El 23 de mayo se celebró el día nacional del cine en referencia a la proyección del primer filme argumental nacional “La Revolución de Mayo”, dirigido por Mario Gallo, que fue estrenado el mismo día en 1909. Además el 27 de mayo fue el día del documentalista. Día en que la última dictadura desapareció a Raymundo Gleyzer. Fechas como estas nos permiten rescatar hitos de la cultura en la historia y nos invitan a retomar algunos debates.
El cine argentino es uno de los principales de latinoamérica junto con el de Brasil y México. Un aspecto importante de ese desarrollo es la existencia, desde 1947, de un Instituto que, con distintos nombres (hoy Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales INCAA), tiene que apoyar, fomentar y regular la producción local.
Otro aspecto es la Ley de Cine conseguida al calor de la lucha en 1994 para salvar la producción local muy golpeada por la llegada del cable, los vhs y la desinversión en cultura del menemismo. Las asociaciones y entidades de productores, técnicos, directores, actores y hasta estudiantes salieron a la calle para pedir por una nueva ley de cine. En septiembre de 1994 el Congreso sancionó la nueva Ley Nº 24.377. Ese acto es básicamente el evento más importante en la historia reciente del cine local. Irónicamente, surgió en el contexto de una administración no muy afecta a proteger a la cultura, ni la industria ni la producción argentina. Los fondos saldrían mayoritariamente de un impuesto equivalente al 10% del alquiler o venta de videos, 10% de impuesto sobre el boleto de cine y del 25% del total de los ingresos obtenidos por el COMFER (hoy el ENACOM).
Estos fondos estuvieron en disputa en el medio de la búsqueda de dinero para pagar la deuda con el FMI en 2017. Ocurrió cuando se votó una ley en el Congreso que ponía fin a las partidas que financiaban a la cultura. Ese intento fue revertido gracias a la lucha coordinada entre todos los sectores de trabajadores y estudiantes durante todo el 2022 conquistando su prórroga por 50 años.
El éxito de esta lucha permite seguir garantizando la producción local que tiene entre sus filas por dar algunos ejemplos: Hombre mirando al sudeste de Eliseo Subiela; La hora de los hornos de Fernando Pino Solanas; La Historia Oficial de Luis Puenzo; El Bonaerense de Pablo Trapero; Oso Rojo de Caetano; Nazareno Cruz y el lobo de Leonardo Favio; La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel; Sueño Florianópolis de Ana Katz; El secretos de sus ojos de Juan Jose Campanella y Relatos Salvajes de Damián Szifron, entre otras.
El cine como martillo
La historia de nuestro cine está cargada de artistas comprometidos por cambiar la realidad. Y tiene homenajes que no se pueden obviar. Raymundo Glayzer, documentalista, que sacó películas de fuerte crítica social y que buscaban impulsar la movilización contra, por ejemplo, la burocracia sindical como Los traidores o el corto La triple A son las tres armas contra la dictadura y los grupos fascistas del peronismo de los ‘70. Fernando Birri, autor de Los inundados y Tire Dié, considerado el padre del Nuevo Cine Latinoamericano. Fernando “Pino” Solanas con Memorias del saqueo ayudó a mostrar a millones la estafa de la deuda externa.
Muchas de las películas del nuevo cine argentino acercaron las problemáticas de los sectores trabajadores y populares al mundo audiovisual, y mostró las desigualdades generadas por los distintos gobiernos que sostienen al capitalismo con sus versiones extractivistas y de barbarie social, como en la actualidad.
Muchos documentalistas también contaron los procesos de recuperación de fábricas, la vida y lucha del movimiento piquetero, la represión estatal tapada por medios como “La crisis causó dos nuevas muertes” o las luchas de los pueblos contra los proyectos extractivistas.
Cómo diría Birri en su texto Cine y subdesarrollo: “¿Qué cine necesita Argentina?, ¿qué cine necesitan los pueblos subdesarollados de Latinoamérica? Un cine que los desarrolle. Un cine que les dé conciencia, toma de conciencia; que los esclarezca; que fortalezca la conciencia revolucionaria de aquellos que ya la tienen; que los fervorice; que inquiete, preocupe, asuste, debilite, a los que tienen “mala conciencia”, conciencia reaccionaria”.
Las peleas hoy
Esta semana distintos colectivos de artistas, documentalistas, directores y productores, incluyendo el apoyo de los trabajadores del INCAA, se movilizaron a las puertas del Instituto. Las acciones se dieron por la crisis que atraviesan los fondos, completamente insuficientes, y por al ingreso de las OTT que profundizan la explotación extendiendo la jornada laboral, precarizando aun más las condiciones en que se produce. Hoy el debate está en la posibilidad de gravar impositivamente a las corporaciones del sector, que son las plataformas, a partir del servicio de exhibición.
En el contexto actual de crisis económica, social y política, con fuerte presión a la devaluación producto del endeudamiento con el FMI e insistencias a seguir recortando partidas, la cultura no se encuentra ajena a estos embates. El presupuesto para esta industria, que genera miles de puestos de trabajo, se ve afectada por la inflación y la falta de actualización, lo que genera menos posibilidades de producir y menos puestos de trabajo.
La Ley de Cine que conquistamos tiene un objetivo claro: el acceso al cine como un derecho, tanto a la realización como a la visualización. Garantiza entradas a precios populares con espacios propios (que tenemos que pelear para que sean más), festivales de diferentes temáticas que nos acercan a nuevos autores, independientes e impulsa la producción. Es una ley que batalla contra las grandes cadenas, pero la ley no se cumple y no hay voluntad política de hacerla cumplir. Quienes gobiernan, a órdenes del FMI, quieren destruir lo conquistado.
La cultura, el cine dentro de ésta, es esencial para construir una identidad colectiva, pensarnos y repensarnos. Sin ir más lejos, en el tiempo con 1985, más allá de las críticas que puede hacerse a la película, tenemos un ejemplo claro de esto.
La movilización de la semana pasada nos alerta que 50 años son pocos para los fondos de fomento, tenemos que seguir peleando para garantizar que no tengan límite de tiempo y los fondos no sean subejectuados. Pelear por un cine nacional, independiente, con perspectiva de género, con trabajadores con sueldos igual al costo de vida y accesible para todes, es pelear por soberanía cultural.
Pedro Pallero