Nepal en llamas. Una masiva rebelión popular con la juventud sublevada tumba al gobierno

Nepal, el pequeño país himalayo enclavado entre India y China, conocido oficialmente como la República Federal Democrática de Nepal vive una de las rebeliones populares más masivas, convulsionadas y radicalizadas de estos últimos años, con su juventud sublevada, que obligó a la renuncia del gobierno. La crisis desatada en Nepal elevó a 30 la cantidad de personas muertas por la represión y la violencia social.

Unas 25 personas murieron este lunes, en su mayoría asesinadas por la represión policial en la primera jornada de protestas, entre ellas, la esposa del ex primer ministro Jhalanath Khanal, quemada viva en su casa. Apareció también el cuerpo de un hombre en una de las casas quemadas. Luego se sumó el asesinato a manos de la Policía de otras cinco personas, en el motín e intento de fuga del centro penitenciario juvenil de Banke, al oeste del país.

El Ejército de Nepal abrió fuego también contra prisioneros que quisieron escapar de la prisión del distrito de Dhading, dejando un muerto y siete heridos. Esto ocurre frente a fugas masivas con más de 3.000 presos que huyeron de otras cárceles, liberando incluso a referentes políticos de la oposición encarcelados.

Katmandú y otras regiones prendidas fuego contra los símbolos del poder

La quema de los principales edificios de gobierno, del parlamento, la justicia y las sedes de partidos políticos, las viviendas particulares de más de una veintena de funcionarios del gobierno; la golpiza del ex primer ministro y la muerte de su esposa, quemada en la ocupación de su vivienda, la persecución y el ataque al ministro de Economía, Bishnu Paudel, a quien le quitaron su ropa, lo golpearon y lo tiraron al río Bagmati semidesnudo, son las postales que recorren el mundo sobre una rebeldía que no cesa.

Este martes la capital de Nepal, Katmandú, aparecía repleta de columnas de humo negro y de intensas llamaradas que seguían ardiendo, producto de dos días de furiosas y masivas protestas que desafiaron el toque de queda, enfrentaron una brutal represión y forzaron la renuncia del primer ministro Khadga Prasad Sharma Oli, del Partido Comunista de Nepal (Marxista-Leninista Unificado, CPN-UML), que lideraba el gobierno de Nepal desde julio de 2024. También renunciaron otros ministros, pero acusando a su propio gobierno de “comportamiento dictatorial”. Es que hasta el miércoles 10, no se había extinguido el fuego en la mayoría de las oficinas de gobierno… La rebeldía sigue encendida.

Asistimos así a una semi insurrección popular, encabezada por la juventud de la llamada “Generación Z”, harta de vivir en la miseria ante la corruptela ostentosa de la clase política y empresarial. La revuelta extendida en el país, abrió una enorme crisis política, un vacío de poder que llevó a la renuncia y la caída de los principales representantes del gobierno.

El detonante: miseria, censura y balas

La chispa fue la prohibición del gobierno del uso de las redes sociales, pero la indignación popular viene de años de miseria capitalista. Las protestas de la juventud afectaron a todos los sectores, tanto político, como económico, social, a la educación, la salud, el transporte, el comercio y las acciones se extendieron por todo el país.

La prensa internacional y local marca que la chispa de esta rebelión fue la decisión del gobierno de bloquear 26 redes sociales (como Facebook, WhatsApp, Instagram y YouTube), bajo el pretexto de frenar las “fake news”. Para millones de jóvenes fue un intento de censurar las voces críticas y atacar la libertad de expresión. Así la protesta, organizada incluso desde esas mismas redes, estalló con fuerza.

El lunes 8, decenas de miles marcharon al Parlamento. La policía respondió con gases, carros hidrantes y balazos. El gobierno tuvo que dar marcha atrás con esa prohibición, pero era tarde. La renuncia se dio después de esa brutal represión ordenada, cuando las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra decenas de miles de manifestantes que rodearon el Parlamento, asesinando a 19 personas con disparos de bala.

Según un médico del Centro Nacional de Trauma, el principal hospital del país, “muchos están en condición seria y parecen haber recibido disparos en la cabeza y el pecho”, al recibir a varios de los fallecidos y a decenas de heridos.

El martes por la noche, el Jefe del Estado Mayor del Ejército, Ashok Raj Sikdel, anunció que el ejército asumiría el “control de la seguridad” y llamó a la población a no salir, salvo para sus trabajos esenciales. Habló de “proteger al país y a los nepaleses” al querer imponer un toque de queda indefinido, pero las movilizaciones no habían cesado ese día y el descontento era creciente después de la victoria al tumbar al gobierno.

El Ejército llamó entonces a realizar conversaciones políticas y negociaciones para buscar una salida a la crisis, diciendo que “cualquier protesta que involucre vandalismo, saqueos, incendios o ataques será tratada como un acto criminal”. Claro que esto lo pudo decir después que el país se viera arrasado por las llamas, contra los principales símbolos del poder político y económico capitalista. En principio este miércoles deberían darse esas conversaciones formales a petición del Ejército y del presidente Poudel de Nepal. Nada bueno vendrá de ahí para el pueblo y sus jóvenes insumisos.

Irrupción de furia de jóvenes, trabajadores y sectores populares

La juventud, los trabajadores y sectores más castigados de la población irrumpieron con furia contra la miseria, la corrupción y las medidas autoritarias del gobierno. Los ataques a edificios oficiales, residencias de ministros y el incendio del Palacio de Gobierno (Singha Durbar, con sus oficinas ministeriales y el Consejo de Ministros); el edificio del Parlamento en Baneshwor; la residencia oficial del Presidente de Nepal (Sheetal Niwas); la Corte Suprema; el Tribunal Especial y el Tribunal de Distrito de Katmandú, todo fue arrasado por las llamas y la indignación social.

Fue un proceso nacional: a la residencia del ex ministro del Interior se le sumó el saqueo y las llamas contra la residencia del vicepresidente de la provincia de Lumbini y casi todas las oficinas gubernamentales en Butwal, la subciudad metropolitana y centro económico de la provincia de Lumbini, en el oeste de Nepal. La residencia del alcalde del municipio de Tilottama, la casa del líder del UML (Partido Comunista de Nepal), así como las residencias de la mayoría de los alcaldes y vicealcaldes municipales y negocios dirigidos por líderes cercanos al Congreso y al UML fueron incendiados.

La bronca popular hizo arder las residencias de al menos dos docenas de ministros, entre ellas la vivienda privada del depuesto Oli. La rabia popular no distinguió entre partidos: tanto el gobernante Partido Comunista (UML), como el Congreso Nepalí y los maoístas fueron blanco del repudio.

También fueron atacadas e incendiadas las oficinas del Kantipur Media Group, el mayor conglomerado de prensa del país. La televisión nepalí en Singha Durbar y la oficina de Nepal TV fueron incendiadas. Los manifestantes prendieron fuego también al lujoso Hotel Hilton en Katmandú, hubo saqueos y fuego en empresas y comercios.

Son las expresiones de esa bronca y rebeldía social acumulada por años. El hartazgo con una clase política privilegiada, corrupta y alejada del sufrimiento popular que explotó en este levantamiento que vuelve a modificar la situación política del país himalayo. La protesta fue contra la corrupción, el nepotismo y la impunidad. Las redes viralizaron la etiqueta #NepoKids, en referencia al lujo ostentoso de los hijos de la élite, en contraste con la pobreza de la mayoría.

País hermoso de inmensas cumbres, pero empobrecido

Nepal, en pleno Himalaya, es famoso por sus montañas y las cumbres más altas del planeta como el monte Everest y otros de los “ochomiles” por sus elevadísimas cimas. Tiene un destacado patrimonio cultural y una superficie similar a Mendoza o a la mitad de la provincia de Buenos Aires, pero con casi 30 millones de habitantes.

Detrás de esa imagen turística y belleza agreste, el país arrastra una cruda realidad de pobreza y desigualdad estructural: un 20% de su población permanece en pobreza extrema desde hace más de una década, un tercio de sus infancias menores de cinco años padece retraso en el crecimiento por desnutrición y más del 40% de su PBI depende de la plata que giran millones de migrantes desde el exterior a sus familias.

La economía sigue basada en la agricultura de subsistencia, con baja productividad y falta de inversión. Mientras la élite política y patronal amasa fortunas, muestra impunemente lujos obscenos y perpetúa un sistema de privilegios que generó este profundo descontento.

La corrupción explica la falta de empleo, la inflación, la precariedad del campesinado y la ausencia de servicios básicos como terreno fértil para esta revuelta de masas. El 43% de su población tiene entre 15 y 40 años y se enfrenta a un desempleo juvenil cercano al 13%, lo que obliga a miles a emigrar cada día hacia India, Malasia y otros países para mandar dinero a sus familias.

De la depuesta monarquía a una república fallida

Hasta 2006, a Nepal la regía una monarquía con más de dos siglos. La guerra civil, lucha armada y la insurgencia maoísta se cobró 13.000 muertes, aunque puso fin a la monarquía y proclamó una república en 2008. Pero la democracia burguesa que surge no resolvió las demandas populares, llevando a la rotación permanente de gobiernos, una corrupción y ajustes que se hacen endémicos, con promesas incumplidas esta última década y media. La Constitución de 2015 no cerró estas heridas y se sucedieron los distintos gobiernos que no superaban los dos años, sin que ninguno diera respuesta al hambre, la desocupación ni la falta de infraestructura básica. Fue el caldo de cultivo para esta insurrección urbana y social.

La fuerza de la juventud. Nepal y el mundo: la misma lucha

El protagonismo indiscutido es de la juventud. El desempleo y la falta de perspectivas alimentaron una bronca acumulada que ahora desborda. La masividad, radicalidad y extensión de las protestas muestran que no se trata de un episodio aislado, sino de una verdadera rebelión de toda una generación.

La crisis en Nepal no es un hecho aislado. Forma parte de la oleada mundial de rebeliones contra la desigualdad social, los ajustes, la corrupción y los gobiernos capitalistas que solo ofrecen miseria y represión. Como en Chile en 2019, como en Sri Lanka en 2022, o en las rebeliones en Medio Oriente, la juventud es la chispa que enciende la lucha popular.

Nepal, uno de los 50 países más pobres del planeta, sufre además la opresión imperialista, los programas de ajuste y el pago de la deuda externa (más de 12.000 millones de dólares), hipotecando cualquier desarrollo. India y China disputan su influencia, mientras el pueblo nepalí paga los costos.

Por una salida socialista

La rebelión en Nepal demuestra que la juventud, el campesinado pobre y la clase trabajadora no aceptan seguir pagando la crisis. El pueblo está harto de un régimen corrupto, de la falta de empleo, de la represión y de los privilegios de unos pocos.

Desde la Liga Internacional Socialista expresamos nuestra solidaridad con la lucha de la juventud y el pueblo de Nepal. Rechazamos la represión y exigimos justicia por los asesinatos y heridos. Solo una salida socialista y revolucionaria, que rompa con el capitalismo, la deuda y el imperialismo, puede abrir un futuro distinto para Nepal: expropiar a los corruptos y grandes capitalistas, planificar democráticamente la economía y ponerla al servicio de las mayorías.

Mientras la ONU llama a la pacificación y el diálogo, aunque sin condenar con firmeza la represión estatal, antes que la violencia social, las embajadas de Australia, Finlandia, Francia, Japón, Corea del Sur, Reino Unido, Noruega, Alemania y Estados Unidos también emitieron una declaración conjunta llamando la “moderación”.

Incluso el alcalde de Katmandú llamó a la calma: “Querida generación Z, la renuncia de su asesino ha llegado. ¡Conténganse ahora! La pérdida de gente y propiedades del país significa la pérdida de sus propiedades. Ustedes y yo necesitamos contenernos… Ahora, váyanse a casa”, escribió a la par que promovía el diálogo planteado por el Ejército.

Pero la generación sublevada en Katmandú y en todo Nepal es una muestra clara de que sobra fuerza, bronca y decisión de luchar por país y un mundo distinto. La tarea es transformar esa energía en un proyecto político revolucionario internacionalista que dispute el poder a las castas privilegiadas para avanzar en una salida socialista.

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