Fidel Castro entre la turbulencia sionista. Los vínculos del castrismo con el Estado de Israel (Parte 1)

Fidel Castro fue un perfecto manipulador. Pocas dudas quedan sobre su capacidad hipócrita de ubicarse siempre acorde a las circunstancias, donde ningún juego ideológico pudo más que sus métodos para sostenerse en el poder. En tiempos de posverdad es común tropezar con la fragilidad de las palabras, sobre todo cuando estas llevan el tufo lamentable de la conveniencia. Pero Fidel fue un artista del disfraz, un camaleón que supo asistirse del verbo oportuno en el momento adecuado, siempre a cambio de garantías que alimentaran su pantomima de líder imperfectible. Jugó tantas cartas que, generalmente, tuvo el póker a su favor. Por eso medirlo desde moldes tan huecos — aunque no por ello extraños — como los que dominan el espacio político cubano, es un patinazo inocente, porque desde ahí es imposible constatar qué tanto encubrió tras su discurso.

El vaivén de la narrativa castrista siempre sostuvo trasfondos con intereses económicos y políticos muy marcados. Desde la superficie, gran parte de la izquierda encontró en Fidel al «revolucionario antiimperialista que luchó por las causas justas», tanto como la derecha al «dictador comunista al servicio de la URSS y enemigo de la libertad», dos visiones estandarizadas y poco profundas que sirvieron de un modo inexplicable al sostén en el tiempo del régimen político que aun gobierna en Cuba. No fueron muchas las partes que exploraron el fenómeno Fidel Castro desde sus incursiones en la realpolitik, alejándose del patrón discursivo que lo ubicó en el área tan favorable que le concedió el debate de extremos en que se encuentra su nombre. Entender esa zona de acción desde la que Fidel expandió su régimen político y sobre todo estético, posibilita complejizar los análisis sobre una figura esencial dentro de la historia de Cuba y su futuro escenario democrático.

Fidel no escatimaba con quién negociar si de gestionarle oxígeno a la siempre demacrada economía nacional se trataba: fascistas, genocidas, dictadores autoproclamados. Con tal de garantizar su puesto de autócrata vitalicio era capaz hasta de romancear con sus enemigos más declarados. Nunca existió una «ética revolucionaria» o una «tozudez ideológica». Su As bajo la manga mutaba de tal forma que entre picas y espada rara vez hubo alguna diferencia evidente. Esta característica condensó la mitología alrededor de su imagen al punto de ser admirado por muchos de sus más fervientes detractores.

Es claro que para estadistas autoritarios como Fidel, el sostener su pragmática en posiciones inflexibles — como a veces se le atribuye — nunca fue opción. Por el contrario, uno de los eslabones más sólidos en su cadena de dictador fue la versatilidad de sus alianzas, algo que, sin lugar a dudas, garantizó la buena salud de su totalitarismo tropical. Uno de los ejemplos más ilustrativos de ello fue su entrega a pactos económicos con empresarios y transnacionales israelíes, los que en gran medida ayudaron al régimen a corregir la debacle económica que padeció Cuba en los años posteriores a la caída de la URSS y el llamado «campo socialista» y que consolidaron una política económica que durante décadas reportó cifras multimillonarias al régimen y abrió las puertas a nuevas líneas de inversión y mercados internacionales.

El Estado de Israel y la Revolución cubana

Aunque sea una causa aberrante para la inmensa mayoría de la extrema derecha que se reconoce afín al proyecto sionista, el Estado de Israel nació de la mano de un partido y un Primer Ministro autopercibidos «socialistas» y con mucha cercanía  al estalinismo soviético. Tanto así, que la URSS fue pieza clave para el nacimiento del nuevo Estado mediante una fuerte presión diplomática al interior de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que favoreció la idea del proyecto de partición de Palestina. Asimismo, con envíos a través de Checoslovaquia y con el fin de burlar el llamado de Estados Unidos a no mandar armamamento a Oriente Próximo, por orden estricta de Iósif Stalin, la URSS se convirtió en el mayor proveedor de insumos bélicos a grupos paramilitares sionistas como el Haganá durante la llamada «guerra de independencia» en 1948 y el posterior conflicto desatado contra los países árabes. Además, el autonominado «sionismo socialista» representó la fuerza política dominante en Israel durante treinta años de la mano del Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel (Mapai) y luego del Partido Laborista.

Cuando en 1959  triunfa la revolución, uno de los primeros estados en reconocer al nuevo gobierno de Cuba fue Israel, ya que gran parte de sus esferas políticas identificaron en los nuevos líderes aliados favorables. Así, durante el verano de ese año, el por entonces Capitán José Ramón Fernández viajó al estado sionista para negociar la compra de armamento ligero y artillería tanto como para impulsar la colaboración en el área agrícola. Si bien Israel se rehusó a efectuar la venta de armas, brindó asistencia civil en distintas áreas durante los siguientes dos lustros. También por esas fechas, en lo que el Che Guevara visitaba al Egipto de Nasser, parte de su comitiva, entre ellos José Pardo Llada, visitó territorio israelí para brindar las cordialidades del liderazgo cubano. Según la historiadora Margalit Bejarano «a los ojos del gobierno israelí, el entusiasmo que rodeó a la revolución de Castro era similar a la atmósfera del naciente Israel en 1948».

Tanto parece ser así, que durante esos años, la por entonces Canciller y futura Primer Ministro Golda Meir ofreció alianzas de cooperación en varias ramas, gesto que desde la óptica de Bejarano no fue solo una herramienta diplomática, «sino porque sentía una afinidad ideológica con la revolución socialista cubana y estaba comprometida con los países en desarrollo». A esto se suma la visita en 1961 del embajador especial Mordecai Arbell a La Habana para la firma de varios apartados para la cooperación agrícola y ganadera, que concluyó en acuerdos para la migración judía cubana en «condiciones ventajosas» que favorecían el crecimiento de nuevos asentamientos de colonos. Esta búsqueda se intensificó entre los años 1963 y 1965 cuando el embajador Haim Yari con el apoyo de la Unión Sionista de Cuba realizó múltiples eventos para la exhortación a emigrar a Israel, con promoción para vuelos charter de Cubana de Aviación destinados para ese objetivo.

Desde el nacimiento de Israel a finales de la década del cuarenta, una figura clave comenzó sus avatares para establecer el nexo entre el sionismo y el «socialismo» cubano. Este fue Ricardo Subirana Lobo, un científico judío alemán que se asentó en Cuba luego de la Primera Guerra Mundial. Nació como Richard Wolf, aunque luego de su compromiso con la cubana Francisca Subirana decidió adaptar su nombre al clima caribeño. Para 1948, Lobo financió el viaje de varias delegaciones de expertos provenientes de los «kibutzim socialistas» israelíes quienes fundaron profundos lazos con la «izquierda» de la isla, sobre todo la más cercana al estalinismo. Luego de que en 1956 comenzara la lucha armada contra el régimen de Batista, el científico, quien amasaba una considerable fortuna, fue de los principales albaceas del Movimiento 26 de julio (M-26-7) dada su afinidad con la figura de Fidel Castro.

Lobo defendió y apoyó desde diferentes flancos el proceso insurreccional anterior a 1959, lo cual le valió para ganar gran prestigio dentro del gobierno revolucionario desde donde fue propuesto para ocupar el Ministerio de Finanzas, puesto que rechazó para solicitar ser designado embajador de Cuba en Israel. Subirana Lobo, quien ya pasaba de sus setentas al triunfar la revolución, presentó sus credenciales de embajador ante Meir y ocupó el cargo diplomático desde 1961 hasta 1973, cuando durante la Cumbre de Argel, Fidel Castro anunció la ruptura de las relaciones bilaterales. Luego de esta fecha, abandonó sus tareas diplomáticas y continuó su vida como «sionista de izquierda» dentro de Israel, donde dio a luz a la Fundación Wolf en 1975, cuna de los Premios Wolf, galardones muy relevantes en el ámbito de las ciencias y el arte y que favorecen en gran medida a la legitimación y el blanqueamiento del estado sionista ante la comunidad intelectual del mundo.

La presencia de compromiso con el «sionismo socialista» en gran parte de los grupos revolucionarios cubanos fue sintomático de la enorme propaganda proveniente de Israel y de comunidades sionistas alrededor del mundo. El movimiento de los kibutzim jugó un papel fundamental, sobre todo dentro de la izquierda que buscaba ejemplos de equidad y autogestión ante la embestida del capitalismo imperialista de postguerra, aunque gran parte se afiliaba al modelo soviético. En Cuba, personalidades relevantes como Fernando Ortiz, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Ofelia Domínguez y Angel Alberto Giraudy con fuerte influencia dentro del bloque auténtico, comunista ortodoxo y otras ramas cercanas a la «izquierda», fueron de los principales voceros sionistas. Aunque el «más firme aliado de la causa sionista en Cuba» — según describe el académico sionista Arturo López-Levy[i] — fue Eduardo Chibás, quien desde la creación del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) en 1947 y con el apoyo de otros nombres de relevancia como el de Manuel Bisbé y Pardo Llada, abrazó las líneas del sionismo con su afiliación al Comité Pro Palestina Hebrea. De las filas ortodoxas emergió gran parte del grueso del M-26-7, con suma relevancia de Fidel Castro, quien según cuenta el activista Moisés Asís en el documental Havana Naglia (1995) de Laura Paul, sirvió en ocasiones de orador para el Comité Pro Palestina Hebrea y en mayo de 1947 ofreció un discurso desde la colina universitaria durante un acto de «solidaridad con la creación de Israel».

Las relaciones del gobierno revolucionario con Israel alcanzaron su «climax histórico» entre 1959 y 1967, período en el que como apunta López-Levy «fueron extraordinariamente positivas». Aún así, luego de que en 1967 aumentaran las tensiones entre Israel y los países árabes y que durante la Guerra de los Seis Días el Estado sionista ocupara ilegalmente los territorios sirios de los Altos del Golán, la península del Sinaí egipcia y tomara el control militar de Gaza y Cisjordania — territorios palestinos conferidos por la ONU con la resolución 181 de 1947 — el gobierno cubano, amén de ciertas tensiones, mantuvo sus vínculos diplomáticos con Tel Aviv. Para ese entonces solo Cuba y Rumanía, dentro del bloque «comunista», no rompieron lazos con el autoproclamado estado «hebreo». Esta posición asumida por Fidel Castro generó disputas con aliados del gobierno cubano que le exigían posicionamiento. Incluso, según Bejarano, Shlomo Levav, jefe de la misión diplomática israelí en Cuba reportó que Subirana Lobo había informado del rechazo de Fidel a presiones soviéticas para la ruptura de relaciones[ii]. El propio Castro declararía al periodista K. S. Karol que «los países socialistas no han mantenido el principio de romper relaciones con países agresores. Si fuera así, ya habrían roto relaciones con los agresores norteamericanos en Vietnam»[iii]. Algo similar sucedió en 1963, cuando luego de la muerte del presidente Itzjak Ben Zvi, Fidel decretara tres días de duelo oficial, cuestión que no fue bien asimilada por el entonces Primer Ministro de Argelia, Ben Bella, quien cuestionó la decisión provocando la cancelación de Castro a un vuelo programado hacia la nación árabe. Según declaró el mencionado Levav, previo a la guerra de 1967, Fidel Castro establecía paralelos entre «la lucha de Cuba contra el aislamiento norteamericano y la situación de Israel en el Medio Oriente»[iv].

La «ruptura» de relaciones diplomáticas y el cambio de paradigma

La postura del castrismo no podía durar mucho, ya que sus principales aliados comerciales y geopolíticos exigían posicionamiento. Así, y tras un poco explorado cabildeo, desde La Habana se intensificó el discurso antisionista, que no desmoronó el marco de cooperación en el área agrícola-ganadera y de la piscicultura, aunque Israel detuvo la compra de azúcar cubano con el objetivo de no provocar a los Estados Unidos, su principal aliado luego de la Guerra de los Seis Días y que desde 1962 mantiene un bloqueo económico contra Cuba. Esta nueva etapa se vio permeada por la solución de diferendos con la URSS tras la muerte del cada vez más antiestalinista Che Guevara y el período tenso de la microfracción. También, el ingreso de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en 1972 significó un cambio sustancial en sus relaciones económicas internacionales, integrándose al «bloque socialista» liderado por la URSS y países de Europa del Este. Esto permitió al gobierno de la Isla recibir créditos en condiciones ventajosas, importar bienes de consumo y tecnología, además de contar con asistencia técnica y científica para el desarrollo económico e industrial. Además, el ingreso supuso para Cuba un trato preferencial por su condición de país menos desarrollado dentro del bloque, impulsando su industrialización e incorporación a la división internacional del trabajo. Sin embargo, implicó una fuerte dependencia económica y política hacia la URSS y demás países «socialistas».

En septiembre de 1973, durante la IV Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) en Argel, Fidel Castro anunció la ruptura de relaciones diplomáticas de Cuba con el Estado sionista. Luego de varios años de constantes roces entre la postura de Castro hacia Israel y las exigencias del bloque soviético y los países árabes aliados, la Cumbre de Argel se pintó como el escenario más favorable para un cambio de política respecto a Tel Aviv. Bajo la presión de líderes como Muammar Gadhafi y Hazfez al-Assad, así como el paulatino deterioro de los intereses israelíes en la Isla condicionado por Estados Unidos, la ruptura era inevitable. Fidel aspiraba a la presidencia del MNOAL y sabía que sus cordialidades con Israel se reconocían entre sus aliados como un peligro hacia los intereses de las naciones miembros. Un país que mantuviera relaciones con un Estado al que la organización consideraba un enemigo latente, no podía llegar a la presidencia. Por otra parte, la decisión de Fidel respondió también al interés del gobierno cubano por continuar recibiendo combustible de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC por sus siglas en inglés), quienes para frenar el apoyo de Occidente a Israel en vísperas de la guerra del Yom Kippur decidieron cortar la entrega de crudo a países que aún mantuvieran relaciones y no reconocieran el estatus de agresor.

Desde la presidencia del MNOAL el gobierno cubano buscaría figurar como país bisagra entre los diferentes bloques regionales en disputa, en tanto maquetaba nuevas formas de reconocimiento en el nuevo orden económico mediante presión diplomática desde un puesto privilegiado que reportara garantías. Para lograrlo, uno de sus objetivos era acceder al Consejo de Seguridad de la ONU y así burlar las sanciones del gobierno de los Estados Unidos y de la Organización de Estados Americanos (OEA). Por ello en Argel debían mover bien sus cartas. Así, luego de que Gadhafi interpelara públicamente a la delegación cubana y le cuestionara la naturaleza de sus posicionamientos y su servilismo a la URSS luego de propuesta por el bloque árabe la tesis de «dos imperialismos», Fidel cambiaría el tono «moderado» de su primera intervención, por uno tajante y de ruptura absoluta con el estado sionista, lo que generó ovaciones y un abrazo simbólico entre Fidel y el gobernante libio. Según López-Levy «la ruptura se debió a las aspiraciones cubanas de liderazgo multilateral en contextos donde los enemigos de Israel actuaban como actores con poder de veto», quien añade más adelante que la decisión «careció de reciprocidad». Una nota publicada en Granma el 16 de septiembre del mismo año señala que «como respuesta a las demandas de las naciones representadas en Argel» Cuba rompía sus lazos con el estado sionista.

Todo parece indicar, que además de por resguardar intereses medulares para el mantenimiento de apoyos vitales para la economía cubana, la decisión de ruptura surgió en el calor del momento durante la Cumbre, y no había sido una estrategia pensada como respuesta a la colonización sionista en Palestina o su escalada bélica en Medio Oriente. El propio embajador Ricardo Subirana Lobo se mostró desconcertado al conocer de la noticia y declaró que aunque los vínculos políticos no eran muchos, las relaciones económicas siempre gozaron de buena salud y la dinámica entre ambos gobiernos era armónica. Aunque según datos de entre los años 1959 y 1965, el intercambio comercial nunca sobrepasó los dos millones de dólares para ambas partes, cuestión que cambiarían radicalmente en años de «ruptura»[v].

Luego de Argel, el gobierno cubano asumiría una postura completamente distinta ante el Estado de Israel y el sionismo, si tomamos en comparación los años anteriores a 1973. Durante el Yom Kippur enviaría tropas y equipos a Siria. Durante esa guerra participaron de 800 a 4000 efectivos cubanos aproximadamente, equipados con tanques soviéticos T-54 y T-55. Los enfrentamientos se efectuaron desde los  Altos del Golán principalmente contra las fuerzas israelíes, en apoyo a Siria en un contexto militar estratégico para Fidel Castro. La contribución incluyó pilotos de helicópteros, operativos en comunicaciones, oficiales de inteligencia y contrainteligencia, todo un contingente preparado para operar a nivel directo en el terreno. El gobierno mantuvo la operación en secreto y sin declarar oficialmente la guerra a Israel, aunque las tropas cubanas permanecieron en Siria hasta 1975. Durante las décadas del setenta y ochenta la postura de Cuba sobre el estado israelí fue firme y si no fuera porque existió toda una historia de oportunismo precedente, pudiera hasta parecer un acto de coherencia y dignidad política por parte del gobierno cubano sobre una entidad colonizadora y genocida. Pero los dobles raseros del castrismo nunca se hacen esperar y durante la década del noventa, la historia cambiaría exponencialmente.

En 1978 el gobierno ordenó cerrar los locales de la Unión Sionista de Cuba dada la cercanía de la Cumbre de Países No Alineados que se celebró al siguiente año en La Habana y donde Castro asumió la presidencia. Antes, en 1975, patrocinó la resolución 3379 donde se declaraba «sionismo igual racismo», que no se derogaría hasta 1992, siendo Cuba el único país no árabe en oponerse. Casualmente y según informó Jack Rosen del American Jewish Congress, durante su visita a Cuba en 1999, Fidel Castro le confesó su desconocimiento sobre la postura asumida por la delegación cubana, la cual le achacó a la irritación ante el hecho de que «Israel vota consistentemente del lado de EE.UU. y en contra de Cuba en cada cuestión que discuten en Naciones Unidas»[vi]. Las posturas de Cuba durante esos años respecto a Estados Unidos y por transitividad a su principal enclave en Medio Oriente, Israel, fueron más frontales que la de la gran mayoría de países árabes o islámicos, quienes ya propiciaban nuevos acercamientos al estado sionista. Así, y como indica López-Levy, Cuba se posicionó en una zona más acalorada respecto a Israel que Turquía o Jordania y se opuso a los acuerdos de Camp David con mayor firmeza que miembros de la Liga Árabe como Marruecos, Arabia Saudita o el Irak de Hussein, al punto de proponer, aunque sin éxito, la expulsión de Egipto del MNOAL durante la Cumbre de La Habana.

Aún así, los acercamientos políticos entre Cuba y organizaciones israelíes no se detuvieron. El Partido Comunista de Israel hizo acto de presencia en congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC), así como grupos de la «izquierda» sionista como el MAPAM frecuentaron la isla. Para la década del noventa, la historia cambiaría en gran medida. En 1990 a raíz de la visita de Dov Avital, jefe del departamento de América Latina del MAPAN, la prensa oficialista cubana reflejó por primera vez luego de la «ruptura», la presencia en la isla de un político israelí de afiliación sionista. De esta forma los contactos de Cuba con la izquierda sionista se reactivaron con invitaciones a eventos, congresos y conferencias. Así, a raíz del colapso soviético y la crisis consecuente, la política exterior cubana cambió de forma tremenda, centrando sus esfuerzos en atraer inversores extranjeros y nuevos socios comerciales.  Esto posibilitó el comienzo de un nuevo proceso en las relaciones bilaterales entre Cuba e Israel que durante esa década propició el establecimiento de empresas y capitales israelíes en la isla, principalmente en la rama agrícola, textil, turística e inmobiliaria.

El sostén israelí tras el derrumbe soviético

Para finales de siglo, el vínculo se haría cada vez más fuerte, cuestión que dio paso a un proceso que describió Mónica Pollack, jefa de relaciones internacionales del partido de izquierda sionista Meretz de esta forma: «El fin de la Guerra Fría ha liberado a Castro de la camisa de fuerza anti-israelita»[vii]. Añadió que el gobierno cubano mostró interés en restablecer relaciones y en publicitar la libertad de emigrar a Israel para los judíos cubanos como gesto a los de otras geografías. Lo anterior se llevó a cabo mediante la reanudación del programa de la agencia judía de emigración, por la cual, entre cuatrocientos y seiscientos judíos de la isla fueron autorizados por el gobierno cubano y apoyados por Israel a establecerse en asentamientos ilegales de colonos en los territorios palestinos ocupados. Este movimiento, desarrollado entre 1995 y 1999 se llamó Operación Cigarro, y se viabilizó a través de las oficinas diplomáticas de Canadá en La Habana. El trato entre la Agencia Judía para Israel y el gobierno de Castro se mantuvo en secreto durante años. En diciembre de 1998 Fidel visitó la Sinagoga del Patronato del Vedado, donde ayudó a encender las velas de Janucá. Actualmente la fotos de ese día se exhiben en las paredes del Patronato.

Esa muestra de acercamiento del castrismo a la comunidad judía de Cuba, la que siempre mantuvo en su mayoría firmes posicionamientos sionistas, más que un gesto de tolerancia religiosa por parte del gobierno, significó una ventana de oportunidades y garantías frente al cada vez más cercano y presente mercado israelí que desde principios de la década había echado raíces en varios sectores económicos de la Isla. En el mismo año 1999 se efectuó el congreso de la Unión Interparlamentaria al que se presentó una poblada delegación israelí presidida por el ministro Meir Sheetret y por Zeev Boim, vicepresidente del Parlamento Israelí (Knseet) y diputado  por el partido de extrema derecha Likud que actualmente se encuentra en el poder de la mano del criminal de guerra Benjamin Netanyahu. También en ese año, la juventud del Meretz asistió al Festival Internacional de Solidaridad auspiciado por la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Asimismo, durante la visita del Gran Rabino Asquenazí de Israel en 1994, este insinuó tener mensajes del por ese entonces Ministro de Relaciones Exteriores, Shimon Peres, para Fidel Castro, probablemente vinculados con la posibilidad de reasentar cubanos en Israel a cambio de prebendas para algunos sectores de interés. La entonces directora del Departamento de Asuntos Religiosos del PCC, Caridad Diego, le comunicó al Rabino Lau que «Cuba» aceptaba con beneplácito los enfoques referidos y que consideraban con suma empatía las ayudas brindadas por Israel[viii]. En 1997, la visita del Viceministro de la Industria Pesquera de Cuba, Enrique Oltuski Osaki a Israel, por invitación del político de derechas y Ministro de la Agricultura Rafael Eitan, abrió nuevas ventanas entre La Habana y Tel Aviv en diferentes áreas económicas, que se extendería a la rama deportiva con la visita del Presidente del Comité de Deportes israelí con vistas a firmar nuevos convenios de colaboración deportiva entre esa instancia y el Instituto Nacional de Deportes Educación Física y Recreación (INDER).

La década del noventa fue la puerta ancha para las inversiones israelíes en Cuba, principalmente en el sector agrícola, donde expertos se trasladaron a La Habana para iniciar la inversión conjunta para el plan de cultivo de cítricos en Jagüey Grande. Al mismo tiempo alrededor de quienientos técnicos cubanos viajaron a Tel Aviv para recibir asesoría y entrenamiento, así como para efectuar un encuentro con el entonces Ministro de Agricultura Ya’akov Tsur. Este impulso lo llevó de la mano un personaje de muchísima relevancia en la historia de Israel: Rafi Eitan, ex Jefe de Operaciones de la Mossad y posterior Ministro de Seguridad Social de Ariel Sharon por el Partido Gil-Gimla’ey Yisrael LaKnesset de jubilados hasta 2009. Eitan, junto a otros inversores israelíes o judíos sionistas, estableció en Cuba la empresa GBM Inc. Consulting & Trade Company, la que reportó cifras multimillonarias para el castrismo y ayudó en grandísima medida a sobrellevar la situación durante el Período Especial. Al mismo tiempo, el grupo israelí impulsó negocios inmobiliarios que decantaron en la creación de Inmobiliaria Monte Barreto S.A., empresa mixta junto a la estatal Cubalse S.A., responsable de la construcción de los edificios multipropósito del Miramar Trade Center. En esa nueva apuesta de GBM una pieza clave fue el argentino-israelí Enrique Rottenberg, artista visual quien también es accionista y propietario del segundo piso de la Fábrica de Arte Cubano (FAC). Se calcula que desde 1993, los negocios de Jagüey Grande reportaron más de seiscientos millones de dólares, así como el alquiler del complejo de oficinas del Miramar Trade Center alrededor de cuatro millones solo en 1998, cuando no iba ni siquiera por la mitad de su construcción.

GBM y el capital israelí dominaron la economía cubana de finales de siglo para luego consolidarse como socios indispensables de la gestión castrista. Su poder fue tal que no tardaron en expandirse al sector de las telecomunicaciones, donde abarcaron tanto que al poco tiempo llegaron al punto de administar toda la infraestructura informática. El gobierno cubano otorgó a esta empresa el primer puesto entre todas las que por entonces operaban en suelo nacional. Al decir de Eitan, «gracias a la confianza que depositan en nosotros, nuestra honestidad y nuestra contribución a la economía del país». Según diversas fuentes y el propio testimonio de Rafi Eitan sobre GBM «fuera del negocio del turismo, durante años fuimos la segunda empresa extranjera más grande en Cuba en términos del alcance de nuestras actividades allí»[ix]. Pero para esta parte, necesitaremos otra entrega.

Por Raymar Aguado Hernández


[i] López-Levy, Arturo. 2010. “Las relaciones Cuba-Israel: A la espera de una nueva etapa.” Cuba in Transition, ASCE..

[ii] Bejarano, Margalit. 2009. “A Diplomatic Account of an Inevitable Divorce: Relations between Cuba and Israel, 1959–1973.” Paper presented at the Cuban Studies Conference of the CRI-FIU.

[iii] Karol, K. S. 1971. Guerrillas in Power. London: Jonathan Cape..

[iv] Halperin, Maurice. 1981. The Taming of Fidel Castro. Berkeley: University of California Press. Accessed through interview with Shlomo Levav.

[v] López-Levy, “Las relaciones Cuba-Israel

[vi] Baum, Phil. «American Jewish Congress Perspective on Cuba.» *Judaism* 49, no. 194 (Spring 2000): 217.

[vii] Michael S Arnold, 1999, “Castro’s Jewish bargaining chip,” Jerusalem Post, October, 15

[viii]  Yehezkely, Zador. 2004. “400 of Cuba’s Jews Want to Emigrate to Israel.” Yediot Ahronot, February 8, 6.

[ix] Eitan, Rafi. Capturing Eichmann (Barnsley, UK: Greenhill Books, 2022), capítulo 30.

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