Greta Thunberg irrumpió en la escena global como una joven activista ambiental, exigiendo respuestas a los líderes mundiales sobre la crisis climática. Al principio, su imagen resultaba relativamente “inofensiva” para el sistema: una adolescente sueca indignada que luchaba, junto con sus compañeros de clase, por un futuro mejor. El nombre de las protestas, Fridays for Future (Viernes por el futuro), llamaba la atención, y sus demandas llegaron a prácticamente todo el mundo.
Discursos en la Organización de las Naciones Unidas y otros eventos de gran relevancia, entrevistas en programas de distintos espectros políticos, artículos, noticias y entonces… todo cambió.
Las apariciones de Greta Thunberg en los medios tradicionales se transformaron drásticamente. Hoy, solo aparece cuando es detenida en alguna protesta, generalmente en videos donde se la ve siendo arrastrada o cargada por policías. Sus discursos o ideas ya no ocupan titulares, y ya no es invitada a hablar en grandes organismos mundiales como la ONU.
¿Qué cambió? El contenido de su discurso y su postura. Ya no se trata de convencer a los líderes mundiales sobre la importancia de la lucha climática, sino de enfrentarlos. Y Greta, como muchos otros activistas, entendió que la lucha climática, su foco inicial, no es un problema aislado. Que la raíz del calentamiento global está en la destrucción causada por el capitalismo y que no existe posibilidad de resolver la crisis climática sin salir de este sistema.
Válvula de escape y la ilusión de imparcialidad de los medios
La amplia cobertura mediática que recibió Greta Thunberg en sus primeros años y su posterior desaparición de los medios no es un indicio de una derechización de la prensa. Estos medios ya tienen su ideología, y no cambian tan fácilmente.
Los grandes conglomerados mediáticos tienen dueños: multimillonarios. En Argentina, tenemos el Grupo Clarín de las familias Noble Herrera, Magnetto, Pagliaro y Aranda. En Estados Unidos, está el caso de The Washington Post, propiedad de Jeff Bezos (dueño de Amazon). Y podríamos seguir citando otros grandes grupos mediáticos en distintos países.
Pero el punto no es solo mencionar nombres, sino entender que los medios tradicionales, al igual que su expresión en las redes sociales, defienden los intereses de sus dueños. No con una propaganda burda y descarada, como en las películas distópicas, sino a través de la selección de lo que se muestra y lo que se oculta.
Greta y otros activistas aparecen en los reflectores de vez en cuando, como ejemplos de jóvenes prometedores que representan “el futuro del mundo”. Pero el estereotipo de rebeldía que los medios burgueses toleran debe ser superficial: una fase de cuestionamiento y acciones levemente radicales, una válvula de escape que sirva para calmar los ánimos de quienes piensan lo mismo. Pero como toda fase, debe pasar y ser olvidada.
También es una señal de supuesta imparcialidad: un diario o un canal de televisión que muestra una protesta contra el cambio climático mientras da espacio a negacionistas está enviando el mensaje de que es neutral. Después de todo, permite que “ambos lados” expongan sus ideas.
Pero, ¿qué pasa cuando la radicalización no es solo una fase?
Lucha antisionista y anticolonial
Existe una relación directa entre destrucción ambiental, imperialismo y violencia colonial. En el caso de Greta, el cambio en el trato de los medios se hizo aún más evidente cuando denunció la situación actual en Palestina, describiéndola no como una guerra, como suelen hacer los medios burgueses, sino como un genocidio.
El resultado fue inmediato: censura y eliminación digital. Su presencia, antes ampliamente difundida, pasó a ser silenciada.
Este episodio ilustra un patrón bien conocido. Mientras la crítica se limite a reformas dentro del sistema, puede ser tolerada, incluso cooptada. Pero cuando se convierte en una denuncia estructural, señalando la interconexión entre capitalismo, imperialismo y opresión, se vuelve inaceptable para las élites.
Sin embargo, la lucha contra la crisis climática, enfoque inicial de Greta, no puede separarse de la lucha contra el sistema que la genera. El modelo económico global se basa en la explotación desenfrenada de recursos y pueblos, sostenido por guerras, ocupaciones y regímenes autoritarios. La destrucción ambiental es inseparable de la lógica imperialista que masacra poblaciones para garantizar el lucro de unos pocos. Por eso, cualquier movimiento ecológico serio debe ser, al mismo tiempo, antifascista, anticolonial y anticapitalista.
Es necesario unificar las luchas
El capitalismo no se reduce a “comprar y vender”. Es un sistema de dominación que destruye todo lo que toca para convertirlo en ganancia para un puñado de personas: los dueños de los medios de producción y, ahora, de las plataformas digitales. Y ese “todo” a ser destruido incluye desde la naturaleza hasta las poblaciones minoritarias y el futuro del planeta.
Por eso, los ataques constantes y sistemáticos a todo y a todos nos dejan, muchas veces, sin saber dónde concentrar nuestra resistencia.
Greta entendió esto y empezó a exponer a los verdaderos culpables: el sistema capitalista, con sus características y actores principales, los multimillonarios y el imperialismo.
No es suficiente “solo” protestar contra el cambio climático. Es necesario comprender y atacar sus causas, o mejor dicho, a quienes las provocan.
No basta con luchar por los derechos de las mujeres, la comunidad LGBT y otras minorías. Es fundamental entender que la opresión tiene un propósito y se utiliza para mantener el sistema tal como la clase dominante lo desea.
La única salida real es la unificación de las luchas en un movimiento internacional que conecte la causa ecológica con la lucha contra el capitalismo, el fascismo y todas las formas de opresión. Solo una organización ecosocialista, antifascista y anticolonial puede enfrentar las raíces del problema y construir una alternativa al colapso social y ambiental.
Marcela Gottschald