sábado, 23 noviembre 2024 - 07:03

Luchas de género. Por qué deben encontrarse con la lucha de clases

Se habla de que las mujeres tenemos que tener más espacio en los lugares de poder, pero la pregunta que hay que hacerse es: ¿a qué poder?, ¿qué intereses defender?

Podemos hacer referencia a numerosas mujeres que se han encontrado o encuentran en altos cargos de gobierno: Margaret Thatcher, Angela Merkel, Michelle Bachelet, Hillary Clinton, Cristina Fernández y también cabe el lugar para la actual presidenta del FMI Kristalina Georgieva, organismo saqueador con incidencia directa en la economía de los Estados. Claro está que todas estas figuras no pertenecen a un mismo sector político: podemos encontrar ideologías más conservadoras y otras con un tinte progresista. Pero sí coinciden en un punto fundamental a destacar: pertenecen a la clase burguesa, o sea, al sector dominante. Y a los intereses de esa clase responden.

Producto del movimiento feminista y disidente, los debates de género se han puesto en la agenda de buena parte de los gobiernos. Masivas movilizaciones en todo el mundo en contra de los femicidios, la violencia de género, el reclamo por el aborto legal, la educación sexual, no pudieron ser ignoradas y entonces tuvieron que salir a dar respuesta. Como contracara, en países como Polonia o Rusia se intentan recortar esos derechos.

Por supuesto que hemos logrado avances, con la sanción de leyes y medidas beneficiosas para nuestro sector. Pero, ¿por qué aun así en muchos ámbitos parece que todo sigue más o menos igual? Continúan los femicidios y abusos, la ESI no se aplica de manera efectiva y seguimos teniendo los trabajos peor pagos además de sostener el trabajo doméstico en forma gratuita.

Es que todo va en una misma sintonía cuando se trata de la clase burguesa. Que haya mujeres en los lugares de poder o nuevos ministerios y oficinas no garantiza derechos reales y mucho menos el fin de la opresión patriarcal porque no es una cuestión sólo de género, sino también de clase y de sistema. Esas figuras políticas fueron y son cómplices, responsables directas de la precariedad y de políticas de austeridad. No se terminó con la brecha salarial, los trabajos feminizados siguen siendo los peor pagos (docencia, enfermería, labores de cuidado en general) y ni hablar de las tareas domésticas: siguen estando a cargo de mujeres y no hay políticas para revertir esa situación. Muchas medidas podrían llevarse a cabo para alivianar esa pesada carga, como por ejemplo abrir guarderías y jardines de infancia, comedores, lavanderías públicas, etc., pero no hay voluntad política que destine presupuesto.

Es que remunerar el trabajo doméstico se traduciría en una gran pérdida de ingresos para los capitalistas, teniendo en cuenta que su valor económico anual en Argentina representa el 16% del PBI total. O sea, si el Estado o los empresarios lo tuvieran que remunerar a las mujeres en forma directa o indirecta les significaría menos ganancias. Por eso, más allá de alguna que otra declaración, eligen seguir invisibilizando esos trabajos y no reconocerlos formalmente. El anunciado proyecto oficial de ley de cuidados, hasta ahora, se limita a considerar tres años de aporte jubilatorio por hijo, lo que sólo beneficiará a unas 150.000 mujeres.

Un poco de historia

La pelea feminista siempre tuvo como método de lucha la movilización y el debate constante acerca de los métodos para efectivizar los reclamos. Uno de los acontecimientos históricos más relevantes fue en 1908, cuando en Nueva York 146 obreras textiles murieron calcinadas dentro de la fábrica que estaban tomando, en reclamo de mejoras salariales, condiciones de trabajo e iguales derechos con hombres. El lugar fue incendiado por la patronal. A partir de este hecho la revolucionaria alemana Clara Zetkin propone declarar al 8 de marzo como el día de la mujer trabajadora en 1910.

No traemos este hecho a colación por azar, sino para hacer notar cómo una de las fechas más emblemáticas para el colectivo de mujeres tiene su eje en la mujer trabajadora y cómo las condiciones laborales y los reclamos no distan tanto de la realidad que vivimos hoy en día. Por ejemplo, se puede traspolar a las luchas de las docentes o las enfermeras. Si a más de cien años poco ha cambiado, esto nos lleva pensar: ¿qué feminismo hace falta?, ¿cómo lo construimos?

Este debate no es nuevo y las feministas marxistas revolucionarias ya sacaron la conclusión hace años: la pelea de género nunca puede ir separada de la lucha de clases, porque ya está demostrado que, en los marcos de la democracia burguesa, pocos son los cambios de fondo que se han implementado. “Quien es feminista y no socialista, carece de estrategia. Quien es socialista y no feminista, carece de amplitud”, decía Louise Kneeland allá por 1914. Es que mientras siga el capitalismo seguirá el patriarcado.

A modo de conclusión podemos afirmar entonces que el feminismo oportunista, electoralista y reformista que no cuestiona al capitalismo no eliminará esta doble opresión. Vemos la necesidad de profundizar los debates y urge construir un feminismo socialista, de clase, que sea consecuente con una perspectiva revolucionaria y que realmente pelee por los derechos de las trabajadoras con independencia de la política tradicional.

Este es un punto central, porque sabemos que ningún gobierno regaló nada. Cada política de género implementada se logró por la movilización, pero las mismas se hacen de forma parcial e insuficiente. El capitalismo y sus agentes nos siguen empujando a la precarización laboral, a las actividades de cuidado y demás cuestiones enumeradas en este artículo. Por eso la única salida por una sociedad sin personas explotadas ni oprimidas, sólo es posible peleando por un país y un mundo socialistas.

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