“Trabajar en desacuerdo con la forma y el movimiento de la naturaleza, esforzarse – en vano- luchando contra la ley de la gravedad o contra la predisposición natural del individuo, como lo hace la escuela de ballet hoy, produce movimientos estériles, incapaces de engendrar otros movimientos, y que por el contrario mueren enseguida que se hacen”.
“La danza del futuro”, “La danse de l’ avenir” (1923), de Isadora Duncan
Nacida un 27 de mayo de 1877 en el seno de una familia tradicional en la ciudad de San Francisco, California. La menor de cuatro hijos, Angélica Isadora Duncan se desplaza con libertad sobre las orillas del mar, es una niña que imita la cadencia de las olas, el paso de las nubes, el aleteo de los árboles y se deja llevar junto a su compás. Tiene diez años.
El mundo empujado por la industria, la tecnología y los avances de la ciencia, los primeros automóviles, el primer aeroplano con motor, Einstein poniendo en duda algunos conceptos, Freud y el subconsciente. La era victoriana deja paso a otros tiempos, convulsionados y previos a las guerras.
Sus padres se habían divorciado cuando ella era aún una bebé. La madre, a cargo del sostenimiento de la casa, sale a dar clases de piano a domicilio. La música y la danza son hábito y llave a la expresión sin limitaciones. Mozart, Shubert, Shuman suenan a diario. La niña, ávida lectora, curiosa pero retraída no coincide con el formato y el contenido que le imparten en la escuela, pero es brillante y una alumna sobresaliente. Las penurias económicas los hacen mudar a Oakland. Allí abren una escuela de danza donde la hermana mayor Elizabeth junto a Dora, la mamá, dan clases a niñas de distintas edades. Isadora no soporta ya la escuela y la deja para hacerse cargo de la instrucción de las niñas pequeñas de la academia.
“La nota dominante de mi niñez era un constante espíritu de rebeldía contra la estrechez de la sociedad en que vivíamos y contra las limitaciones de la vida…”
Completa sus lecturas en Shakespeare, Dickens, Thackeray, visita museos, toma apuntes. Su amigo Carlos Hallé le enseña francés y toda la cultura y el arte gótico. La invita a apreciar las épocas de Luis XIII, XIV, XV y XVI.
Descubre la biblioteca de la Ópera, donde devora todos los libros sobre el baile, música y el teatro de los griegos. Revisa minuciosamente todo lo que se había escrito en el mundo sobre el arte de la danza, desde los primeros egipcios hasta el momento.
El mandato patriarcal que trajeron los Duncan desde Irlanda, participar del culto de la religión católica se desarma al calor de los cambios, las sucesivas mudanzas, la supervivencia y la avidez intelectual. Se forja su espíritu independiente.
Luego de una estadía en Chicago donde participa de algunas compañías menores de baile logra ingresar a sus diecisiete años a la de Agustín Daly en Nueva York, pero ante la reiteración y esquematismo de las perfomances, decide buscar un lugar que le permita desarrollar su particular estilo, una novedosa manera de expresar sentimientos con el cuerpo, liberado de fórmulas y encorsetado en la danza tradicional. Convence a la familia de viajar a Europa y es allí donde ingresará a su período más prolífico.
La búsqueda de influencias
Viviendo primero en Londres, Isadora se pasa horas en el Museum Británico admirando las pinturas y esculturas renacentistas, estudiando las formas del movimiento en particular se orienta a la cultura griega. Lo mismo hará en el Louvre y el National Galery de París. Descubre su marco, su inspiración. Inmersa en el ámbito cultural europeo conoce y frecuenta a escritores, poetas, artistas, actores. Lee con voracidad a Schopenhauer, Kant, Nietzsche. Estos autores le darán fundamentos acerca del cuerpo. La idea estaba tomando forma, en progreso hacia un manifiesto. A medida que integra estos descubrimientos los asimila a su trabajo. Conexión con lo interior, desplazamientos que imitan los de la naturaleza, vestimenta que consta de túnicas vaporosas, desnudez en los pies. La escenografía también sufrirá un cambio radical. Es minimalista, sencilla, con telas que resignifiquen el mar. En términos estilísticos una expresionista. Lo que importa es el cuerpo como medio, herramienta de los sentimientos profundos, contradictorios.
La tarea pedagógica
Enseñar era parte de su batalla por un nuevo formato de la danza. En Berlín en 1905 inaugura una escuela, incorpora niñas de familias obreras. La financian las damas de clase alta. De las veinte iniciales sólo seis permanecerán con ella durante quince años. La prensa dio en bautizarlas como las “Isadorables”. Trabajó intensamente con este grupo, al que llegó incluso a adoptar como hijas. Luego de un tiempo le quitan el subsidio y deben abandonar la escuela fundando otra en Francia. Alguna de estas aprendices realizaron decenas de presentaciones y cuatro de ellas fundaron en Rusia academias para difundir el nuevo estilo.
Amor libre, madre soltera
Su apertura y desafío ante lo impuesto no se expresaba solamente en su arte, vivía de esa manera. Había decidido ser madre soltera, teniendo dos hijos de distintos hombres. Por un accidente fatal pierde a ambos en 1913. A partir de aquí se vuelve desordenada, un tanto escandalosa. Despilfarraba el dinero que no tenía, los prejuicios de la época la tachan de libertina, bisexual.
De su paso por la Argentina en 1916 se dice que a los espectadores acostumbrados a otro tipo de danza no les satisfizo su trabajo, fueron fríos. Luego de esta primera presentación la bailarina junto a algunos amigos terminó envuelta en un escándalo que para la época consistía en haberse emborrachado y, cubierta sólo con la bandera argentina, bailar al ritmo del himno. De no mediar su director de gira no hubiese hecho las fechas siguientes, aunque ya la opinión pública la había defenestrado.
Isadora se desplazaba en el espacio escénico, pero también iba en busca de los círculos intelectuales revolucionarios, en Nueva York, en Greenwich Village conoce a John Reed, Emma Goldman. Adhiere a las ideas de cambio radicales. En la década del 20´ viaja a Rusia y funda una escuela de danza. Conoce al poeta Sergei Yesenin, diecisiete años menor y se casan. Las personalidades de ambos, sus vidas intensas no logran mantener el matrimonio, sin embargo se quedará allí hasta 1924. Tendrá diferencias con el régimen soviético, que a estas alturas ya estaba cayendo en manos de la burocracia de Stalin.
Sus últimos días transcurrirán en Francia. Fue un momento doloroso y de decadencia. En el imaginario colectivo se la recuerda por el insospechado y trágico final. La larga estola que llevaba en el cuello se traba en una de las ruedas de su automóvil y la ahorca el 14 de setiembre de 1927 en Niza.
Obra
A lo largo de su apasionada vida, la madre de la danza moderna recopiló su trabajo de investigación y manifiestos sobre los cambios que le estaba imprimiendo a esta disciplina. “El arte de la danza y otros escritos” y “Mi vida” son el legado que dejó a las futuras generaciones.
Como mujer controversial y personaje emblemático, el cine quiso dejar también huellas de su despliegue. En 1968 se estrena “Isadora” de Karel Reisz con la magistral actuación de Vanesa Redgrave en el papel protagónico.
En 2019 un bailarín, Daniel Menivel llevó a la pantalla “Los hijos de Isadora” una bella pieza donde se desarrolla en tres breves episodios la recreación de uno de los trabajos que la bailarina registró luego de la trágica muerte de sus hijos Deirdre y Patrick, “Madre”.
Como síntesis de su vida, de su búsqueda, sus pasiones y su obra, una frase la retrata:
“Fuiste silvestre una vez, no te dejes domesticar”.
Isadora Duncan
Diana Thom