Nota extraída del sitio web de la Liga Internacional Socialista.
Publicamos el discurso de Avery Wear en la reunión «Por qué los trabajadores deben oponerse a las deportaciones», en San Diego con la participación de 90 activistas. Fue copatrocinada por el Grupo de Historia Laboral (Labor History Caucus) de SEIU Local 221 y el recién creado grupo intersindical de base denominado Red de Acción de Solidaridad Laboral.
Buenas noches, compañeras y compañeros trabajadores. Nos encontramos en tiempos peligrosos. Quiero destacar 3 puntos mientras desde nuestra clase buscamos cómo defendernos:
1) Las y los trabajadores inmigrantes son primera línea en la lucha de clases.
2) Un ataque contra cualquier trabajador o trabajadora es un ataque contra todas y todos nosotros.
3) La clase trabajadora nunca es la responsable de drenar económica; nosotros somos la economía.
No es ningún secreto: la vida de la clase trabajadora se está volviendo cada vez más difícil. En 1979, los sindicatos todavía organizaban al 25% de la fuerza laboral. Hoy, hemos bajado al 10%. Y sí, definitivamente estamos experimentando un resurgimiento sindical. Pero el daño sufrido en los últimos 50 años ha sido inmenso. La clase trabajadora ya no espera poder adquirir una vivienda, o prácticamente cualquier cosa. Los sueldos ajustados a la inflación alcanzaron su punto máximo en 1973, y para 2024 seguían casi 2,8% por debajo de ese nivel.
Pero la economía de Estados Unidos creció de 6 a 24 mil millones de dólares en el mismo período. Es cierto que también la población aumentó aproximadamente en un tercio, pero incluso teniendo en cuenta ese crecimiento poblacional, económicamente, el crecimiento se duplicó o más por persona. Piénsenlo bien: ahora hay más del doble de riqueza para cada persona. Quienes son asalariados, la clase trabajadora, que representamos al 81% de las personas, en promedio no obtuvimos absolutamente nada a cambio. Pero el número de multimillonarios pasó de 13 en 1980 a más de 700 en 2024. Con un movimiento sindical debilitado, perdimos terreno, y la clase dominante literalmente se llevó todas las ganancias producidas con nuestras manos y cerebros. Para colmo también presionaron para rebajar sus impuestos.
Como resultado, nos rodea una gran miseria. Pero hoy, las voces financiadas por la misma clase que se apropió de la nueva riqueza que creamos, afirman que la culpa es de los trabajadores migrantes.
Mientras tanto, las comunidades de inmigrantes se están organizando rápidamente en redes de defensa y capacitaciones sobre derechos legales, frente a la amenaza de redadas de “deportación masiva.” Estos trabajadores están creando la primera oposición de base a la agenda del segundo mandato de Trump, lo que llevó al zar fronterizo Tom Homan a quejarse de que hay demasiadas personas buscadas por ICE que conocen sus derechos, afirmando que ellos lo llaman ‘conocer sus derechos.’ y él ‘cómo evadir un arresto’.
Trump va primero por los inmigrantes, personas trans y empleadas/os estatales. Seguirán otros ataques. Nuestro movimiento obrero y nuestra clase deben apoyar la resistencia ante esta primera oleada de agresiones, para construir unidad donde podría reinar la división y prepararnos para las luchas que vienen. Porque no es ningún secreto que el “Project 2025” establece un repertorio de ataques devastadores a los derechos laborales: desde la cancelación reciente de los derechos de negociación colectiva de los sindicatos federales mediante orden ejecutiva, pasando por el debilitamiento de la Junta Nacional de Relaciones Laborales, hasta la legalización de represalias contra quienes nos organizamos, y mucho, mucho más. Antes de que esos ataques nos afecten directamente, debemos asegurarnos de debilitar a Trump haciendo que pierda, no que gane, las luchas en las que hoy está metido. Y así, para entonces tendremos más aliados porque defendimos a otros sectores.
Entonces, ¿cómo podemos convencer a nuestros compañeros de trabajo de la defensa incondicional de nuestras y nuestros camaradas inmigrantes? Para empezar, debemos explicar lo que pasa por alto todo el mundo en el debate nacional sobre inmigración, pero que es vital para nuestra clase: los trabajadores inmigrantes son, y siempre han sido, dirección en nuestra lucha de clases.
Comencemos con nuestra historia. La primera huelga nacional organizada, el movimiento por la jornada de ocho horas de 1886, fue liderada por trabajadores inmigrantes alemanes. El primer paso masivo hacia la sindicalización de las fábricas industriales inició en 1909, cuando 20.000 mujeres inmigrantes hicieron huelga en la industria textil, dando lugar a la formación del Sindicato de Trabajadores de la Confección Amalgamados (Amalgamated Clothing Workers’ Union). La histórica huelga de 1912 de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW) en Lawrence, Massachusetts, tenía reuniones diarias con traductores de 25 idiomas distintos. La Gran Huelga del Acero de 1919 fue liderada por trabajadores polacos. Y las luchas decisivas de la década de 1930 involucraron a millones de trabajadoras y trabajadores inmigrantes y a sus hijas e hijos.
Mi sindicato, el Sindicato Internacional de Empleados de Servicio (SEIU), se convirtió en el de más rápido crecimiento en la década de 1980 al organizar a trabajadoras y trabajadores inmigrantes tras la amnistía de 1986, que legalizó a 2 millones de personas indocumentadas. Otros, como UNITE-HERE y la Internacional de Trabajadores de la Construcción (Laborers’ International Union of North America, LIUNA), también recurrieron a los inmigrantes. Nuestros éxitos llevaron a la AFL-CIO (la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales) a revertir su histórica oposición a la inmigración en el año 2000. En aquellos años, cuando nuestro movimiento en general atravesaba derrota tras derrota, fueron las y los inmigrantes quienes más esperanza aportaban.
Es cierto que las cosas este siglo son distintas. Cuando llegaron mis bisabuelos, de Italia, Polonia y Rusia, simplemente se presentaron en Ellis Island. Así es, tuvimos fronteras abiertas durante la mayor parte de nuestra historia. Pero en 1924 se formó la Patrulla Fronteriza, que en las décadas siguientes fue utilizada con frecuencia por los empleadores para deportar a quienes se sindicalizaban o hacían huelga. La última ley de amnistía inmigratoria fue en 1986. Y desde 1994, la Patrulla Fronteriza y ahora ICE se han expandido drásticamente. Es cierto que las fronteras cada vez más cerradas de hoy presentan muchos nuevos y peligrosos obstáculos para la organización sindical de las y los inmigrantes —así lo quieren los patrones—. Pero, ¿significa eso, como muchos suponen, que las personas inmigrantes son más difíciles de organizar?
Los trabajadores nacidos en el extranjero, incluyendo a millones de personas indocumentadas, tienen una tasa de sindicalización del 10%. La misma que la tasa de sindicalización total de toda la clase trabajadora. Pero las y los inmigrantes representan sólo el 10% de los trabajadores del sector público, donde la tasa de sindicalización en general es alta, del 32%. En comparación, el 14% de todos los trabajadores y trabajadoras están en el sector público. Eso significa que las personas nacidas fuera del país están sobrerrepresentadas en empleos del sector privado, donde la tasa de sindicalización ronda solo el 6%. ¿Cómo logran entonces los trabajadores inmigrantes mantener el 10% de la tasa de sindicalización global de la fuerza laboral? Sindicálizandose más fácilmente que las y los nativos en el sector privado.
Pocos recuerdan que la primera huelga general en Estados Unidos desde la huelga de Oakland en 1946 sucedió en 2006. Fue el “Día Sin Inmigrantes” del primero de mayo, organizado para protestar contra el proyecto de ley antiinmigrante Sensenbrenner en el Congreso. En esa huelga participaron millones de trabajadores, paralizando industrias enteras, como los mataderos y el distrito de la confección de Los Ángeles.
Hace unas semanas, asistí a una reunión en San Diego de 90 personas, en su mayoría inmigrantes, que formaron una Red de Acción para prevenir deportaciones; están aquí esta noche. Una reunión similar en Los Ángeles atrajo a 300 personas. Innumerables personas protestaron contra la deportación masiva a nivel nacional el 1 de febrero de 2025. Junto con el personal federal, ¿hay otros grupos de trabajadores que se estén organizando así de activamente?
Los sindicatos de inquilinos creados en la última década en San Diego y Los Ángeles tienen una base mayormente inmigrante. En el caso de San Diego, la primera inquilina en manifestarse públicamente (contra un propietario que se negaba a ocuparse de una plaga de cucarachas y arañas) era una madre indocumentada.
Las y los trabajadores indocumentados enfrentan mayor represión y tienen menos derechos legales que el resto de nuestra clase. Pero a menudo, son esas condiciones las que empujan a más gente a la lucha.
Además, los inmigrantes forman comunidades, lo que ayuda a la autoorganización. Algunos provienen de países y comunidades con tradiciones más fuertes de sindicalismo o militancia que las de Estados Unidos, aportando una valiosa experiencia de lucha de clases.
Todo esto no significa que las y los trabajadores indocumentados sean más propensos a organizarse per se. Más bien debemos comprender que nuestras compañeras y compañeros indocumentados se enfrentan a una realidad muy dura, que genera un conjunto de experiencias de organización intensas y particulares. Su experiencia de lucha es parte de nuestro poder. Es un recurso para nuestra clase.
Reconocer a las y los trabajadores inmigrantes como un sector dirigente de la lucha de clases abre la puerta a cuestionar las mentiras que se dan por ciertas en el discurso republicano y demócrata sobre la inmigración.
Nuestro trabajo —el de la población en edad productiva de nuestra clase— sostiene a todas las demás personas: mantenemos a la clase dominante inactiva de todas las edades, así como a las niñas, niños y personas mayores de todas las clases sociales. Y como las y los trabajadores indocumentados vienen aquí en busca de empleo, constituyen una porción abrumadora de la población en edad de trabajar. Así que, al igual que cualquier persona, los niños y niñas van a la escuela y los jubilados necesitan atención médica. Pero lo cierto es que hacen un uso de esos recursos a una tasa menor que el resto de nuestra clase —y además trabajan más—. En 2023, la tasa de participación laboral de las y los inmigrantes (68%) superó a la del conjunto de la población (63%). En 2023-4, la población indocumentada representaba el 5,2% de la fuerza laboral y solo el 3,3% de la población total.
Así que, en realidad, los inmigrantes más bien benefician enormemente los ingresos recaudados en impuestos, en lugar de drenarlos. Los trabajadores indocumentados pagaron 96.700 millones de dólares en impuestos federales, estatales y locales en 2022. La Administración del Seguro Social (SSA) recibe contribuciones fiscales de inmigrantes sin documentos que usan números falsos. Como esos números son falsos, esas cotizaciones no se traducen en beneficios de jubilación para esos mismos trabajadores. Esos fondos van al “Archivo de Ganancias No Atribuidas” (Earnings Suspense File) de la SSA, ayudando a mantener solvente el fondo en un momento en que está cada vez más presionado por la gran cantidad de jubilados de la generación del Baby Boom (y la negativa del Congreso a imponer el impuesto del Seguro Social a ingresos superiores a 91.000 dólares anuales). El Archivo de Ganancias No Atribuidas del Seguro Social ahora almacena más de 2 mil millones de dólares (sí, 2 mil millones). Si quieren salvar el Seguro Social, dejen entrar a las y los trabajadores inmigrantes.
Y sorprendentemente, más de 5 millones de trabajadores indocumentados presentaron anualmente sus declaraciones federales de impuestos, usando Números de Identificación Personal del Contribuyente (ITIN). Lo hacen para aumentar sus probabilidades de lograr un fallo favorable de un juez si alguna vez solicitan la ciudadanía. Pero mientras tanto, están pagando a un sistema cuyos beneficios completos no pueden recibir. También pagan tasas impositivas más altas de lo habitual, puesto que, al no tener documentos, no son elegibles para diversas deducciones y tienen menos probabilidades de declarar devoluciones. Todo esto sin contar las ganancias que generan para los empresarios.
Al ignorar el hecho de que la mayoría de la población indocumentada está en edad de trabajar y pertenece a la clase trabajadora, la clase política nos ha engañado haciéndonos creer que los inmigrantes pueden ser perjudiciales para nuestra clase. Al recordar a nuestros compañeros de trabajo que nuestra clase nunca puede drenar la economía—porque nosotros somos la economía—y que nuestro trabajo mantiene a todos los demás, y que esto vale aún más para la clase trabajadora inmigrante, ayudamos a que nuestra clase recupere su orgullo, su sentido de identidad y su conciencia de clase. Y necesitamos esa mentalidad para fortalecer nuestro movimiento.
Pero, ¿acaso los inmigrantes no “quitan” empleos a otros trabajadores? A menudo, las y los inmigrantes realizan sencillamente los trabajos más duros que nadie más está dispuesto a tomar. Además, no hay nada singular en que distintos sectores de nuestra clase se vean enfrentados materialmente en un sistema diseñado para crear escasez artificial, haciéndonos pelear entre nosotros para dividir y conquistar a nuestra clase. Sin embargo, en las narrativas de “inmigrantes contra trabajadores nativos,” el conflicto material con frecuencia es un espejismo. Miremos las industrias de la construcción y de la limpieza en Los Ángeles, que pasaron de ser nativas a inmigrantes. No se trató de que los empleadores contrataran inmigrantes a salarios más bajos y despidieran ciudadanos. No. Lo que sucedió es que, en la década de 1980 y 1990, los empleadores destruyeron los sindicatos y redujeron los sueldos. Entonces la gente votó con los pies, y poco a poco encontró trabajo en otros lugares. Las y los inmigrantes comenzaron a ocupar esos puestos con salarios más bajos, pero después fueron propensos a volver a sindicalizarse y elevar esos salarios de nuevo. Eso hicieron los trabajadores inmigrantes en la famosa campaña sindical “Justice for Janitors” en Los Ángeles en los 90. Tenemos que ver más allá de las mentiras que pretenden dividir y conquistar a nuestra clase.
La conciencia de clase hoy también implica entender nuestra posición en el mercado mundial. El capital atraviesa fronteras a voluntad, mientras restringe dentro de ellas a los trabajadores. Aunque ahora tengan que empezar a pagar aranceles, siguen siendo libres de enviar mercancías y montar operaciones a ambos lados de las fronteras. Vemos los resultados de la libertad de movimiento para el capital, pero no para las y los trabajadores, en los tratados NAFTA y CAFTA. Los trabajadores de Estados Unidos, sobre todo en los sindicatos manufactureros, conocen el doloroso golpe del millón de empleos que perdimos con el TLCAN. Pero ninguno de los dos grandes partidos políticos nos explica que el TLCAN también destruyó las condiciones de vida de millones de campesinos de maíz y otros agricultores en México. Este acuerdo mantuvo un promedio de 20.000 dólares al año en subsidios a la agricultura corporativa del maíz en Estados Unidos, mientras abolía los 700 dólares anuales de apoyo al precio que recibían campesinos familiares en México. El pronunciado aumento de la migración laboral de México a Estados Unidos después del acuerdo —previsto en ese momento por la exdirectora de la Patrulla Fronteriza Doris Meissner— fue en realidad resultado de una conspiración empresarial y gubernamental trinacional contra la clase trabajadora de Estados Unidos, México y Canadá.
Los republicanos acusan de manera absurda a los demócratas de apoyar las fronteras abiertas, pese a la Operación Gatekeeper impulsada por Bill Clinton y las miles de muertes de migrantes que ha causado. Pese a las cifras récord de deportaciones bajo Barack Obama y Joe Biden. Pese a que Biden construyó más millas del muro fronterizo que afirmaba rechazar que Trump. Pese a los interminables incrementos bipartidistas en el gasto para reforzar la frontera.
En mi experiencia, la oposición de la clase trabajadora a las fronteras abiertas se desmorona cuando alguien aboga por ellas. Una trabajadora alineada con Trump se quejaba recientemente conmigo sobre los “costos de las fronteras abiertas.” Se sorprendió, y aceptó el argumento, cuando le repliqué que los costos de cerrar las fronteras —esos presupuestos desbordados para la represión migratoria— son el verdadero problema.
Imaginen que no hubiera frontera entre Tijuana y San Diego. ¿Cuál sería el resultado para el mercado laboral? La gente en Tijuana buscaría empleos en San Diego sin restricciones. Los empleadores de Tijuana entonces se verían obligados a subir los sueldos al nivel promedio de San Diego. Así, las empresas ya no podrían amenazar con trasladar los trabajos de fábrica de Estados Unidos a maquiladoras en Tijuana por los costos laborales más baratos.
No es una ilusión mía. Podemos observar cómo el alza de estándares comienza a ocurrir cuando bajan las restricciones migratorias. El grupo Center for American Progress publicó en 2021 un estudio sobre los efectos en la economía de la amnistía federal de 1986, que permitió a dos millones de trabajadores indocumentados obtener la residencia permanente en seis meses. El mayor poder de negociación de estos trabajadores llevó a un aumento en sus salarios. Al elevar ese piso del mercado laboral, el salario promedio de todos los trabajadores también subió, no bajó.
El incremento en el poder adquisitivo de los trabajadores también impulsó un crecimiento económico. El estudio utilizó estos resultados para prever los posibles efectos de distintos escenarios de política migratoria —legalización masiva, un nuevo programa de trabajadores huéspedes, o deportación masiva—. La legalización mostró el mejor resultado tanto para nuestros salarios como para el crecimiento económico. Todo esto debería ser de sentido común para nuestra clase: cuanto más libre sea toda nuestra clase, incluyendo la libertad de vivir y trabajar donde queramos, mejor para nuestras condiciones de vida y para nuestra fuerza de clase.
La deportación masiva es un ataque contra nuestra clase. Nos debilitará globalmente. Y si no la frenamos, dará ímpetu a todos los demás ataques que están por llegar. Debemos sumarnos a la resistencia ahora. Nuestra clase nunca puede drenar la economía; somos la economía. No podemos permitirnos perder a las y los trabajadores inmigrantes, porque son un sector dirigente de la lucha de clases. Y ahora más que nunca, el daño hacia uno, es un daño hacia todos.