El 27 de junio, como resultado de la operación PBSUCCESS orquestada por Estados Unidos y la CIA, el segundo presidente constitucional de Guatemala, Jacobo Arbenz renuncia a su cargo y se inicia un largo y traumático capítulo en la historia latinoamericana. La lección: “no se puede confiar en el imperialismo ni tantito así, nada…”.
Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial no solo cayeron los regímenes fascistas europeos, sino que también llegó el fin para una serie de gobiernos oligárquicos en Latinoamérica. En Guatemala, el pueblo vivía bajo la bota de Jorge Ubico Castañeda, quien llegó al poder en 1931 como consecuencia de la crisis económica que sacudió al mundo en 1929.
Desde finales del siglo XIX, Guatemala al igual que los demás países del Caribe habían orientado sus economías a la exportación de bananas. El “modelo bananero” reportaba jugosas ganancias para la clase terrateniente extranjera, que administraba las tierras centroamericanas a través de monopolios como la United Fruit Company (UFCo). Por otro lado, los trabajadores rurales y pueblos originarios lejos estaban de obtener algún tipo de beneficio. Al contrario, el acceso a las mejores tierras era un privilegio reservado para la UFCo, mientras las comunidades trabajaban en condiciones de semiesclavitud.
Sin embargo, en la década de 1940 el llamado “tercer mundo” protagonizó un proceso de ascenso que, en el marco de disputa de la hegemonía imperialista mundial y las características de dependencia regional, puso a la orden del día las tareas de liberación nacional y antiimperialistas. Las movilizaciones en Guatemala fueron iniciadas por estudiantes que tenían como objetivo principal la democratización del país, con la que trabajadores y un sector del ejército acordaban profundamente. Finalmente, cayó la dictadura de Ubico y se llamó a elecciones libres de las que resultó ganador Juan José Arévalo el 15 de marzo de 1945. Durante su gobierno, respondiendo a la nueva situación. Se tuvieron que implementar medidas tales como el Código de Trabajo, la reforma bancaria y monetaria (1945), la Ley de Fomento Industrial (1946) y la reforma educativa. Arévalo fue la expresión local de un contexto regional de gobiernos nacionalistas burgueses que en sus pretensiones desarrollistas tuvieron roces y enfrentamientos coyunturales con los sectores más oligárquicos de clases reaccionarias nativas y los intereses estadounidenses.
De ese modo, fueron al menos 25 intentos de golpe de Estado contra Arévalo los que impulsó el bando conservador del ejército encabezado por Francisco Javier Arana. Pero con el asesinato del líder golpista en 1949 se terminó de neutralizar la reacción interna. Quien había estado al frente de tan importante tarea fue otro general, Jacobo Arbenz Guzmán, que rápidamente ascendería como candidato favorito para continuar la llamada“revolución del ‘44” desde la presidencia.
Estados Unidos miraba con preocupación hacia su “patio trasero”, por lo que no tardó en comenzar a evaluar un plan de acción, pero antes era necesario construir un relato que justifique sus acciones. Anteriormente, el enemigo a combatir había sido el fascismo, pero con la derrota del Eje ya no fue más un peligro inminente. En su lugar, emergió el enfrentamiento con la Unión Soviética como principal rival para la Casa Blanca. Con el cambio de la administración Truman por la administración Eisenhower (1953) la política para la Guerra Fría cobró mayor agresividad y pasó de la contención a la intervención (Murillo Jiménez, 1985). De eso fue testigo Jacobo Arbenz en las jornadas de junio de 1954.
Jacobo Arbenz y la reforma agraria
Jacobo Arbenz Guzmán era hijo de Hans Jakob Arbenz Gröble, migrante suizo que al llegar a Guatemala adquirió y administró tierras, y de Octavia Guzmán Caballeros, integrante de una familia acomodada. Su origen aristocrático no fue impedimento para que reciba el apodo de “soldado del pueblo” por su actuación a lo largo del proceso. Desde el comienzo ocupó un lugar destacado en la revolución del ’44, siendo uno de los líderes del alzamiento militar e integrante de la junta que convocó a las primeras elecciones. Posteriormente, con Arévalos en la presidencia, ocupó el lugar de ministro de Defensa, por lo que recayó en sus manos la responsabilidad de sofocar la intentona reaccionaria de Arana.
“Nuestro gobierno se propone iniciar el camino del desarrollo económico de Guatemala, tendiendo hacia los tres objetivos fundamentales siguientes: a convertir nuestro país de una nación dependiente y de economía semicolonial en un país económicamente independiente; a convertir a Guatemala de país atrasado y de economía predominantemente semifeudal en un país moderno y capitalista; y hacer porque esta transformación se lleve a cabo en forma que traiga consigo la mayor elevación posible del nivel de vida de las grandes masas del pueblo.
“(La Nación) ya no puede seguir desenvolviéndose si la organización predominantemente feudal de nuestra economía no es sustituida por otra de tipo capitalista. (…) Por consiguiente, la industrialización del país no podrá realizarse sin la reforma agraria”. (Discurso de asunción presidencial de Arbens)
La cuestión de la tierra era quizás el aspecto pendiente más urgente de la “revolución”. En 1950, aproximadamente el 2% de la población guatemalteca controlaba el 70% de las tierras del país y menos de 25% estaba siendo cultivada (Murillo Jiménez, 1985). El altísimo porcentaje de tierras ociosas, en contraste con el de campesinos sin tierras, era consecuencia del modelo monopólico que la UFCo representaba. Pero la concentración monopolística iba más allá. En el puerto internacional más importante operaba la UFCo y la única vía ferroviaria de acceso era propiedad de la International Railways of Central America (IRCA), de la que la UFCo era accionista en un 40%. Mientras que el suministro eléctrico que abastecía a la población y la producción estaba a cargo de una empresa subsidiaria de la también estadounidense Electric Bond and Share Co. (Guerra-Bores, 1988).
Por eso, cuando Arbenz osó iniciar una reforma agraria, que en sus palabras significó la “piedra angular” de su mandato, junto con las propuestas de impulsar un nuevo puerto en el Atlántico con su correspondiente ruta de acceso para la desmonopolización del comercio exterior y la construcción de una planta de energía hidroeléctrica, “el pulpo” (como era denominada la UFCo) comenzó a mover sus tentáculos que llegaban hasta Washington.
El golpe
La historia de las intervenciones de Estados Unidos en Latinoamérica es tan temprana como la anexión de Texas en 1845. Poco más de 100 años después, quedó demostrado que la costumbre injerencista permanecía y se iba materializar en tierras mayas.
El contexto internacional de posguerra sirvió de apoyo para que la “persecución del comunismo” sea la excusa para interrumpir el avance de las reformas parciales en Guatemala y avanzar en el proceso de semicolonización. Desde 1947, diversos funcionarios de la Casa Blanca ya habían iniciado una campaña sobre un supuesto avance del comunismo en el “tercer mundo” en general, pero particularmente en América Latina. Por eso, en 1951 Estado Unidos comenzó a ejercer presión en la ONU, la OEA y la ODECA con el objetivo final de aislar internacionalmente al gobierno de Arbenz para impedir la implementación de sus políticas. Presión que se desarrolló también sobre otros gobiernos nacionalistas burgueses similares al guatemalteco, como parte de la expansión del imperialismo yanqui.
El caso más ilustrativo es el de la X° Conferencia de la OEA en Caracas, donde el polémico Allan Dulles, por entonces director de la CIA, logró aprobar una declaración por la cual los países latinoamericanos miembros se comprometían a actuar en conjunto frente a la posibilidad de un gobierno comunista en la región (antecedente evidente de la Doctrina de Seguridad Nacional y del Plan Cóndor). Claramente Arbenz estaba en la mira de Dulles, ya previamente había enviado como embajador norteamericano para Guatemala a John E. Peurifoy, conocido funcionario macartista, “experto en comunismo”, que anteriormente había operado en Grecia.
Allan Dulles junto con su hermano, John Foster Dulles, fueron por 36 años abogados de la firma Sullivan & Cromwell, consejeros legales para Centroamérica de la UFCo, por lo que no fue muy difícil que el gobierno de Estados Unidos destine los recursos para salvaguardar los intereses de la corporación bananera. Con todo esto, en 1953, Dwight Eisenhower aprobó la operación PBSUCCESS, para la que se destinaron inicialmente 3 mil millones de dólares.
El 18 de junio de 1954 ingresaron las tropas desde Honduras con el coronel Carlos Castillo Armas al frente. Algunas investigaciones aseguran que la operación no representó un peligro verdadero desde lo militar, hay testigos aseguran que donde se combatió se logró contener la invasión, sino que el objetivo real era incidir psicológicamente en la población y alentar una sublevación interna. El clima de descontento anteriormente fue incentivado a través de la propaganda anticomunista difundida por la radio clandestina La Voz de la Liberación, ficción creada por la CIA desde Estados Unidos con migrantes guatemaltecos y transmitida desde Honduras. Con el transcurso de los días desde la invasión los bombardeos de ciudades, la violencia y la incertidumbre lograron quebrar el apoyo al gobierno, aunque el sector más decidido sostuvo la defensa de la revolución exigiendo armas para el pueblo. Pero la actitud timorata de Arbenz obstaculizó la iniciativa, dejando la decisión final en manos del ejército que terminó por colaborar con el golpismo.
Finalmente, Arbenz abandona la presidencia en la noche del 27 de junio, anunciando por radio su renuncia. Ni siquiera el exilio le alcanzó para salvarse del hostigamiento de la CIA. Su largo derrotero por México, Suiza, Francia, las ex Checoslovaquia y URSS, China, Uruguay y Cuba da cuenta de la insistencia con la que se buscó impedir todo intento de reconstrucción del proceso iniciado con la revolución. Pero el mayor terror quedó en Guatemala y acechó por las siguientes décadas a la comunidad.
El trauma del 54
Según el informe Guatemala: memoria del silencio “se habla del ‘trauma del 54’ como un efecto político colectivo, que partió la historia de Guatemala y de sus ciudadanos”. Esta afirmación es completada por Figueroa-Ibarra (1990) que explica:
“En Guatemala han habido en las últimas tres décadas y media, tres grandes olas de terror (coyunturas de terror intensivo y masivo) y una constante terrorista de carácter estructural. (…) La primera de ellas se observó en 1954, al calor de la contrarrevolución de 1954; la segunda se desplegó entre 1967 y 1971, como recurso eficaz para desmantelar el auge guerrillero iniciado en 1962. Finalmente, la tercera se desarrolló entre 1978 y 1983, resultando ser un elemento sustancial en la derrota de carácter parcial que observó el movimiento guerrillero surgido en la década de los 70”.
Sin lugar a dudas, lo hechos posteriores representaron para la región uno de los episodios más traumáticos de la historia. Entre los crímenes cometidos debe destacarse el “genocidio maya” cometido entre 1981 y 1983, donde 150.000 personas fueron asesinadas. Para este momento, Estados Unidos había dejado de ser el principal respaldo armamentístico y militar de la dictadura guatemalteca para ser reemplazado por Israel, país que ya contaba con experiencias en genocidios con la Nakba de 1948 o la masacre de Sabra y Shatila que sucedía en simultaneo.
Siete años después del golpe a Arbenz, la CIA invadió nuevamente el “patio trasero”, pero esta vez el intento se frustraría en 72 horas gracias a la resistencia del pueblo cubano en Bahía de Cochinos. Sucedía que durante el golpe del ‘54, un joven Che Guevara recorría Latinoamérica y en su paso por Guatemala vivió en carne propia la actitud de Estados Unidos frente a las políticas redistributivas. Esa experiencia fue decisiva para sacar la conclusión de que “no se puede confiar en el imperialismo ni tantito así, nada…” y que cualquier proyecto de soberanía en nuestros países solo podía llegar por la vía revolucionaria. El caso de Arbenz fue el ejemplo claro de que las burguesías locales eran completamente incapaces de superar el subdesarrollo regional y habían abandonado definitivamente toda intención de enfrentar, aún tímida y parcial, al imperialismo, tareas por la que hoy en toda Latinoamérica seguimos luchando, pero con una perspectiva decididamente antiimperialista, obrera y socialista.
Martín Fuentes Vega
Fuentes
Bores-Guerra, A. (1990). Apuntes para una interpretación de la revolución guatemalteca y su derrota en 1954.
Comisión por el Esclarecimiento Histórico (1999). Guatemala, memoria del silencio.
Figueroa Ibarra, C. (1990). Guatemala el recurso del miedo.
Israel Crimes (2024). Israel’s role in the Mayan Genocide 1960-1996. Disponible en https://www.instagram.com/p/C2TWyRYvIsn/?igsh=MTg0YzRhamU5NGZlOQ%3D%3D&img_index=10
Murillo Jiménez, H. (1985). La intervención norteamericana en Guatemala en 1954. Dos interpretaciones recientes.