jueves, 14 noviembre 2024 - 23:14

Maradona. Y un día lloré

Todavía estoy impactado por la demostración popular de amor a Diego. Uno puede suponerlo, y de hecho lo suponía. Pero cuando llega esa demostración, es imposible que no golpee en la boca del estómago. Sobre todo, a los de mi generación, contemporáneos de la dictadura y la guerra de Malvinas. Los que además de haber volteado a esa dictadura necesitábamos una caricia en nuestra dignidad, una revancha por la guerra traicionada desde adentro por los genocidas, en la que dejamos las vidas de miles de jóvenes, porque creímos y sabíamos que se podía ganar. Ya lo habían hecho los vietnamitas ¿por qué no nosotros?  

Una nación dividida, que todavía no encuentra su verdadera personalidad. Una nación construida sobre el genocidio de los pueblos originarios. Con héroes revolucionarios que se quedaron congelados en el siglo XIX, con sus sables curvos y sus caballos blancos. Y otros héroes que los historiadores de la oligarquía con olor a bosta y los abogados pequeño burgueses de esa oligarquía nos ocultaron y aún ocultan, distorsionan, y hasta humillan. U otres que nunca conocimos, como la negra Matea, nuestros negros héroes de la independencia. Nuestro héroe más reciente, un médico, aventurero, guerrillero, que se hizo socialista un poco a la fuerza por su contexto y que nos enorgullece en el mundo, no tuvo tiempo ni pudo mostrarnos cómo se hacía.

Maradona para mí fue un espejo. Brillante y brutal. Discutible, amado y repudiable. Todo el barro y toda la voluntad. Toda la sonrisa y toda la miseria. Pero era el nuestro, el que se elevó por encima de las dificultades de su origen, los obstáculos, las miserias, lo odiable y lo posible y se atrevió, en el camino hacia su propia degradación, que es la degradación de los sectores populares empobrecidos, a la fuerza. En ese camino, Diego iba dejando pedazos. Trozos de humanidad cortados a cuchillo. El cuchillo de la élite con la que se codeaba. Quisieron cooptarlo, no creo que finalmente lo hayan hecho. Pero el hecho es que la vida de Maradona es la película del fracaso de nuestra clase dirigente, de su hipocresía, de su subordinación a los centros del poder mundial, del cinismo de una sociedad capitalista dependiente, dirigida por cartoneros de las vidas populares. Es una parábola del éxito posible, el único que se nos tiene permitido, el del individuo que destaca por encima de su clase, de su raza y de su género.  El del pobre y miserable que por un talento especial, único, incomparable, puede demostrar que todavía el sistema puede darnos la oportunidad de llegar a la cima, a su cima.  

El chico de Fiorito que con el primer contrato sacó de la villa a su madre, su padre y sus 7 hermanos. El pibe especial al que le abrieron una autopista para llegar al éxito y una vez allí lo dejaron solo. El violento, el dependiente, el machista, el pícaro de toda picardía y soledad. Pero sobre todo, por encima de todo, el artista que se metió en el alma popular por su arte. Porque, aunque en la vida hacia lo predecible, lo que nos marca y nos obliga nuestro destino proletario o marginal diseñado por las cúpulas; en la cancha hacia lo imposible, lo inimaginable, rompía las leyes de física. Algo mágico pasaba cuando entraba a una cancha, entonces la gente en la cancha esperaba el milagro. Y ese milagro sucedía cuando debía suceder. La misma gente degradada como él era feliz hasta el ingrato momento de volver a la realidad. Era gente a la que no le quedaba nada más que esa felicidad de dos tiempos de 45 minutos. Cada vez que pasaba el milagro, quedaba al final la resaca, porque siempre podía pasar que el centro de la escena lo ocupara la otra cara de la moneda Maradona.

Pero no me jodan, como diría Alejandro Appo leyendo el cuento de Eduardo Sacheri Me van a tener que disculpar, no me jodan, no me pidan que lo evalúe igual que al resto de les mortales. Porque a la generación que puso los 30.000 desaparecidos; a los que pusimos los pibes en la guerra de Malvinas y fuimos traicionados; a los que nos dio el cuero para tumbar a la dictadura genocida; a los que iniciamos la lucha por juicio y castigo, nos ayudó a vivir, a luchar y hasta a tener confianza en que se podía triunfar cuando parecía que todo se derrumbaba. Y es un hecho que les trasladamos nuestro amor por él a varias de las generaciones siguientes. No nos jodan, acompáñenos a despedirnos de nuestra juventud heroica. Porque al final de todo, el Diego era en la cancha un Picasso o un Dalí, un Lennon o una Frida, un Cortázar o un García Márquez. Es el artista del fútbol que pudimos dar, y así y todo el mejor.

Después seguimos el debate, pero por ahora no nos jodan, déjennos llorar en Diego nuestra pequeña gloria.

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