Previo a lo sucedido el 7 de octubre las mujeres seguían sin tener los mismos derechos que los hombres en la legislación sobre el estatuto personal, que continuaba sujeta al derecho religioso. Según la Oficina Central Palestina de Estadística, el 59% de las mujeres y niñas casadas sufrían violencia a manos de su pareja, y el Centro de Mujeres para la Orientación Jurídica y Social preveía que las cifras correspondientes a 2023 aumentaron debido al conflicto y las privaciones. Menos del 2% de las sobrevivientes denunciaron a la policía y, de estos casos, sólo se investigaron el 40%, según la Iniciativa Palestina para la Promoción del Diálogo Global y la Democracia.
Las mujeres enfrentan desafíos en el acceso a la educación, la atención médica y el empleo. Existen otras formas de violencia aún más complejas que se manifiestan en los matrimonios forzados que derivan en violencia doméstica y sexual, así como los llamados “crímenes de honor”.
Israel es un proyecto colonial. Y la colonización implica necesariamente la eliminación de los pueblos nativos de sus tierras y territorios indígenas. En particular la violencia de género y sexual que abarca el genocidio reproductivo, como algo central para esa estructura más amplia del poder colonial y su maquinaria racializada de dominación. Esto incluye la violencia sexual y cómo fue utilizada sistemáticamente como armas contra las mujeres palestinas al inicio de la Nakba en 1948, cuando 750.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras y territorios ancestrales. En cierto modo, eso da una forma más amplia a la lógica del poder colonial de los colonos y a cómo todavía opera hoy.
El objetivo del Estado colonial de Israel es claro: provocar el agotamiento de quienes participan en la reproducción social destruyendo las infraestructuras que puedan utilizarse para satisfacer necesidades básicas como alimento, energía, vivienda, seguridad y salud (incluidas toallas sanitarias para mujeres y niñas, y servicios de atención para enfermos y embarazadas).
Su propósito también se está logrando a través de la destrucción y contaminación de la naturaleza utilizando fósforo blanco- arma incendiaria, prohibido su uso contra civiles-; así como la destrucción de universidades, mezquitas y lugares de reunión comunitaria. Israel apunta a extinguir el espíritu palestino y apropiarse de la reproducción de su capital social y cultural.
Más de 30.000 palestinos han muerto en esta escalada genocida en Gaza, de los cuales el 70% son mujeres y niños. Un millón de mujeres y niñas han sido desplazadas varias veces a pie, hay un aumento del 300% en la tasa de abortos espontáneos, las mujeres embarazadas se encuentran en una desventaja grave y obvia con esta maquinaria de violencia y poder. La ONU por medio de un comunicado de prensa pide un llamado de atención sobre lo que ellos llaman ataques deliberados y asesinatos extrajudiciales de mujeres y niños en lugares donde buscaban refugio o huían,y donde se observaron casos de violencia sexual.
El objetivo final de Israel –y de las potencias occidentales que apoyan este Estado colonial y de apartheid– es hacer imposible la reproducción social del pueblo palestino y, eventualmente, llevarlo a la muerte física. Esto no es más que una de las tantas caras del fascismo y del capitalismo colonial y racista. No podemos llamarnos al silencio ante los hechos ni tampoco pensar que esto está sucediendo en una tierra remota y lejana. Al mismo tiempo, pedimos un alto el fuego absoluto, también debemos exigir reparaciones por las pérdidas humanas y los daños causados a la naturaleza. No podemos dejar nuestro futuro en manos de las potencias en las que no confiamos, porque ya nos han demostrado cuáles son los intereses que representan y cuáles son las únicas vidas que les importa.
Lo que está haciendo Israel con Palestina debería ser un llamado de atención para los países del sur global y el resto del mundo. Lo que está sucediendo en Palestina, Sudán, la República Democrática del Congo y Haití determinará nuestro futuro común, los frutos de nuestras luchas anticoloniales y nuestra soberanía definitiva.
Mora Guerra Deluso