martes, 5 noviembre 2024 - 20:25

Olimpíadas. Géneros sin fronteras

Los Juegos Olímpicos son el mayor evento deportivo mundial, en el que participan atletas de las 200 naciones del mundo. Ya en la Antigua Grecia, en el siglo VIII antes de Cristo, eran al mismo tiempo una notoria vidriera política.
Además de la multiplicidad de deportes, el esfuerzo y el profesionalismo, por su repercusión dichos juegos son un espacio único para visibilizar distintas reivindicaciones sociales y políticas. Lo mismo ocurrió ahora en Japón, en donde trabajadores de la salud protestaron porque a causa de las olimpíadas el gobierno pretendió asignarles tareas sanitarias sin pago.
Así, vimos deportistas que en apoyo a Palestina se negaron a enfrentar a sus competidores israelíes, un nadador birmano que rechazó integrar la selección en repudio al golpe militar en su país y un judoca argentino que debió vender su auto y dormir en un aeropuerto por la vergonzosa falta de apoyo estatal. El dictador bielorruso Lukashenko tenía prohibido ir a Tokio por la burda injerencia gubernamental sobre sus deportistas.
Esta vez, la mayoría de los gestos públicos tuvo que ver con reclamos de género, como expresión de la ola feminista y disidente internacional. Junto con la medalla de plata de Las Leonas y las de bronce en vóley y rugby seven que ganó la Argentina, son historias que nos conmueven

Oro para la ola feminista y disidente

Sobran los ejemplos de cómo la lucha de los movimientos feministas y LGBTI+, en ascenso desde 2015, repercutió en las olimpíadas. Aunque intenten prevalecer discursos conservadores, esa cuarta ola puso todo en cuestión.
Uno de los mayores ecos lo tuvo el equipo de mujeres de handball de Noruega, que, contra el sexismo y la mercantilización del cuerpo femenino, se negaron a jugar con la bikini reglamentaria y usaron shorts. La Federación Internacional de Handball multó a cada jugadora en 177 dólares. Pink, cantante y activista feminista LGBTI+, apoyó a las atletas y pagó la multa. Al reclamo se sumaron las gimnastas alemanas, que usaron trajes enteros y revindicaron el derecho a competir vestidas como lo decidan.


No es la primera vez que surgen críticas y debates sobre cómo visten les competidores, en especial las mujeres. En las olimpíadas de 2016, en Río de Janeiro, se hizo viral la imagen de una atleta egipcia que por primera vez en la historia de los juegos compitió usando el hijab islámico, fuera de reglamento.
Y las demandas fueron más allá. Los esgrimistas norteamericanos Jake Hoyle, Curtis McDowald y Yeisser Ramíirez usaron un tapabocas rosa en apoyo a las víctimas de abuso sexual de otro integrante de su equipo, en un acto que titularon Rompe el pacto patriarcal. También hubo varios atletas LGBTI+ visibles que siguen marcando terreno:

  • Al recibir el oro, el clavadista británico Tom Daley se declaró “increíblemente orgulloso de ser gay y campeón olímpico”.
  • Laurel Hubbar, una mujer trans de Nueva Zelanda, representó a su país en la competencia de levantamiento de pesas.
  • La negra lesbiana Yulimar Rojas, venezolana migrante en España, ganó el oro en salto triple y marcó un nuevo récord mundial.
  • Quinn, mediocampista del equipo canadiense de fútbol femenino, es la primera persona trans no binarie en ganar una medalla de oro.
  • El podio lo lidera Brasil, con sus futbolistas lesbianas Ana Carolina da Silva, Alessandra Alves, Bárbara Barbosa e Isadora Cerullo.
  • En total, en Tokio participaron al menos 142 atletas de la diversidad sexual que se reconocen como tales, pertenecientes a 25 países.

En el polo contrario estuvo Trump, que al equipo de fútbol femenino yanqui, que ganó el bronce y cuya capitana es la activista lesbiana Megan Rapinoe, lo llamó “grupo radical de maníacas de izquierda”.

A su vez, la Unión Europea de Fútbol (UEFA) no autorizó al estadio de Munich a iluminar con los colores arcoíris el partido Alemania-Hungría, en protesta contra las leyes anti-LGBTI+ de este último país. Pese a eso, otros estadios alemanes sí lo hicieron y en el propio partido varios jugadores germanos lucieron un brazalete arcoíris, miles de espectadores llevaban idénticas banderas y un activista hasta entró a la cancha con ella. En solidaridad, el capitán británico y otros futbolistas usaron también brazaletes alusivos.

Un grito que no cesa: Black Lives Matter

En 1986, en México, los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, primero y tercero en la carrera de 200 metros, en el podio alzaron su puño con un guante negro en apoyo a la lucha antirracista y al black power. El COI los eliminó y les retiró sus medallas. Pero su gesto combativo, que conmovió al mundo, quedó para la historia.


En estos juegos olímpicos también tuvo lugar la protesta antirracista. Tras el asesinato de George Floyd, la rebelión yanqui y el respaldo internacional, 80 días antes, el Comité Olímpico Internacional prohibía el eslogan Black Lives Matter en la ropa de los atletas. Querían acallar un grito que ya recorrió el mundo. Pero las jugadoras de futbol británicas y chilenas se rebelaron y luego las norteamericanas y suecas. En la cancha, apoyaron una rodilla sobre el suelo en apoyo a las víctimas del racismo y la violencia policial. El COI prohibió transmitir esas imágenes…
Más directa fue la medallista española Ana Peleteiro, que junto al también medallista Ray Zapata declaró: “No somos de color, somos negros”. Y la lanzadora de peso yanqui Raven Saunders, negra y feminista LGBT, hizo el primer gesto de protesta política en Tokio: al recibir su medalla de oro levantó sus brazos y los cruzó en X para representar la intersección de todas las personas oprimidas.

Solidaridad olímpica

El cambio viene latiendo desde hace rato. Es la ola feminista y disidente, las rebeliones populares con la juventud al frente, el movimiento negro y otra larga lista de luchas. Por más que el Comité elitista que organiza las olimpíadas quiera mostrar un mundo calmo, callar las voces críticas e imponer la Norma 50 contra los reclamos políticos, la realidad supera todos los obstáculos.
Como reflejo de las luchas que hoy se alzan en todo el planeta, en Japón los gestos y acciones de atletas con compromiso visibilizaron banderas justas. En un mundo sin explotación ni fronteras, todo el deporte olímpico mostrará nuevos y más altos valores de solidaridad, hermandad y compañerismo. Los atletas de salto en alto Gianmarco Tamberi y Mutaz Essa Barshim, italiano uno y qatarí otro, que acordaron no desempatar y compartir el oro, son apenas un anticipo.

Micaela Escobar

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