martes, 17 junio 2025 - 14:33

Medio Oriente. En llamas, una vez más…

Nota extraída del sitio web de la Liga Internacional Socialista.

El conflicto entre Pakistán e India en el sur de Asia aún no se había calmado del todo cuando, en Medio Oriente, las llamas de la guerra entre Irán e Israel han vuelto a estallar. Fundamentalmente, se trata de una continuación de la agresión descontrolada de Israel en la región, durante la cual Gaza ha sido asolada y el genocidio de palestinos no cesa. En este contexto, las actuales tensiones entre Irán e Israel han escalado intermitentemente desde el año pasado hasta convertirse en enfrentamientos directos, incluyendo ataques mutuos con misiles y aviones no tripulados.

Pero esta vez, la intensidad del conflicto es mucho mayor y su naturaleza mucho más grave. Comenzó el 13 de junio con una andanada de misiles israelíes sobre Irán, lo que supuso el mayor ataque en suelo iraní desde la guerra entre Irán e Irak. El ataque sigue en curso y, según funcionarios israelíes, podría prolongarse indefinidamente. Cabe destacar que este ataque se produjo precisamente en un momento en que las negociaciones nucleares entre Irán y Estados Unidos estaban en marcha. Trump había sugerido en repetidas ocasiones que no quería una nueva guerra en Oriente Medio y que prefería resolver los asuntos con Irán a través del diálogo. Sin embargo, tras el ataque israelí, la continuación de estas conversaciones se ha vuelto prácticamente imposible, tal y como Netanyahu hubiera deseado.

Pero el problema ahora no es sólo la escala o la intensidad del ataque, sino la naturaleza de los daños infligidos a Irán. En las primeras fases del asalto, no sólo murieron la mayoría de los altos mandos militares iraníes, incluidos los jefes del ejército y de la Guardia Revolucionaria -junto con científicos nucleares clave-, sino que también sufrieron graves daños instalaciones nucleares críticas e infraestructuras militares. Se trata de una humillación mucho mayor para Irán que el asesinato en julio de 2024 del líder de Hamás Ismail Haniyeh en Teherán a manos de Israel. También indica que la red del Mossad dentro de Irán es mucho más extensa y eficaz de lo que se estimaba anteriormente. Mientras tanto, en contra de su bravuconería exterior y su retórica audaz, el Estado iraní parece internamente hueco y frágil, con su sistema de contrainteligencia repetidamente demostrando su ineficacia.

Esta vulnerabilidad se deriva no sólo de las sanciones, presiones y sabotajes imperialistas, sino también de décadas de represión interna, corrupción generalizada en la élite clerical y profundas contradicciones internas. (De hecho, es incluso cuestionable la fiabilidad de los sustitutos de los mandos militares asesinados). Fundamentalmente, se trata de una crisis ideológica del Estado iraní, que ahora se manifiesta en términos políticos y militares. En tales circunstancias, no puede descartarse la posibilidad de que el Estado iraní se derrumbe bajo el peso de una intensa agresión y presión externas.

Sin embargo, la propia situación de Israel dista mucho de ser estable. Una guerra prolongada o un estado de conflicto -que depende en gran medida de la capacidad de resistencia de Irán- podría desencadenar importantes disturbios dentro del propio Israel. Netanyahu y su camarilla podrían enfrentarse a un posible levantamiento popular, e incluso las potencias imperialistas, hartas del implacable aventurerismo de esta banda, podrían verse empujadas a tomar medidas drásticas.

Tras el ataque israelí, Irán tardó casi 18 horas en recuperar la compostura, consolidar sus capacidades militares y definir una respuesta, a pesar de que el asalto israelí se había anticipado en gran medida. Sin embargo, Irán no tenía otra opción que tomar represalias contra Israel. Este contraataque -o serie de contraataques- estaba en curso en el momento de escribir estas líneas, con afirmaciones de que bases militares y aeródromos israelíes han resultado dañados. A pesar de los modernos y eficaces sistemas de defensa antiaérea de Israel, varios misiles han caído en la capital, Tel Aviv, causando al parecer decenas de heridos y múltiples víctimas mortales.

Aunque el último ataque de Irán puede no igualar al de Israel en términos de eficacia y destrucción, no deja de ser extraordinario y sin precedentes. Además, Irán ha amenazado con atacar bases estadounidenses y de otros países occidentales en caso de que intervengan directamente. Así pues, la situación sigue siendo fluida y evoluciona rápidamente, con el potencial de convertirse en una catástrofe a gran escala.

Estos temores ya se están reflejando en la subida de los precios del petróleo en los mercados mundiales y en el desplome de las bolsas. Es evidente que si la guerra se prolonga o se extiende aún más, la economía mundial, ya de por sí en crisis, podría sumirse en una profunda recesión. Desde las principales potencias no cesan de llegar condenas y llamamientos. Sin embargo, la llamada “comunidad internacional” -incluidas las Naciones Unidas, China y Rusia- está, en la práctica, desempeñando el papel de espectador impotente o, sobre todo en el caso de las principales potencias occidentales, participando activamente en la apología y facilitación de las acciones de Israel.

Detrás de la agresión desenfrenada de Netanyahu se esconden varias fuerzas motrices: sus desesperados intentos de supervivencia política, la crisis interna del sionismo y el rápido deterioro de la imagen global de Israel. Pero igual de importante es la crisis histórica del imperialismo estadounidense y su control cada vez más débil sobre sus propios títeres. Esto se pone de manifiesto una vez más en las vagas -y a veces contradictorias- declaraciones realizadas por funcionarios estadounidenses tras el ataque israelí. Esta confusión no es simplemente una cuestión de hipocresía estadounidense; refleja una fragmentación más profunda y una confusión interna dentro del propio Estado estadounidense, un desorden que solo se ha intensificado bajo el segundo mandato de Trump.

Desde hace varios años, la situación ha llegado a un punto en el que, en cada coyuntura crucial, Estados Unidos se ve obligado a seguir la iniciativa de Israel y justificar sus acciones, incluso cuando está reticente a hacerlo. Trump es, en el fondo, un individuo narcisista, maleducado, volátil, imprudente y poco fiable que cambia de postura cada pocas horas. Le gusta fanfarronear, pero cuando se enfrenta a una oposición más fuerte o a amenazas serias, se echa atrás rápidamente. En tales condiciones, no es difícil imaginar hasta qué punto confían en él incluso sus aliados y subordinados.

Pero si hoy las riendas del imperio económico y militar más poderoso de la historia de la humanidad están en manos de una persona así, no se trata sólo de un fallo individual, sino de un reflejo de la profunda crisis de todo el sistema imperialista existente. La historia está repleta de ejemplos en los que sistemas en decadencia llevaron al poder a figuras incompetentes o payasas, que luego no hicieron más que acelerar el colapso del propio sistema que gobernaban.

La actual devastación de Oriente Medio tiene un trasfondo histórico enraizado en siglos de saqueo colonial, parcelación de la región y división en Estados artificiales, encabezados principalmente por el imperialismo británico y francés. La creación de Israel en 1949 como un enclave del imperialismo occidental fue una continuación de este legado de dominación y explotación. El antinatural Estado sionista ha sido criado como ejecutor brutal y despiadado para mantener el control imperialista extranjero sobre esta región rica en petróleo. Mientras exista, la región no puede esperar estabilidad ni prosperidad.

Sin embargo, el Estado teocrático de Irán, nacido de una sangrienta contrarrevolución en 1979, tampoco tiene credenciales progresistas. Concederle legitimidad política o apoyo bajo el pretexto de ser “antiimperialista” es un flagrante crimen ideológico. Las manos de este régimen religioso sectario también están manchadas con la sangre de innumerables inocentes -dentro y fuera de Irán-, entre ellos decenas de miles de comunistas, trabajadores y mujeres. Sólo en la última década y media, Irán ha sido testigo de al menos diez grandes movimientos de protesta, todos ellos brutalmente aplastados. Sin embargo, el derecho a determinar el futuro de Irán pertenece exclusivamente a su pueblo, y sólo él -mediante la unidad de clase y la acción revolucionaria- puede enfrentarse a este Estado teocrático opresor, derrocarlo y reemplazarlo por algo mejor.

Un Estado matón fundamentalista, injertado, ilegítimo e imperialista como Israel nunca podrá ser libertador del pueblo iraní, ni tiene derecho alguno a intervenir ni a lanzar “ataques preventivos” contra ningún país de la región. Estratégicamente, todo golpe asestado a Israel es bienvenido. Sin embargo, la situación actual también deja claro que Israel no puede ser derrotado por motivos religiosos-ideológicos o capitalistas-económicos. Tampoco se trata de una mera cuestión militar. Este cáncer -cuyas raíces también se encuentran en lo más profundo de los reaccionarios y serviles regímenes árabes- requiere una cirugía revolucionaria para ser erradicado.

Está claro que esta tarea histórica está ligada al desmantelamiento del capitalismo imperialista en toda la región, incluido Irán, una tarea que sólo pueden cumplir las masas trabajadoras de Oriente Medio.

Por Imran Kamyana

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