Este 31 de agosto falleció Silvina Luna luego de más de una década de batallar contra las graves secuelas que le dejó una cirugía estética realizada por el médico Aníbal Lotocki en el año 2011.
La noticia fue recibida con gran consternación por toda la sociedad, ya que durante meses seguimos tanto el estado de salud de Silvina -que había empeorado a la espera de un trasplante de riñón a causa de la insuficiencia renal que padecía- como el estado procesal de la causa penal por lesiones impulsada por ella y otras víctimas contra Lotocki.
Por ello, habían tomado estado público las múltiples causas que desde el año 2007 acusaban a Lotocki por lesiones graves, mala praxis y hasta homicidio con dolo eventual. Junto a ello, las serias irregularidades que rodean esas causas y las preguntas que se abren al respecto: ¿Quién protege a Lotocki? ¿Por qué la Justicia no evitó que el médico siguiera operando con tantas denuncias? Y especialmente habiendo incluso desde el año pasado una condena a prisión por cuatro años, ¿por qué aún continúa en libertad? Bien sabemos que la (in)justicia de este país lejos está de ser ciega, y por mucho menos los que no tienen para pagar abogados mediáticos o “protectores” desde adentro del sistema están presos años a la espera de un juicio que nunca llega. Ese no fue el caso del cirujano de los “famosos”, que esperó siempre los juicios en libertad, y ni siquiera fue inhabilitado para ejercer la medicina -ni hablar de que nunca había realizado la especialización en cirugía estética-, hecho que podría haber evitado la muerte de Silvina.
El caso de Silvina hace eco desde muchos lugares, desde el lugar del poder, la injusticia, pero también desde la violencia estética. Un tipo de violencia del que se habla mucho pero se hace poco.
La definición de violencia estética la aportó la socióloga Esther Pineda, que en el libro Bellas para Morir. Estereotipos de Género y Violencia Estética contra las Mujeres la define como la “presión social que tiene consecuencias físicas y psicológicas en las mujeres y que se fundamenta sobre la base de cuatro premisas: el sexismo, la gerontofobia, el racismo y la gordofobia”. Concretamente, como identidades feminizadas crecemos rodeadas del mandato patriarcal de belleza hegemónica, que además de inalcanzable afecta nuestra autoestima, amor propio y la manera de vernos. Ideal que nos hace sentir discriminadas, muchas veces sin importar qué tan cerca o lejos estemos de ese estereotipo, siempre falta algo.
Esto ha tenido desde siempre consecuencias a nivel psicológico y también físico, como le pasó a Silvina y a tantas más; pero no sólo por cirugías estéticas, sino también por trastornos de la conducta alimentaria, a través de la instalada y perversa “cultura de la dieta”.
De manera cínica, ante el fallecimiento de Silvina muchos de los voceros de grandes medios de comunicación, médicos y nutricionistas muy famosos por sus dietas se golpean el pecho hablando de que hay que naturalizar los cuerpos como son y aceptarnos como somos, cuando en realidad gracias a los estereotipos de belleza que ellos mismos imponen facturan millones. Son los mismos que patologizan los cuerpos por el hecho de ser gordos, los mismos que venden polvitos para adelgazar o productos llenos de aditivos y conservantes que se supone que no engordan.
La violencia estética es una más de las violencias patriarcales que se ejerce sobre nuestros cuerpos. Y si bien sabemos que el patriarcado data previo a la existencia del capitalismo, este último no podría subsistir sin el otro. ¿Por qué? Por muchas razones, solo a modo de ejemplo, las tareas de cuidado que ejercemos en una mayoría abrumadora las mujeres e identidades feminizadas constituyen en nuestro país un 16% del PBI , miles de millones por año que producimos en forma gratuita y que nadie reconoce.
Entonces queda claro que la violencia machista y la violencia estética en particular son un negocio para el sistema capitalista, que hace facturar miles de millones al año a la industria cosmética, farmacéutica, de indumentaria y tantas otras que nos dicen cómo tenemos que vernos para ser aceptadas.
Párrafo aparte merece cómo se mercantiliza el sistema de salud, que se encuentra cada vez más privatizado para favorecer a una industria millonaria y a la que solo acceden quienes puedan pagar cirugías estéticas para poder acercase a esos estereotipos de belleza.
Sumado a ello, se pone en riesgo la vida de las personas que se someten a tales cirugías, que como Silvina pueden encontrarse con un medico sin escrúpulos que con tal de ganar dinero desdeña la salud y el cuerpo de sus pacientes.
Por eso, exigimos justicia por Silvina y por todas las víctimas de Lotocki, para que caigan él y todos los que lo cubrieron durante años. Y de la mano de esa pelea seguimos batallando contra todas las violencias machistas, para que dejen de meterse en nuestros cuerpos y en nuestras vidas, hasta que el capitalismo y el patriarcado caigan juntos.