Cada 23 de mayo se celebra el Día Internacional del Fútbol Femenino, una fecha impulsada por la Confederación de Norte, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (Concacaf) desde 2015, que busca visibilizar y reconocer el lugar de las mujeres en el deporte más popular del mundo. En Argentina, sin embargo, esta jornada no puede limitarse al festejo, más allá de los importantes avances de la disciplina, es también una oportunidad para denunciar las desigualdades profundas que persisten dentro y fuera de las canchas.
El crecimiento de disciplina
En Argentina, el avance y crecimiento de la disciplina se ve en cada cancha: cada vez más chicas juegan, cada vez más clubes abren divisiones formativas, más familias acompañan desde la tribuna y más medios empiezan a hablar de ellas. No es poco, se trata de conquistas ganadas a fuerza de lucha colectiva, de las jugadoras, entrenadoras, referentas y pioneras que abrieron el camino.
Hoy hay pibas que crecen sabiendo que pueden soñar con jugar al fútbol y hacerlo en serio. Hay torneos oficiales, copas nacionales, selecciones juveniles, transmisiones en vivo y una hinchada que también se expande. Y eso es un triunfo.
Pero en este contexto de crecimiento, también siguen existiendo enormes desigualdades que es necesario denunciar.
Profesionalización a medias
Aunque el Fútbol Femenino fue declarado profesional en 2019, las condiciones están lejos de cumplir con ese nombre. Solo ocho contratos por plantel son exigidos por la AFA. En la mayoría de los clubes, las jugadoras deben compartir contratos, firmar en otras áreas o directamente jugar sin remuneración. A eso se suman la falta de obra social, la inexistencia de cuerpos médicos especializados y entrenamientos en horarios marginales o canchas prestadas.
Las futbolistas entrenan en predios secundarios o prestados, sin infraestructura, ni vestuarios, ni luz artificial. Muchas veces comparten espacios con divisiones inferiores masculinas y ven reducido su tiempo de preparación. Las condiciones técnicas, logísticas y sanitarias están lejos de lo que se necesita para desarrollar un deporte de alto rendimiento.
La precariedad salarial obliga a muchas futbolistas a tener otros empleos: docentes, niñeras, cajeras, repartidoras. Esto impide un entrenamiento integral, genera estrés físico y mental y limita el desarrollo deportivo. Las jugadoras viven una doble jornada laboral que afecta su salud y sus carreras.
Además, a diferencia del fútbol masculino que cuenta con estructuras formativas desde las infantiles hasta las divisiones profesionales, las mujeres rara vez acceden a ese acompañamiento desde temprana edad. Muchas recién pueden comenzar a entrenar en forma sistemática en la adolescencia o adultez, lo cual impacta directamente en su desarrollo deportivo y en su proyección a futuro. A su vez, paralela y contradictoriamente también es real que cada vez más clubes suman divisiones infantiles, juveniles y formativas, generando espacios que antes no existían. Equipos como River, Boca, Racing o San Lorenzo cuentan con estructuras consolidadas y han servido como ejemplo para el avance en otras instituciones. Incluso en ligas regionales y del interior del país se han abierto espacios de desarrollo para niñas y adolescentes. Esto refleja, aunque lejos de lo que se necesita, avances significativos para la disciplina y su desarrollo.
La desigualdad se profundiza para los clubes del interior del país. En la última Copa Federal, equipos como el mismo ganador de la competencia, Newell’s, viajaron sin recursos, sin cuerpo médico, con planteles reducidos y durmiendo en condiciones precarias. La AFA no garantiza subsidios ni logística equitativa. El centralismo deportivo es otra barrera.
La Copa Federal de Fútbol Femenino se disputa oficialmente desde 2021, año en que se realizó su primera edición organizada por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Desde entonces, se ha consolidado como una plataforma clave para el desarrollo y la visibilidad del fútbol femenino en Argentina, reuniendo a equipos de todo el país en una competencia de alto nivel.
Este torneo, a pesar de sus limitaciones, también representa un avance significativo en la federalización del Fútbol Femenino, en la búsqueda de una mayor competitividad y en intentar achicar la brecha abismal entre la capital y las provincias. Por primera vez, equipos de distintas regiones del país pueden medirse en igualdad de condiciones reglamentarias. En su edición 2024 participaron 124 clubes en 353 partidos disputados en ocho regiones, un crecimiento que refleja el impacto del torneo en el desarrollo del deporte.
Este crecimiento también se refleja en la cantidad de jugadoras registradas y árbitras designadas durante la competencia, lo que indica un impacto positivo en la estructura regional del Fútbol Femenino. Además, la Copa Federal se realiza con fondos del programa Forward de la FIFA, que apoya económicamente a las federaciones miembro para el desarrollo de distintas áreas, incluyendo la disciplina.
Sin embargo, ese avance convive con límites evidentes: las jugadoras de clubes del interior siguen enfrentando enormes dificultades logísticas y económicas para participar, lo que pone en evidencia que el crecimiento debe ir acompañado de inversión estructural.
La moneda corriente del recorte sistemático
La crisis económica actual también golpea con fuerza al Fútbol Femenino. En los últimos meses, tres clubes históricos dieron de baja su participación en los torneos de AFA por “falta de presupuesto”: Excursionistas, Estudiantes de Caseros y UAI Urquiza.
El caso de Excursionistas es paradigmático. Tras perder el convenio con UNTREF y sin acompañamiento por parte de AFA, el club decidió no sostener más la disciplina. Durante el 2024, las jugadoras entrenaron en plazas, compartieron contratos y jugaron sin indumentaria adecuada. La decisión de bajarse del torneo no fue solo administrativa, fue política: se priorizó invertir en el plantel masculino, que ascendió a la Primera B, mientras se desarmó por completo el equipo femenino.
Lo mismo ocurrió con Estudiantes de Caseros, que tras su descenso decidió cerrar la disciplina y liberar a todas sus jugadoras. UAI Urquiza, uno de los equipos más ganadores de la historia reciente del Fútbol Femenino, semillero de la selección, pidió el descenso voluntario. Detrás de estas decisiones no hay solo crisis financiera: hay una política de ajuste que recae siempre sobre las mismas.
En todos los casos se trataba de equipos con proyectos en marcha, pero cuando llega el ajuste el recorte siempre impacta primero en el fútbol femenino. Mientras el Fútbol Masculino recibe millones de dólares en patrocinios, las futbolistas continúan luchando por tener condiciones dignas de trabajo, equipos adecuados y el mismo reconocimiento que sus pares varones.
Más allá de los discursos institucionales, muchos clubes siguen entendiendo al Fútbol Femenino como una obligación que hay que cumplir con “lo justo y necesario”. Las bajas recientes de estos clubes dejaron al descubierto que cuando hay ajuste, se ajusta primero con las mujeres.
En varios de estos casos, las decisiones no fueron consultadas con las jugadoras ni con las comisiones de género. Se priorizaron los recursos para reforzar planteles masculinos, mientras se desarmaron proyectos que llevaban años de construcción. La falta de presupuesto es, muchas veces, una excusa para justificar prioridades patriarcales.
Por otra parte, La Asociación del Fútbol Argentino permite que los clubes mantengan a sus planteles en condiciones precarias. No hay auditorías, ni sanciones por incumplimientos. La profesionalización es apenas una etiqueta. Tampoco hay un financiamiento real para el desarrollo integral de la disciplina. Mientras tanto, los clubes priorizan recursos para sus planteles masculinos y relegan a las mujeres como una“obligación institucional”.
Historia de lucha e importantes avances
El fútbol femenino en Argentina tiene una larga historia de resistencia. Aunque los primeros registros datan de la década de 1920, fue recién en 1991 cuando se creó el campeonato oficial bajo la órbita de AFA. En 2019, la presión de las jugadoras logró que se implementara una profesionalización parcial. Sin embargo, el camino hacia una igualdad real está aún lejos.
Aunque hoy la disciplina tenga su propio día internacional, el fútbol femenino en Argentina tiene una historia marcada por la invisibilización y la resistencia. A comienzos del siglo XX, ya existían registros de mujeres jugando al fútbol en canchas improvisadas, pero eran estigmatizadas y, en muchos casos, directamente prohibidas por “romper con los valores tradicionales femeninos”.
En 1923 se registró el primer partido oficial entre mujeres en la cancha de Sportivo Barracas, pero el desarrollo fue intermitente y sin apoyo institucional. Recién en 1991 la AFA organizó el primer torneo oficial de fútbol femenino. Durante años, las condiciones fueron extremadamente precarias: no había contratos, entrenaban en horarios marginales y muchas veces eran utilizadas como relleno institucional.
A pesar de esto, las jugadoras impulsaron el crecimiento del deporte. En 2019, tras años de lucha, se logró una conquista simbólica: la profesionalización parcial del torneo. Pero, como se denunció desde entonces, ese “profesionalismo” llegó con un piso muy bajo, sin un plan de desarrollo real ni garantías para que la mayoría de las jugadoras pueda vivir del fútbol.
Mucho más que un día
Este 23 de mayo también es una oportunidad para exigir igualdad en el fútbol y en todas las esferas de la vida. La brecha de género en el deporte refleja desigualdades estructurales que siguen presentes en la sociedad.
No basta con celebrar. Las jugadoras merecen condiciones laborales dignas, formación, salud, contratos reales y el mismo reconocimiento que sus pares varones. La igualdad no puede ser un discurso vacío, es una deuda pendiente que el fútbol argentino tiene con sus protagonistas.
La igualdad no es un eslogan: Es acceso a contratos, obras sociales, estructuras formativas desde la infancia, condiciones dignas para entrenar, técnicos capacitados y visibilidad real en medios y plataformas. Todo lo demás es maquillaje.