viernes, 22 noviembre 2024 - 12:40

Francia. Reportaje a Virginia de la Siega, militante trotskista

Compartimos a continuación la entrevista a Virginia de la Siega, militante trotskista, publicada originalmente en sitio de la LIS (Liga Internacional Socialista.

Virginia de la Siega es una compañera de una larga y rica trayectoria militante en el trotskismo, sobre todo en la corriente morenista. Entró al PST argentino en los ’70, militó bajo la dictadura militar y después en el viejo MAS. Instalada en París desde hace muchos años, fue militante del NPA desde su fundación y luego de la CCR, de la que fue separada por sus diferencias sobre la guerra en Ucrania. Como parte de un ciclo de reportajes a militantes de la izquierda revolucionaria en Francia, y conociendo su amplia experiencia, le preguntamos a Virginia sus opiniones sobre la actualidad política de ese país.

¿Cuál es tu visión sobre los resultados electorales en las elecciones presidenciales y legislativas?

Empecemos por decir que las elecciones, sobre todo las legislativas, muestran dos fenómenos alarmantes. El primero, gravísimo, es la normalización y el crecimiento desmesurado de la extrema derecha. El segundo, que viene de mucho antes, es la abstención masiva.  Se trata de dos fenómenos diferentes, pero que al aparecer juntos parecen relacionados.

La abstención no es un fenómeno nuevo. Ya había sido del 28,4% en el primer turno de la presidencial de 2002, cuando el candidato del Partido Socialista, Lionel Jospin, que obtuvo el 16,2% de los votos, fue eliminado en la primera vuelta a favor de Jean-Marie Le Pen, el candidato del Frente Nacional (FN), que obtuvo el 16,9%. Hay que recordar que el FN es un partido de extrema derecha, negacionista, anti-inmigrantes y fascistizante. Le Pen padre llegó así a la segunda vuelta frente a Jacques Chirac, el candidato de la derecha institucional que obtuvo el 19,9%. Le Pen fue aplastado en la segunda vuelta sobre la base de una movilización popular de masas y de lo que en Francia se conoce como el frente republicano. Luego de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y la historia de colaboración con los nazis del régimen de Vichy, se llegó a un acuerdo entre todos los partidos, incluida la izquierda reformista y del que participaron partidos como la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), sección de la Cuarta Internacional (SU) y antecesora del NPA. Frente a un posible triunfo electoral de la extrema derecha, todos los partidos del sistema llamarían a votar en la segunda vuelta por el candidato en mejores condiciones para derrotarla, que éste/a fuera de izquierda o de derecha. El 5 de mayo de 2002, con una participación electoral de casi el 80% (en Francia el voto no es obligatorio), Chirac fue electo con el 82% de los sufragios emitidos.

En 2017, la abstención en la primera vuelta fue del 22,2%. Después de un gobierno de derecha tan impopular que Sarkozy perdió la reelección en 2012, y de un gobierno socialista cuya gestión fue tan catastrófica que Hollande, el presidente saliente, no se pudo presentar a su reelección en 2017, no es extraño que la primera vuelta la coparan dos candidatos con partidos que se presentaron como “fuera del sistema”. Emanuel Macron era el líder de un partido creado a las apuradas con desertores de la izquierda y la derecha institucionales. Marine Le Pen era la presidenta del FN, ahora rebautizado Reagrupamiento Nacional (RN). El debate televisivo entre los dos turnos mostró a una Le Pen sin ninguna preparación frente a un Macron (ex ejecutivo de la Banca Rothschild y ex ministro de Economía del gobierno socialista) en versión “hombre de Estado”. Frente al “peligro Le Pen”, el frente republicano funcionó a fondo: todos los partidos llamaron a votar por Macron. A diferencia de 2002, ni hubo movilizaciones contra el RN ni la gente consideró útil o necesario ir a votar en su contra. La abstención en la segunda vuelta fue del 25,4%. Macron ganó las elecciones con el 66% de los votos emitidos.

Para las elecciones de 2022, Macron se jugó a repetir el duelo con Le Pen. Francia Insumisa (LFI), la izquierda reformista-radical dirigida por Jean-Luc Mélenchon, subía en las encuestas. Basándose en que el frente republicano lo protegería de Le Pen, Macron comenzó la demonización de Mélenchon y la “extrema izquierda”. La noche de la primera vuelta, Mélenchon se vio una vez más impedido de llegar a la segunda vuelta por poco más de 420.000 votos. Los resultados del resto de la izquierda (PCF, EELV y PS) fueron lastimosos. Una vez más, la izquierda y la derecha institucionales llamaron a votar por Macron. Si la abstención de la primera vuelta fue alta (26,3%), la de la segunda (28%) sumada a los votos nulos y blancos dio un total de 34,2%. Macron ganó con 58.6% de los votos emitidos, frente a un 41,5% del RN. Una vez más, no sólo no hubo movilizaciones contra el RN, sino que el aumento de sus votos entre 2017 y 2022 es alarmante.

Y llegamos a las legislativas. La “novedad” en esta elección fue que la izquierda institucional (LFI, PS, EELV, PCF) decidió presentarse unida. Frente a su fracaso en las presidenciales, la izquierda tradicional se dio cuenta de que si no quería desaparecer tenía que aceptar el llamado a la unidad de LFI. Así se organizó la NUPES (Nueva Unión Popular Ecologista y Social): un acuerdo electoral que le permitiera seguir existiendo en la Asamblea Nacional a los partidos de la izquierda institucional. La consigna de la campaña fue “Mélenchon primer ministro”. En Francia, si el presidente no tiene mayoría en la Asamblea Nacional, el partido mayoritario en ella impone al primer ministro. En esos casos, al presidente le quedan algunas facultades como las cuestiones de defensa y política exterior -sólo él puede apretar el botón nuclear-, pero por el resto, como dicen aquí, “cultiva crisantemos”. En Francia hubo tres períodos en los que la derecha institucional y el PS y sus aliados compartieron el gobierno: dos bajo Mitterrand (1986-1988 y 1993-1995) y uno bajo Chirac, en que la derecha “cohabitó” con un primer ministro del PS (1997-2002).

La abstención en la primera vuelta fue enorme: 52,5%. Contra todas sus expectativas, el gobierno vio azorado como una cantidad inusitada de candidatos de la NUPES y del RN llegaban a la segunda vuelta. En ese marco, cuando por primera vez se corría el riesgo de que una gran cantidad de diputados del RN entraran a la Asamblea Nacional, el macronismo no dio consigna de voto “oficial”. Pusieron un signo igual entre el RN y LFI. Su argumento era: es peligroso votar por LFI frente a los candidatos del RN, porque si ella gana la mayoría en la Asamblea Nacional hará elegir a Mélenchon primer ministro. El frente republicano estalló en pedazos. En los duelos locales, la derecha, como se sabía que iba a ocurrir, votó por los candidatos de Macron. Y ellos votaron por los de la derecha. Como la consigna no se extendió a los candidatos de la NUPES que pertenecían al PS, EELV o el PCF, fueron elegidos numerosos candidatos de esos partidos. Pero en los casos de los duelos entre candidatos RN y LFI, tanto la derecha como los macronistas no votaron. La abstención en la segunda vuelta fue enorme: 53,8%.

Marine Le Pen entró a la Asamblea Nacional a la cabeza de un bloque de 88 parlamentarios vanagloriándose de ser el mayor bloque de oposición, puesto que la NUPES, que cuenta con 151 diputados, es un frente de partidos (76 de LFI y 75 de sus aliados de la izquierda institucional).

A pesar de sus maniobras, Macron perdió la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Le faltan 39 diputados para hacer pasar sus leyes, y tendrá que irlos a buscar en las bancadas opositoras. A eso se suma que el gobierno ya no puede aplicar el artículo 49.3 de la Constitución, que le permite adoptar un proyecto de ley sin votación sólo tres veces por año: para aprobar el presupuesto, el financiamiento de la seguridad social y un texto más, cualquiera que sea.

En esta situación, y dado que todos los partidos (salvo el secretario general y diputado del PCF, Fabien Roussel) rechazaron el llamado a formar un gobierno de unión nacional, los márgenes de maniobra del macronismo son limitados. Una posibilidad con la que Macron jugó y juega es la disolución de la Asamblea Nacional. Pero si lo hace a menos de un año de la elección, corre el riesgo de quedar aún más en minoría. Hasta ahora ha negociado los primeros proyectos de ley con los sectores más afines, como la derecha institucional (Los Republicanos, LR) y el RN. El RN prometió, y hasta ahora cumplió, ser una oposición “responsable”.

¿Por qué decís que la abstención y el crecimiento de la extrema derecha son dos fenómenos diferentes?

Porque hasta ahora era impensable, por acción o por omisión, permitir que la extrema derecha llegara a la presidencia o, en masa, a la Asamblea Nacional. Demonizar a “las dos extremas” (RN y LFI) fue una decisión política del macronismo y LR frente al fenómeno electoral que es la NUPES. Querían evitar que el odio de los sectores populares hacia Macron y su política se canalizara hacia ella, y en especial, hacia su fuerza “organizadora”: LFI. Y lo hicieron aun sabiendo que corrían el riesgo de fortalecer a la extrema derecha, como de hecho ocurrió.

La abstención es otra cosa. Es un fenómeno sociológico-político. Aquí hace falta un poco de explicación. Entre 2000 y 2001, fruto de un acuerdo entre Chirac y su primer ministro socialista, se realizó primero una reforma constitucional y al año siguiente se votó su ley orgánica. El objetivo era aprovechar que las elecciones legislativas y presidenciales coincidirían en 2002 para reducir la duración del mandato presidencial de siete años a cinco, e invertir el calendario electoral para que las presidenciales precedieran por unas semanas a las legislativas. De ahora en más, sólo habría elecciones al principio del gobierno, o sea una vez cada cinco años. El objetivo era reafirmar la primacía de la elección presidencial y transformar a las legislativas en una “confirmación” del voto a presidente para evitar futuras cohabitaciones. El resultado de esta componenda fue la pérdida de interés en el debate democrático. Antes de la reforma había dos elecciones legislativas en el mismo mandato presidencial, lo que daba la posibilidad de cambiar el balance de poder. Si la abstención ya había comenzado a manifestarse en los ’90, como consecuencia del consenso neoliberal que eliminaba el interés votar por la derecha o la izquierda, a partir de esta reforma y de la ley de 2001 no cesó de crecer.

Las de 2002 fueron elecciones con resultados contradictorios. ¿Por qué la gente se abstuvo? La izquierda reformista se presentó totalmente dividida. Jospin, candidato del PS y primer ministro, hizo campaña diciéndole a quien quisiera escucharlo: “Mi programa no es socialista”. Imaginemos la confusión en la cabeza de un/a militante socialista o incluso de un/a militante sindical con una mínima conciencia de clase. El electorado socialista tradicional se preguntó para qué ir a votar. Los que aun así fueron, les dieron su voto tanto a los antiguos socios del PS de la “izquierda plural”, que totalizó el 12,9% de los votos, como a la extrema izquierda. La de 2002 fue una de las mejores elecciones de LO (5,7%) y de la LCR (antecesora del NPA) que obtuvo 4,25% de los votos.

Ahora, estas son las razones políticas. La pregunta sociológica es: ¿quiénes se abstuvieron en 2022? Los análisis muestran dos sectores. Un sector abstencionista, y este es un fenómeno generalizado en todos los países “avanzados”, es el de los jóvenes de entre 18 y 35 años.

El otro sector abstencionista son las categorías socio-profesionales entre las que la NUPES obtuvo la mayoría de sus votos: los trabajadores de los servicios, el transporte, la salud, la energía o el comercio, todos los que estuvieron trabajando en la primera línea durante la pandemia. Se trata de los trabajadores que ganan menos de 1.250 euros por mes o entre 1.250 y 2.000. Los obreros industriales, que también son mayoritariamente abstencionistas, cuando votan lo hacen en su mayoría por el RN y no por la NUPES.

¿Hay alguna explicación para que los jóvenes se abstengan?

Convengamos que una elección legislativa donde se abstiene casi el 54% de los votantes y más del 70% de la juventud es alarmante.

¿Por qué se abstienen los jóvenes? Durante la campaña de la segunda vuelta de las legislativas, Mélenchon, a quien todas las encuestas daban como el político favorito de los jóvenes, les lanzó un llamado en Tweeter, “70% de los entre 18-35 años no votaron en la primera vuelta de las elecciones legislativas. ¡Muévanse un poco!” La abstención fue aún mayor en la segunda vuelta: 71% entre los jóvenes de 18 a 24 años y 66% entre los de 25 a 35.

¿Quiénes son estos jóvenes? Son lo que los sociólogos llaman adultos emergentes. Son los que sufren de lleno las consecuencias de la crisis sistémica del capitalismo que empezó en 2007-2008, de la que nunca salimos. Y que ahora se ve agravada por los dos años de pandemia, la guerra en Ucrania (que echó por tierra el espejismo de que gracias a la UE en Europa tendríamos paz eterna), y las consecuencias de la crisis ambiental, que son ya imposibles de negar. Aunque no se puede generalizar, la mayoría de los jóvenes descreen en las formas de organización político-partidaria. Prefieren militar en organizaciones como Alternatiba, Extinction Rebellion o actuar en los Black Blocs. Son parte del movimiento autonomista, que, en número de personas involucradas, en Francia es mucho más fuerte que el trotskismo. Entonces desconfían de las formas de organización político-partidaria, pero no de todo tipo de organización. Hay otro sector que se han replegado hacia el accionar individual, el “activismo” horizontal, la política del DIO (do it ourselves, hagámoslo nosotros mismos), que piensa que van a cambiar al mundo de manera individual, adoptando estilos de vida más “ecológicos”, más “humanos”, más en relación con el medio ambiente y marchando de tanto en tanto por una consigna o firmando un petitorio. Pero los sectores que se movilizan están a la búsqueda de algo diferente de lo que hay en oferta en el mercado. Desconfían de las organizaciones políticas tradicionales, pero están disponibles para otra política que la de los aparatos.

Y hay que decir que el problema central es que el trotskismo francés, desde LO, la LCR-NPA, al POI y el POID han sido incapaces de hacer una sola propuesta que movilice a esta nueva generación. A eso tenemos que sumarle el terrible atraso que tenemos todos en la reconstrucción del movimiento obrero “sobre un nuevo eje de clase”.

Tanto las movilizaciones de Nuit debout! como los chalecos amarillos o las marchas organizadas por Justicia por Adama en plena pandemia han demostrado que los jóvenes están dispuestos a enfrentar la represión de la policía macronista, y a perder un ojo, una mano o un pie con el valor y el coraje que la juventud ha mostrado en todas las generaciones. Hay un gran espacio para una organización política de nuevo tipo que, partiendo de lo que los jóvenes sienten y proponen, llegue a organizarlos alrededor de una política anticapitalista y por el socialismo. Ellos están allí a la expectativa. Que este espacio existe lo prueban los casi 500 jóvenes que asistieron a la Universidad de Verano organizada por la CCR/RP, el grupo expulsado del NPA. ¿Lograrán fundar un nuevo partido? Esa es toda la cuestión. Pero por lo menos lo están intentando.

¿Ante esta situación, qué rol juega el movimiento obrero organizado?

Ante todo, hay que decir que tanto los sindicatos como la izquierda reformista francesa son responsables de esta situación. Para los trabajadores en general, los gobiernos de los partidos tradicionales que se han sucedido en los últimos 40 años han llevado adelante políticas neoliberales y han sido uno peor que el otro. Esta es la razón por la que Macron, un candidato desconocido, a la cabeza de un partido inventado en una oficina, ganó las elecciones en 2017, y volvió a hacerlo en 2022, con el voto de la derecha, de los jubilados y en la segunda vuelta de la izquierda institucional asustada por el fenómeno RN. Frente a él tenía a una candidata de extrema derecha que se presentaba como “la única candidata antisistema”. Para los obreros industriales que están en desempleo en el norte de Francia -región que fue un baluarte del PCF y el PS-, que fueron traicionados por los gobiernos de izquierda y de derecha institucionales, había dos opciones: no votar o votar por Le Pen. Hay que entender que el voto por el RN en estas condiciones no significa que sean fascistas convencidos. Son gente que busca una salida. Nosotros sabemos que es una salida equivocada, pero convengamos que ni los sindicatos ni los partidos de la izquierda anticapitalista presentaron alternativas evidentes. Lo terrible es que, ante la falta de salida, el voto a la extrema derecha sigue subiendo.

Una medida del interés que generan los sindicatos es que a 2019, fecha de los últimos datos, la sindicalización es del 10,1%, cuya mayoría son los trabajadores de más de 40 años y los funcionarios estatales. Sólo el 2,7% de los jóvenes está afiliado a una de las varias centrales sindicales (CFDT, CGT, Solidaire y FO). Durante décadas, la CGT, hegemonizada por el PCF, fue absolutamente mayoritaria. Hoy la CFDT, la central reformista cuya política es que la huelga es el último recurso, es mayoritaria en el país en el sector privado.

Si la CFDT ataca a la CGT es porque, dice, que ésta llama a la huelga y saca a la gente a la calle en lugar de negociar. La CGT, por su parte, es cierto que llama a la huelga y organiza marchas, pero su objetivo es “presionar” al gobierno y a la patronal, mostrándoles lo que pueden hacer, con la esperanza de que “se ablanden” y acepten sentarse a la mesa de negociaciones. Por ejemplo, todos los años llaman a una marcha o a una jornada de huelga en septiembre, al inicio del año laboral. Este año, para no variar, la CGT llama a una jornada de huelga interprofesional por aumento de salarios para el jueves 29 de septiembre junto con la Unión Sindical “Solidaire” (un sector sindical minoritario, pero en general más combativo y democrático, a pesar de su rápida burocratización) y otros sindicatos que se unieron al llamado. Y agregan en su llamado que esta demanda deberá “inscribirse en una movilización larga y duradera”. Los trabajadores, en broma, llaman a estas convocatorias un día de “rango y mida”, porque sólo sirven para hacerles perder un día de salario y no tienen continuidad. La CGT es una estructura pesada y burocrática, incapaz de dirigir una lucha nacional, como ya quedó demostrado en las huelgas contra las reformas ferroviaria y jubilatoria. Las huelgas sectoriales duras, que les puedo asegurar siguen ocurriendo, se dan de manera aislada y quedan a menudo en manos de los dirigentes intermedios o de base de los sindicatos locales.

Para darles un ejemplo, la última gran batalla que dieron los trabajadores franceses contra Macron fue contra la reforma de la jubilación. Se trató del movimiento de huelga más fuerte desde 2010 y el más importante desde los ’80. La reforma de la ley de jubilaciones era la reforma faro del primer quinquenio de Macron. Según la burguesía, la razón por la que lo habían elegido. A excepción del MEDEF (la central empresarial) y otras asociaciones patronales, nadie estaba de acuerdo con la reforma. Todas las centrales sindicales, a excepción de las más reformistas, se unieron para formar la Intersindical. Comenzando el 5 de diciembre de 2019, la cantidad de trabajadores que marcharon en cada movilización fue creciendo día a día. Hubo marchas en las que llegaron a poner hasta un millón de personas en la calle. La tasa de huelguistas en todas las especialidades del ferrocarril, los metroviarios (subtes y ómnibus), la educación nacional, EDF, la función pública y la sanidad fue altísima. Los trabajadores del transporte estaban a la cabeza de la lucha. Finalmente, llegada la fecha de las vacaciones de navidad, la dirección de la CGT y la CFDT llamaron a levantar la huelga. Los metroviarios y los ferroviarios se negaron. Reunidos en asamblea por lugar de trabajo, votaron continuar. París estaba parada. Sólo había un servicio mínimo de subte y ómnibus para que la gente pudiera ir y volver del trabajo. Las movilizaciones y las huelgas continuaron hasta bien empezado enero, con una represión policial brutal. El 10 de enero, tras 37 días de huelga consecutivos (no se veía una huelga así desde 1987) y de una nueva jornada de manifestaciones nacionales, Edouard Philippe, el primer ministro, anunció el retiro “provisorio” de la edad obligatoria para jubilarse, el punto por el que la CFDT apoyaba la movilización. La CFDT y el MEDEF se declararon satisfechos. La Intersindical, junto con las organizaciones estudiantiles, llamó a nuevas huelgas y movilizaciones hasta que se retirara la ley en su totalidad. Pero ya estábamos en los inicios de la pandemia y el movimiento comenzaba a descender. El gobierno amenazó con hacer pasar la ley utilizando el artículo 49.3. Eso llevó a que la Intersindical hiciera un nuevo llamado a la huelga. Pero estábamos ya frente a la Covid-19 en todo su esplendor. El confinamiento y las medidas anti-pandemia, sumadas al cansancio, terminaron el movimiento. Pero no antes de que Macron tuviera que aceptar retirar la ley “temporariamente”.

Otro error de las organizaciones sindicales fue su actitud frente al fenómeno de los chalecos amarillos. Ninguna dirección sindical intentó ningún tipo de acercamiento, aun cuando en sus filas había afiliados suyos que se movilizaban en las rotondas a las salidas de las ciudades y los pueblos, y sobre París. Son así uno de los responsables no sólo del agotamiento y desaparición de ese movimiento, sino de permitir que la extrema derecha hiciera estragos en sus filas. La unidad entre las centrales obreras y los chalecos amarillos hubiera cambiado la situación del país durante las huelgas contra la reforma jubilatoria. Esto quedó demostrado durante la huelga con la participación espontánea de distintos grupos de chalecos amarillos en las asambleas de los metroviarios en varios barrios de París.

Lo que es claro es que existe un nuevo proletariado que es diferente del que esas centrales conocieron.  Esto se hizo evidente a fines de 2019. La huelga contra la reforma jubilatoria hizo emerger una nueva vanguardia de jóvenes dirigentes sindicales en sectores como el transporte y los ferrocarriles, el comercio, y la energía. Es una vanguardia muy joven, formada por los hijos, hijas, nietas y nietos de los inmigrantes de las colonias francesas que llegaron a partir de los años ’50 y ’60. No es el proletariado “masculino y blanco” al que están acostumbrados en la CGT o en los sindicatos tradicionales. Tienen sus propios códigos. Viven en los barrios obreros alrededor de París y las grandes ciudades. Son los sectores que no sólo estuvieron a la cabeza en la última lucha contra Macron, sino que estuvieron en primera línea durante la pandemia.  La pandemia fue un freno para el movimiento que comenzó en 2019. Tendremos que ver si al cabo de dos años, este retoma. Pero además hay que tener en cuenta que se trata de un movimiento obrero muy joven, fragmentado, precarizado, y, sobre todo, que tiene una conciencia de clase latente que le permite instintivamente hacerle frente a la burocracia sindical. Hacer que esta conciencia tome forma y se exprese conscientemente es la gran tarea de la izquierda revolucionaria en este país.

¿Y la extrema izquierda francesa?

Los partidos de la izquierda anticapitalista, como el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) o Lucha Obrera (LO), por nombrar a los dos más conocidos, también se han mostrado incapaces no ya de canalizar estos fenómenos, sino ni siquiera de entenderlos. Si bien es cierto que las elecciones burguesas no son el terreno más favorable para los revolucionarios, los porcentajes de votos de la extrema izquierda fueron muy bajos: 0,77% para Philippe Poutou (NPA) y 0,56% para Nathalie Arthaud (LO). Con varios miles de militantes, LO es la organización trotskista más grande de Francia. La gran esperanza que fue el NPA se frustró en el huevo como consecuencia de una dirección incapaz y de una política demagógica y de seguidismo hacia los sectores reformistas que ingresaron en masa y luego se fueron hacia pasturas más verdes como LFI, que les aseguraban cargos de diputados. El NPA es el ejemplo más claro del fracaso de la política de partidos amplios sin delimitación ideológica impulsada por la dirección mayoritaria del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional. Ahora, la tendencia mayoritaria del NPA, ligada a ellos, está en medio de un viraje sectario. Primero eliminó a un sector del ala izquierda, la CCR, y ahora, en el próximo congreso quiere eliminar a todas las tendencias de izquierda, en aras de aplicar un “centralismo democrático” que nunca existió en la LCR, la sección del SU antecesora del NPA.

¿Cómo se sale de esta situación?

Va a ser muy difícil y va a haber que ser muy pacientes. Hay que reconstruir todo. Tenemos que repensar todo. Necesitamos un nuevo tipo de partido que haga la síntesis entre nuestra experiencia, la de los jóvenes y la de esta nueva vanguardia sindical que está surgiendo en Francia. Tenemos que explicar qué entendemos por socialismo, y que eso no tiene nada que ver con la idea que difundió el estalinismo. Que esa variante antidemocrática y antiobrera fue una pesadilla dirigida por unos burócratas que no tuvieron ningún problema en transformarse, luego, en oligarcas capitalistas. Hay que volver a imponer la idea de que las clases sociales existen y que están en guerra. Y hacer conciencia de que esa guerra, como dijo Warren Buffet, los trabajadores la estamos perdiendo. Necesitamos superar la fragmentación en la que nos sumió el capitalismo en su etapa senil y unirnos como clase sobre la base de nuestras necesidades y objetivos comunes si queremos pelear esta guerra en mejores condiciones. 

Con respecto a los jóvenes, yo estoy de acuerdo en que no existe un Planeta B y que la situación es grave. Pero no tan grave como para que digamos que no hay futuro. Hay un futuro para nuestros jóvenes y para sus hijos, pero va a depender de que ellos estén dispuestos a luchar contra este sistema capitalista que nos está aniquilando. Y eso no sólo se consigue sólo con firmar petitorios en línea, o ir a marchas o hacer huelga. Todo eso hay que hacerlo. La huelga y la movilización son los métodos de lucha primordiales de nuestra clase. Pero además, hay que organizarse para luchar y para durar porque la lucha va a ser larga y dura, y nosotros venimos desde muy atrás. Y para eso es necesario un partido.

En ese sentido, lo trágico de la situación en Francia es que el mejor propagandista de lo que debería ser una sociedad en camino al socialismo es Jean-Luc Mélenchon. Pero lo utiliza para desviar a sus seguidores hacia una variante parlamentaria sin salida, en una organización que un magma sin forma, sin congresos, sin tendencias ni reuniones, donde se discute de todo pero no se vota nada, y cada cual, en apariencia, “hace lo que quiere”. Muy democrático en teoría, pero la realidad es que las grandes decisiones las toman desde arriba Mélenchon y su séquito, sin rendirle cuentas a nadie. Fue tal vez por eso que una gran parte de los jóvenes y los trabajadores, que huelen la hipocresía a kilómetros de distancia, aunque aprobaban su programa, no lo fueron a votar.

¿Qué piensas de la crisis económica y ambiental? ¿Qué medidas hay que aplicar?

No soy una experta en el cambio ambiental ni en las medidas que hay que tomar. Hay gente de izquierda muy seria que se dedica a eso. Lo que sí digo es que no podemos comprarnos el cuento de los gobiernos de los países del capitalismo avanzado. La solución no es encontrar medios de producir energía que reemplacen a las energías fósiles para seguir viviendo como hasta ahora. El auto eléctrico -que se presenta como la solución para bajar la contaminación en las ciudades europeas y yanquis- lleva a la destrucción del medio ambiente y la extinción de las comunidades de América Latina que viven en los lugares de donde son extraídos el litio, las tierras raras y demás minerales que se necesitan para hacerlos. Y ni hablemos de dónde van a poner las baterías de litio cuando haya que cambiarlas. Eso va a hacer el mismo problema que hay ahora con los residuos nucleares de las centrales de energía atómica en versión plus, plus, plus. Lo más ridículo de todo es que esos autos, para funcionar, necesitan de la electricidad que producen las centrales a gas, carbón, petróleo y energía atómica, que van a tener que funcionar aún más, contaminando aún más la atmosfera y el medio ambiente. Pero, eso sí, el aire de las ciudades va a estar limpísimo… ¡Es el colmo del absurdo que Olivier Veran, el vocero oficial, nos diga que hay que desenchufar el wi-fi para ahorrar energía y al mismo tiempo le haga la propaganda al auto eléctrico porque “cuida al medio ambiente”! La solución no es más autos eléctricos que reemplacen los actuales a gasoil o nafta: es tener medios de transporte en común gratuitos y confiables para no necesitar un auto. Pero fundamentalmente, es producir sólo lo necesario y redistribuir la riqueza existente para que todos podamos disfrutar de un nivel de vida aceptable y permitirle a nuestro pobre planeta que se recupere. Pero nada de esto, que es de simple sentido común, es posible dentro del sistema capitalista, que necesita aumentar permanentemente la producción para existir. Por eso esto no se soluciona con medidas intermedias. Como cantaba la Negra Sosa cuando yo era joven: “El que no cambia todo / no cambia nada”.

¿En qué estado está en Francia la discusión sobre la guerra en Ucrania?

Para mí es un tema doloroso, porque me llevó a la ruptura con la CCR, con la que fui expulsada del NPA el año pasado. Curiosamente, el NPA, que guardó algo de sus reflejos trotskistas, tiene una posición medianamente correcta, aunque se bandee un poco para el lado del imperialismo. La CCR, por el contrario, adoptó una posición campista, que podría tener alguna justificación en el caso de su “casa matriz” en Argentina, pero no aquí en Europa. Yo puedo entender que los países que han sufrido en carne propia la injerencia del imperialismo yanqui, como Argentina y toda América Latina, tengan una posición campista: el enemigo del imperialismo yanqui es mi amigo. Eso los lleva a comerse el verso de Putin de que Ucrania es una creación de Lenin, está llena de fascistas y es un peón de la OTAN en el ajedrez mundial. ¡Pero ojo!, entender no quiere decir justificar. Como le escuché decir filosóficamente a un soldado anarquista ucraniano en un documental cuando le preguntaron sobre esto, “lo que los países del Tercer Mundo tienen que entender es que si para ellos el imperialismo son Europa y los EE.UU., para nosotros [y agrego yo: igual que para toda la Europa que vivió bajo la bota estalinista] el imperialismo es Rusia”. Si no se entiende esto no se puede entender que los que más están ayudando a Ucrania, sobre todo en proporción a sus medios, son los países del Este, como Polonia y los países bálticos. Ni que el movimiento de solidaridad con el pueblo ucraniano es más fuerte en las ex repúblicas “soviéticas”, como en la propia Bielorrusia. Eso no quiere decir que esté a favor de las sanciones que los países imperialistas le han impuesto al pueblo ruso. Porque no son los “oligarcas” los que sufren. Ellos están asegurados. Podrán perder un yate por aquí o un fondo por allá. Pero el sufrimiento lo pone el pueblo ruso, y todo porque el imperialismo yanqui tiene la vaga esperanza de que eso provocará un levantamiento contra Putin. Lo único que puede provocar eso es la derrota de Rusia en esta guerra de “elección” que Putin está llevando adelante. 

Entonces, mi posición, por lo que ella vale, es la posición del trotskismo “clásico”: ante la invasión de un país independiente por parte del imperialismo que lo dominó durante siglos estamos del lado de la nación oprimida. Eso no quiere decir que apoyemos a Zelensky, que es un dirigente burgués que está aprovechando la bolada para hacer pasar leyes antiobreras y represivas. Pero sí que apoyamos la lucha del pueblo ucraniano que se levanta en armas en contra del invasor. No les pedimos a nuestros gobiernos imperialistas armas para Ucrania. Nosotros sabemos que esas armas vienen con un compromiso atado por Zelensky y la burguesía ucraniana y que esos compromisos se hacen sobre la base de reprimir y someter al proletariado ucraniano durante y después de la guerra, la gane quien la gane. Pero estamos a favor de que el pueblo ucraniano les exija a quienes ellos quieran las armas para defenderse. Así sea a la OTAN, la Unión Europea o los EE.UU. La posición de que “para parar la guerra hay que impedir que le sigan dando armas a Ucrania”, que levanta un sector de la izquierda anti-guerra europea que se dice pacifista es campismo pro-Putin que no quiere decir su nombre. Para mí, la única posibilidad de una paz duradera es la victoria de Ucrania sobre el imperialismo de la Federación Rusa. Y que no me vengan con que “una victoria de Ucrania fortalece al imperialismo”: una victoria de Ucrania fortalecerá al pueblo ucraniano que le pedirá cuentas a su dirigente burgués, Zelensky, por haber utilizado la guerra para hacer pasar las medidas que le recortan sus libertades y derechos, y para entregarlo atado de pies y manos al imperialismo europeo. Una victoria del pueblo ucraniano alentará a lo más progresivo de la oposición a Putin en Rusia. Una victoria del pueblo ucraniano fortalecerá las luchas de todos los pueblos sometidos contra sus distintos poderes imperiales.

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