martes, 5 noviembre 2024 - 03:25

Historia. Así se gestó el primer gran diagnóstico de la salud ambiental de la Tierra

Compartimos a continuación para nuestras lectoras y lectores, el artículo del periodista y escritor marxista Pablo Francescutti, publicado originalmente en Agencia SINC.

Hace 50 años se publicó Los límites del crecimiento, un informe sobre la evolución ambiental de nuestro planeta. Con advertencias sobre el agotamiento de los recursos naturales propiciado por la voracidad desarrollista, fue tachado de catastrofista por unos y de hito en la concienciación por otros. Inauguró un debate sobre la sostenibilidad de la civilización industrial que la actual crisis energética ha puesto al rojo vivo.

Este año, la Tierra contará con 8.000 millones de habitantes, advierten las Naciones Unidas. Al récord demográfico se suman otros sobre el consumo de recursos naturales: nunca antes ‘devoramos’ tanta madera, hidrocarburos, electricidad, carne y pescado.

Tampoco registramos tantas plusmarcas en liberación de CO2 a la atmósfera y fijación de nitrógeno en los suelos, entre tantos datos sin precedentes en subida de las temperaturas, deforestación y contaminación acuática. Y la factura que todo esto nos está pasando para la salud humana y del ecosistema no para de crecer.

Las inquietantes cifras inyectan actualidad a Los límites del crecimiento (The Limits to Growth, en inglés), el diagnóstico sobre la salud del planeta que en 1972 sacudió con un resonante aldabonazo a la opinión pública internacional. En poco más de cien páginas y con un lenguaje claro, advertía de que, en un plazo no muy lejano, el ecosistema global probablemente sería incapaz de soportar las elevadas tasas de crecimiento económico y demográfico en curso, por más logros tecnológicos que sacásemos de la chistera.

Para atajar el colapso, proponía un ‘crecimiento cero’ en el marco del capitalismo hasta alcanzar el equilibrio ecológico. Sus autores eran un equipo de 17 expertos del Massachusetts Institute of Technology (MIT), encabezado por el matrimonio de Donella y Dennis Meadows. Que pertenecieran a dicho instituto no era un dato menor, pues se trataba de un centro neurálgico del optimismo tecnológico.

Los patrocinaba el Club de Roma, un foro cosmopolita de intelectuales y empresarios impulsores de la reflexión colectiva sobre la perspectiva mundial. Por esa razón encargó una serie de informes; el primero —y el más famoso— ha cumplido 50 años.

Diferentes escenarios posibles

Valiéndose del modelo informático World3, el equipo proyectó en el futuro cinco variables: población, producción industrial y agrícola, consumo per cápita, agotamiento de recursos naturales y niveles de contaminación. Obtuvo así 12 escenarios que podrían ocurrir entre 1972 y 2100 en función de cómo se actuase sobre el ecosistema.

El primero anticipaba una grave crisis ambiental a comienzos del siglo XXI si no se tomaban medidas; el segundo preveía la duplicación de los recursos disponibles y retrasaba la crisis unas décadas; los restantes escenificaban posibles impactos de la ralentización del crecimiento económico, la mayor vida útil de los productos, el control demográfico, el reciclado, la recuperación de suelos y una menor contaminación.

World3 no había surgido de la nada. Poco antes de su diseño se había comenzado a introducir en el cálculo económico la ley de entropía, un concepto de la física según el cual todas las transformaciones de materia en energía son inferiores al 100 % y conducen al aumento de la desorganización y la escasez.

Y estaba la influencia de la teoría de sistemas: un modo de conceptualizar distintas áreas de la realidad física y social como totalidades limitadas cuyas partes están inextricablemente relacionadas. En el informe se aplicó una versión de esta teoría: la dinámica de los sistemas ideada por el informático Jay Forrester con la intención de hacerla operativa mediante computadoras.

Las innovaciones teóricas se encuadraban en un contexto propicio. Irrumpía el ecologismo y una nueva percepción de las relaciones humanos/naturaleza venía cuajando desde que Primavera Silenciosa (1962) de Rachel Carson culpó de la desaparición de la fauna a los insecticidas, y los activistas comenzaron a oponerse a los test nucleares.

Del clima de opinión reinante nos da una idea la creación en 1970 de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) por el presidente estadounidense Richard Nixon, un astuto conservador dispuesto a aprovecharse de temáticas con tirón popular.

Escándalo intelectual y éxito mediático

El informe tuvo repercusión a escala planetaria; en los años siguientes se vendieron más de 12 millones de ejemplares en 37 idiomas. Al proclamar la finitud teórica de los recursos naturales, socavó el dogma de que el mercado y el avance tecnológico solventarían la escasez de materias primas y el deterioro ecológico.

Su afirmación de que la Tierra es finita provocó una conmoción comparable a la causada en el siglo XVI por la tesis de que nuestro astro no es el centro del universo. En pleno boom económico y tecnoeuforia por el alunizaje de 1969, abrió una polémica sobre la capacidad del ecosistema para soportar un constante desarrollo que no dejaría de ganar intensidad.

A poco de su publicación, el economista estadounidense Henry Wallich lo tachó de “ejemplo de disparate irresponsable”, expresando la hostilidad con que su gremio recibió el ataque a su credo fundamental. La izquierda ortodoxa —los comunistas, principalmente— se opuso porque, a su modo de ver, el problema no radicaba en el crecimiento sino en la desigual distribución de sus frutos.

La iglesia católica lo rechazó de plano por su postura a favor del control de la natalidad. Y con su típica retórica, el presidente Ronald Reagan le salió al paso declarando que “no existen grandes límites al crecimiento cuando los hombres y mujeres son libres para perseguir sus sueños”.

Más favorable fue la recepción por parte de la prensa, especialmente a partir de la crisis del petróleo de 1973, que parecía anticipar sus escenarios de escasez. También lo acogieron positivamente algunos futurólogos, una pequeña minoría de científicos y, obviamente, el movimiento ecologista. La clase política apenas le prestó atención.

Predicciones fallidas, ¿o no tanto?

Con el tiempo, los críticos se cebaron con sus previsiones. En 1989, el transhumanista Ronald Bailey le acusó de haber predicho erróneamente que “el oro se acabaría en 1981, el mercurio en 1985, el estaño en 1987, el petróleo en 1992, y el cobre, el plomo y el gas natural, en 1993”.

El ecoescéptico Björn Lomborg afirmó que no existen límites predeterminados al crecimiento y que el principal recurso, el ingenio humano, nunca se agotará. En vez de agotarse, subrayó, las reservas minerales se han incrementado (las de petróleo, en particular, se han cuadriplicado gracias al fracking); y concluyó que el diagnóstico de Meadows y compañía produjo un número espectacular de predicciones fallidas e introdujo en la discusión pública problemas y soluciones equivocadas.

Por el contrario, algunos de sus defensores afirman que el informe “no hace predicciones, sino proyecciones exploratorias. Es una razonable cláusula de precaución, aunque sólo los expertos la toman en serio”, dice Ernest García, sociólogo de la Universidad de Valencia.

Señala que algunas previsiones sí se cumplieron: “Impresiona comprobar hasta qué punto sus autores acertaron. Las 380 partes de CO2  por millón en la atmósfera que el informe estimó para el año 2000 se alcanzaron en 2005”. Y concluye: “Fue criticado por malthusiano y simplificador. Ambas acusaciones son ciertas. Lo que pasa es que tienen más de acierto que de error”.

Entre quienes destacan sus aciertos figura Graham Turner, físico de la Universidad de Melbourne. Su cotejo de los escenarios trazados por el informe con la evolución de las variables ambientales cruciales de 1972 a 2014 le llevó a destacar dos grandes lecciones: 1) “las cuestiones ecológicas globales están entrelazadas y no deberían ser tratadas como problemas aislados”; y 2) “la importancia de tomar acciones preventivas mucho antes de que los problemas se enquisten”.

Y concluyó: “Desde una perspectiva racional de riesgos, hemos desaprovechados las últimas décadas y quizá pueda ser más importante prepararse para un sistema global en colapso que en evitar el propio colapso”.

En cuanto a la acusación de catastrofista que le imputaron, el antropólogo climático Emilio Santiago argumenta que “sus modelizaciones contemplaban transiciones a sociedades industriales sostenibles moderadamente prósperas mediante una correcta combinación de cambios tecnológicos y transformaciones socioeconómicas”, nos explica.

Su principal legado, a juicio del economista Bruno Estrada, no pasa por el cumplimiento de sus escenarios, sino por “incorporar la sostenibilidad medioambiental en el análisis del crecimiento económico”; y para García, por su tesis de los límites naturales al crecimiento, “porque estos ya están aquí: lo que hace medio siglo era una advertencia describe cómo están hoy las cosas”.

A modo de balance general, Emilio Santiago Muiño, miembro del Grupo de investigación Transdciplinaria sobre Transiciones Socioecológicas en la Universidad Autónoma de Madrid, manifiesta que “más allá de que algún parámetro haya podido desviarse de las trayectorias modeladas, el rumbo de colisión de las sociedades industriales con los límites planetarios está bien captado y debería formar parte de nuestro debate público”.

Sus autores, agrega Muiño, admitieron no haber tenido en cuenta “cómo las formas de aprovechamiento energético concreto y su disponibilidad comprometían la evolución de las sociedades industriales. La escasez de combustibles líquidos derivados del petróleo, en un mundo donde el 95 % del transporte depende de motores de combustión, afecta mucho antes que la escasez energética general”. Lo que no quita, añade, que “‘Los límites del crecimiento’, así como sus revisiones, siga siendo una de las obras científicas absolutamente imprescindible para comprender el desafío fundamental del siglo XXI”.

El arte del pronóstico ambiental

Cuando el informe se redactó no existía conciencia del cambio climático en ciernes. Desde entonces, las amenazas al crecimiento ya no pasan tanto por el agotamiento de las reservas como por el impacto del calentamiento global sobre los bosques, la ganadería, la biomasa acuática, la desertificación, los recursos hídricos, etc.

La crisis actual y la que se avecina han vuelto a poner sobre la mesa la fiabilidad de los modelos que describen los futuros posibles. “Casi todos los estudios de prospectiva continúan haciéndose de la misma manera: construyendo un modelo simplificado, definiendo las condiciones iniciales con base en los datos existentes y proyectando al futuro diferentes escenarios. Desde luego, dependen de las tendencias detectables y son vulnerables a los cambios impredecibles característicos de la historia”, observa García.

El talón de Aquiles de los modelos, al entender de algunos estudiosos, radica en las enormes dificultades teóricas y prácticas para identificar y cuantificar los recursos naturales imprescindibles. Para afinarlos, Muiño propone confiar su diseño a “equipos transdisciplinares más amplios, donde sus diferentes escenarios se pongan en discusión con análisis científico-sociales que puedan complejizar y situar histórica y políticamente las tendencias que en él se proyectan”.

Para García, se necesita “complementar los análisis sistémicos —inevitablemente simplificadores— con la crítica de la cultura y con el estudio singularizado de la inagotable diversidad de la existencia social. Hay que caminar con ambas piernas: la teoría de sistemas y las humanidades”.

Estrada estima “muy difícil analizar el futuro a medio plazo con prismáticos fabricados con la tecnología del presente”, puntualiza; y prioriza las actuaciones inmediatas: “Sin innovaciones tecnológicas estructurales, resulta insostenible que los niveles de consumo de los países desarrollados se extiendan a toda la población mundial, por lo que resulta necesario un cambio radical en las pautas del consumo y producción de aquellos”.

“Tomar decisiones en este sentido no puede ser una acción sólo de las empresas, que siempre buscarán maximizar ventas y beneficios, y competen al conjunto de la sociedad. Los estados tienen un papel regulatorio fundamental, como ponen en evidencia las leyes y políticas públicas de control de gases de efecto invernadero”.

El desbarajuste ecológico no da tregua. “Ya se están produciendo colapsos parciales de algunas sociedades en determinadas zonas del planeta”, indica Estrada. Desacreditados los desarrollistas recalcitrantes, el debate actual se está polarizando entre los cada vez más numerosos partidarios del desarrollo sostenible y los todavía minoritarios paladines del crecimiento cero o decrecimiento.

Una cosa es clara: si una predicción ha fallado es la formulada por Lomborg cuando aseguró que Los límites del crecimiento acabaría en el “basurero de la historia”. Los términos de la discusión ecológica son la prueba patente de la marca imborrable del controvertido informe: un modo de abordar globalmente la cuestión ambiental que se ha vuelto un hábito casi espontáneo de nuestro pensamiento. 

Noticias Relacionadas