jueves, 26 diciembre 2024 - 15:07

Murió Isabel II. Una historia de piratas y parásitos

Murió la reina Isabel II de Inglaterra, uno de los bastiones que representaban el legado de las monarquías aún vivas en el mundo. Estandarte colonialista, después de 70 años en la corona, reviva hoy el debate sobre la permanencia y legitimación de una de las instituciones más antidemocráticas que existen.

Elizabeth Alexandra Mary nació en Londres, el 21 de abril de 1926. Nieta del entonces rey Jorge V, era la tercera línea que sucedería al trono después de Eduardo VIII y su propio padre, Jorge VI. Sin esperar que fuera reina, en 1952, al fallecer su padre, se le adjudicó el título de “jefa de la Mancomunidad de Naciones y reina de los siete países independientes pertenecientes a la misma”. 

Tras su reinado a lo largo de siete décadas, presenció situaciones claves en la política contemporánea, y el recuerdo vivo de ser quien apoyó, con Margaret Thatcher como primera ministra, la Guerra de Malvinas, una herida abierta en nuestro país tras una invasión colonial. No es de sorprender que las reacciones no sean de “profundo dolor y conmoción”, como lo hizo el propio gobierno y la derecha cipaya de Juntos por el Cambio, sino todo lo contrario: de repudio al emblema del imperialismo inglés.

Igual es el sentimiento que genera Carlos III al ascender al trono, que mantiene aún menor imagen positiva, quizá una de las mayores expresiones de parasitismo: sin trabajar durante toda su vida, a los 70 años se consagra como el heredero al trono más longevo.

No ficción

Las películas y series que mostraron la vida, lujos y excentricidades de los royals, más allá de mayor o menor cercanía a la realidad, denotan los privilegios de una institución medieval que no tiene pudor en defenderlos, buscando cualquier forma de legitimación permanentemente y a costa del trabajo de millones de trabajadores.

La monarquía inglesa, con fuerte apoyo en los medios de comunicación británicos, buscó desde siempre la asociación de su rol a valores de “unidad nacional” e incluso “imparcialidad” en asuntos del Estado, nada más ajeno de la realidad. Tratando de justificar su existencia y vida de ostentaciones, muchas veces resalta figuras individuales que restituyan la imagen institucional.  

Pero la suntuosidad de sus vidas recae en las espaldas del pueblo trabajador británico, que pagan en sus impuestos el conocido Sovereign Grant, ingreso anual de los contribuyentes a los royals, que supone los viajes oficiales que realizan, el mantenimiento de sus propiedades y el funcionamiento del Palacio de Buckingham.

Esa no es su única fuente de financiamiento. El Privy Purse (Monedero Privado), que surge de la suma de las ganancias netas obtenidas por el Ducado de Lancaster. Por otro lado, los ingresos personales y herencias. La familia real británica tiene sus propios negocios. Según la revista Forbes, poseen casi 28.000 millones de dólares en inmuebles. La fortuna total de la familia real es cercana a los 88.000 millones de dólares.

Como contraste real, las condiciones de vida de la clase trabajadora en Inglaterra son diametralmente opuestas a las conocidas por la familia real. Como señalaba el artículo de la Liga Internacional Socialista, “las condiciones de vida empeoran aceleradamente. El verano está finalizando con más luchas y síntomas de recomposición del movimiento obrero”.

Las monarquías como sistemas políticos hereditarios y antidemocráticos todavía existen porque el capitalismo imperialista, en este caso inglés, lo sostiene. Por eso, como socialistas no solo peleamos por terminar con el régimen monárquico, sino también con la farsa de la democracia capitalista que solo gobierna para los ricos. Para arrasar de una vez por todas, a parásitos y piratas.

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