Compartimos la nota publicada originalmente en el sitio de la LIS (Liga Internacional Socialista).
En estos días, los titulares de todos los medios de comunicación del mundo entero se ocupan de la muerte de una sola persona, evidentemente muy importante: la reina británica Elizabeth II. Más allá de protocolos y anécdotas, aquí van algunas reflexiones sobre su historia, el rol de las monarquías y las tareas democráticas pendientes en la perspectiva de luchar por cambios políticos de fondo.
Durante sus 70 años en el trono, el reinado más prolongado de la historia británica, Isabel II visitó 116 países. Y nunca necesitó demostrar su identidad ni contar con pasaporte, por ser ella misma quien los autorizaba en su país. En épocas en que millones de personas son indocumentadas o, peor aún, migrantes forzadas que sufren violencia y discriminación, semejante prerrogativa es una confirmación del enorme poderío de la corona británica.
Su fortuna personal rondaba los 450 millones de dólares, menor a la de muchos capitalistas multimillonarios del mundo pero colosal para una persona altamente privilegiada que nunca trabajó en toda su larga vida y que hasta los años ’90 ni siquiera pagaba al fisco el impuesto a la renta. Dueña de 315 residencias, locales comerciales y miles de hectáreas en tierras agrícolas, en 2017 la reina estuvo implicada en el es cándalo de los Paradise Papers por depósitos irregulares en las Islas Caimán y Bermudas, reconocidos paraísos fiscales.
Al momento de su muerte, Isabel II no sólo era la reina de Gran Bretaña sino también de otros 14 países, integrantes de la Commonwealth, entre ellos Canadá, Australia y Nueva Zelanda[1]. Dicha “mancomunidad de naciones” tiene en total 56 países miembros, todos ellos ex colonias y semicolonias británicas, incluidos la India, Pakistán, Bangladesh y varios países de África. Es que hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido era la principal potencia imperialista del mundo.
Si bien a partir de la posguerra los Estados Unidos emergieron claramente como el imperialismo dominante a nivel global, dejando atrás a Gran Bretaña, a través de la Commmonwealth y sus organismos ésta todavía mantiene una injerencia económica, política y cultural sobre la mayoría de los países miembros, más o menos fuerte según el caso.
Una de piratas
Al cumplir 21 años, en una transmisión radial a toda la Commonwelth, la joven Isabel prometió públicamente: “Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea corta o larga, estará dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”. Y cumplió: toda su vida la dedicó a defender los intereses de su casta monárquica, de la clase y el sistema capitalista en general y del imperio británico en particular.
Coronada en 1952 a partir de la muerte de su padre, el rey Jorge VI, su tarea la hizo Isabel II a sangre y fuego frente a todas las rebeliones y revoluciones emancipadoras que llevaron adelante los pueblos de sus ex colonias, y asimismo contra los movimientos de liberación en su propio territorio, como en los casos de Irlanda y Escocia. Lo mismo hacia el combativo movimiento obrero británico, como por ejemplo sus críticas públicas hacia la huelga minera en 1984-1985.
Bajo su reinado, Gran Bretaña integra desde su creación en 1949 la OTAN: la alianza militar imperialista noratlántica que lideran los EE.UU. En 1956 invadió Egipto junto a Francia buscando apropiarse del Canal de Suez. En 1965 la reina destituyó al primer ministro de Rhodesia por un intento independentista. En 1982, como jefa política máxima de la potencia usurpadora, respaldó la Guerra de Malvinas contra la Argentina. Asimismo, intervino militarmente en Malasia (1948-1950), Kenia (1952-1960), Corea (1950-1951), Brunei y Omán (1962), Irán (1980), Irak (1990-1991 y 1998), Sierra Leona (2000), Afganistán (2002 y 2006-2007), Libia (2011) y Siria (2018), entre muchas otras operaciones imperialistas.
Así como en 1674 el rey inglés Carlos II reconoció como caballero al pirata Henry Morgan, la reina Isabel II no jugó un mero rol protocolar ni decorativo sino que alentó o avaló, como máxima representante del poder político británico, cada intervención exterior o interior en función de los intereses de la clase capitalista imperialista.
La lucha democrática, en manos de la clase trabajadora
Resabio de la época del feudalismo, cuando eran la institución hereditaria y predominante del poder político, la permanencia de monarquías en más de 40 países del mundo bajo el sistema capitalista-imperialista actual confirma que la burguesía como clase ha sido incapaz de cumplir acabadamente con las tareas democráticas que le asignó la historia: la liberación nacional de los países, la reforma agraria y la constitución de repúblicas en base al voto popular.
El capitalismo ha asimilado a la institución monárquica y la utiliza al servicio de reforzar la conciliación de clases bajo el lema de la “unidad nacional”, sobre todo en momentos de fuertes crisis políticas. Murió Isabel II pero su hijo Carlos, el flamante rey, intentará seguir cumpliendo el mismo rol reaccionario.
En general con un creciente desgaste a causa de sus arbitrariedades, privilegios y escándalos fiscales y hasta sexuales, en el mundo persiste una variedad de formas monárquicas. En algunos países se combinan con parlamentos electos por sufragio, como en el Estado español, Suecia, Noruega, Bélgica, Holanda, Dinamarca, la propia Gran Bretaña, Jordania y Marruecos. En otros países gobiernan monarquías absolutas, como Swazilandia (hoy Esuatini), Brunei o Arabia Saudita, cuyo nombre es el apellido de la dinastía gobernante (Saudí). En Bahrein, Quatar y Emiratos Árabes Unidos hay monarquías híbridas, cuyos reyes tienen más poderes que los parlamentos. Y en dos países hay monarquías “electivas”: Malasia (el rey es elegido por un consejo de gobernantes) y el Estado teocrático del Vaticano (el Papa es elegido por un cónclave de cardenales).
Más allá de su formato particular en cada país, todos estos regímenes monárquicos deben ser barridos de la historia. Para conducir esa lucha democrática pendiente por supuesto ya no sirven las direcciones burguesas ni tampoco sus aliadas reformistas, que le capitulan a la monarquía y al sistema capitalista en su conjunto. Es más: vergüenza ajena dan los saludos de dirigentes comunistas y socialdemócratas a la familia real.
La batalla consecuente por derrotar a las monarquías allí donde las hay y constituir repúblicas es tarea entonces de la clase trabajadora y del partido revolucionario, pero esa lucha no debe quedarse en un cambio de régimen político sino avanzar a un cambio de fondo, un cambio de todo el sistema económico-social. Porque una auténtica democracia digna de ese nombre, sin las mil y una trampas de la democracia burguesa, sólo se alcanzará con la construcción de una sociedad realmente igualitaria, es decir una sociedad socialista.
Como argentino, como militante socialista y como ex voluntario durante la Guerra de Malvinas, ningún duelo ni condolencias por la reina muerta. Todo lo contrario: ¡abajo las monarquías en Gran Bretaña y en todo el mundo, como parte del combate revolucionario por el socialismo!