El día viernes 23 de julio las y los trabajadores de la sanidad protagonizamos un paro enorme. La fuerza se hizo sentir con todo: las patronales comenzaron a resquebrajarse, el gobierno jaqueado y la burocracia completamente desbordada. Sin llegar a un acuerdo, pactaron una nueva segunda conciliación para intentar evitar enfrentarse a la furia de la primera línea.
Y no es para menos. A más de 500 días de la pandemia, lo que hemos padecido las y los trabajadores de la salud no tiene nombre. Desde el inicio de la pandemia tuvimos que pelear por lo básico para cuidarnos. Los decretos del gobierno no fueron otra cosa más que una flexibilización laboral de hecho. Los aplausos y los epítetos grandilocuentes mediáticos contrastan mucho con la realidad que vivimos cada día. A los salarios y condiciones laborales pésimas, antes de la pandemia, se le sumaron todos los aditamentos de una situación súper injusta: las y los compañeros muertos, la falta de reconocimiento de enfermería y la represión en CABA el día de la sanidad, los malos salarios en todo el país y un largo etcétera. “Héroes” se nos decía, faltaba agregar que lo éramos pero de tragedias griegas.
Pero a este exceso se le comenzó a oponer con movilizaciones cada día más fuertes en el público y en el privado, en todo el país, conflictos emblemáticos como la lucha salarial del Garrahan o el proceso de desborde de la burocracia de ATE, en Neuquén, con los Elefantes Blancos que paralizaron las rutas del petróleo y obligaron al gremio y rediscutir una paritaria miserable ya firmada.
En el caso de la sanidad privada -que no paraba desde el siglo XX- que obligada por el descontento de la base a sacar un paro parcial por la cláusula de revisión en marzo del 2021. Este paro constituyó un importante primer momento de desborde que fue cerrado con la conciliación obligatoria y el acuerdo de actualización que planteaba la celeste y blanca. Pero este proceso anticipaba lo que estamos viviendo ahora.
Los empresarios de la salud no quieren ceder tasa de ganancia
Las patronales, en su voracidad empresarial, no tienen límites ni vergüenza. Arrancaron la negociación de las paritarias solicitando que las mismas se suspendan. Exigieron el aumento de las prepagas y se unificaron para hacer lobby, montados en la falta de nuestra actualización salarial.
El gobierno, por su lado, los subsidió con billones de pesos salidos de nuestros aportes jubilatorios y no les puso ni un límite. Por esa vía los dejaron correr solos e instalar que no tenían cómo afrontar los aumentos. La única insinuación que le hicieron con los dichos de que era necesario “repensar” el sistema de salud fue contestado con una contraofensiva feroz por parte del empresariado.
La burocracia, habiendo grabado en su retina los hechos de la cláusula de revisión, dejó correr apostando siempre a la negociación y haciendo todo lo posible para no tener que apelar a la movilización de las y los trabajadores de la sanidad.
Este panorama derivó en que las patronales tomaron la iniciativa y fueron tensando la situación no discutiendo las paritarias, pagándole sin actualización a los hospitales privados.
La bronca de las y los esenciales frenaron la ofensiva patronal
A la burocracia no le quedó otra que amenazar con un paro para intentar mostrar que hacían algo. Esa realidad comenzó a liberar fuerzas y las y los trabajadores empezaron a construir un enorme paro que, en su sola preparación, amenazó con poner todo patas para arriba.
Las patronales se dividieron ante la inminencia de lo que iba a ser un parazo. Un sector sacó un comunicado a la ofensiva pero otro en sus empresas, empezaron a mostrar signos de preocupación.
El gobierno metió la primera conciliación obligatoria
La dinámica de conflictividad y desborde empujó al gobierno a utilizar la carta de la conciliación para enfriar el conflicto, ganar tiempo y negociar una salida lo menos costosa posible. También para salvarles las papas a Daer y compañía.
Esa primera conciliación desató una gran bronca porque significó la suspensión del paro menos de 24 horas antes de realizarse. Esto erosionó mucho a la burocracia. Durante la conciliación, el gobierno hizo una jugadilla para seguir comprando la voluntad de una dirigencia totalmente vendida y mostrarse firme frente a los empresarios que, por su lado, comprenden mejor que nadie que el gobierno es pura espuma. Para hacerlo, utilizó un decreto para que los trabajadores tengan la obligatoriedad de quedarse en su obra social, al menos durante un año.
Pero lejos de frenar a las patronales, el hecho fundamental de no tener medidas a la vista le dio aire y volvieron a la carga elaborando un programa más claro, exigiéndole al gobierno la extensión del REPRO y SIPA, la eximición de la carga fiscal, piden poder usar el credito fiscal IVA para el pago de aportes y, como si todo esto fuera poco, exigen disponer de una fórmula polinómica de ajuste mensual sobre las cuotas, es decir: no pararon de ganar durante la pandemia y, ahora para asegurar su tasa de ganancias quieren descargar la crisis sobre trabajadores y usuarios.
El paro puso todo patas para arriba
No se llega a un acuerdo y se terminan los 15 días hábiles de la conciliación obligatoria. Se acaba el tiempo de maniobra. La burocracia es empujada a llamar al paro pero se cuida de hacerlo de 4hs para intentar evitar, sin éxito, la embestida de las y los esenciales. El viernes 23 de julio el paro supera todas las expectativas. Las patronales recibieron el golpe y se volvieron a dividir, ya que vieron cómo pese a no estar preparado ni discutido como corresponde, el paro tuvo una adhesión enorme.
El Gobierno en medio del fuego cruzado pierde el rumbo y la burocracia ve como le tiembla el piso.
Segunda conciliación y nuevo plantón de la burocracia
La presión por abajo es tan grande que la burocracia tuvo que amenazar con un paro de 24 horas. El gobierno, consciente de la dinámica, opta por ofrecer una nueva conciliación obligatoria que todos aceptan gratamente ya que vuelven a tener tiempo para negociar sin presión. Mientras escribimos estas líneas la celeste y blanca informa que acata la conciliación obligatoria. La bronca explota por abajo y la dinámica de este conflicto sigue abierta.
Está claro que si se deja tiempo libre la ofensiva la toman las patronales. Sin embargo, apenas empieza el movimiento de las y los trabajadores todos muestran sus debilidades. Por ello la única forma de ponerle real límite a las patronales es haciendo un plan de lucha contundente hasta ganar, como venimos proponiendo desde La Bordó.
Ahora tenemos que seguir organizándonos y preparando iniciativas para seguir peleando por lo que necesitamos.