En el día de su cumpleaños, Javier Milei recibió un regalo envenenado: la renuncia irrevocable de su canciller, Gerardo Werthein. La salida del ministro de Relaciones Exteriores, que se hará efectiva el lunes próximo, estalla a cinco días de las elecciones y profundiza la crisis terminal que atraviesa el gobierno.
Lejos de ser una transición ordenada, la dimisión, de acuerdo a fuentes cercanas del gobierno, es el resultado de la guerra interna que libra el triángulo de hierro liderado por Santiago Caputo contra los últimos funcionarios con perfil técnico en el gabinete.
La renuncia fue gatillada por dos factores clave. Por un lado, el humillante fracaso de la visita a Washington, donde Donald Trump condicionó su apoyo al triunfo electoral de Milei, un error por el que la tropa digital de Caputo culpó directamente a Werthein. Por otro lado, la confirmación pública de Milei de que Caputo tendría un rol central en el nuevo gabinete, lo que selló la imposibilidad de coexistencia para el canciller. Werthein, cansado de las operaciones en su contra y sin defensa del Presidente, prefirió irse antes de quedar subordinado al operador que ya maneja de facto áreas clave del Estado.
Esta crisis se suma al complicado panorama económico y social que transita el oficialismo. El gobierno llega a las elecciones con el salvataje de EEUU mostrando su ineficacia, leyes sancionadas por el Congreso incumplidas y el núcleo cercano del presidente rodeado de escándalos de corrupción. La renuncia del canciller es un síntoma de un gobierno que se descompone a una velocidad importante.
Lejos de ser una solución, esta salida anticipa una peligrosa reconfiguración. Los nombres que suenan para reemplazarlo –como Nahuel Sotelo, secretario de Culto y hombre de Caputo– confirman que el plan post-elecciones es consolidar el control absoluto del núcleo duro libertario.
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