Esos jóvenes mataron a Fernando. Nadie puede negar que sean los responsables de semejante brutalidad. Se ve en los videos, en las fotos, los chats y lo dicen los más de 45 testigos que vienen declarando. Pero el juicio pretende dilucidar si fue un “accidente” como sostienen las familias y su entorno, si fue la consecuencia de una pelea entre jóvenes o una muerte premeditada. ¿Por qué lo mataron? ¿Por qué un grupo de gente decide terminar con la vida de otra persona? Es quizá esta pregunta o más bien, el reflexionar sobre la respuesta, lo que más horror causa.
¿Por qué lo mataron? ¿Hay un por qué?
Desde hace días, vemos cómo avanza el juicio a los ocho jóvenes rugbiers por el homicidio de Fernando Báez Sosa. Hubo otros dos detenidos, luego sobreseídos por “falta de mérito” en la instrucción de la causa.
Cada nueva prueba, cada nueva declaración, dan pavor por lo que esos sujetos le hicieron a Fernando, un pibe de apenas 18 años que había salido a divertirse. Lo amenazaron, lo golpearon salvajemente, lo siguieron golpeando aun ya muerto. Lo rodearon y no permitieron que ningún amigo suyo lo ayudara. Lo atacaron en patota, entre al menos ocho. Lo descartaron como basura. Y luego, festejaron como si nada.
Para la defensa y la familia de estos asesinos fue un “accidente”. Si fuera una pelea, sería ya de por sí muy cobarde, ya que lo atacaron entre todos y Fernando ni siquiera tuvo la posibilidad de defenderse. Pero además, sugerir que este accionar siniestro pueda ser fruto de un “accidente”, es ocultar un entramado de responsabilidades mucho más complejo.
Se podría decir que quizás fue el alcohol, la adolescencia, la brutalidad del rugby, pero en todo caso, ¿sería solo eso? Desde ya, la mayoría de los rugbiers no asesina. Tampoco todos los adolescentes. Pero es evidente que el odio de clase, el racismo y supremacismo, el machismo, el sentido de pertenencia e ubicación social, la idea de impunidad, de omnipotencia, han sido claves para construir “legitimidad” en la cabeza de estos chicos sobre sus acciones y su justificación hasta hoy.
No es una “violencia sin causa”, como dejan entrever varios grandes medios o algunos sociólogos y opinólogos televisivos. Hay causas, causas profundas y terribles, que los habilitaron para matar. El odio de clase y demás criterios supremacistas, son sus causas, sus criterios, que los llevaron a pensar que la vida de Fernando no valía. Ese mensaje, “Caducó”, antes de seguir como si nada, lo expresa con elocuencia.
Porque era pobre, porque era negro, porque no era “del palo” ni del barrio ni tenía derecho a divertirse como ellos. Fernando fue víctima de asesinos con motivos. El problema es que esos motivos desnudan una educación, una forma de vida, de la que forman parte la superioridad de clase y el consiguiente desprecio hacia quienes se considera inferiores.
Por eso les resulta mucho más fácil decir que es “una muerte sin causa” o una muerte violenta “fruto de la violencia en la que vivimos”. Eso calma las conciencias de quienes pregonan el odio de clase, odio al color, al pobre. Mejor dicho, quizás calme sus conciencias… pero es falso.
Un juicio, ¿cuántos responsables?
Vivimos en una sociedad violenta, una sociedad que repite el desprecio, el insulto y el golpe como formas de resolver los problemas. Se los promueve en primer lugar desde el poder y su aparato represivo en este sistema capitalista decadente, corrupto y violento, que se basa en explotar, oprimir y reprimir a las mayorías para enriquecer a unos pocos privilegiados.
¿Por qué esa repetición? El discurso de odio contra los pobres, los “negros planeros”, los piqueteros, habilita a muchos a pensar que la violencia contra estos sectores es legítima. Entonces piden “bala” contra quienes cortan una calle para pedir alimentos para los comedores populares, ocupan tierras fiscales como en Guernica porque no tienen techo o recurren a los subsidios del Estado para sobrevivir. La demonización y producción de mensajes de odio hacia el pobre no viene sólo desde “el rico”, pero se origina en un odio de clase, en donde el pobre debe ser desplazado, recluido y hasta eliminado.
Se hace más evidente el salvajismo cuando se expone a un solo chico frente al menos a ocho tipos, que han decidido cagarlo a golpes, terminarlo, “caducarlo”. Allí es más directo el daño, porque el discurso de odio pasa a ser un ataque de odio y mata a un inocente. Pero la responsabilidad, además de los rugbiers, también es de sus familias, de su clase, de un discurso político y un sistema profundamente injustos que habla de “la estética”, de “gente como uno”. Un pensamiento liberfacho, defendido por un sector que ve en Milei a un político con ideas brillantes…
Por eso les es mucho más sencillo hablar de una “violencia sin causa”, sin sentido. Pero si quien hubiera cometido este delito fuera Fernando o incluso un pibe aún menor, estarían pidiendo la baja de la imputabilidad, bala y todo tipo de penas, contra el negro pobre.
Muchos pibes que no tienen ni dónde dormir y caen en la delincuencia, roban un celular, son odiados con mayor “naturalidad” que estos asesinos. Es claro que hay un trasfondo de odio, de racismo, de desigualdad, injusticia social, de asco al pobre. Vivimos en una sociedad formateada para odiar más a los pobres y marginales que genera, que a los responsables de esa segregación.
A Fernando lo mataron cobardemente ocho tipos que creen que pueden hacerlo porque son ricos, blancos y de “buena familia”. Pero la responsabilidad la comparten quienes generan y promueven discursos de odio como base de una sociedad clasista y profundamente injusta.
Además, se creen machos
Además de ricos, rugbiers, blancos y privilegiados, son machos, con prácticas que se potencian aún más en manada. Y eso no es menor. Ese otro discurso autorizado en esta sociedad proviene del patriarcado, en donde el varón se hace más macho a los golpes, cuanto más violento es. Una estructura que también está presente en la construcción de estereotipos sociales y en cómo se enseñan, desde la niñez: “los varones no lloran”, “no seas mariquita” y un sinfín de formas de construir al varón.
Al calor de las luchas feministas y LGBTI hemos avanzado mucho en la deconstrucción de estos formatos, pero aún están presentes porque el capitalismo los necesita para sostener su propio entramado, que se beneficia económicamente de la opresión machista a las mujeres y diversidades. El sistema necesita hombres fuertes, no sensibles…
Ese machismo se expresa de muchas maneras y lamentablemente está muy presente en algunos deportes o sectores que asocian la fuerza y la violencia con el poder. A su vez, es un poder que se multiplica en manada. Una manada que te hace “más hombre”, más aceptada la masculinidad, otorgando un título de macho que para el varón es difícil de desestimar. Las violaciones en manada deben ser analizadas en este sentido, que brutaliza la acción. Lejos de hacerlos víctimas, la violencia en manada fortalece la unión, la hermandad, la justificación de lo aberrante.
Justicia para Fernando, castigo a los culpables, reflexión social
Fueron muchos contra uno: ocho machos contra un negro, al que consideraron menos “hombre” porque estaba solo. Terrible desde donde lo miremos. Es necesario exigir justicia por Fernando y su familia, el merecido castigo a sus asesinos y también reflexionar como sociedad para poder avanzar. Para que el discurso de odio no sea un discurso autorizado desde quienes se supone que deben velar por la igualdad y la equidad general.
Necesitamos indignarnos y luchar con fuerza para poner fin a este sistema capitalista al servicio del 1% de ricos, con sus instituciones, ideas y falsas conciencias que lo sustentan. Necesitamos asegurar el derecho a la vida para todes, garantizando a las mayorías populares el poder disfrutarla.