domingo, 22 diciembre 2024 - 00:57

“No miren arriba” de Netflix. La frivolidad del mal

La impecable frase de Marx “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa” cobra un sentido literario y estético profundo, ya que algunas veces la narrativa a modo de farsa puede ser más profunda y seria que la tragedia original. 

Algo de esto debía saber Adam McKay, director y guionista de Don’t Look Up cuando acertadamente optó por los recursos de la comedia caricaturesca para decir cosas muy serias. Quizás el mayor acierto de la película es poner en valor a la comedia como uno de los más eficaces discursos políticos. Para eso logró convocar a un verdadero dream team actoral que pone todo su oficio y solvencia al servicio de una trama que recupera lo mejor de la sátira política.  

No hay marquesina que aguante con Jennifer Lawrence como la joven científica Kate Dibiasky; Leonardo DiCaprio con una gran caracterización de Randall Mindy, tutor de Dibiasky; y como si fuera poco Meryl Streep, Cate BlanchettTimothée ChalametJonah Hill, Mark Rylance, Ron Perlman y siguen los nombres de un casting que se debe haber llevado una gran parte del presupuesto de la película. 

La potencialidad política de la comedia 

Yendo a lo concreto, es imposible no llegar a esta película sin estar algo sesgado por los debates que desde su estreno (9 de diciembre en cines y 24 en la plataforma de streaming) han atravesado redes sociales y medios. 

Lo cierto es que no es una película apocalíptica más, aunque estén presente, en clave de parodia muchas veces, casi todos los tics que el ¿género? supo acuñar en las últimas décadas. Es una lograda crítica política y social a un estado de cosas que la pandemia aún en curso potenció y evidenció a niveles inéditos. Retrato vivo de una creciente decadencia que atraviesa los regímenes democráticos burgueses y los medios de comunicación masiva en una correlación que sugiere los altísimos niveles de imbricación que tienen ambos ámbitos.  

Una buena comedia satírica que pone en valor el recurso de lo absurdo y el humor para plasmar una narrativa inteligente, que apuesta -tomando mucho riesgo- a meter muchas ideas en cabezas de muchas personas. A contrapelo de los esquemas y/o recetas que indican optar por o uno o lo otro. 

Muchas de las ficciones que denuncian injusticias, destrucción de la naturaleza y las desigualdades sociales que el capitalismo decadente disemina por el planeta están diseñados estética y narrativamente para fidelizar a los que ya estamos convencidos. En algunos casos están más cerca del paper científico o de una tesis doctoral que de la cultura de masas, y de entrada renuncian a disputar al gran público, ni hablar a los más ajenos a un esquema ideológico político anticapitalista. 

McKay algo de eso nos había demostrado con La gran apuesta, su film de 2015 que mostraba con recursos tales como combinar profundidad con levedad, cómo la especulación de los grandes bancos había generado la crisis económica y de vivienda de los Estados Unidos en 2007/2008. Y así logró una película que desnuda el cinismo, la hipocresía y las miserias de Wall Street amparada por el poder del Estado y establishment que conscientemente permitieron que los abusos de unos pocos codiciosos hicieran estragos, cobrándose 6 millones de puestos de trabajo y dejando a 8 millones de personas sin hogar. 

Polaroid de época  

Pero volviendo a la película, es claro que, con algunos claroscuros narrativos, se logra un buen fresco de lo patético y decadente de política norteamericana, el obsceno poder de las corporaciones y -quizás lo más actual y sensible- el deterioro de las instituciones que conlleva, entre otras consecuencias, al descrédito de los discursos científicos, proliferación de fake news y todo tipo de tropelías que la pandemia en curso nos ha demostrado. El retrato de una época en la que las afirmaciones de ignorantes son tan difundidas y aceptadas como las provenientes de los expertos.   

La secuencia en la que el personaje de Dicaprio escribe apasionadamente que “el método científico es el que permitió desarrollar la computadora en la cual tipeás tus estúpidas teorías conspiracionistas” respondiendo a uno de esos personajes negacionistas que se han vuelto parte del paisaje en las redes, tiene destino de remera. 

Pero también la película es una buena aproximación a estos tiempos en que la fragmentación de fuentes de noticias ha creado un mundo atomizado en términos de información, en el que mentiras, rumores y chismes se distribuyen con una velocidad increíble mediante las redes sociales. Mentiras compartidas en las redes que adquieren la apariencia de verdad. En este sentido, la crisis generada por la pandemia del COVID-19 puso en evidencia cómo varios líderes políticos construyen su propia realidad y la confrontan a los argumentos con sustento científico. Este recurso es fundamentalmente usado para justificar su propia gestión de la crisis sanitaria suscitada por la pandemia. Presidentes como Donald Trump y Jair Bolsonaro son claros ejemplos de toma de decisiones que apelan a la emoción y a las creencias, descalificando las opiniones médicas de especialistas y epidemiólogos, poniendo en riesgo la vida de las personas. 

En ese sentido, otro mérito de la película es que también aporta a poner en cuestión los límites y condicionamientos que tiene la tarea de divulgación pública de la ciencia en los medios de comunicación actuales. Los formatos comunicacionales donde antes que informar hay que entretener tienen como consecuencia un dispositivo que está estructurado de modo tal que solo admite cierto tipo de noticia, y cuando el contenido no entra dentro del formato queda afuera de la atención y es ignorado y/o menospreciado. El muñeco cabezón de Carl Sagan en los primeros segundos de la película mas que guiño parece un homenaje nostálgico a ese gran divulgador de la ciencia.   

Por supuesto que no es una película perfecta y hasta como obra crítica parece quedar a mitad de camino en algunos momentos. La acidez y dureza con la que se muestra el comportamiento de la mayoría de los personajes, ya sean de la superestructura política, la prensa, los gurúes empresariales y tecnológicos, el algoritmo, la derecha o el anticientificismo es tan incomodante como escéptica.  

La frenética y desesperada lucha de los científicos portadores de la mala nueva son un llamado casi abrumador a mirar arriba, al pueblo, el gran ausente como sujeto de la historia, capaz de algunos desmanes y saqueos; pero impotente y pasivo ante el destino de extinción al que los dueños de todo lo están llevando. En este sentido la historia elije no reflejar otro gran signo de esta etapa: las rebeliones populares atraviesan el mundo desde 2019.    

Ahora bien, como se ha dicho muchas veces, la mejor forma de apreciar el arte es disfrutarlo, no pedirle a una película de una plataforma de streaming que funja del nuevo manifiesto comunista del siglo XXI.  

Y es ahí donde uno puede aproximarse a un importante núcleo filosófico del film: lo/as malos, lo/as villanos no son solo eso. Son desopilantes, grotescos, patéticos, algo tontos también y sobre todo, frívolos. Absolutamente frívolos y superficiales.  

Parafraseando a Hanna Arendt, la película nos exhibe la frivolidad del mal. Para graficarlo mejor recomiendo la segunda escena pos créditos finales (sí, hay dos escenas pos créditos) donde Jason Orlean -quizás el personaje más despreciable en la película, y eso que tiene competencia y mucha, -la última persona en la Tierra, desde su teléfono se hace una selfie y pide que le den like. “Por aquí estaré”, postea totalmente solo en un planeta devastado. 

Al final es imposible que la memoria de los plus 50 no nos juegue la mala pasada de evocarnos a Doctor Insólito (1964) de Stanley Kubrick con el genial Peter Seller: el humor, la parodia, lo absurdo, todo junto al servicio de una comedia satírica sobre amenazas apocalípticas pre caída del muro, donde conviven militares paranoicos, políticos ineptos y científicos desequilibrados al inicio de una guerra nuclear ¿No la viste Doctor Insólito?, ¡andá a mirarla! Este es el momento y… a No mires arriba también mírala, merece la pena.  

Breve ficha técnica: No miren arriba (Don’t Look Up), Estados Unidos/2021. Dirección: Adam McKay.  

Guión: Adam McKay, David Sirota. Edición: Hank Corwin.  

Elenco: Jennifer Lawrence, Leonardo DiCaprio, Meryl Streep, Jonah Hill, Cate Blanchett, Mark Rylance, Melanie Lynskey, Ariana Grande.  

Duración: 138 minutos. 

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