El 1° de octubre de 1949 se proclamó la República Popular China. Luego de largas luchas el Partido Comunista dirigido por Mao Tze Tung y asentado en un numeroso ejército campesino tomaba el poder. A pocos años del final de la segunda guerra mundial, la revolución en el país más poblado de la tierra rompía el equilibrio imperialista acordado en Yalta y Potsdam, alimentaba los procesos revolucionarios en los países coloniales y semicoloniales y generaba importantes debates por las características del proceso: una revolución campesina a través de la guerra de guerrillas.
A principios del siglo XX China era un imperio con una historia de 5000 años que se encontraba en franca decadencia, habiendo sufrido la penetración de los imperialismos británico, japonés, francés y norteamericano que dominaban diferentes partes de su territorio. En 1911 se produce un levantamiento encabezado el partido nacionalista, el Kuomintang dirigido por Sun Yat-sen, que derroca al último emperador. La débil burguesía china no resuelve ninguno de los principales problemas del país: ni logró la independencia nacional, ni promovió una reforma agraria que saque de la miseria a los cientos de millones de campesinos que constituían la nación. El país quedó además dividido en regiones controladas por los llamados “Señores de la Guerra” que se apoyaban en diferentes potencias imperialistas.
Hacia fines de la primera guerra mundial se desarrolla un nuevo proceso revolucionario. El 4 de mayo de 1919 se produce un levantamiento de estudiantes y profesores al que pronto se sumaría adquiriendo un papel predominante la clase obrera junto a sectores del campesinado. El movimiento de mayo tuvo un carácter antiimperialista contra las consecuencias del tratado de Versalles que imponía a China nuevas concesiones a las potencias imperialistas. El levantamiento llevó nuevamente al poder al Kuomintang, pero al calor del proceso revolucionario comenzaría a formarse y desarrollarse el Partido Comunista. A diferencia de los PC europeos que surgieron a partir de las rupturas de las alas revolucionarias de los Partidos Socialistas, en China se funda recién en 1921 impulsado por un profesor llamado Chen Tu-hsiu y unas pocas decenas de militantes influenciados por la Revolución Rusa y la creación de la Tercera Internacional. Sin embargo su influencia aumentaría rápidamente a partir del vuelco a la organización de cientos de miles de obreros en sindicatos. En el marco del proceso iniciado en 1919 se multiplican las huelgas, tomas de fábricas, insurrecciones y el PCCH aumenta su influencia y su número de militantes.
La revolución del 25/27
La Internacional Comunista, ya controlada por Stalin, había vuelto a desempolvar una concepción que la Revolución Rusa había sepultado: la revolución por etapas. Así, se afirmaba que en China se trataba de llevar adelante una revolución democrática burguesa y por lo tanto le correspondía al partido burgués nacionalista encabezarla. Esta orientación no sólo repetía la de los mencheviques rusos de apoyar a la burguesía, sino que exigía al Partido Comunista chino ingresar al Kuomintang -conducido por Chiang Kai-shek tras la muerte de Sun Yat Sen- acatando su disciplina política y organizativa. Aunque Chen se resiste y polemiza con esa orientación termina aceptando las directivas de la Internacional. Las consecuencias de esta línea serían catastróficas.
En 1925 se produce una insurrección en Cantón, en el ´26 en Shangai, todas dirigidas por el PC. El 21 de marzo de 1927 hay una nueva insurrección en Shangai, la ciudad más industrial de China: se paralizan todas las fábricas, se forman barricadas, se toma el arsenal creando batallones obreros y la ciudad queda en manos de los comunistas. Sin embargo, guiado por la orientación estalinista, el PC abre las puertas para la entrada del ejército de Chiang Kai-shek, que desata una matanza que termina con más de 50 mil comunistas asesinados. Tras la derrota en Shangai, las directivas de la Internacional pegan un giro ultraizquierdista impulsando una insurrección sin preparación ni análisis de la relación de fuerzas en Cantón, que termina en otra masacre. La revolución China, que era seguida con suma atención por los internacionalistas como una posibilidad para romper el aislamiento en el que había quedado Rusia luego de la derrota de la revolución europea, termina en una masacre que deja al joven PCCH al borde de la extinción.
La larga Marcha
La derrota de la revolución y las masacres de Shangai y Cantón reducen al mínimo al Partido Comunista. Sólo queda en pie un sector que encabezado por Mao Tse Tung se había desarrollado entre los campesinos pobres, despojados de tierras o con pequeñas parcelas que no llegaban a producir lo necesario para no morir de hambre frente a los impuestos de terratenientes, capitalistas agrícolas y campesinos ricos. Ante la huida de las ciudades, este sector se refugia en las zonas rurales y se desarrolla allí impulsando la revolución agraria y comenzando la conformación de un ejército de base campesina, el Ejército Rojo que luego se llamaría Ejército Popular de Liberación. En 1931 Mao crea la república Soviética de Juchi, que abarcaba una parte importante del territorio en la zona sur del país. El Kuomintang desató entonces una ofensiva contra las comunistas que en 1934 terminó obligando a las fuerzas maoístas a huir hacia el norte en lo que se conoció como la “larga Marcha”; recorriendo a pie 12 mil kilómetros durante un año hasta alcanzar el norte de la provincia de Shenshi, donde se estableció la base que permitió la supervivencia de lo que quedaba del partido y del Ejército Rojo. Para esta altura se terminó de consolidar un cambio cualitativo en el carácter del PCCH, que –manteniendo el nombre- ya no era el partido de la clase obrera fundado en la década del ´20 sino el partido de la guerra campesina y aunque políticamente adopta la teoría y política estalinista, organizativamente se mantiene independiente de Moscú. La Gran Marcha se desarrolla en el marco de una nueva situación. En 1931 los japoneses invadieron Manchuria y en 1937 ocuparon el 70% del territorio, buscando transformar a China en una colonia propia. La resistencia de las masas -fundamentalmente campesinas- al imperialismo japonés combinó la revolución agraria con una guerra de liberación que se desarrolló a través de la guerra de guerrillas. El PCCH se metió de lleno en ese proceso, comenzando a recuperarse y ganando nuevas posiciones.
Al finalizar la segunda guerra mundial, con el imperialismo japonés derrotado, el Ejército Popular de Mao contaba con un millón de combatientes y controlaba varias comunas y zonas liberadas que abarcaban a cerca de 100 millones de habitantes. Pero el PCCH sigue entonces la política estalinista de impulsar gobiernos de unidad nacional en lugar de la lucha por gobiernos obreros, como había sucedido en Francia, Italia y Grecia. Se plantea nuevamente que las tereas en China correspondían a las de la revolución democrática, como lo expresaba el propio Mao: “Tomado en su conjunto, el movimiento revolucionario chino dirigido por el Partido Comunista de China abarca dos etapas: la revolución democrática y la socialista. Se trata de dos procesos revolucionarios esencialmente diferentes, y sólo después de consumado el primero se puede emprender el segundo. La revolución democrática es la preparación necesaria para la revolución socialista y la revolución socialista es la dirección inevitable para el desarrollo de la revolución democrática. El objetivo final por el que luchan todos los comunistas es la instauración completa de la sociedad socialista y de la comunista.”[1] Entre 1945 y 1946 se llevan adelante reuniones entre el Kuomintang y el PCCH –con el patrocinio del general norteamericano Marshall- que concluyen en un acuerdo para establecer un gobierno de coalición, la reconstrucción del país, la convocatoria de una Asamblea Constituyente y la unificación de las fuerzas armadas.
La guerra civil y la toma del poder
Sin embargo Chiang Kai sek, que tenía un ejército más numeroso que el de Mao, se había quedado con gran parte del armamento japonés y tenía el apoyo norteamericano rompió el acuerdo y a mediados de julio de 1946 comenzó los ataques para recuperar las zonas controladas por el Ejército Popular de Liberación. Mao tardó semanas en decidir cómo responder. Finalmente, ante el peligro de una masacre similar a la del ´27 por un lado y a la presión de los campesinos que seguían llevando adelante la lucha contra los terratenientes por el otro, se decidió a enfrentar al Kuomintang, dando inicio a la guerra civil. La fuerza del ejército de Mao se sostenía en el apoyo de los campesinos que masivamente se levantaron apoyando la revolución agraria, provocando la derrota del Kuomintang y la huida de Chiang Kai Sek hacia Taiwán bajo la protección norteamericana. El 1 de octubre de 1949, frente a la plaza de Tiananmen -en Pekín- Mao proclamó la República Popular China.
Un elemento determinante para el triunfo revolucionario fue la situación mundial de posguerra. Desde el triunfo del Ejército Rojo de la URSS en Stalingrado no sólo comenzaron las derrotas del ejército nazi, sino un ascenso revolucionario inmenso. Las masas europeas terminaron derrotando a los regímenes fascistas y con las armas en su poder estaban a tiro de la toma del poder en Italia, Francia y Grecia. La política del estalinismo, que llamó a construir gobiernos de unidad con la burguesía para reconstruir Europa frenó esa posibilidad, sin embargo la prioridad del imperialismo norteamericano estaba puesta en contener el ascenso de la clase obrera europea y en su reconstrucción, a la que destinó miles de millones de dólares. Hacer frente a la revolución en Asia no le resultaba fácil en ese contexto y las tropas yanquis asentadas en China no estaban dispuestas a comenzar una nueva guerra, esta vez contra el Ejército Popular chino.
China y la Teoría de la Revolución Permanente
La revolución China, por sus características, abrió debates en toda la izquierda mundial. El hecho de que se hubiera producido en un país semicolonial y con el campesinado como protagonista llevó a que aparecieran todo tipo de teorías cuestionando el rol de la clase obrera -fundamentalmente de los países industrializados- como sujeto social de la revolución, haciendo una generalización de la experiencia china con el planteo de que la revolución sólo era posible en los países semicoloniales, encabezadas por el campesinado y a través del método de la guerrilla. Dentro del trotskismo se ponía en cuestión cómo analizarla desde el punto de vista de la Teoría de la Revolución Permanente (TRP). En principio es importante destacar que ya Lenin y Trotsky habían señalado que a partir del surgimiento del imperialismo, todos los fenómenos políticos y económicos había que analizarlos desde el punto de vista de la revolución mundial, no nacional. Es decir, si bien los países más industrializados pueden estar en mejores condiciones para llegar al socialismo, la cadena del sistema capitalista puede romperse por el eslabón más débil, como ya había ocurrido en el caso de Rusia. La TRP afirmaba que en los países atrasados o semicoloniales, donde la burguesía no había llevado adelante las tareas de la revolución democrática como la independencia nacional y la reforma agraria, éstas sólo podían resolverse a través del gobierno de la clase obrera apoyada en el campesinado comenzando al mismo tiempo a realizar las tareas socialistas. Para ello era indispensable la dirección de un partido marxista revolucionario, es decir un partido cuyo programa es la revolución socialista para establecer la democracia obrera y que toma cada revolución nacional como una parte de la lucha por la revolución mundial y no como un fin en sí mismo. La revolución China, por un lado reafirmaba la teoría al demostrar que la reforma agraria y la independencia nacional fueron posibles sólo rompiendo con la burguesía, pero al mismo tiempo ponía en cuestión el papel de la clase obrera como sujeto social y el de un partido marxista revolucionario como sujeto político. La revolución había sido encabezada por el campesinado y por un partido estalinista, con su concepción de socialismo nacional.
Sin embargo, el Programa de Transición escrito por Trotsky en 1938 no descartaba “la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc…)Los partidos pequeño burgueses sin excepción a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía.”[2] La revolución China, como luego la Cubana, ponían esta hipótesis poco probable como un hecho de la realidad. A pesar de que el programa de Mao era el de la revolución democrática y un gobierno de unidad nacional, el ascenso campesino por un lado y la presión del imperialismo y el Kuomintang por otro, lo llevaron a emprender la guerra civil que terminó con el PCCH en el poder. El estallido de la guerra de Corea en 1950, que colocó a las fuerzas armadas norteamericanas en la frontera de China llevó al gobierno de Mao a terminar de liquidar los restos de la burguesía nacional, aliada al imperialismo. Algo similar ocurriría años después en Cuba. El Programa de Transición aclaraba que “En cualquier caso una cosa está fuera de dudas: aún en el caso de que esa variante poco probable llegara a realizarse en alguna parte y un “gobierno obrero y campesino” – en el sentido indicado más arriba- llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado.”[3] Esto debido a que sin la dirección del proletariado era imposible establecer un régimen de democracia obrera, y por otro lado sin una dirección que tome la revolución nacional como parte de la revolución internacional, las conquistas obtenidas tenderían a retroceder tarde o temprano. A diferencia de los bolcheviques, que al calor de su triunfo revolucionario fundaron la III Internacional, el maoísmo no desarrolló una política de extensión de la revolución. Por el contrario, ni siquiera impulsó una federación con los Estados Obreros existentes. La expropiación de la burguesía posibilitó un mejoramiento cualitativo de las condiciones de vida del pueblo chino logrando lo que no se había logrado en siglos: la unidad nacional, la independencia del imperialismo y la erradicación del hambre. Sin embargo las limitaciones que le impuso la dirección –en el sentido señalado anteriormente- marcarían las profundas contradicciones del proceso.
La Revolución Cultural
Desde el punto de vista del régimen político, en China se estableció un régimen dictatorial de partido único dominado por una oligarquía burocrática, monolítico y sin democracia interna. La estructura de partido-ejército se trasladó al régimen y el culto a la personalidad de Mao fue un rasgo fundamental del mismo. La visión nacionalista y la dirección burocrática llevaron a contradicciones cada vez más importantes. El “gran salto adelante”, una política orientada a producir acero en cada comuna del país terminó en un rotundo fracaso que se tradujo en verdaderas hambrunas para el pueblo chino. Este fracaso desató una disputa entre distintos sectores de la burocracia gobernante y al mismo tiempo la movilización de jóvenes y trabajadores contra el aparato. En ese marco Mao -desacreditado al interior del PC por los resultados de su política- anunció el comienzo de la Revolución Cultural, llamando a la movilización de las masas para derrotar a través de la lucha de clases a la burocracia partidaria a la que acusaba de restauracionista. La respuesta fue una movilización masiva y el surgimiento de los “guardias rojos” formados por millones de jóvenes y trabajadores. Este proceso despertó enormes simpatías y expectativas en gran parte de la vanguardia mundial, sobre todo de la juventud, que veían la posibilidad del surgimiento de una nueva fuerza revolucionaria opuesta al estalinismo. Pronto quedaría en claro que el objetivo de Mao no iba más allá de eliminar a los sectores opositores. Una vez logrado esto y ante un movimiento que podía escaparse de su control, Mao dio por finalizada la Revolución Cultural, frenando la movilización y desarmando a los guardias rojos, mucho de los cuales fueron enviados a trabajar al campo. A comienzos de la década del ´70 comenzaría una apertura hacia el capitalismo, en un primer momento más política que económica, restableciendo las relaciones diplomáticas con el imperialismo yanqui. El presidente norteamericano Nixon fue recibido en 1971, mientras se desataba la ofensiva yanqui en plena guerra de Vietnam. Luego de la muerte de Mao -en 1976- su sucesor Deng Xiaoping comenzaría la apertura económica con la instalación de las zonas económicas especiales.
El pronóstico de Trotsky para la URSSS a mediados de la década del ´30 , en el sentido de que la propia burocracia se haría restauracionista si no había una revolución política que, manteniendo las bases económicas del Estado Obrero retomara un camino de democracia obrera , alcanzaba también a China.
En 1989, como parte de las grandes movilizaciones que tiraron abajo el Muro de Berlín y a los regímenes estalinistas en Europa del Este estalló una rebelión también en China. Protagonizada por la juventud que reclamaba derechos democráticos fue reprimida salvajemente en la masacre de la Plaza Tiananmen. Liquidada la rebelión, la dirección burocrática del PCCH aceleró el proceso de restauración capitalista.
La transformación en potencia imperialista
En poco tiempo, China se convirtió en una potencia capitalista que es actualmente la segunda economía del mundo y disputa la hegemonía imperialista con EEUU. Dos claves que explican esa transformación tienen que ver con el surgimiento de una nueva clase obrera con niveles de superexplotación comparables a los del siglo XIX por un lado y la derrota del pueblo chino en el ´89 por el otro. A partir del aplastamiento de la rebelión de Tiananmen, las reformas iniciadas en los ´ 80 se profundizaron, acelerado camino de restauración capitalista. Se privatizaron y cerraron empresas estatales y se desarrolló un proceso de migración interna del campo a las ciudades que fue alimentando el crecimiento de una nueva clase obrera que se incorporó al mercado laboral prácticamente sin derechos y con salarios muy por debajo de los del resto del mundo capitalista. Esto explica en parte el crecimiento de una economía que pasó por distintas fases desde la restauración: “de ´fábrica del mundo´ a plantearse el desafío de inversión en infraestructura global más grande de la historia con el Cinturón y la Nueva Ruta de la Seda, y el plan Made in China 2025 que se propone lograr autonomía en el diseño, ingeniería y producción propia de partes y componentes para completar su cadena industrial. De la producción de bienes de baja calidad y precio a estar a la vanguardia en tecnología 5G y amenazar con alcanzar el predominio estadounidense en Inteligencia Artificial (AI). De recibir masivas inversiones extranjeras a convertirse en exportador de capitales. De relacionarse con el mundo de las finanzas globales, más o menos ilegalmente, a través de los territorios de Hong Kong y Macao cuando aún eran colonias, a ser un actor de primer orden por derecho propio en ese campo.”[4]
En este proceso se formó una nueva clase burguesa dominada por los llamados “príncipes rojos” hijos de los jerarcas del Partido Comunista, asociados con el capital internacional Chino de Hong Kong y Taiwán. Controlada estrechamente, al igual que el capital corporativo occidental por las altas esferas del gobierno.
De la China de 1949 sólo queda el régimen dictatorial dirigido por el Partido Comunista, ya no como conductor de la revolución agraria sino de la expansión imperialista. Las voces que desde la izquierda ubican a China como un imperialismo más progresivo en el marco de la guerra comercial con EEUU omiten, conscientemente o no, el carácter capitalista del país asiático y que su desarrollo imperialista implica la semicolonización y superexplotación de la clase obrera y los pueblos del mundo. “Aún hay en China muchas formas de propiedad. Además de la cada vez más amenazada propiedad comunitaria de la tierra, hay sectores estratégicos como banca, comunicaciones y energía que siguen en parte, en manos del Estado, aunque se avance en la venta de paquetes accionarios de algunas de ellas. Hay también un sector de economía mixta o de asociaciones entre capitales internacionales y capitales locales, y otros respaldados por el Estado tanto nacional como de los gobiernos locales, con límites no muy claros. Pero, aunque se ha iniciado un proceso de descentralización de la planificación cediendo espacio a los gobiernos locales para desarrollar sus planes propios, el control del Estado nacional es estricto.Los gigantescos cambios que se han producido en tan breve periodo de tiempo explican la diversidad de las formas de propiedad y de relaciones sociales que aún sobreviven, sin embargo lo esencial es que se ha completado la contrarrevolución burguesa. Opera a nivel del país la ley del Valor, la extracción del excedente de valor a partir de la explotación o sobreexplotación del trabajo asalariado, y se ha producido la formación de las clases sociales esenciales para la existencia de un capitalismo de características imperialistas” [5]
El desarrollo industrial significó también la constitución de una nueva y joven clase obrera que supera los 300 millones de habitantes y que ha ido consiguiendo algunas conquistas. En el marco de la crisis capitalista –que también sacude a China- tarde o temprano será parte del ascenso obrero y popular que recorre el mundo abriendo nuevas perspectivas para la lucha por el socialismo revolucionario, con democracia obrera e internacionalista.
Notas
- Mao Tze Tung. “La revolución china y el Partido Comunista de China” Obras Escogidas, t. II. 1939
- León Trotsky. “Programa de Transición” 1938
- Carlos Carcione. “La vocación imperialista del capitalismo chino” 15 de mayo de 2020. http://lis-isl.org/2020/05/15/la-vocacion-imperialista-de-capitalismo-chino/