viernes, 27 diciembre 2024 - 21:24

Notas desde Amsterdam. No al silencio

Compartimos este texto del pasado 4 de mayo, que nos enviara desde Amsterdam para su publicación, Alejandra Slutzky, con sus opiniones sobre diversos temas históricos y de actualidad

Soy Alejandra Slutzky, mi madre fue Ana Lucila Svensson, mi padre Samuel Leonardo Slutzky. Quiero pronunciar sus nombres completos para que estén aquí presentes con nosotros. Lo que tengo que decir hoy es principalmente sobre mi padre y su legado.

Nací en Argentina, llegué a Holanda como refugiada durante la última dictadura en ese país.

Mis abuelos por parte de mi padre eran de Bielorrusia, de la ciudad judía de Slutsk. Durante la guerra la ciudad fue vaciada, la gente fue deportada, sus casas fueron ocupadas, nuevas banderas fueron colgadas de las ventanas ocupadas.

Mis antepasados ​​judíos huyeron de los pogromos, como refugiados en un barco que no era bienvenido en ninguna parte, siguieron camino hasta llegar a Buenos Aires.

En Argentina, recién se había cometido un genocidio contra los pueblos indígenas, y los negros habían sido enviados en masa al frente de la guerra contra el Paraguay. Durante mucho tiempo no se encontró un solo negro en Buenos Aires. Mis abuelos eran felices en el nuevo mundo. El genocidio ya estaba normalizado. No se hablaba de eso, después de todo, era antes de su tiempo.

En el período previo a la Segunda Guerra Mundial, los judíos fueron cada vez más discriminados. Había un orden jerárquico de discriminación en el que a los judíos se les dio lugar por encima de los nativos, los gays, los negros, los “locos” … Podían vivir con eso. No estaba mal, habían pasado peores.

Mientras tanto, las dictaduras se sucedían y un viento revolucionario soplaba en el mundo, Cuba, Vietnam, Praga, París, la Unión Soviética, Mao … Mi padre y mi tío se adentraron en el marxismo.

Mis padres se conocieron y decidieron ir a Cuba, allí se entrenaron para la revolución. Mi padre fue el primero en regresar a Argentina. No le fue muy bien, mi padre y sus compañeros cayeron en una emboscada en las colinas.

Sus compañeros me compartieron la anécdota que cuando los capturaron tuvieron que acostarse boca abajo con las manos detrás del cuello y que uno de los soldados le ordenó a mi papa: “Usted doctor, siéntese”. Pero mi padre dijo: “No, si a mis compañeros no se les permite sentarse, a mí tampoco”. Enfureció a los militares por esto. Estaba negando aceptar privilegios. Se ensañaron con él, le golpearon más, lo torturaban como judío durante los siguientes 5 años en prisión.

Finalmente lo liberaron.

Mi padre me enseñó a no creer todo lo que se dice. Me enseñó que Jesús fue el primer socialista revolucionario, que defendió a su pueblo contra la élite y los gobernantes. Que defendió a su pueblo contra el sistema de exclusión y opresión. Que lo crucificaron por eso.

Me enseñó que yo, como ser humano, no valía más que una vaca, que un árbol, una mariposa, un perro.  Que mirara bien a las hormigas, que aprendiera de ellas, cómo organizarse, que cada rol en el grupo es igual de importante, que se necesitan todos, unos a otros, que todo está conectado.

Me llevó con él a los barrios marginales cuando iba de visita médica. Dejándome con los niños mientras él atendía a sus pacientes.

Mi padre me enseñó sobre el pueblo palestino, cómo fue invadido, cómo sus casas fueron ocupadas por judíos de todo el mundo.  Me enseñó que las piedras son “dignas” cuando son piedras con las que un pueblo se defiende.

La noche que se llevaron a mi padre, estábamos durmiendo. Llegaron y metieron a mi “hermanita” en mi cama, me susurró: “Ale, ¿por qué tiemblas tanto?”. Supe entonces lo que es el miedo a la muerte.

Interrogaron a mi padre en su habitación primero, revisaron todo y se lo llevaron.

Luego la casa, la calle, los vecinos, los perros, nosotros, todo quedó en un profundo silencio.

¿Nadie vino a ayudarnos? ¿Seguramente los vecinos lo habían oído? ¡Mi padre era “El Doctor” del barrio! Era muy querido…. No salió nadie, no se encendió ninguna luz cuando salimos de la casa y comenzamos a caminar, sin saber exactamente a dónde ir.

El silencio del barrio, de la gente, de la ciudad, del país. Era un silencio lleno de resistencia, de rebeldía, de tanto que debería haberse dicho y no se dijo.

Ese silencio hizo posible que continuara el terror. Se instalaron 365 campos de tortura en Argentina. 30.000 personas fueron desaparecidas.

Fue todavía bajo la dictadura que Las Madres de Plaza de Mayo empezaron a caminar. Los militares las llamaron las Madres Locas.

Las Madres gritaron tan fuerte como pudieron que lo único que querían era saber dónde estaban sus hijos, si estaban bien, si estaban vivos, si el bebé había nacido, si podían ver a sus hijos, ¡por favor!

Las Madres hablaban de Amor y llevan 44 años en la plaza.  Las Madres permanecen unidas hasta el día de hoy, alguna es trotskista, otra socialdemócrata o no opina políticamente, pero si caminan juntas, se dan espacio y caminan.   Las Madres me enseñaron que el arma más poderosa está en nosotros mismos. Es el amor. No el amor romántico pero el amor basado en la igualdad, la justicia, la compasión, donde los egos son pequeños. Un amor que se regocija de poder hacer algo por otra persona y por eso ser feliz. Un amor con ojos para el invisibilizado, para el sin voz, para la injusticia.

-Hoy día, nuevamente, no permitimos que los barcos con refugiados atraquen, mientras Holanda participa en guerras, en deforestación y maltrato de toda vida, obligándoles a huir.

– Hoy día, personas en todo el mundo son expulsadas de sus hogares y sus hogares son ocupados.

– Hoy día, personas son discriminadas por su color de piel, religión, género, clase u origen, excluidas de la igualdad de derechos, en este país. El racismo y la extrema derecha van en aumento. No solo en la calle, sino también con los gobiernos.

– Una vez más, una princesa puede ir de mochila con una subvención de 1,5 millones, mientras que gente vive del banco de alimentos y los enfermeros no reciben más que un aplauso y una canción.

– Nuevamente, estamos adoptando ciegamente las categorías de personas inventadas por el gobierno: inmigrantes, ilegales, “refugiados reales”, madres asistenciales, beneficiarios de beneficios. Todo destinado a limitar sus derechos civiles y humanos.

Una vez más, los intereses de algunos están por encima de los intereses de todos.

Una vez más, la mayoría de ellos apartan la mirada en masa y se neutralizan con excusas.

Los papeles importan más que la vida, el mercado importa más que la vida.

Recordar es más que mirar atrás. Recordar es querer aprender y, por tanto, posicionarse. Depende de nosotros lo que hagamos con lo que recordamos y como lo vemos, ¿levantamos la voz en defensa del invisibilizado, nos solidarizamos sabiendo que podríamos haber sido nosotros esta vez, o la próxima, o nos mantenemos al margen?

Mis Madres nos siguen pidiendo: Por favor, no permitamos más ese silencio .

Nunca más mirar al otro lado, nunca más cerrar nuestro corazón ante el sufrimiento del otro.

Y aunque pienses que no hay nada que puedas hacer, que nada cambia, busca otras personas con ideas afines, porque están ahí, búscalas y únelas, organízate, levanta el puño, defiende al otro y con ello tu propia humanidad.

No es tarde, nunca es tarde para evitar lo peor.

Nunca más mirar para otro lado

Nunca más al racismo y al fascismo

Nunca más al silencio.

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