lunes, 18 noviembre 2024 - 20:31

Hiroshima y Nagasaki. O como aprendimos a dejar de preocuparnos y amar la bomba atómica

La segunda guerra mundial fue el conflicto armado más terrorífico de la historia de la humanidad, más de cien millones de muertos, destrucción física de países enteros, una destrucción de las fuerzas productivas sin precedentes y los crímenes de guerra más atroces que la humanidad pudiera imaginar.

En ese marco el 6 de agosto de 1945 EE.UU. arrojaría la primera bomba atómica sobre Hiroshima y el 9 de agosto sobre Nagasaki. Dichas bombas eran aparatos novedosos con la capacidad de generar una energía nunca antes imaginada, que vaporizo el centro de dichas ciudades asesinando un cuarto de millón de personas instantáneamente, y muchas más a lo largo del tiempo por envenenamiento por radiación. Tanto Hiroshima como Nagasaki eran ciudades sin mucha importancia estratégica, ni blancos militares relevantes. El objetivo era demostrar el poderío norteamericano, tanto para los japoneses como para los Soviéticos, un acto de propaganda a costa de la vida de miles de inocentes. En el siguiente articulo detallamos los pormenores de este brutal acto, pero hoy queremos destacar la utilización de la propaganda a lo largo del tiempo para construir el relato.

Buenos y malos

La retórica de la guerra necesita construir una idea de bandos “buenos” y “malos”, nadie en su sano juicio cuestiona la maldad del aparato Nazi, pero eso no convierte automáticamente al otro bando en “buenos”. Esa idea se sostiene a partir de la victimización, EEUU ingresa en la guerra a partir de un ataque “injustificado” japonés que fue Pearl Harbour, lo que EEUU oculta es que en su propio país, instalaron Campos de “internamiento” para los ciudadanos Japoneses, similares a los cuales los nazis, llevaron y asesinaron judíos, comunistas, homosexuales, gitanos y cualquier etnia que no fuera “aria”. La primera pata de la propaganda es presentarse como los agredidos, como víctimas justificando de esa manera cualquier agresión posterior.

El esfuerzo soviético al Este de Europa y de las fuerzas aliadas de Normandía, lograron avanzar para doblegar a las potencias centrales del viejo continente tomando Berlín y logrando las rendiciones de Italia y Alemania, cayendo todos los territorios fascistas de Europa. Japón, seguía sosteniendo la guerra, y el esfuerzo bélico norteamericano se redirigió hacia el Pacifico.

Las bombas atómicas que cayeron sobre civiles, fueron justificadas como un acto de guerra necesario, porque para la argumentación norteamericana el imperio de Japón era la encarnación del “mal” y no había forma de derrotarlo por medios convencionales. Aunque el ejército japonés ya estaba en retirada y era cuestión de tiempo que se rindiera, el Emperador había iniciado conversaciones en ese camino. Pero como planteamos anteriormente funcionó más como un acto de propaganda que como un acto de guerra.

Controlando el relato con la propaganda

La noticia de las bombas atómicas, no repercutió en el mundo como un hecho más de guerra, como los otros cientos de miles de bombardeos, sino por la destrucción producida por un solo artefacto. Por ejemplo, la primera portada del Diario Clarín del 29 de agosto de 1945, 20 días después del último bombardeo hablaba de la destrucción producida por la bomba.

EEUU, necesitaba demostrar poder ante los soviéticos, pero también generar confianza en los países europeos, que veían como el Este Europeo caía en la influencia de la URSS. Mientras se ponía en marcha el Plan Marshall  para controlar la economía europea y ponerla detrás de los intereses norteamericanos, simultáneamente comenzaron con la penetración cultural, para establecer un relato de los hechos.

El cine norteamericano comenzó a formular la idea de “los malos” de la guerra, las primeras películas sobre el conflicto, no tuvieron a los nazis como antagonistas principales, sino a los japoneses, siendo “El puente sobre el río Kwai” o “De aquí a la Eternidad” las más taquilleras. Con el inicio de los juicios de Nuremberg a los jerarcas nazis y los arquitectos de los campos de concentración el relato giro hacia los nazis, acusándolos de todas las atrocidades de la guerra y enterrando en el olvido, los campos de internación japoneses en EEUU y las consecuencias de las bombas. Volviendo a relativizar sus propios actos justificados por la maldad del antagonista

Los malos son siempre más malos

Durante los 60s en el marco de la guerra fría la interpretación de la guerra volvió a cambiar, mientras que los antagonistas principales fueron los Nazis quienes conformaban la amenaza al mundo eran los soviéticos que habían adquirido capacidad atómica. Las ideas de un holocausto nuclear alimentaba el cine “Fail-Safe” o “Dr.Strangelove” siendo esta ultima una sátira del discurso dominante  creaban temor en la población sobre la capacidad nuclear soviética, al mismo tiempo obviando deliberadamente que hasta el momento la única potencia que utilizo esa capacidad destructiva contra la humanidad fue la misma que era vista como las víctimas del aparato rojo. Este discurso sumado a la “caza de brujas” de Joseph Macarthy utilizado internamente generó una paranoia a escala masiva, muy fuertemente en EEUU, pero también un discurso utilizado externamente para las intervenciones norteamericanas en el mundo, como justificación, por ejemplo, del Plan Cóndor en América Latina. En la actualidad ese discurso que sirvió para reformular el sentido de un crimen de guerra, sigue presente en el conflicto en Medio Oriente.

Este relato es una marca registrada en los conflictos donde participa EEUU como el caso de Israel, donde el imperialismo apoya un ejército que comete atrocidades contra una población civil palestina, en la Franja de Gaza, victimizándose y justificándose cometiendo un genocidio sin ningún tipo de represalia. No es casualidad que hasta hace muy poco en casi todas las películas o series de acción los “malos” eran terroristas árabes.

Las bombas de Hiroshima y Nagasaki en la actualidad muchas veces son representadas en el cine, series y el imaginario colectivo como hechos inevitables de la guerra o incluso actos de heroísmo por la maldad del “enemigo” con tibias críticas como actualmente la película “Oppenheimer” donde se pone el peso en las personas que desarrollaron las bombas y no en quienes las utilizaron y su impunidad.

La historia se construye con la memoria de los pueblos, y la construcción de sentido sobre los hechos. Para cerrar la nota dejamos un link a un fragmento de una película de animación japonesa llamada “La tumba de las luciernagas” donde muestra una interpretación distinta a la hegemónica para que este día no sea solo recordar un hecho histórico sino también de disputar su sentido.

Germán Gómez

Noticias Relacionadas