Егa el atardecer del martes 14 de octubre en Rivadavia y Artigas. Barrio de Flores.
Un tumulto se pronuncia con gritos, se pueden observar camionetas de la
Policía mal estacionadas y un grupo uniformados, algunos con escudos, otros sin
identificación, en forma de ronda, contra la pared.
¿Qué pasó?
¡SE PASAN! ¡NO SE LOS LLEVEN!! Gritan los vecinos.
Dentro del cerco formado por la policía había un hombre y una mujer esposados. En medio de ellos un niño. Un martes, sin guardapolvo, por supuesto, mucho menos con un uniforme de escuela privada. Desorientado, pero no tanto, como entendiendo lo que pasaba.
El crimen del hombre: vender paltas. El de la mujer: defender la injusticia que presenciaba. El del niño: no sabemos, solo sabemos que tiene 10 años y no fue a la escuela.
Parece un cuento corto de Galeano, pero es la realidad que toca vivir en la ciudad de Buenos Aires donde ser pobre y rebuscarse para poder generar el mango nos convierte en criminales. Una ironía de los tiempos que corren. Tenemos que parar esto.
Ivo