¿Qué es lo último que hacés cada noche antes de dormir y lo primero cada mañana al despertar? La respuesta de millones de personas en el mundo es casi la misma: mirar algún dispositivo con conexión a internet. La gran mayoría de esas conexiones son a través de los servicios de solo 5 empresas: Google, Microsoft, Facebook, Apple y Amazon.
De la descentralización a la concentración
Internet es una simplificación de los términos en inglés interconnect (interconexión) y network (red). Es una red de redes interconectadas.
Para hablar de su origen hay que remontarse a la época de la Guerra Fría, en ese contexto fue que en 1958 se creó ARPA, una agencia del Ministerio de Defensa de los Estados Unidos, para investigar y desarrollar nuevas tecnologías de defensa para uso militar. De esa agencia surge ARPANET, que en octubre de 1969 logró la primera conexión entre una computadora de la Universidad de California y otra del Instituto de Investigación de Stanford.
Con el paso de los años, ARPANET fue conectando a más universidades de los Estados Unidos y su uso militar derivó hacia usos de investigación y difusión de la información.
Con la llegada de los ´90, se desarrolló la World Wide Web y se expandió el uso de internet hacia el público.
En los 2000 ya había cientos de miles de sitios web dispersos por el mundo.
En 2014, la mitad del tráfico se concentró en solo 35 empresas. Hoy, una de cada dos conexiones la concentran los servicios de solo 5 empresas[1].
La descentralización fue la característica constitutiva de internet, en ella radicó su principal fortaleza de seguridad. Con la extensión de su uso, proliferaron los discursos que asimilaban a la descentralización con la democratización de la información y, por lo tanto, del conocimiento. Incluso, quienes se mostraban más optimistas llegaron a hablar de las posibilidades de descentralización y democratización del poder a través del uso de este avance tecnológico. Sin embargo, el desarrollo de Internet no fue el sueño democratizador que algunos auguraban.
Los dilemas de la revolución digital
Lo cierto es que el mundo no es el mismo y no se puede negar que todos los ámbitos de nuestras vidas están sufriendo transformaciones muy significativas con la irrupción de Internet. Ya no estudiamos, trabajamos, nos informamos, nos entretenemos ni nos vinculamos entre los seres humanos de las mismas formas en que lo hacíamos antes.
La revolución digital que estamos atravesando avanza a pasos agigantados y el 2020, con la pandemia y los confinamientos, aceleró aún más el proceso.
Se estima que entre enero de 2020 y enero de 2021 hubo un aumento de 316 millones de usuarios de internet, llegando al 59,5% de la humanidad. En promedio, el uso diario es de casi 7 horas y los dispositivos móviles se convirtieron en la pantalla que más tiempo se utiliza, ganándole incluso a la televisión en directo, según el último informe de Hootsuite[2].
Ante tantos cambios surgen preguntas: ¿la humanidad puede perder frente a la tecnología que ella misma creó?, ¿es Internet el responsable de los males de este tiempo? Las visiones catastrofistas abundan en un mundo que está en crisis y que teme a las grandes transformaciones. Capítulos de la serie Black Mirror o la película documental El dilema de las redes sociales nos advierten sobre los peligros de la revolución digital.
El asunto es lo suficientemente complejo como para caer en visiones simplistas que reducen la cuestión a si Internet es bueno o malo en sí mismo. Las tecnologías de la información y la comunicación no son fenómenos externos que de repente impactan sobre nuestro mundo. Son creaciones humanas que se desarrollan en un contexto social, político y económico particular.
Raymond Williams decía que lo que cambia nuestro mundo no son los nuevos desarrollos, sino los usos que se hacen de ellos[3]. Las nuevas tecnologías son herramientas poderosísimas que abren múltiples posibilidades. Las preguntas, quizá, deberían girar en otro sentido y reformularse: ¿en manos de quiénes están esas tecnologías y al servicio de qué intereses?
Vivimos en un sistema capitalista en el que todo gira en torno al aumento de la ganancia de los dueños de todo. En ese marco, las nuevas tecnologías se ponen al servicio de sus intereses sin importar las consecuencias. El avance de mecanismos de control, vigilancia y explotación se da con herramientas mucho más novedosas y sofisticadas que las que se utilizaban para los mismos fines en otros momentos de la historia y hacen peligrar derechos esenciales.
Es el capitalismo
Se debate si son las tecnologías las que están poniendo en jaque a las democracias, cuando llevamos dos siglos de vivir en un sistema que profundiza cada vez más las desigualdades y que no tiene nada para ofrecer a la mayor parte de la humanidad que no sea más hambre, miseria y explotación. Quizá hay que empezar a rechazar los discursos que utilizan a Internet como chivo expiatorio de las consecuencias directas de un modo de producción que domina al mundo y que lo está llevando al límite.
¿Cuánto podría hacerse con las nuevas tecnologías para combatir la desigualdad, para democratizar el conocimiento y la información si estuvieran al servicio de las necesidades sociales y no del lucro capitalista? Hay experiencias maravillosas en este sentido, gérmenes de resistencia, de trabajo colaborativo por el bien común, que abren el camino de lo que podría hacerse si transformamos de raíz la lógica que mueve al mundo.
El problema es el capitalismo que orienta a todas las creaciones humanas con la lógica del lucro y la explotación, mientras limita todo el potencial que se podría alcanzar si el faro fuera uno más solidario, justo e igualitario.
[1] ZUAZO, Natalia. (2018). Los dueños de internet. Buenos Aires: Penguin Random House grupo editorial.
[2] https://wearesocial.com/digital-2021
[3] WILLIAMS, Raymond (1992). Historia de la Comunicación. Vol 2. Madrid: Bosch