lunes, 23 diciembre 2024 - 07:03

Opinión. Genocidas de ayer, negacionistas de hoy

El “homenaje” convocado por Victoria Villarruel, con la excusa de la libertad de expresión, fue para negar el genocidio y reivindicar a la dictadura. Con la izquierda al frente, organismos de derechos humanos y organizaciones populares repudiamos esa provocación. Villarruel y Milei pretenden reinstalar la mentirosa “teoría de los dos demonios”. Hay que pararles la mano.

El evento realizado en el Salón Dorado de la Legislatura porteña generó bronca y repudio. Se rodeó el recinto y se logró dar amplia difusión a su carácter reaccionario. Entre sus invitados hubo militares procesados por asesinato y torturas, así como abogados defensores de genocidas. Además, en la charla atacaron a los organismos de derechos humanos y a la izquierda como defensores del “terrorismo”.

Toda esa tergiversación de la realidad busca rehabilitar la llamada teoría de los dos demonios, para conseguir impunidad y revertir los procesos de juicio y castigo a los represores logrados con décadas de lucha y movilización. Por eso creemos importante denunciar el objetivo de los liberfachos, desnudar sus mentiras y a la vez clarificar la verdadera historia, incluida la postura de nuestra corriente en aquel entonces.

Los 70: se tensa la lucha de clases

En esa década, para tratar de poner fin al fuerte ascenso obrero y popular, el gobierno peronista asumido en 1973 fue preparando el terreno para la asonada militar.
Se venía de grandes luchas de trabajadores, estudiantes y sectores populares que desbordaban a la burocracia de la CGT, como el Cordobazo de 1969 y otras rebeliones y oleadas de huelgas. En las fábricas avanzaba el clasismo. Así se había derrotado a la dictadura de Onganía y Lanusse, imponiendo elecciones libres. La burguesía aceptó el regreso de Perón al país desde el exilio a fin de frenar ese movimiento.

Con la vuelta al sistema democrático creció el activismo clasista y de izquierda, con peso en Córdoba, Villa Constitución y los cordones industriales del Gran Buenos Aires. Junto a recuperar comisiones internas y cuerpos de delegados, surgieron coordinadoras fabriles opositoras a la burocracia sindical. Los fenómenos guerrilleros (ERP, Montoneros y otros) fueron un componente de ese ascenso. A la vez se abrió un debate estratégico en las filas de la izquierda y el activismo, bajo el impacto y el entusiasmo que generó la Revolución Cubana: ¿qué camino para la revolución, qué herramientas?

Por otra parte, desde el propio gobierno de Perón e Isabel se inició la represión parapolicial mediante la formación de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), banda armada de ultraderecha que con sus secuestros y asesinatos de activistas sindicales y estudiantiles anticipó los métodos que luego multiplicaría la dictadura genocida tras el golpe militar de 1976.

Dos orientaciones en juego

Los debates en los 70 eran sobre todo políticos, para la acción de los revolucionarios. Nuestra corriente histórica y nuestro antecesor, el PST, sostenía que el camino para la revolución era a través de la movilización de masas, el impulso a las crecientes luchas obreras y juveniles. Y sobre todo, la construcción de un partido revolucionario que acumulara más voluntades en esas luchas para dirigirlas hacia la revolución y el socialismo.

En cambio el PRT-ERP y Montoneros, en una traslación mecánica de lo sucedido en Cuba, buscaron un atajo vía la lucha armada y “acciones ejemplares” que impacten para -suponían- así convencer al activismo de seguir sus pasos. Es decir, reemplazar las luchas de masas por acciones guerrilleras. Esta estrategia, en donde se aplicó, le costó caro a una generación de revolucionarios. Nosotros polemizamos con el método y la política de estas organizaciones, porque al mismo tiempo depositaban ilusiones políticas en el gobierno burgués peronista que aplicaba ajustes y reprimía al activismo clasista. Pelear “por dentro” del PJ era una batalla perdida de antemano.

El foquismo concebía a la guerrilla como único camino a la revolución. Relegaba y hasta prescindía de la lucha de masas, indispensable para todo triunfo revolucionario. Así se fueron aislando cada vez más del proceso de movilización obrera desde el Cordobazo y terminaron diezmados por las Fuerzas Armadas incluso antes del golpe de 1976. En realidad, el objetivo central de la dictadura fue liquidar a la numerosa vanguardia sindical, estudiantil y popular combativa para imponer un plan económico brutal de ajuste y entrega al imperialismo.

Ni guerra ni dos demonios

Más allá de nuestra crítica a la guerrilla, siempre los defendimos frente a la represión estatal y repudiamos la maniobra de sostener que aquí hubo una guerra entre dos demonios. Esa campaña justificatoria del genocidio ya la intentaron años atrás muchos políticos patronales y ahora Villarruel y Milei buscan reflotarla. Pero jamás es equiparable tal o cual acción violenta de un grupo al terrorismo de Estado, que es la apropiación de todo el poder político y el aparato institucional (fuerzas armadas, policiales y de seguridad, justicia, parlamento, medios, etc) y utilizarlo para secuestrar y asesinar a miles de personas, incluido cometer torturas, violaciones, robo de bebés y otros delitos de lesa humanidad.

Con la caída de la dictadura, bajo la cual Madres y Abuelas ya habían iniciado la gesta por justicia, se abrieron décadas de lucha contra la impunidad. Pese a que los sucesivos gobiernos buscaron el olvido y la reconciliación con los genocidas, el movimiento de derechos humanos prosiguió, siempre con el apoyo consecuente de la izquierda. En 2003, con la nulidad de las leyes de Punto Final y Obediancia Debida, se reabrieron los juicios y ya se logró la condena de más de mil represores. Y es un ejemplo a nivel mundial que la justicia juzgue y castigue un genocidio cometido por el propio Estado.

Es un hecho, también, que el gobierno kirchnerista hizo una cooptación de muchos organismos de derechos humanos, frente a la cual sólo el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia se mantiene independiente. Esa evidente utilización política durante años de la bandera de los derechos humanos sin duda mermó el amplio prestigio social de esa lucha. Y al igual que en otros planos, eso le abrió las puertas a la derecha y la ultraderecha para relanzar su campaña mentirosa. Pero nada disminuye la enorme legitimidad de esa lucha democrática histórica y habrá que explicarla y defenderla cada vez que sea necesario. Si hoy los liberfachos retoman ese intento, tienen que saber que los vamos a enfrentar y derrotar como siempre lo hicimos: con la movilización del pueblo trabajador.

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