miércoles, 18 diciembre 2024 - 10:46

EEUU. La izquierda y la política hoy

Compartimos la entrevista publicada originalmente en el sitio web de la Liga Internacional Socialista.

La Liga Internacional Socialista entrevistó a Aaron Amaral, miembro de Tempest, sobre el estado actual de la política estadounidense y el papel de una izquierda radicalizada en la respuesta a la crisis económica, las elecciones presidenciales, el movimiento sindical y el actual genocidio israelí en Gaza.

​​En cierto momento de su vida histórica, las clases sociales se separan de sus partidos tradicionales. En otras palabras, los partidos tradicionales en esa forma organizativa particular, con los hombres particulares que los constituyen, representan y dirigen, ya no son reconocidos por su clase (o fracción de clase) como expresión suya. Cuando ocurren tales crisis, la situación inmediata se vuelve delicada y peligrosa, porque el campo está abierto para soluciones violentas, para las actividades de fuerzas desconocidas, representadas por carismáticos “hombres del destino”.
–Antonio Gramsci, “Observaciones sobre ciertos aspectos de la estructura de los partidos políticos en períodos de crisis orgánica”, Selecciones de los Cuadernos de Prisión, Sección II, Capítulo 2, “Estado y sociedad civil”.

Liga Internacional Socialista: Hemos notado que un planteo común en varios artículos en el sitio web de Tempest es que la izquierda estadounidense enfrenta un impasse estratégico, en parte creado por sí misma. En muchos aspectos, se podría decir lo mismo de la izquierda a nivel internacional. ¿Cómo describiría nuestra coyuntura actual?

Aaron Amaral: Lo que venimos viendo Estados Unidos desde el impacto de la Gran Recesión en 2008 (y los esfuerzos del capital y el Estado para buscar una salida a esa crisis mediante una avalancha de dinero barato) son grietas que continuamente emergen en un orden social y político que se continúa tensando bajo el peso de las profundas contradicciones del capitalismo mundial, el orden mundial imperialista y la incapacidad de las instituciones de la clase dominante para adaptarse a esos cambios y construir cualquier tipo de consenso político dirigido por la clase dominante sobre las estrategias de gobierno, es decir, hegemonía.

También hemos visto crecientes desafíos autoritarios de derecha al orden internacional neoliberal tardío. Al igual que la dinámica paralela del resurgimiento del reformismo de izquierda, que tuvo su apogeo hace casi diez años, es fundamental arraigar firmemente las tendencias autoritarias de derecha populista en el contexto internacional. Este es un contexto de dislocación económica y crisis social sin precedentes en los últimos 40 años. Esto ha llevado a niveles de polarización política y radicalización mayores que los que hemos visto en más de una generación.

Como observó recientemente David McNally,

Merece ser recordado que los siete principales bancos de Wall Street colapsaron en 2008-2009 y que un verdadero trauma sacudió los círculos de la clase dominante en torno a la duda de si podrían lograr un rescate inmediato. Una vez que eso sucedió, creo que los mejores comentaristas entendieron que el neoliberalismo en realidad se trataba fundamentalmente de un realineamiento del poder de clase y mucho menos de un estricto compromiso ideológico de nunca incurrir en déficits ni endeudarse. En otras palabras, para preservar la configuración del poder de clase existente que representa  el neoliberalismo (en base a sindicatos debilitados, movimientos sociales diezmados y rentabilidad restaurada), inyectarían cantidades de estímulo sin precedentes en el sistema, e ​​incurrirían en enormes déficits para lograrlo. Al mismo tiempo que estabilizaron el sistema, las políticas de estímulo también esencialmente contrarrestaron los mecanismos restaurativos inherentes al capitalismo.

El endeudamiento corporativo es enorme y sigue siendo una amenaza importante para cualquier recuperación sostenible de la rentabilidad en Estados Unidos, ni hablar del impacto de la deuda pública de los Estados capitalistas menos desarrollados.

En el período posterior al COVID-19, las tasas de inflación comenzaron a aumentar rápidamente como resultado de una confluencia de condiciones. Entre ellas, la crisis de las cadenas de distribución típicamente ajustadas del neoliberalismo, las burbujas de inversión en diversos sectores generadas por la masiva inundación de dinero barato, la búsqueda de sectores de inversión cada vez menos rentables y la creciente inestabilidad y conflicto en el sistema mundial imperialista (en particular, la invasión rusa de Ucrania). La respuesta del sistema bancario mundial, y más importante aún, de la Reserva Federal de Estados Unidos, ha sido aumentar las tasas de interés a niveles no vistos desde el “shock Volcker” (llamado así en honor al entonces jefe del banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, Paul Volcker), que comenzó a finales de 1970 e inició el período del neoliberalismo reaganiano en Estados Unidos.

En los últimos años, la política de la Reserva Federal sobre las tasas de interés también ha sido impulsada principalmente por los temores que le genera a la clase dominante un mercado laboral ajustado y la idea de que la clase trabajadora adquiere demasiado peso en este mercado, ya que la economía ha estado creciendo desde 2021. En realidad, a pesar del mercado laboral ajustado, los salarios en relación a la inflación no han crecido, sino que han seguido quedando atrás. Para los trabajadores, y especialmente para una generación de trabajadores que ingresaron al mercado laboral después de 2008, es decir, cualquier persona menor a 35 años, sienten una profunda sensación de inestabilidad, precariedad y movilidad social descendente.

Esta realidad se puede explicar de varias maneras, pero es una cruda realidad. Ha caído la expectativa de vida general en los Estados Unidos. La caída de 0,9 años en la expectativa de vida en 2021, tras la caída de 1,8 años en 2020, representa la mayor caída de la expectativa de vida en dos años desde 1921-1923. Los blancos no hispanos tuvieron la segunda mayor caída de expectativa de vida, después de la comunidad indígena, de 77,4 en 2020 a 76,4 en 2021. Esto es significativo dada la posición material relativamente privilegiada que han gozado históricamente los blancos en Estados Unidos, una ventaja relativa que incluye la expectativa de vida. En relación a esto, entre 2000 y 2020, la tasa de suicidio aumentó en más del 40 por ciento para todas las edades, aumentando notablemente después de 2008. Las cifras son particularmente atroces entre los trabajadores más jóvenes, especialmente los niños y niñas adolescentes y las mujeres de edad laboral óptima, entre 25 y 44 años. La tasa de muertes por sobredosis de drogas  ajustada por edad casi se ha triplicado entre 2008 y 2021.

Éste es un panorama general de la situación aquí que hace de telón de fondo para lo que está sucediendo políticamente.

LIS: ¿Cómo ubicas en este contexto la actual candidatura presidencial de Donald Trump y el hecho que se dé una repetición de las últimas elecciones entre él y Joseph Biden?

AA: En 2018, Sam Farber escribió un artículo en el que describió con precisión a Trump como un “lumpen capitalista”. Farber estaba respondiendo a un instinto –o estrategia– liberal de psicologizar a Trump, desvincularlo de su contexto social y de lo que representa. Esto no significa negar el hecho de que Trump sea probablemente un sociópata y un narcisista maligno certificable. Es sólo para poner el énfasis donde corresponde.

Farber cita La lucha de clases en Francia 1848-1859 de Marx:

Marx escribió que la aristocracia financiera de esa época, “tanto en su modo de adquisición como en sus placeres, no es más que el lumpenproletariado renacido en las alturas de la sociedad burguesa”. El académico marxista Hal Draper aclaró que la “aristocracia financiera” de Marx no se refería al capital financiero que desempeña un papel integral en la economía burguesa, sino a los “buitres y saquadores” que oscilan entre la especulación y la estafa y que son los casi criminales o excrecencias extralegales del cuerpo social de los ricos, al igual que el “lumpen proletariado” propiamente dicho, está compuesto por las excrecencias de los pobres.

Mucho se puede decir sobre Trump como un chanta completo, timador y estafador convicto. Otro tanto se puede decir sobre Trump como paradigma del rico racista, violador y misógino. Pero una cuestión fundamental es cómo tiene su poder social y político, y esto, en primera instancia, surge de su papel como capitalista lumpen a lo largo de décadas.

Foto: Gage Skidmore.

Otra cuestión clave es cómo una figura como él puede utilizar ese poder y subvertir las instituciones existentes de la república capitalista en el núcleo imperialista. O, dándole la vuelta, cómo esas instituciones se adaptan a Trump y no pueden detenerlo.

No hay duda de que Trump aprovecha tendencias profundamente arraigadas de la política reaccionaria estadounidense: el aislacionismo chauvinista (Make America Great Again), la ignorancia xenófoba con connotaciones fascistas que habla de amenazas a la “sangre de la nación”, la paranoia recurrente de la pequeña burguesía blanca que también siente el impacto del mundo post 2008, y la apelación a las ansiedades de millones con teorías de “reemplazo” (construyendo amenazas a la heterosexualidad, la masculinidad o la heteronormatividad, la nación cristiana, el poder blanco, o una mezcla de todos ellos).

Pero lo que es más necesario analizar es cómo Trump y su movimiento han logrado convertir estas tendencias de la política estadounidense establecidas desde hace mucho tiempo en una amenaza real para las instituciones fundacionales de la república capitalista, los tribunales, las instituciones representativas (Congreso, legislaturas) y el propio establishment de seguridad. Algunos de los detalles incluyen la manipulación de los diversos casos judiciales a los que nos hemos acostumbrado a ver en este país. Recordemos que Trump actualmente enfrenta unos 90 cargos por delitos graves, la mayoría de los cuales avanzarían en un “Estado de derecho” pero, en esta realidad, es posible que caigan.

Es importante entender que si vemos el electorado estadounidense de conjunto, toda la clase política es tremendamente impopular. Tanto Trump como Biden tienen índices de aprobación negativos de dos dígitos. La tasa de aprobación del Congreso de Estados Unidos es del 12 por ciento según una encuesta de Gallup de febrero de 2024. Gallup también califica a la Corte Suprema con una tasa de desaprobación de casi el 60 por ciento. Y en este contexto sería difícil exagerar lo indeseada que es una revancha de Trump y Biden entre la población estadounidense en general.

Luego está la debacle que son el actual Congreso, cuya comparación más cercanas puede llevarnos al siglo XIX, la toma del poder del Comité Nacional Republicano por parte de la familia Trump, la corrupción de los mercados de Wall Street por Truth Social y el papel del entorno más amplio de lumpen-burguesía que rodea a Trump. Lo más significativo desde la perspectiva del Estado es la lenta infiltración y degradación del tal alardeado establishment de seguridad nacional y del antiguo consenso de la clase dominante sobre cómo ejercer el gobierno imperial.

Si el único vehículo para una política de oposición es visto y comprendido como estas elecciones o la política reaccionaria de buscar chivos expiatorios ofrecida por la derecha, nos aguardan días oscuros.

De conjunto, esto habla de la profundidad de la debilidad de esas instituciones y de su persistente incapacidad para abordar los ataques frontales a su propio orden constitucional. También está íntimamente ligado a los desafíos asimétricos que enfrenta el Estado estadounidense como hegemón imperial, principalmente desde China. Desde las elecciones de 2016 hasta los espectáculos de la presidencia de Trump: la prohibición de viajar a los musulmanes; el abrazo formal de sectores neofascistas y autoritarios; el servilismo sin precedentes hacia Vladimir Putin, entre otras figuras autoritarias como Viktor Orban, Narendra Modi, Jair Bolsonaro y Benjamin Netanyahu; los ataques a la OTAN, el acercamiento de los evangélicos blancos, el encarcelamiento de niños inmigrantes, la pérdida del derecho al aborto, la prohibición de libros y el crecimiento vertiginoso de la violencia racista, las agresiones y los asesinatos de personas trans – las concepciones dominantes de la república liberal estadounidense han sido profundamente desestabilizadas.

Pero a nivel de la política dominante, dentro de esas instituciones y dentro de la imaginación popular, lo que ha surgido como alternativa a Trump y el trumpismo, el Partido Demócrata liderado por Joe Biden, también debería ser motivo de una grave preocupación para la izquierda. Esto no se debe a que esta supuesta alternativa sea políticamente equivalente, sino a que, en última instancia, esta supuesta alternativa sólo puede servir para fortalecer a la extrema derecha y afianzará aún más a la derecha autoritaria populista como contrapoder político – e, irónicamente, como vehículo para la política antisistema a nivel de las instituciones de gobierno.

Entonces, cuando se trata de las elecciones de 2024, el Partido Demócrata está cosechando cada vez más lo que ha sembrado. Hay una creciente alienación del Partido Demócrata de sectores electorales clave de los que ha dependido en el pasado. Esto incluye a los votantes más jóvenes y a los votantes Negros y Latinos. A medida que la crisis social se profundiza, el Partido Demócrata es visto, con mucha razón, como defensor del status quo. Particularmente con la masacre en curso en Gaza y el creciente movimiento en defensa de Palestina, la cruda realidad del Partido Demócrata de Biden como equipo titular del imperialismo estadounidense está haciendo cada vez más difícil –si no imposible– que los defensores de Palestina (un grupo compuesto en su mayoría por jóvenes y la comunidad árabe y musulmana) voten al “Genocida Joe [Biden]”.

Al mismo tiempo, a medida que el movimiento trumpista ha consolidado su control sobre el Partido Republicano, una minoría consolidada de votantes de derecha tradicional ha retirado su apoyo. Es innegable que entre el 15 y el 20 por ciento de los votantes republicanos en las primarias estatales se están negando a votar por Trump. Dada la forma en que funciona el sistema electoral estadounidense, si siquiera un tercio de esos votantes se negara a votar por Trump en las elecciones generales de noviembre, eso podría pesar mucho en el resultado.

Y si bien no es posible hacer una predicción realista sobre el resultado de las elecciones en este momento, lo que parece claro es que Biden y el Partido Demócrata dependerán de la construcción de una coalición del llamado “centro político”. Esto se basará en ser los mejores defensores del status quo imperialista y del Estado de seguridad nacional (es decir, defensores de “nuestra democracia”), una creciente beligerancia hacia China, una política industrial nacionalista ligada al keynesianismo imperialista como punto de venta para los sindicatos, y ser los operadores más confiables de la llamada “seguridad fronteriza” (léase: convertir a los migrantes en chivos expiatorios). En esto, buscarán los votos de una minoría de los exiliados del Partido Republicano por Trump y llevarán a cabo una campaña contra este (para entonces probablemente condenado) delincuente con el mensaje central de «miren a este loco, al menos no somos él». En esto, dependerán de acorralar a la izquierda con los argumentos cuatrienales del “mal menor”. Sea o no una estrategia electoral ganadora, es una que la izquierda debe rechazar por completo sobre la base tanto de la defensa de los derechos democráticos como de la lucha para fortalecer una infraestructura independiente de resistencia de la clase trabajadora a este sombrío futuro capitalista.

U.S. Agentes de Migración y Protección de Frontera observan la Inauguraión de Joseph R. Biden como presidente 46 de Estados Unidos, 20 enero, 2021. Foto: Rawpixel.

LIS: ¿Dónde ves a la izquierda independiente y a los Socialistas Democráticos de América (DSA) en este panorama?

AA: Primero, tenemos que hablar de los fracasos y las derrotas –y uso ambas palabras a propósito– de una política electoral reformista populista encarnada por Bernie Sanders, el DSA y el llamado Squad (el grupo de legisladores “progresistas” y/o alineados con Sanders). – en ayudar a construir una fuerza política alternativa al Partido Demócrata.

Para ser claros, no estoy sugiriendo que esa haya sido alguna vez la perspectiva estratégica que haya motivado a Sanders y el Squad. Y si bien durante un tiempo este fue un debate en disputa dentro del DSA (es decir, la idea de que construir una fuerza política alternativa al Partido Demócrata fuera una condición sine qua non para construir una alternativa política de izquierda, ni hablar socialista, en las las entrañas del hegemón imperialista del mundo—hace mucho que dejó de ser planteado de manera significativa.

Millones de personas consideraron a Sanders, el movimiento Sanders y el DSA como el vehículo (aunque sea incipiente) para construir una fuerza política alternativa a los “millonarios y multimillonarios”, como le gusta decir a Sanders, y fueron conducidos a un callejón sin salida en forma de apéndice del Partido Demócrata cada vez más marginal. En medio de todo el entusiasmo y el apoyo al movimiento de Sanders, vimos una increíble ingenuidad en la izquierda socialista, incluida su ala revolucionaria. Hasta ahora, en gran medida, no hemos logrado convencer a esos activistas de que vean la necesidad de una estrategia diferente, una que se aleje de la centralidad de la política electoral y se base en la reconstrucción de infraestructuras de resistencia dentro de la clase trabajadora y las comunidades de los oprimidos. (Sin embargo, el actual movimiento en defensa de Palestina está planteando cuestiones fundamentales dentro de la radicalización, aunque sea en el contexto de un genocidio brutal).

Cómo se produjo en los últimos años (y continúa hoy) la captura de esta energía de izquierda por el Partido Demócrata es, de alguna manera, una historia tan antigua como el Partido Demócrata, o al menos desde el surgimiento del movimiento socialista estadounidense en el siglo XIX. Sin embargo, hay hechos específicos que merecen ser considerados aquí, empezando con la derrota de Sanders por parte de Hillary Clinton en 2016 y la capitulación total de la campaña de Sanders tanto en 2016 como en 2020. También incluiría la ausencia del DSA en cualquier forma organizada significativa en la mayor rebelión social en la historia de Estados Unidos, el levantamiento antirracista del verano de 2020. También incluiría el papel del Partido Demócrata en capturar ese movimiento al servicio de las elecciones de 2020 y ayudar a garantizar que el legado organizado de ese movimiento fuera mínimo.

Como escribió Haley Pessin en un artículo profético para Tempest a principios de 2021, tras los esfuerzos concertados de celebridades y políticos Negros para canalizar la energía del movimiento hacia el apoyo electoral a Biden:

Sin embargo, fueron los demócratas quienes culparon a los reclamos de “desfinanciar a la policía” del costo que pagaron en las urnas. En una llamada postelectoral entre Nancy Pelosi y su grupo legislativo, los demócratas destacaron ese reclamo al explicar por qué habían perdido escaños o ganado por márgenes más estrechos de lo previsto en contiendas disputadas con los republicanos. Como resultado, algunos demócratas han considerado revertir su apoyo a la Ley George Floyd de Justicia Policial para no correr el riesgo de alienar a los votantes moderados… Más adelante, ante la segunda vuelta de la elección de Senado de Georgia, Biden advirtió a los dirigentes de derechos civiles que presentar a los demócratas como partidarios del desfinanciamiento de la policía fue «cómo [los republicanos] nos dieron una paliza en todo el país».

Este apriete hizo eco en los esfuerzos del establishment liberal por disciplinar al ala izquierda del Partido Demócrata, como cuando el ex presidente Barack Obama menospreció el reclamo de desfinanciar a la policía calificándola de “eslogan simplista”.

En una dinámica similar a la descrita por Pessin, Ashley Smith describe el apoyo de Sanders, AOC y el Squad a la política industrial de Biden, que caracteriza como “keynesianismo imperialista”. Smith escribe:

Biden diseñó [esta política] para preparar al capitalismo estadounidense para la rivalidad imperial con China, aminorar las desigualdades sociales internas y neutralizar los desafíos provenientes de la izquierda y especialmente de la derecha trumpiana. Si bien la administración no logró asegurar un mayor gasto en infraestructura social, ha implementado una nueva política industrial que invierte en infraestructura física y manufactura de alta tecnología para restaurar la supremacía de Estados Unidos sobre Beijing y otros rivales.
Biden obtuvo el apoyo para este programa de la mayoría de los dirigentes sindicales, la burocracia de las ONG y los políticos progresistas y socialistas. Han ayudado a desmovilizar las luchas, con la excepción de la nueva militancia de base en el movimiento obrero.
[Biden] nunca tuvo la intención de implementar un programa neoliberal y no adoptó la Bidenomía, como sostienen algunos de la izquierda, por la presión del pequeño movimiento socialista estadounidense, Bernie Sanders, y otros políticos de izquierda. Biden y su grupo de expertos la desarrollaron para superar el relativo declive del imperialismo estadounidense.
Alicia Garza, fundadora de Black Lives Matter, habla en un acto en Georgetown University. Foto: www.montecruzfoto.org.

En los años transcurridos, la izquierda socialdemócrata en torno a Sanders y el DSA no supo tener en cuenta el impasse provocado por su propia estrategia. Para dar solo un ejemplo particularmente conmovedor, el DSA salió en defensa de Jamaal Bowman, un miembro del DSA y legislador de Nueva York que en 2021 votó a favor de la ayuda militar directa a Israel por 3.300 millones de dólares y luego votó otros 1.000 millones de dólares en financiación para la Cúpula de Hierro, un sistema de defensa aérea que hace mucho más seguro y fácil al Estado del apartheid bombardear indiscriminadamente a los palestinos que viven en los territorios ocupados. Bowman luego se unió al grupo prosionista del establishment liberal J-Street en una visita de una delegación del Congreso a Israel, donde se reunió con el Ministro de Relaciones Exteriores. En lugar de pedir su expulsión o suspensión, los dirigentes del DSA iniciaron un proceso de suspensión de su propio Grupo de Trabajo BDS (movimiento antisionista Boicot, Desinversión y Sanciones), un proceso que recientemente llevó al grupo de trabajo a abandonar el DSA por completo. Bowman luego dejó el DSA.

Irónicamente para quienes se aferran a una estrategia de vincular a la izquierda al Partido Demócrata desde 2020, el “centro” del partido, liderado por Biden, Nancy Pelosi y otros, no ha hecho más que fortalecer su poder. Cuatro años después de la segunda derrota ignominiosa de Sanders, la coalición política que constituye el Partido Demócrata de Biden ha asumido el carácter no de una alternativa progresista a Biden respaldada por la energía de Black Lives Matter y campeona del 99 por ciento, sino más bien como el vehículo para la estabilidad capitalista y la defensa incondicional del Estado de seguridad nacional y el status quo imperialista.

Nuestra capacidad para construir una alternativa no vendrá de una estrategia basada en la política electoral.

LIS: Lo acabas de mencionar de pasada, pero ¿cómo caracterizarías la movilización masiva contra el genocidio en Gaza y el papel de Estados Unidos en armar y financiarlo? ¿Cómo ubicarías a la reciente ola de acampes estudiantiles en este proceso?

AA: El movimiento que se ha renovado en Estados Unidos tras el 7 de octubre en Palestina y la respuesta genocida del Estado sionista ha sido increíble. Por supuesto, en el contexto de la solidaridad internacional y la construcción de un movimiento antiimperialista principista, el resurgimiento de este movimiento ha sido increíblemente inspirador. Se estima que en Estados Unidos, mientras hablamos, ha habido más de 10.000 protestas y acciones pro Palestina en todo el país, que han involucrado a más de 1,4 millones de personas en más de 920 localidades.

En este contexto, la reciente ola de acampes estudiantiles ha sido un avance increíble, que expresa la profundidad de la radicalización en curso, las variadas (y muy a menudo abiertamente represivas) respuestas de las administraciones universitarias y del Estado, y las cuestiones estratégicas urgentes que enfrenta el movimiento, incluyendo el poder social relativo de los estudiantes. Nada de estas características –con la extensión y combatividad que tiene– se ha visto en Estados Unidos desde al menos el movimiento antiapartheid en los años 1980, y tal vez tengamos que remontarnos a los años 1960 para hacer mejores comparaciones. Y ahora la posta ha sido tomada por los trabajadores académicos, incluso en California con una reciente autorización de huelga, lo que lo que está en juego estratégicamente. Recomiendo leer el artículo reciente de Helen Scott, que habla de esta evolución.

Acampe de solidaridad con Palestina en Cal State Los Angeles, mayo, 2024. Foto por Dana Cloud.

Para el movimiento en todo el país, estos son avances muy importantes, dados los más de siete meses de constante movilización ante los ataques genocidas. Para Tempest vemos la desesperada necesidad de hacer crecer los espacios de organización unitarios democráticos que son necesarios para construir este movimiento, llevarlo a la próxima fase de la lucha y prepararlo para la lucha más larga por la liberación palestina. La experiencia de los acampes estudiantiles y su expansión demuestran que estos espacios son necesarios y pueden construirse.

En términos más generales, vemos personas estableciendo conexiones críticas entre Palestina y la organización sindical. Anteriormente hablé del impacto particular que tuvo el orden económico posterior a 2008 en los trabajadores más jóvenes. Y esta experiencia de movilidad descendente de la precariedad, junto con las experiencias de la última ronda de organización en el movimiento y los espacios de izquierda que se remontan a Occupy Wall Street y Black Lives Matter, ha llevado a una nueva generación de jóvenes radicalizados a organizarse con energía renovada dentro de las filas del movimiento obrero. Para ser claros, esto no ha sido suficiente para superar la larga trayectoria del movimiento sindical en Estados Unidos, pero ha sido una fuente constante de energía y lucha para el movimiento en los lugares de trabajo de todo el país. Las recientes luchas obreras, incluso en Amazon y Starbucks, los trabajadores ferroviarios y, más recientemente, con el Writers Guild (escritores) y el Screen Actors Guild (actores), los Teamsters (camioneros ) y el United Auto Workers (automotores), sin mencionar la continua organización y huelgas de los sindicatos de docentes en todo el país, son ejemplos de esta energía.

Se puede ver el creciente apoyo a Palestina dentro del movimiento sindical de base, desde el apoyo a los llamados a un alto el fuego como piso básico hasta demandas más avanzadas para atender el llamado de los sindicatos palestinos que piden a los sindicatos:

  1. Negarse a fabricar armas destinadas a Israel.
  2. Negarse a transportar armas a Israel.
  3. Aprobar mociones en sus sindicatos a tal efecto.
  4. Tomar medidas contra las empresas cómplices involucradas en la implementación del brutal e ilegal asedio de Israel, especialmente si tienen contratos con su institución.
  5. Presionar a los gobiernos para que detengan todo comercio militar con Israel y, en el caso de Estados Unidos, su financiación.

Pero más allá de su importancia para la solidaridad internacional, este movimiento tiene el potencial de ayudar a guiar a la izquierda a superar el impasse impuesto por el Partido Demócrata. Dada la centralidad que tiene Israel hace décadas en la política exterior de Estados Unidos y la profundidad con la que la política sionista y el apoyo a Israel definen la política del establishment, es difícil imaginar una dinámica coma la que permitió a los demócratas cooptar la energía de los activistas de Black Lives Matter en el período previo a las elecciones de 2020.

Por primera vez desde la ocupación de Irak, estamos viendo desarrollar una izquierda radicalizada en Estados Unidos, arraigada en una conciencia sobre el imperialismo estadounidense y la importancia del internacionalismo y la solidaridad. Esto está renovando la atención sobre la importancia de salir del callejón sin salida en el que se ha metido la izquierda, no sólo con respecto al Partido Demócrata, sino también sobre la concepción de entender la política electoral como el foco estratégico clave, en lugar de la organización de movimientos sociales.

De manera similar, hemos visto una ampliación de los horizontes de los militantes dentro del movimiento sindical que se extiende más allá del tipo de conciencia sindical estrecha fomentada por esa misma izquierda socialdemócrata que ha aportado mucho a la formación de una nueva generación de sindicalistas para presentar reclamos, construir agrupaciones y transformarse en la próxima generación (para bien y para mal) de dirigentes sindicales, pero ha hecho poco o nada para preparar a esa generación para participar en un movimiento obrero y socialista más amplio. El movimiento actual ofrece la posibilidad de tal avance.

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