En los últimos años asistimos a la emergencia de dos fenómenos que, lejos de ser marginales, revelan cómo el patriarcado se adapta al capitalismo neoliberal para reproducir sus mandatos más tradicionales. Los muñecos reborn hiperrealistas y el movimiento tradwife son muestras de la emergencia de nuevos dispositivos mercantiles que toman la obligación histórica de que la mujer se realice exclusivamente a través de la maternidad y el cuidado sacrificial, la romantizan y la convierten en producto de consumo. Hasta el dolor que muchas mujeres atraviesan –duelos perinatales, infertilidad, agotamiento doméstico– se captura, se individualiza y se monetiza, mientras las causas estructurales siguen intactas.
Los bebés reborn: del objeto artesanal al sustituto mercantilizado
Los muñecos reborn surgen como piezas de artesanía extremadamente detalladas. Requieren semanas de trabajo manual, implante de cabello individual, capas de pintura para simular venas y rubor, mecanismos que imitan respiración y hasta latidos. En sus orígenes, podían leerse como juguetes sofisticados o incluso como recursos puntuales en contextos terapéuticos muy acotados y siempre acompañados por profesionales.
Sin embargo, el mercado los ha desplazado hacia otro lugar. Hoy se venden masivamente como “la solución” para cualquier experiencia de maternidad frustrada o ausente. El catálogo promete un bebé que pesa lo mismo que uno real, huele a talco y nunca crece, nunca llora de madrugada, nunca exige guardería ni colegio. En Argentina el precio promedio ronda los 400.000-800.000 pesos según el realismo. En Brasil ya existen clínicas que simulan salas de parto completas para “dar a luz” al muñeco y casos documentados de mujeres que solicitan licencia por maternidad para cuidarlo.
Desde la salud mental, el uso como “terapia” plantea serios interrogantes. El duelo perinatal o la infertilidad prolongada generan un sufrimiento profundo que merece acompañamiento profesional serio. Un objeto que reemplaza literalmente al bebé perdido puede obturar la elaboración simbólica del duelo en lugar de facilitarla. En vez de permitir la despedida y la resignificación de la pérdida, ofrece una ilusión de permanencia que posterga indefinidamente el trabajo psíquico necesario. No es raro encontrar testimonios de mujeres que, años después, siguen tratando al muñeco como hijo real, lo que plantea riesgos de fijación regresiva y confusión del criterio de realidad.
Además, estos muñecos objetivizan al bebé mismo. Lo convierten en un artefacto perfecto: siempre limpio, siempre dormido, siempre disponible para ser abrazado cuando la persona adulta lo necesita. El bebé deja de ser sujeto para convertirse en objeto de consuelo adulto, un accesorio que calma la angustia de quien cuida sin exigir reciprocidad. Esta inversión revela la profundidad del mandato: que la mujer tenga “algo a qué cuidar” para sentirse completa.
Tradwives: la performance de un modelo económicamente inviable
El fenómeno tradwife –esposa traditional– surge en redes sociales anglosajonas alrededor de 2018 y se expande rápidamente a España y América Latina. Mujeres jóvenes, casi siempre blancas y de clase media-alta, construyen su identidad pública en torno a la sumisión doméstica: cocinar desde cero durante horas, coser ropa vintage, hablar con voz infantil aguda (la llamada fundie baby voice), organizar la existencia entera en función del marido proveedor y los hijos educados en casa.
Todo ello monetizado mediante patrocinios, cursos pagos y libros que enseñan a “recuperar la feminidad tradicional”.
En ese momento, no con el vigor actual, son un fenómeno anti ola feminista. Un intento patriarcal de contrarrestar la cuarta ola feminista y de cuestionar a las jóvenes que cuestionaba los mandatos patriarcales. Mostrando que hay mujeres, jóvenes y que cumplen con la heteronormatividad felices.
La primera observación evidente es que las tradwives, tal como se presentan, no existen fuera de las redes. El modelo que recrean –mujer dedicada exclusivamente al hogar mientras el marido sostiene económicamente a la familia– responde a una estructura salarial que desapareció hace décadas. En la Argentina de los años 50 o 60, un salario obrero masculino alcanzaba para mantener esposa e hijos. Hoy, con la canasta básica familiar superando ampliamente los ingresos medios, se necesitan dos o más sueldos solo para llegar a fin de mes. Las tradwives que vemos en TikTok o Instagram pueden performar ese rol porque detrás de cámara tienen ingresos propios –publicidad, marcas, herencias– que les permiten contratar niñeras, limpiadoras y editoras de video que nunca aparecen en cuadro.
¿Por qué emergen ahora estas tendencias?
La pregunta histórica es ineludible. El auge tradwife coincide con la cuarta ola feminista, con el #NiUnaMenos, con el aborto legal en Argentina, con avances en derechos reproductivos y laborales femeninos. No es casual. Funciona como reacción conservadora ante el cuestionamiento a los privilegios masculinos y ante la visibilización masiva de la violencia patriarcal. Cuando las mujeres ganan espacios, siempre aparece una contraofensiva que intenta devolverlas al hogar bajo la forma de “elección libre”.
Al mismo tiempo, este fenómeno es posibilitado por una versión empobrecida del feminismo liberal que reduce todo a “mi decisión” sin analizar las condiciones materiales. Decir “elijo quedarme en casa” suena a elección individual, pero ignora que esa elección solo es posible cuando existe un ingreso externo que lo permite y que además está bañada de ideología. Ideología que al fin y al cabo termina desprotegiendo a las mujeres, ya que para la inmensa mayoría quedarse en casa significa pobreza, dependencia y aislamiento, factores que aumentan la vulnerabilidad hacia la violencia machista.
Salud mental: romantización, culpa y patología
La romantización masiva de estos roles genera efectos concretos en la salud mental colectiva. Al presentar la maternidad y el cuidado sacrificial como única fuente de plenitud femenina, cualquier desvío del guion se vive como fracaso personal. La mujer que no quiere hijos, que prioriza otras cosas, que delega el cuidado o que simplemente disfruta su soledad queda marcada como egoísta, fría o “incompleta”. Los algoritmos se encargan de que esa imagen sea omnipresente.
En consultorio se ve el resultado: mujeres agotadas que sienten culpa por no disfrutar la maternidad intensiva, mujeres sin hijos que se preguntan si “les falta algo”, mujeres que trabajan doble o triple turno y terminan creyendo que su cansancio es defecto propio porque alguna influencer logra hacerlo todo sonriendo. La patologización de la disidencia es brutal.
El patriarcado te otorga mecanismos de placebos para “lograr completar los mandatos que se nos impone” y además los mercantiliza. Un formato macabro que muestra como el patriarcado se cuela, se adapta para intentar reforzar sus objetivos. Los efectos no solo son romantizar esos mandatos sino que producen una alteración en la salud mental de cientos de mujeres.
Hacia una salida colectiva
Los bebés reborn y las tradwives no son el problema en sí mismos. El problema es su transformación en narrativa dominante que presenta la maternidad obligatoria y el cuidado sacrificial como única realización posible para las mujeres. Mientras el mercado siga vendiendo sustitutos caros –muñecos hiperrealistas para quien no pudo ser madre, cursos para ser la esposa tradicional– las causas reales permanecerán intactas: ausencia de redes públicas de cuidado, licencias parentales ridículas, salarios que penalizan la maternidad, jubilaciones que condenan a las mujeres a la pobreza y al aislamiento.
La salida no pasa por más consumo individual de consuelos rosa. Pasa por políticas que desmercantilicen la crianza y el cuidado: guarderías públicas gratuitas, licencias parentales extendidas y compartidas, reconocimiento del trabajo reproductivo en las jubilaciones, salarios dignos que permitan vivir con un solo ingreso si así se desea. Y el planteo de una crianza y cuidado colectivo y en comunidad.
Solo cuando la maternidad deje de ser obligación y el cuidado deje de ser trabajo femenino gratuito, las mujeres podrán elegir –de verdad– si quieren o no abrazar esos roles. Hasta entonces, el patriarcado seguirá sonriendo desde los catálogos y los filtros de Instagram, vendiéndonos la misma jaula como si fuera libertad. Por eso no faltan las voces críticas y las respuestas feministas contra ellos en todas partes del mundo.


