias de esos años.
Revolución literaria feminista y disidente
El suceso de Camila Sosa Villada[5] -primera mujer trans escritora que publica- con la edición de Las malas en 2019 fue el punto más alto de una sucesión de escritorxs cuya temática es el género o la diversidad sexual o disidencia. Muchas escritoras abordaron temas vinculados a la lucha de las mujeres por la igualdad, las olas feministas, el sometimiento al patriarcado, el abuso sexual y muchos temas más. También abordaron la ficción ya sea en general o en particular desde el terror o el misterio como en el caso de Mariana Enríquez que abordé en el artículo anterior de PDI (23/6/2024) o de Samanta Schweblin. Lo distintivo de esta pléyade de narradoras es su capacidad de adaptación a los tiempos modernos y una literatura más fresca y con mayor compromiso social o cultural, aunque no sea expresado como denuncia o crítica directa y en muchos casos este carácter está dado por la ironía, las inflexiones del estilo y las situaciones absurdas e inverosímiles que relatan mejor la crítica que las simples lisas y llanas denuncias.
En el libro de la fundación La Balandra “Mujer y escritura – 35 autoras argentinas de hoy” coordinado por Gwendolin Díaz-Ridgeway como editora y Claudia Ferradas como coeditora, tenemos un compendio muy bueno y detallado de cuentos, poemas, microrrelatos y mini-ensayos de lo mejor de la literatura femenina del siglo XXI. La nómina de escritoras que allí se editan son: Selva Almada, Esther Cross, Alicia Dujovne Ortiz, Mariana Enriquez, Fernanda García Lao, Maumy González, Alexandra Jamieson, Analía Kalinek, Flaminia Ocampo, Elsa Osorio, Cristina Siscar, Luisa Valenzuela, Gigliola Zecchin, Liliana Ancalao, María Gold, Claudia Liliana Herrera, Claudia Masin, Valeria Pariso, Cristina Piña, Aixa Rava, Luciana Ravazzani, Ana Russo, Susana Szwarc, Alicia Waisman, Mirta Amores, María Teresa Andruetto, Gabriela Cabezón Cámara, Mariana Carbajal, Luisa Futoransky, Mirta Hortas, María Lanese, María Rosa Lojo, Flavia Pittela, Ana María Shúa y Paula Varsavsky.
Los años que van de 1990 a 2020 representan un pasaje de un estadio mínimo de literatura femenina a un tremendo dominio en el plano cultural de la narrativa argentina. Cabe recordar que la literatura femenina en nuestro país estuvo ligada a una docena más o menos de prominentes e inmensas figuras literarias que signaron el plano femenino de este arte, pero el dominio absoluto de “lo literario” estaba en los hombres. Los noventa fueron el comienzo del fin de ese estado y hoy podemos decir que con estas escritoras mencionadas y muchas más (el listado de La Balandra curiosamente no incluyó a Samanta Schweblin ni a Agustina Bazterrica) la literatura argentina es predominantemente femenina y disidente. No obstante, lo cual hay escritores que son un reflejo fiel de estos tiempos en la ficción general o en el terror y suspenso, me refiero a Sergio Bizzio (Chicos), a Federico Falco (Los elefantes), a Luciano Lamberti (La maestra rural, Gente que habla dormida, La masacre de Kruger) ganador del premio Clarín 2023, a Eduardo Sacheri autor de La pregunta de sus ojos cuya versión cinematográfica ganó el Oscar en 2011, a Pedro Mairal (Hoy temprano), Juan Terranova, y tanto otros.
La literatura feminista argentina empezó en la década de 2000 y 2010 a abordar los temas que atravesaban a las mujeres, pero desde el lugar común, de personajes que son amas de casa, mujeres trabajadoras, estudiantes, mujeres sometidas al rigor del patriarcado general y al micromachismo, mujeres asesinas y asesinadas, mujeres en toda la dimensión que significado y significante tiene. El tema del aborto, del femicidio y de la postergación aparecen en estos libros de cuentos y las novelas de estos tiempos. La originalidad es materia cotidiana en la escritura de las mujeres como en Archivos de Word de Romina Paula, en La inocencia de Marina Yuszczuk o la novela China Iron de Gabriela Cabezón Cámara. El predominio de la primera persona, casi siempre femenina, la radicalidad del estilo y la crudeza muchas veces expresada de modo simple son las expresiones habituales de esta literatura contemporánea argentina.
El propósito de estos artículos es la demostración de que a partir de considerar el trabajo de Piglia sobre Las tres vanguardias se abre un camino de apertura hacia una análisis más global de todas las vanguardias hasta hoy y que para escritorxs y lectorxs es fundamental encarar desde distintas perspectivas, huyendo de lo “políticamente correcto” con sentido crítico y destacando cada vanguardia superadora en el tiempo como una conquista cultural que hay que defender sobre todo en estos tiempos de ignominia y decadencia libertaria en el que los liberfachos se lanzan contra la cultura y los libros como verdaderos inquisidores al estilo de Fahrenheit 451 y si no pueden quemar los libros simplemente quemaran su producción desfinanciando a la cultura, cerrando organismos promotores de ella y confrontando con su ideología retrógrada y negacionista.
Parafraseando a Hebe Uhart diría “Arre la escritura y la cultura”[6]. Seguiremos ampliando en futuras notas.
Por Orlando Restivo
[1] El Parakultural y Cemento fueron locales donde tocaban bandas de rock y pop que poco tiempo después se consagraron. Fueron lugares de cultura under que brillaron en los años 80. Cemento fue inaugurado en 1985 por Omar Chabán quien luego fuera el propietario de Cromañón y responsable de la muerte de 194 personas en el trágico incendio el 30 de diciembre de 2004.
[2] Tango for export es la denominación que se da a espectáculos de baile de tango con un estilo coreográfico que nada tiene que ver con el baile original y que está destinado a turistas en locales suntuosos de Buenos Aires con precios en dólares. Es una completa distorsión de esta música, un fenómeno negativo para nuestra cultura. También se denomina “Tango Disney”.
[3] https://periodismodeizquierda.com/con-un-aira-especial-cesar-aira-un-escritor-imprescindible/
[4] Francis Fukuyama fue un analista político, filósofo e historiador yankee que creó la nefasta teoría del “Fin de la historia” aludiendo al triunfo del capitalismo sobre el socialismo tras la caída del muro. Sus teorías se derrumbaron definitivamente en 2008 con el estallido de la burbuja inmobiliaria en EEUU y la apertura de la mayor crisis económica de la historia capitalista.
[5] Camila Sosa Villada es la primera escritora trans que publica sus novelas y lo hace en editoriales de gran peso y difusión. Sus novelas son muy exitosas como Las malas, Tesis sobre una domesticación, La novia de Sandro (cuentos) y Soy una tonta por quererte que han sido un boom editorial. Además, es actriz.
[6] Consciente de su enfermedad terminal Hebe Uhart escribió en el final de uno de sus últimos cuentos: “Arre la vida”.