Hace poco se cumplieron 52 años del asesinato de José Ignacio Rucci, una de las figuras más controvertidas del sindicalismo argentino del siglo XX. Secretario General de la CGT, hombre fuerte de la UOM y engranaje clave del andamiaje burocrático del peronismo, su nombre vuelve a aparecer tímidamente en discursos de gobernadores, intendentes y dirigentes sindicales. No es casual: en tiempos de ultraderecha en ascenso, crisis de representación del peronismo y “relecturas” setentistas con olor a dos demonios, Rucci se convierte en un símbolo útil. Útil en un país que atraviesa una etapa marcada por la polarización social.
Pero antes de preguntarnos por qué Rucci vuelve hoy, nos preguntamos, ¿quién fue José Ignacio Rucci? Desde sus inicios en la actividad sindical, la resistencia peronista, el enfrentamiento con el clasismo y su fin en manos de la tendencia.
¿Quién fue Rucci? Sus orígenes
José Ignacio Rucci nació el 15 de marzo de 1924 en Alcorta, Santa Fe. Como tantos jóvenes de la década del 40, viajó a Buenos Aires buscando trabajo en una industria en expansión. Pasó por varias fábricas, hasta que en 1947 ingresó en una empresa de electrodomésticos, donde inició formalmente su carrera sindical en la joven Unión Obrera Metalúrgica (UOM).
Participó en huelgas largas, se fogueó como delegado y llegó a integrar la Comisión Directiva. Incluso mantuvo algunos vínculos con sectores de izquierda que tenían presencia en el sindicato en ese momento. En 1954 fue elegido delegado en la fábrica CATITA, un bastión metalúrgico donde consolidó su relación con la UOM. Este es el momento del ascenso de Augusto Timoteo Vandor en la seccional Capital que cambió el mapa interno: Rucci se alineó rápidamente con él.
Vandor es otro de los nombres claves para entender el sindicalismo y el peronismo de los próximos años, fue quien transitó la llamada “resistencia peronista” al frente del gremio más importante del país. Ese gesto de Rucci, de enfilarse detrás de Vandor marcó su decisión de ubicarse en defensa de un modelo de sindicalismo que venía siendo estatizado desde hacía unos años por parte del gobierno de Perón. Un modelo burocrático y verticalista que ubica al movimiento obrero ya no enfrentado las contradicciones antagónicas de clase con el empresariado, sino explicando falsamente que la conciliación y el 50-50 entre trabajadores y burgueses era el camino.

1955: el golpe que busca frenar conquistas y la resistencia
El 16 de septiembre de 1955, los sectores más reaccionarios de la Marina, la Fuerza Aérea, la burguesía industrial, la Iglesia y la influencia de Estados Unidos concretaron el golpe contra Perón. Tres meses antes los bombardeos a Plaza de Mayo habian sido el aviso de lo que se venia.
La autodenominada “Revolución Libertadora” implementó un amplio plan de proscripción: persecuciones, fusilamientos, disolución de organizaciones políticas y prohibición del lenguaje peronista, desde los nombres de Perón y Evita hasta símbolos asociados. El golpe no solo buscaba borrar burdamente los rastros del peronismo, sino que lo más importante para los autores era frenar las múltiples conquistas obreras que habían sido fruto de décadas de lucha, el envalentonamiento de los trabajadores y su autoorganización, que -a pesar de la burocracia que sostenía la mayoría de los sindicatos y su central- eran un arma que la burguesía no quería permitir su existencia.
Frente a esto, los sindicatos se convirtieron en el principal núcleo de resistencia a la dictadura. Las 62 Organizaciones de la CGT cobraron fuerza, articulando una nueva relación entre estructura sindical y política peronista. Pero no solo se expresó la lucha en los brazos de las burocracias, sino en la participación independiente de obreros y organizaciones como Palabra Obrera, parte de nuestra corriente, que en ese momento fue claro en que había que enfrentar al golpe gorila y defender las conquistas democráticas y obreras. En esa trama, también se consolidó una burocracia que no sólo enfrentaba al régimen militar, sino que también comenzaba a disciplinar internamente a su propia base. Rucci sería parte de esta dinámica. Fueron los años donde se forjó como dirigente sindical, participando de las grandes huelgas como la del frigorífico Lisandro de la Torre en el 59´.
En los años siguientes, la resistencia obrera se siguió expresando en huelgas, sabotajes, volanteos clandestinos y rearticulación sindical. Rucci, a pesar de idas y vueltas dentro de la UOM, con enfrentamientos internos con Vandor y su sector, para el 64’ fue enviado a San Nicolás por pedido de Vandor, donde fue designado interventor de la seccional. Su tarea fue la “normalización” y reordenamiento de una base que no venía respondiendo a la conducción de ese momento. Este es uno de los puntos de inflexión en la vida de Rucci, donde logra ganar la comisión de SOMISA rápidamente, y con el tiempo se vuelve el Secretario General de la seccional San Nicolás. Esto fue clave tanto para Rucci en su periplo personal como también para la UOM, que lograba encorsetar una zona complicada, con bajas afiliaciones y a la vez ganaba peso en fábricas de mucha importancia como SOMISA que llegó a contar con más de 10.000 trabajadores.
1969-1973: del Cordobazo al auge del clasismo
Llega 1969 y se suceden varios hechos claves para esta historia, una es el proceso obrero-estudiantil del “Cordobazo” y la otra es la muerte de Vandor. Desde el 66’ el país es gobernado por la dictadura de Onganía, férreo anticomunista que llevaba adelante una fuerte represión a estudiantes y obreros. La etapa que sigue al Cordobazo fue la más desafiante para el modelo sindical tradicional. La irrupción del clasismo en Córdoba —SITRAC-SITRAM, SMATA, Luz y Fuerza de Tosco— tensionó al máximo la estructura sindical peronista.
Mientras el país se radicaliza al calor del Mayo Francés, la Revolución Cubana y las luchas anticoloniales, sectores del movimiento obrero comenzaron a cuestionar abiertamente el pacto de conciliación con la burguesía. El clasismo planteaba democracia sindical, independencia política de los trabajadores y ruptura con las cúpulas burocráticas. La clase obrera argentina llevaba años de dictaduras, represión, persecución y ataques a sus conquistas. El desgaste con los sindicatos burocráticos que ya no ofrecen salidas ni se ordenan por las peleas políticas y democráticas hace que comiencen a perder fuerza frente a sectores que sí las ofrecen: las organizaciones clasistas, que no solo hablan de la pelea sindical, sino que discuten sobre el rol de las herramientas gremiales y la pelea política para la transformación social. La década del 60’ venía gestando una radicalización ascendente de los trabajadores, estudiantes y las organizaciones revolucionarias, y el Cordobazo y las respectivas réplicas en las diferentes provincias del país demostraron el clima insurreccional al que el peronismo tuvo que responder pero a la vez aminorar.
Desde las filas de la burocracia Rucci, junto a Lorenzo Miguel, se convirtieron en los principales operadores para frenar esa radicalización. El auge del clasismo al promediar la década era un temor notable para la burocracia, la burguesía y la dictadura. Las diferentes posturas dentro del peronismo de cómo enfrentar al clasismo y la izquierda no le permitía suprimir del todo. Vandor llevaba años levantando la idea del peronismo sin Perón -que llevaba más de una década en el exilio-, mientras Rucci y Ongaro se alinearon siempre bajo las directrices del General, siguiendo líneas directas e insistían en un sindicalismo al servicio de Perón. Pero llega junio del 69’ y el asesinato de Augusto Timoteo Vandor marca el paso de Rucci a la escena principal de los conflictos.
El ascenso en la CGT y el papel en la vuelta de Perón
En 1970, Rucci alcanzó el máximo lugar dentro del aparato sindical: fue elegido secretario general de la CGT, con la particularidad de que fue sin llegar a ser el secretario general de la UOM. Pero era el dirigente que Perón creía que podía garantizar fuertes y unificadas estructuras sindicales en una Argentina en plena ebullición. La burguesía reclamaba “paz social”; el movimiento obrero pedía aumentos salariales y participación política; el peronismo quería volver al poder sin estallidos. Rucci era la pieza intermedia. Con Onganía fuera, los posteriores mandatos de Levingstone y Lanusse cerraron 7 años que marcaron el fracaso de los militares en frenar el ascenso obrero, y contener, por parte de las burocracias, a las bases obreras y estudiantiles del giro al clasismo y las ideas del socialismo.
Sumado al crecimiento de organizaciones revolucionarias y de lucha armada, que se enfilaron al peronismo. La “infiltración marxista”, como la llamarían desde los sectores de derecha, empezaba a hacer mella sobre todo en la juventud y la gran convulsión social solo tenía un posible apaciguador visible: Perón.
Es por eso que para el 73’ tanto el gobierno militar, la gran burguesía argentina, las organizaciones políticas y sindicales tradicionales vieron urgente la vuelta de Perón al país como el único capaz de contener a las masas de un posible proceso revolucionario.
Rucci en la vuelta del general fue clave, no solo en lo logístico, sino en lo político, ya que a diferencia de otros dirigentes sindicales no concebía un sindicalismo alejado de la figura de Perón. Como cabeza de la CGT, ya se venía enfrentando a los sectores radicalizados de las fábricas y de la juventud de “la tendencia”. En febrero del 73’ crea la Juventud Sindical Peronista para intentar enfrentar a la JTP ligada a Montoneros. Además son varias las pruebas de sus vínculos con la Concentración Nacional Universitaria (CNU), una organización fascista responsable de la masacre de La Plata contra militantes del PST, y que actuaba en el marco de la Triple A. Otro de los ejemplos es la intervención de la CGT Córdoba en febrero de 1973. Acá se demuestra cómo actuó para poner un freno al impulso democrático y combativo. Allí se enfrentó, no solo a Montoneros o a las organizaciones revolucionarias, sino sobre todo al sindicalismo independiente y a las experiencias obreras más avanzadas del clasismo.
Con Perón en el país, se dan varios episodios importantes desde un primer momento. La violencia interna y el enfrentamiento entre las organizaciones de la “ortodoxia peronista”, ligada al sindicalismo, y la “tendencia”, ligada a Montoneros y la JP, se expresó en la llegada a Ezeiza del Pocho, con varios muertos y decenas de heridos. Este va ser uno de los primeros síntomas de lo que se avizoraba. Las contradicciones cada vez pujaban más y Rucci no era ajeno a esto. Su responsabilidad y claridad sobre el rol que debían jugar las organizaciones sindicales para el sostén del nuevo gobierno peronista era evidente.
En este contexto, como una de las medidas principales del tercer mandato peronista es el famoso “Pacto Social”, que implicaba: congelamiento salarial, acuerdos de productividad y un férreo control de las bases.
Ese pacto, presentado como “unidad nacional”, significó en los hechos el intento de contención de la conflictividad obrera. Rucci no sólo fue quien lo sostuvo políticamente, sino que fue junto a Perón uno de los ideólogos. Por gran parte de la base de la juventud y la clase obrera radicalizada, esto fue tomado como una gran traición de quien les había hablado de “la patria socialista”. No se enfrentaba al imperialismo, ni a los más ricos, ni al gorilaje; se los beneficiaba mientras los trabajadores no podían recibir aumentos salariales en un marco de alta inflación.
Su asesinato
El 25 de septiembre de 1973, apenas dos días después del triunfo electoral de Perón, Rucci fue asesinado. Aunque no del todo confirmado, siempre fue un secreto a voces que el ataque a Rucci fue perpetrado por Montoneros. Su muerte impactó de lleno en la interna peronista y fue utilizada por la derecha del movimiento para justificar un endurecimiento de posiciones. Los ataques a la izquierda en los meses siguientes se intensificaron y la matanza organizada desde el Estado con las bandas parapoliciales de la Triple A comienza.
Durante décadas, sin embargo, dentro del propio peronismo su figura fue tratada con cuidado: no era un mártir incuestionable, tampoco un símbolo convocante. Se lo recordó, pero sin elaborar un relato épico. Su figura permaneció congelada y reivindicada por sectores muy específicos.
¿Por qué vuelve Rucci hoy?
En los últimos años, algunos nuevos discursos comenzaron a recordarlo sin tanto recelo. Lo mencionan desde sectores ligados a la CGT como Hugo Moyano, el “Momo” Venegas, hasta dirigentes del peronismo político, como hace poco Alak y Kicillof nombrando una calle en La Plata con su nombre. Esto no es casual, sucede en un contexto de fuerte polarización social, con un sindicalismo desprestigiado frente a una clase trabajadora precarizada, con un peronismo peronismo en crisis frente a una base social fragmentada y surge de la necesidad de símbolos y figuras que se adapten a tiempos donde la ultraderecha fue marcando agenda. Donde se necesita un sindicalismo que habilite a Milei a un “nuevo pacto social”, que, en este caso, implica pasar la reforma laboral y previsional, erosionar los pocos derechos laborales que sostienen los trabajadores, mantener las estructuras verticales y burocráticas clásicas que sostengas a las posibles “fugas por izquierda” que pretendan combatir al paquete de reformas libertarias.
Pero su figura también contiene una gran carga ideológica: fue quien se enfrentó al avance del clasismo y las ideas del socialismo en la Argentina. Esto hay que enmarcarlo en la experiencia fresca de los gobiernos kirchneristas, que en lo discursivo levantaron muchas de las banderas de la “izquierda”, pero que por seguir los planes de ajuste del FMI muy lejos quedaron de aplicar un verdadero plan de beneficios sociales para las mayorías. Entonces la reivindicación de las figuras de la derecha peronista puede ser un elemento para despegarse de las experiencias fallidas de sus gobiernos.
Por una salida clasista, antiburocrática, democrática y socialista
Pensar a Rucci hoy no es un ejercicio histórico neutral. Su figura se resignifica en medio de una crisis profunda del peronismo y de un modelo sindical que perdió legitimidad entre amplios sectores de la clase trabajadora.
Su regreso al discurso político actual revela más del presente que del pasado. Dice algo sobre el miedo a la irrupción de nuevos ”clasismos”, sobre la necesidad de restaurar una autoridad perdida y sobre la voluntad de reescribir los 70 desde una óptica conservadora.
En un país donde el conflicto social vuelve a estar a flor de piel, reivindicar a Rucci no es un gesto inocente. Es nuestra tarea desde la izquierda poder construir alternativas sindicales y políticas por fuera de los estamentos de las burocracias y partidos como el PJ que ya han demostrado por demás estar atados al empresarios nacional, a las directrices del FMI y no enfrentar consecuentemente al imperialismo.
Frente al avance de Milei, la complicidad de la CGT y el reciclaje de figuras como Rucci, la salida está lejos de todas las experiencias fallidas del PJ, PRO y LLA. Está en las calles; en los lugares de trabajo, las Universidades con marchas históricas, el movimiento feminista y de disidencias que se organizó en asambleas antifascistas, en la organización independiente de los barrios que pelea por trabajo digno, de los jubilados y del movimiento disca. Y tomando como ejemplo la lucha del Garrahan, con una dirección combativa, amplia y democrática que le permitió conquistar un 61% de aumento frente a un gobierno que los atacó desde el día 1. De esas experiencias tenemos que construir una alternativa política y sindical, para que de una vez por todas gobernemos los que nunca gobernamos: los trabajadores y la izquierda.
Guillermo Delfino – MST Zona Oeste



