9 am llegamos. El encargado del edificio al vernos supo a quién buscábamos. Subimos y Mocchi nos abrió la puerta descalzo. Ahí ya nos sentimos en buena compañía. Como si fuéramos de la familia o viejos amigos entramos a su casa.
Mocchi es ese artista, cantante y compositor uruguayo al que se lo escucha en el maravilloso Teatro Solís de Montevideo, en algún centro cultural de Lago Puelo, en el Luna Park, en lugares grandes y pequeños, un artista global que es “del mundo”, porque no tiene base permanente. Ese artista que desde su voz emociona y con sus canciones conmueve. El mismo que siendo casi un adolescente fue capaz de producir un maravilloso documental sobre músicos uruguayos en Estados Unidos, Botija de mi país, y el que nos relata los detalles de su casa en las playas de Punta Piedra que él mismo está construyendo. Por eso es que no sorprende, resulta casi natural que las luchas sociales, la vivencia de la clase obrera y la visibilidad trans cruce fuerte en sus canciones y también en su militancia.
“Yo no hago música para hacer plata”, desde chico Mocchi pensaba en la música, volverse un artista no para ser famoso y llenarse de guita; sino para llegar a la gente, “quiero hacer algo que me haga feliz”.
Si hay algo que pudimos confirmar en esta charla, es la militancia del cantante y sus convicciones. Fiel a ese niño, Mocchi enfrenta a la industria musical y su privatización del arte. “Abajo estaban los garcas, arriba, lejos, mi mamá. Me di cuenta que no quería ser parte de esto, que es lo que todos te dicen que hagas. Me di cuenta que estaba haciendo cosas para pertenecer. Dije ‘Yo de esto no quiero ser parte ni en pedo o invento algo nuevo o me dedico a otra cosa’”, nos contó entre anécdotas. Y así fue. Va construyendo su camino multiplicando los “no”, rechazando tentaciones y promesas de “éxito” seguro.
“No quiero pertenecer a lugares, donde se que me traen porque está bien traerme acá, que les conviene.
¿Por qué crees que convenís?
Porque soy todo lo que está mal, y todo lo que está bien defender”.
Decimos que es parte “del mundo” porque Mocchi así construye su camino. En unos de sus últimos recitales en Buenos Aires, en Que Tren, en el medio del show preguntó a la gente del público si alguien podía llevarlo al otro día a Ezeiza a tomarse un avión. Como si ese escenario que te pone en alto frente a los espectadores desapareciera. Porque así no nos olvidamos de la empatía por el otro, se pierde toda objetivación y mercantilización del arte.
El arte como resistencia y militancia. No solo a la hora del show, que es la parte “menos importante” para el cantante. Mocchi logra que cada uno de sus recitales sea un encuentro con el otro, para hablar y cuestionar la realidad. “Ahora en un grupo de whatsapp están organizando para comer un arroz después del show del domingo y esa es mi militancia, juntarme y decir ‘che, ¿qué pasa? ¿cómo nos vamos a organizar de acá en adelante?’”.
“Una militancia para lavar cabezas, en el buen sentido”. No importa de dónde vienen, si alguien se acerca al artista, él va a tratar que reflexione y luche por las causas justas. Y Mocchi luego de varias experiencias vio que su mejor acción no era solo la música. Se posiciona en cada momento de su vida: “yo no le creo a nadie, no me como ningún sapo”. Por eso se encuentra con otros artistas independientes, como Susy Shock, Julieta Laso y más. Cada encuentro musical se vuelve un encuentro político. Un lugar para dar batalla por el mundo que soñamos.
Mocchi no hace música para llenar estadios, hace música para cambiar el mundo y en ese camino llega a lugares impensados. Lo escuchas en sus canciones, en sus dichos, en sus shows. El mundo necesita más artistas como estos, que el miedo lo vuelva organización y encuentro con los otros. Nos despedimos prometiéndonos otros mates y brindis con soda, otros abrazos porque en un mundo donde las miserias se vuelven la regla, encontrarnos se vuelve más que urgente.
Julieta Luna y Beto González