domingo, 22 diciembre 2024 - 22:13

Israel. El dilema de la clase trabajadora

Compartimos el artículo publicado originalmente en el sitio web de la Liga Internacional Socialista.

Para algunas corrientes de izquierda e incluso trotskistas, la salida al problema palestino-israelí pasa por la “unidad” de ambas clases obreras. La clase trabajadora israelí es explotada por el capital, pero a la vez es en su mayoría sionista. Es decir, apoya y se beneficia de ese Estado colonialista, opresor y genocida anti-palestino que es Israel. Negar esto es un error político, que diluye la lucha palestina por su liberación nacional, retrasa una perspectiva revolucionaria en la región y además legitima la existencia de un Estado israelí. ¿Cómo abordar este tema complejo?

Para el marxismo revolucionario, el internacionalismo obrero es una cuestión de principios. Pero no es una categoría abstracta e inmutable para todo tiempo y lugar, sino que se debe adecuar a cada contexto concreto.

Entre Palestina e Israel no hay un “conflicto” fronterizo entre dos países capitalistas de rango similar. En ese caso, el internacionalismo obrero sería llamar a ambas clases trabajadoras a confraternizar entre sí y enfrentar a sus respectivas burguesías. Tampoco es un enfrentamiento entre un imperialismo y su colonia o semicolonia. En la metrópoli, el internacionalismo obrero sería el derrotismo revolucionario: que pierda su propio país. A su vez, la clase obrera del país atrasado debe luchar con independencia política de su burguesía.

Si bien el caso de Israel presenta similitudes con este último, no es un imperialismo o colonialismo de explotación que explota los recursos y la mano de obra de su colonia o semicolonia, sino un colonialismo de asentamiento, también llamado de poblamiento o de colonos. Es la máxima ocupación de territorio con la mínima población nativa[1], ya sea por exterminio, desplazamiento forzoso y/o asimilación.[2]

Israel: un enclave colonial proimperialista

El sionismo, lejos de ser el movimiento de liberación nacional del pueblo judío, como hipócritamente se autodefine, es un colonialismo de poblamiento. Desde su fundación en 1948 y hasta la actualidad, Israel es el colmo de la máxima ocupación territorial y la menor población nativa. Con una distinción: no es una metrópoli imperial que coloniza otra región distante o aledaña, sino que es en sí mismo un enclave colonialista. Ese carácter único diferencia a la sociedad israelí de todas las demás. Es decir, “Israel es un enclave colonial, de características similares a los estados ‘blancos’ de África, erigido sobre la base del desalojo, discriminación racial, explotación y negación de los derechos democráticos y nacionales de la población nativa. En la zona donde se ha implantado, este enclave colonial actúa como gendarme del imperialismo para reprimir las luchas nacionales y sociales de los pueblos árabes.”[3]

Enclavado artificialmente en el Medio Oriente, zona rica en petróleo y estratégica en la geopolítica, el Estado hipermilitarizado de Israel cumple su rol de perro guardián contra las masas árabes y a la vez goza del mayor status social de la región gracias al financiamiento del imperialismo norteamericano. “Según datos de los departamentos de Defensa y Estado, desde 1951 hasta 2022, la ayuda militar estadounidense a Israel, ajustada a la inflación, ha sido de 225.200 millones de dólares”[4]. Son unos 3.200 millones por año, 3.800 en 2022, todo no reintegrable. Es un circuito simbiótico: el grueso de esa ayuda va a compra de armas, lo que retroalimenta el complejo militar-industrial de EE.UU., y el resto va a inversión y desarrollo en alta tecnología militar (startups) en Israel[5].

Ese enorme sostén externo influye a toda la sociedad israelí, incluida su clase trabajadora. Y además recibe las remesas -exentas de impuestos- del poderoso lobby judío norteamericano, cuyo brazo principal es el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC), ligado a los republicanos locales y al partido ultraderechista Likud de Netanyahu. Por si fuera poco, Israel también recibe subsidios de la Unión Europea.

Usurpación y limpieza étnica

El Estado de Israel se fundó en 1948, con acuerdo de las Naciones Unidas, robando el territorio de Palestina, arrasando 531 aldeas, asesinando a miles de árabes y expulsando de sus hogares a unos 750.000: la mitad de la población nativa. La evolución del mapa constata el constante expansionismo israelí a costa de ocupar zonas palestinas e inclusive de países limítrofes. Desde 1967, Israel ocupó más de mil km² adicionales de territorio palestino[6].

En concreto, hoy Israel ocupa los Altos del Golán (1.200 km² de Siria), las Granjas de Shebaa (22 km² del Líbano), Jerusalén Este (70 km² de jurisdicción internacional), Cisjordania (5.640 km², fragmentados por 425 puestos de control militar y asentamientos sionistas) y la Franja de Gaza (385 km², hoy bajo brutal ataque). ¿Y qué planes para Gaza debate la cúpula israelí? Mantener el control militar, asentar colonos o dejarla en ruinas para amedrentar a la resistencia palestina. Es más: la inmobiliaria sionista Harey Zahav hasta llegó a publicitar futuras casas de veraneo allí…

En cuanto a la población total, el pueblo palestino incluida su diáspora hoy supera los doce millones de personas. La mitad, 6.200.000, viven en Gaza, Cisjordania y la zona que ocupa Israel. En campamentos de refugiados en Jordania, Siria y Líbano hay otras 4.100.000 personas y 1.300.000 más en otros países árabes. Así, en la región suman 11.600.000 palestinos. Una solución genuina debe incluir su derecho al retorno a la Palestina originaria, lo que implicaría la devolución de sus tierras y propiedades, hoy en manos de la población judía, en su mayoría trabajadores y sectores medios.

Población PalestinaHabitantes
Franja de Gaza2.000.000
Cisjordania y Jerusalén Este3.000.000
Israel1.200.000
Jordania3.000.000
Líbano500.000
Siria600.000
Otros países árabes1.300.000
Chile300.000
Otros de Europa y América500.000
Total12.400.000

En cuanto a la evolución demográfica, en Palestina la población judía siempre fue minoritaria respecto de los árabes originarios. En los años ’30 no llegaba al 20% del total. Pero desde unos años antes de fundar Israel, el sionismo alentó la inmigración judía desde Europa. Y en 1948 la Nakba implicó una masiva expulsión palestina, lo que junto a la llegada de nuevos contingentes judíos invirtió abruptamente la proporción al interior de Israel. Así, en los años ’50 la población judía llegó a ser el 80% del total israelí, como sigue hasta hoy. A diferencia de la minoría árabe israelí, el sector judío también crece por inmigración.

Para afianzar la expansión territorial y la mayoría judía, Israel aplicó métodos de limpieza étnica en base a un andamiaje jurídico abiertamente supremacista y teocrático:

  • Ley del Retorno (1950). Otorga residencia a toda persona judía que emigre a Israel[7]. En 1952 se reformó para dar ciudadanía a todo residente judío. En cambio, no reconoce derecho al retorno de los refugiados palestinos. Es un absurdo total: un judío de Brasil, que llega a Israel desde miles de kilómetros y cuyos antepasados jamás pisaron Palestina, es automáticamente ciudadano israelí… pero un palestino nieto de refugiados en Gaza, cuyos ancestros vivieron allí durante siglos, no tiene ese derecho.
  • Ley de Propiedad de Ausentes (1950). Permite al Estado sionista confiscar las tierras y bienes de los palestinos expulsados en 1947.
  • Leyes de Medición (1957) y de Aguas (1959). Toda el agua es propiedad del Estado israelí. Por la Orden Militar 158 (1967) toda instalación la debe autorizar el ejército sionista, que maneja el río Jordán, los acuíferos y cuencas pluviales de Cisjordania. En 2006, el PNUD constataba: “La población israelí no alcanza a ser 2 veces más grande que la palestina, pero su uso total de agua es 7,5 veces más alto. En Cisjordania, los colonos israelíes consumen casi 9 veces más agua por persona que los palestinos”[8]. La media actual es de 280 litros al día por israelí y 70 por palestino; en Gaza baja a menos de 40 litros por el bloqueo israelí.
  • Ley Básica de Tierras (1960). Impide a los palestinos arrendar terrenos: son propiedad del Estado, del Fondo Nacional Judío o de la Autoridad de Desarrollo, y sólo transferibles entre esos tres entes. Aunque los árabes israelíes superan el 20% de la población, sólo ocupan el 3,5% del territorio.
  • Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel (2003). Era de “emergencia temporal”, pero aún rige. Impide al cónyuge de una/un ciudadano palestino israelí obtener la residencia y la ciudadanía automática si procede de los territorios palestinos o de Estados considerados hostiles (Irán, Líbano, Siria e Irak).
  • Ley de Comités de Admisión (2011). Permite que en los municipios rechacen  a ciudadanos o residentes árabes que busquen habitar allí por “no ser adecuados para el tejido socio-cultural”. Según la ONG árabe Adalah, abarca el 41% de las comunidades y el 80% del territorio.
  • Ley de la Nakba (2011). El Estado puede retirar subsidios a toda institución -universidad, teatro, escuela, club- que de algún modo conmemore la catástrofe palestina de 1948.
  • Ley del Estado-nación (2018). Reafirma a Israel como patria de los judíos, sólo a ellos les reconoce el derecho de autodeterminación, degrada al idioma árabe y sólo oficializa al hebreo y considera de valor nacional a los asentamientos sionistas. O sea, los árabes israelíes son ciudadanos de segunda, ahora aún más hostigados.
  • Los municipios palestinos reciben mucho menos financiamiento estatal que los judíos y no se pueden extender. La ciudad israelí con más árabes, Nazaret, aunque triplicó su población desde 1948 no creció ni un metro cuadrado, mientras que Nazaret Alto, asentamiento judío vecino, triplicó su tamaño expropiando tierras a los palestinos.
  • Los desalojos, demoliciones y bloqueos de viviendas palestinas son corrientes. Según la organización de derechos humanos israelí B’Tselem, desde 2006 a 2023 fueron demolidas bajo pretexto de “construcción ilegal” 5.598 viviendas y expulsaron a 8.648 personas, la mitad menores[9]. En los últimos 50 años Israel ha demolido 50.000 viviendas y estructuras palestinas.
  • Lo mismo pasa con el empleo, vedado a los palestinos porque el 70% de las industrias son “sensibles” a cuestiones de seguridad[10].
  • En cuanto a los derechos democráticos, la desigualdad jurídica es flagrante[11].
TemaJudíosPalestinos
Delito de seguridadTribunal civilTribunal militar
Detención administrativa máxima64 días90 días (prorrogable)
Plazo máximo para juicio9 meses18 meses (prorrogable)
Homicidio involuntario20 añosCadena perpetua
Pedido de libertad condicional1/2 condena2/3 condena
Adultez penal18 años16 años

Si nos detenemos en describir al Estado sionista y sus efectos en la vida cotidiana actual es para mejor comprender el contexto material real de la clase trabajadora israelí.

Sociedad y trabajo en Israel

De un total de 9,8 millones de habitantes, casi un 80% es judío y un 20% árabe, con pequeñas minorías cristiana y drusa. De los 7,5 millones de judíos, más de dos tercios son inmigrantes o hijos de inmigrantes, en especial rusos. Un 10% del total son colonos que viven en asentamientos ilegales en territorios palestinos ocupados: 500.000 en Cisjordania y 200.000 en Jerusalén Este.

Por origen, los judíos ashkenazis (europeos) tienen mejor nivel de vida que los sefaradíes (ibéricos) y la mayoría mizrahi (norte de África y Oriente), todos por encima de los falashas (negros etíopes). Ya en los primeros años del Estado, Ben Gurión sostenía: “Necesitamos personas que hayan nacido como trabajadores. Tenemos que llegar a los elementos locales de los judíos orientales, los yemeníes y sefardíes, cuyo nivel de vida y exigencias son inferiores a los del trabajador europeo, y que entonces pueden competir con éxito con los árabes”[12]. Además de los árabes israelíes, el sector judío más pobre son los ortodoxos haredíes: son el 8% del total de judíos, tienen más hijos, anteponen el estudio bíblico al trabajo y reciben ayuda social estatal.

Sobre una fuerza laboral de algo más de 4 millones, un 34% trabaja en el sector público, un 42% en los servicios y un 18% en la industria. Aparte del tallado de diamantes la principal rama industrial es la tecnológico-militar, con empresas estatales como Elbit-IMI, IAI, Rafael y otras privadas. Israel es el décimo importador y el noveno exportador de armas del mundo.

  • Para hallar empleo, es clave haber cumplido el servicio militar. Como por segregación se exime a los ciudadanos árabes, con esa excusa se les niega el acceso al trabajo, la vivienda y otros derechos. Por eso cubren las tareas peor remuneradas y más flexibilizadas. Por caso, apenas el 1% de la fuerza laboral árabe israelí trabaja en las startups de alta tecnología.
  • Más precarios aún son los 160.000 palestinos que trabajan en Israel, en general en la construcción o la agricultura. Ganan la mitad que un obrero judío, no tienen seguro de desempleo y dependen de un permiso especial, a menudo intermediado por mafias. Desde octubre Israel canceló esos permisos, dejando sin sostén a esas familias y a la vez afectando al sector israelí de la construcción.
  • Similar situación viven los “trabajadores invitados”, unos 300.000 extranjeros temporarios admitidos para no depender tanto de la mano de obra palestina. Venidos de Tailandia y China, Rumania y Bulgaria, América Latina y África, trabajan en agricultura, construcción, cuidado de ancianos, limpieza y turismo.

La central obrera judía, Histadrut, surgió en 1920 como parte del movimiento sionista. Presionaba a las empresas a contratar judíos y boicotear palestinos. Impulsó las milicias paramilitares de la Haganá, que luego sería la base del ejército israelí, y en los años ’30 fundó el Partido Laborista. Ante la huelga general palestina de 1936-1939 organizó a rompehuelgas judíos y apoyó la represión británica.

La Histadrut tiene un brazo económico, Hevrat HaOvdim, que es propietario total o parcial de cooperativas agrícolas, empresas de tránsito y otras industrias, la constructora Solel Boneh, el mayor servicio de atención médica Kupat Holim Clalit y el principal banco israelí: Hapoalim[13]. Con 800.000 afiliados, es empleadora directa o indirecta de unos 200.000 trabajadores e influye sobre el 20% de la economía. Sionista por origen y muy integrada al Estado, la Histadrut apoya el bombardeo a Gaza.

El segundo sindicato israelí es Histadrut Leumit, ligado al Likud, con 80.000 afiliados. El tercero es Coaj LaOvdim (Fuerza de los Trabajadores), crítico de la burocracia pero también sionista, con 25.000.

“El carácter de clase de la sociedad israelí”

Así se titula una nota de Matzpen (brújula, en hebreo), una organización marxista y antisionista israelí que existió entre 1962 y 1983, cuyo análisis estructural creemos útil:

“La sociedad israelí no es simplemente una sociedad de inmigrantes: es una de colonos. Esta sociedad, incluida su clase trabajadora, se formó mediante un proceso de colonización. Este proceso, que dura 80 años, no se llevó a cabo en el vacío sino en un país poblado por otro pueblo. El conflicto permanente entre la sociedad de colonos y los árabes palestinos indígenas desplazados nunca ha cesado y ha dado forma a la estructura misma de la sociedad, la política y la economía israelíes…

“Una clase así tiende a seguir a sus gobernantes en lugar de desafiar su gobierno. Esto, además, es aún más cierto cuando la opresión no tiene lugar en un país lejano, sino ‘en casa’, y cuando la opresión y la expropiación nacionales constituyen las condiciones mismas para el surgimiento y la existencia de la sociedad opresora…

“En el contexto de la sociedad israelí, significa que mientras el sionismo sea política e ideológicamente dominante dentro de esa sociedad y forme el marco político aceptado, no hay posibilidad alguna de que la clase trabajadora israelí se convierta en una clase revolucionaria…

“también es una sociedad que se beneficia de privilegios únicos. Goza de una afluencia de recursos materiales del exterior en cantidad y calidad incomparables…  Israel es un caso único en Medio Oriente; es financiado por el imperialismo sin ser explotado económicamente por él…

“La afluencia de recursos tuvo un efecto decisivo en la dinámica de la sociedad israelí, ya que la clase trabajadora israelí participó, directa e indirectamente, en esta transfusión de capital. Israel no es un país donde la ayuda exterior fluye enteramente hacia bolsillos privados: es un país donde esta ayuda subsidia a toda la sociedad. El trabajador judío en Israel no recibe su parte en efectivo, sino en términos de viviendas nuevas y relativamente baratas, que no podrían haberse construido reuniendo capital localmente; lo consigue en el empleo industrial, que no podría haberse iniciado ni mantenido sin subvenciones externas; y lo obtiene en términos de un nivel de vida general que no corresponde al producto de esa sociedad… De esta manera, la lucha entre la clase trabajadora israelí y sus empleadores, tanto burócratas como capitalistas, se libra no sólo por la plusvalía producida por el trabajador, sino también por la participación que cada grupo recibe de esta fuente externa de subsidios…

“Esto significa que, aunque existen conflictos de clases en la sociedad israelí, están limitados por el hecho de que la sociedad en su conjunto está subsidiada desde el exterior. Este estatus privilegiado está relacionado con el papel de Israel en la región, y mientras ese papel continúe hay pocas perspectivas de que los conflictos sociales internos adquieran un carácter revolucionario.” En consecuencia, Matzpen proponía que la actividad en la clase trabajadora israelí se debe subordinar a la estrategia general de la lucha contra el sionismo”[14].

En la actualidad, las activistas norteamericanas pro-palestinas Sumaya Awad y Daphna Thier analizan lo siguiente: “El único sindicato que organiza a los palestinos de Cisjordania es Wac-Ma’an, que comenzó a sindicalizarlos en 2008… Los miembros de sindicatos judíos israelíes mantienen la experiencia de luchar por la justicia laboral separada de la ‘cuestión nacional’. Siguen apoyando el proyecto colonial de asentamientos de Israel y, en muchos casos, participan en la subyugación violenta de los palestinos a través del servicio en el ejército israelí. Por ello, ni siquiera Wac-Ma’an ha conseguido cambiar las inclinaciones políticas de sus miembros judíos, que suelen votar al Likud… los trabajadores israelíes siguen comprometidos con el apartheid y la ideología racista que lo posibilita. De hecho, los sindicatos de Israel se ven arrastrados hacia la derecha por sus miembros judíos. Para reclutar, deben dejar de lado la cuestión de la ocupación. De lo contrario, se condenan a la marginalidad.

“Esta es la naturaleza del mundo del trabajo en una economía de apartheid. La separación casi total significa que los judíos y los palestinos rara vez trabajan juntos como compañeros de trabajo. Por el contrario, están segregados de forma que se afianza el racismo y se garantiza que la lealtad nacional se impone a la conciencia de clase. Tres cuartas partes de los palestinos no tienen la ciudadanía y nunca compiten con los judíos por el empleo ni se les concede el derecho a organizarse juntos para conseguir buenos puestos de trabajo sindicalizados…

“La no segregación del mercado laboral israelí supondría una competencia por los puestos de trabajo, la devolución de la riqueza robada y una posible caída libre económica para muchos trabajadores judíos israelíes. El fin de la ocupación amenaza la situación material de estos trabajadores. Por eso la mayoría de los trabajadores israelíes se oponen a los derechos democráticos para todos: el sionismo impide la solidaridad de la clase obrera.”[15]

Debates sobre la política revolucionaria

Por desgracia muchas corrientes de izquierda, incluso del trotskismo, se han adaptado cada vez más a la existencia de Israel, rechazan su abolición y como salida plantean una confraternización entre la clase obrera palestina y la israelí, lo que es pura ficción.

Según el Secretariado Unificado, “la idea de que el pueblo palestino puede lograr su emancipación nacional mediante una derrota militar del Estado israelí, un Estado con una superioridad militar abrumadora, es quimérica. En un contexto de Oriente Medio formado por un mosaico de pueblos y minorías, la paz sólo es posible mediante la emancipación democrática de todos.”[16]

Y Lutte Ouvrière va todavía más lejos: “Contra el imperialismo y sus maniobras. Contra Netanyahu y Hamas. Proletarios de Francia, Palestina, Israel… ¡unámonos!”[17], dicen, como si el líder ultrasionista y la organización palestina fueran dos demonios equiparables. Su propuesta es ilusoria y errada: “En Israel, los trabajadores palestinos e israelíes suelen trabajar juntos. Deben recuperar la conciencia de sus intereses comunes. Sólo esta fraternidad de clases podrá crear el impulso capaz de superar el odio acumulado durante décadas de enfrentamientos.”[18] “Si los revolucionarios reconocen el derecho de los palestinos a tener su propio Estado, también reconocen el derecho de los israelíes, que hoy constituyen una nación de facto que vive en el territorio de Palestina, a tener su propia existencia nacional.”[19]

No es así. La presencia de una población judía numerosa y arraigada plantea un desafío real a resolver, que genera dudas, ambigüedades o confusiones en algunas organizaciones de izquierda. Pero no por la complejidad del problema hay que idealizar a la clase trabajadora israelí ni, menos aún, resignarse a convivir con un asesino serial como el Estado de Israel. Ya Netanyahu reconoció hace poco que no acepta ningún Estado palestino: “No comprometeré el control total de la seguridad israelí sobre toda la zona al oeste de Jordania, y esto es contrario a un Estado palestino”, tuiteó[20]. Dicha zona cuyo control total reivindica este fascista incluye Israel, Cisjordania y Gaza…

Es necesario abolir el Estado de Israel, reemplazarlo por una Palestina única, laica, no racista y socialista como parte de una misma lucha por la revolución socialista en Medio Oriente. En esa perspectiva, el principal aliado para el pueblo trabajador palestino de Gaza y Cisjordania son sus hermanas y hermanos refugiados que viven en Líbano, Siria y Jordania, así como los trabajadores de los países árabes de la región. A su vez éstos deben enfrentar a sus respectivos gobiernos burgueses, que son aliados más o menos explícitos de Israel y manipulan la causa palestina según sus propios intereses.

Esto no implica negar que sectores de jóvenes, intelectuales y trabajadores judíos, hoy claramente minoritarios, avancen en la ruptura con el sionismo. Hay numerosos historiadores, sociólogos y periodistas israelíes que lo cuestionan a fondo[21]. También hay jóvenes judíos objetores de conciencia que rechazan hacer el servicio militar. Días atrás, el joven Tal Mitnick, de 18 años, primer desertor desde el 7 de octubre, fue condenado a un mes de prisión por su carta abierta en la que señala: “Me niego a creer que más violencia nos garantizará más seguridad, me niego a participar en una guerra de venganza. Netanyahu tiene que irse, ayer, hoy, mañana, como todo el loco gobierno de ceros que formó y que nos ha llevado al borde del abismo.”[22] Hay también en Israel pequeños grupos antiocupación[23], aunque en general defienden la fracasada línea de dos Estados. Durante las masivas protestas contra la reforma judicial de Netanyahu el año pasado en Tel Aviv formaron el llamado bloque antiocupación, con hasta 200 personas, ante la indiferencia o a veces cierta hostilidad del grueso de manifestantes judíos.

Desde la resistencia palestina y las corrientes revolucionarias es preciso tender lazos hacia esos pequeños grupos y quienes a futuro rompan con el sionismo. Pero lo cierto hoy es que los judíos israelíes habitan y usufructúan un territorio que les fue usurpado a los palestinos mediante un genocidio que continúa. Tan es así que el gobierno de Sudáfrica acusa a Israel por genocidio ante la Corte Penal Internacional y ésta le ordenó “evitar actos de genocidio en Gaza”. Esas tierras rurales y viviendas deben ser restituidas a la población palestina originaria y a los refugiados que decidan retornar a la nueva Palestina liberada y entera, del río al mar, con capital en Jerusalén. En todo caso, será una de las tareas de la revolución socialista regional encontrar una salida integral a este problema pendiente que no ha resuelto el capitalismo.

Una parte de los judíos quizás elija volver a sus países de origen, reintegrarse y asimilarse allí, en tanto que otros aceptarán convivir en paz como minoría con la mayoría árabe en Palestina. A su vez, el nuevo Estado que le asegure respeto y plena igualdad de derechos a esa minoría judía no es uno de tipo capitalista e islamista -como propone Hamas- sino únicamente una Palestina democrática, laica, no racista y socialista, como parte de la revolución en el Medio Oriente y en conexión con la revolución mundial -como proponemos desde la LIS. De allí la necesidad de construir organizaciones revolucionarias a nivel regional e internacional.


[1] Wolfe, Patrick; Settler Colonialism and the Transformation of Anthropolgy: The Politics and Poetics of an Ethnographic Event, Cassell (Londres: 1999), pág. 1 a 3.

[2] En Sudáfrica, desde 1948 el régimen bóer impuso el apartheid, o sea racismo y segregación de la población negra nativa. Pero como los colonos holandeses requerían esa mano de obra barata, no la exterminaban. El apartheid cayó en 1992, pero antes, durante y después siempre hubo mayoría negra.

[3] Revista de América N° 12, Israel. Historia de una colonización, publicación del PST argentino, diciembre 1973, pág. 33.

[4] https://www.bbc.com/mundo/articles/c2x85zgpmzlo#:~:text=En%202022%2C%20Washington%20le%20entreg%C3%B3,entreg%C3%B3%20a%20las%20fuerzas%20armadas

[5] Entre otros, el sistema de control fronterizo Frontex y el software de espionaje Pegasus son israelíes.

[6] https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/reportajes/ocupacion-israeli/

[7] Se considera judía a toda persona nacida de madre judía o convertida al judaísmo y que no es miembro de ninguna otra religión.

[8] Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. En https://www.nodo50.org/csca/agenda06/palestina/informe-agua_24-11-06.htm

[9] https://statistics.btselem.org/en/demolitions/pretext-unlawful-construction?structureSensor=%5B%22residential%22%2C%22non-residential%22%5D&tab=overview&stateSensor=%22west-bank%22&demoScopeSensor=%22false%22

[10] Pappé, Ilan; Los diez mitos de Israel, Edit. Akal, Col. Pensamiento Crítico (Madrid: 2017), pág. 124.

[11] https://www.addameer.org/es/content/tribunales-militares

[12] https://z.ynet.co.il/mshort/commerce/2016/elite/eliteweb

[13] https://global.histadrut.org.il/who-we-are/

[14] https://matzpen.org/english/1972-02-10/the-class-character-of-israeli-society/

[15] https://jacobinlat.com/2021/04/17/en-israel-el-sionismo-impide-la-solidaridad-de-la-clase-trabajadora/

[16] https://fourth.international/es/510/asia/548

[17] https://www.lutte-ouvriere.org/agenda/halte-au-massacre-gaza-727446.html

[18] https://www.lutte-ouvriere.org/editoriaux/israeliens-et-palestiniens-dans-le-piege-sanglant-cree-par-limperialisme-726960.html

[19] https://www.lutte-ouvriere.org/lextreme-gauche-la-question-palestinienne-et-le-hamas-727797.html

[20] https://twitter.com/netanyahu/status/1748764135716749568

[21] Ilan Pappé, Benny Morris, Tom Iegev, Avi Shlaim, Simha Flapan, Shlomo Sand, Raz Segal, Gideon Levy y otros.

[22] https://www.liberation.fr/international/moyen-orient/je-refuse-de-participer-a-une-guerre-de-vengeance-lettre-dun-objecteur-de-conscience-israelien-20231228_274B5J76EJBX3MAIOF6I4BAA5E/

[23] Pacifistas: Juntos de pie (Omdim beyajad), Paz ahora (Shalom ajshav), De-Colonizer. Objetores: Hay límite (Yesh gvul), Shministim (13° grado), Juventud contra la dictadura. Derechos humanos: B’Tselem, Solidaridad Sheij Jarrah, Hamabara, Jerusalén libre. Culturales: System Ali (hip hop israelí-palestino), +972 Magazine (web); Kasamba, Samba Chemicals, Yasamba (bandas de tambores). Políticos: Ma’avak, Da’am.

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