One Piece. Una bandera que recorre las revueltas de Indonesia, Nepal y Perú

En medio de protestas que estallaron en países tan diversos como Indonesia, Nepal y Perú, ha surgido un símbolo común entre jóvenes manifestantes: la bandera pirata del anime One Piece, el “Jolly Roger” de los Piratas del Sombrero de Paja. Lo que comenzó como una curiosidad simbólica hoy se interpreta como una forma de comunicación compartida entre las rebeliones de la Generación Z, que comienza a ser un actor central.

Un emblema adoptado por una generación

Ya recorre el mundo la pregunta de cómo un símbolo del anime se ha convertido en estandarte que conecta procesos de lucha social en distintos puntos del sur global.

One Piece es una franquicia japonesa de manga y anime con una enorme difusión internacional. Su narrativa de luchas contra la opresión, piratas que desafían regímenes corruptos y búsquedas de justicia resuena especialmente entre quienes construyen su mundo desde redes sociales, fandoms y cultura digital.

Sus personajes enfrentan abusos, corrupción, desigualdades y regímenes autoritarios. Los jóvenes que empuñan esa bandera recuperan esa narrativa ficticia para dotarla de peso real: no solo como tributo al anime, sino como metáfora del enfrentamiento entre pueblo y poder.

El Jolly Roger de los Sombrero de Paja –una calavera con un sombrero de paja sobre huesos cruzados– es fácil de reproducir, visible en manifestaciones y adaptable en pancartas, ropa, motos y carteles. Esa visibilidad estética facilita que la protesta identifique un “emblema común”.

La Generación Z (nacidos entre fines de los 90 y comienzos de los 2010) ha crecido entre plataformas, memes, fandoms y redes sociales. No heredó la política tradicional, sino un descreimiento de la misma al ver cómo su futuro se desvanecía en el aire. Toma los elementos culturales disponibles e inventa una “lengua visual compartida” que permite manifestaciones conectadas más allá de las fronteras.

¿Cómo aparece en las protestas?

Entre agosto y septiembre de este año, la bandera surgió como símbolo popular. Primero en Indonesia, donde camiones y transportistas empezaron a ondearla en protesta contra leyes de transporte, restricciones y medidas arbitrarias del Estado. El gobierno reaccionó calificando su uso como amenaza a la unidad nacional e incluso planteó la posibilidad de prohibirla.

Posteriormente, en Nepal, la bandera pirata apareció en plazas y marchas contra la prohibición de redes sociales, la corrupción y la censura. Allí cargó con simbologías ligadas al poder político, el control estatal y el hartazgo juvenil.

Ya cruzando el océano, en Perú las manifestaciones de jóvenes contra las reformas de pensiones y la corrupción del gobierno de Dina Boluarte también tuvieron como protagonista la bandera pirata. Los manifestantes la interpretan como signo de rebeldía ante un sistema que sienten que les roba el futuro, desafiando incluso los pilares del régimen fujimorista.

Significados políticos y riesgos

Aunque cada protesta tiene un contexto distinto, la bandera funciona como puente simbólico: muestra que los jóvenes piensan que estos conflictos son parte de una misma lucha global por la dignidad y la transparencia.

Que un símbolo de ficción se use en protestas reales desafía la solemnidad oficial. No es una bandera partidaria ni reclama siglas políticas: es resistencia estética. Ese hecho puede hacer que algunos gobiernos subestimen la protesta, pero al mismo tiempo complica su censura sin que parezca arbitraria.

La potencialidad de esta simbología es clara, ya que unifica reclamos sentidos por una generación que percibe que gobiernos y regímenes le han robado el futuro. Una generación que parecía caer en opciones de ultraderecha o abandonar toda lucha política, hoy irrumpe nuevamente en las calles, con sus símbolos y demandas propias. 

 Aun así, existe el riesgo de que el símbolo se vacíe si no se nutre con contenido político claro. Si se convierte en una moda sin conexiones con demandas reales, puede agotarse como emblema.

Esta insignia, que expresa canales de conexión internacional en un mundo globalizado y mezcla elementos de la cultura popular, las redes y la manifestación callejera, puede dar un salto si toma contenido de clase y se sostiene conscientemente como símbolo antisistema.

Un puente entre la cultura y la política

La bandera de One Piece no es un elemento decorativo en estas protestas. Es un puente entre lo cultural y lo político, un síntoma de que la oposición juvenil no solo se queja: inventa lenguaje. Y en ese lenguaje compartido, los jóvenes encuentran un modo de reconocerse entre sí, de ser visibles y de demostrar que la fantasía puede alumbrar la política real.

El uso de ese símbolo revela que, para la Generación Z, los mundos ficticios no son ámbitos separados de lo “real”: son parte de sus modos de habitar, interpretar y disputar el mundo. En esas banderas pirata ondea el desafío de que otro mundo es posible, y la ambición de llevar la rebelión simbólica al terreno del poder.

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