sábado, 14 junio 2025 - 11:33

Harta del capitalismo. Una película que grita

Una madre, dos trabajos, una hija enferma y un sistema que te lleva al colapso. En estos días, Netflix se llenó de comentarios por una película que no busca complacer, sino sacudir: Harta. Una película que transforma el dolor de todas las mujeres trabajadoras en un grito político.

Una película incómoda. No es ficción, es la realidad de muchas

Harta es más que una película. Es una denuncia hecha carne. Es el grito ahogado de millones de mujeres pobres, madres solas, racializadas y trabajadoras que cargan con el peso de un mundo injusto mientras el sistema les exige que sigan adelante, sin descanso, sin recursos, sin posibilidad de decir basta.

Protagonizada por una conmovedora Taraji P. Henson y dirigida por Savanah Leaf, esta producción de Netflix viene sacudiendo a quienes la ven, no por espectacularidad, sino por su crudeza. Una crudeza incómoda que muchas veces se tapa con romanticismo o culpa individual: la maternidad en este sistema es una batalla, política, solitaria y desigual.

La historia se centra en una madre trabajadora que lo da todo para cuidar a su hija enferma. Tiene dos empleos mal pagos y extenuantes, no porque tenga ambiciones “de superación”, sino porque necesita comprarle los medicamentos que el sistema de salud estadounidense —privatizado, inhumano, absolutamente mercantilizado— no cubre. Esa niña es todo lo que tiene. Y ese todo, aun así, no alcanza.

El colapso es estructural

La película no elige el camino fácil del dramatismo vacío. Nos mete en la piel de una mujer que aguanta más de lo humanamente posible. Que calla su cansancio, que esconde su tristeza, que se traga el enojo. Hasta que su cuerpo y su mente dicen basta. El punto de quiebre llega con lo insoportable: la muerte de su hija. Y con eso, la caída libre.

¿Cómo seguir adelante cuando lo que te movía ya no está? ¿Cómo no derrumbarse cuando hiciste todo lo que el sistema exigía —trabajar, sacrificarte, callarte— y aun así te arrebatan lo que más amás? Ahí, en ese colapso íntimo y feroz, Harta expone el fracaso rotundo de un sistema que no cuida, que no acompaña y que encima te culpa por caer.

Esta película no es solo un retrato de una mujer agotada. Es una radiografía del capitalismo neoliberal que lleva a millones a vivir al borde, sin derechos, sin salud garantizada, sin contención real. Es también una denuncia al sistema patriarcal que delega en las mujeres —sobre todo en las pobres— la reproducción de la vida, a costa de sus propias vidas.

Hartas de este sistema

Harta se vuelve imprescindible. Porque pone en escena esa doble opresión que atraviesa a tantas: ser mujer y ser pobre en un mundo construido para los privilegios. La protagonista no colapsa porque es débil. Colapsa porque fue fuerte demasiado tiempo.

Ver Harta duele, pero es un dolor necesario. Nos hace mirar a las que están al lado con otros ojos. Nos obliga a pensar cuántas veces pasamos por alto esos gestos mínimos de supervivencia, nos obliga a mirarnos y ver cuántas de nosotras hemos estado “hartas” en algún momento de nuestra vida. Y también nos interpela: porque detrás de cada historia como esta hay un sistema que se tiene que caer.

En tiempos en los que nos quieren convencer de que “el mérito” todo lo puede, Harta recuerda que hay vidas que nunca parten del mismo lugar. Y que hay maternidades, que lejos de ser celebradas, son utilizadas como excusa para la explotación más brutal.

Quizá, como espectadoras, esperamos que al final algo recomponga esa vida. Que después de tanto dolor, de tanta entrega, haya un respiro, un alivio, una redención. Pero no es así.

Y tal vez la pregunta sea: ¿Por qué lo esperamos? Si vivimos en un sistema donde eso casi nunca ocurre.

Porque en el capitalismo, las historias como la de Harta no tienen finales felices. Tienen finales reales: duros, crudos, solitarios.

Y por eso, más que una película, Harta es una denuncia. Una advertencia. Un espejo que incomoda. Y un grito que dice: basta de romanticizar el dolor.

No es una película cómoda. Pero es profundamente humana. Y, sobre todo, profundamente política.

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