El año pasado, la enorme lucha por la educación y la salud públicas marcó un punto de inflexión en Psicología. Las tomas, las asambleas y el protagonismo estudiantil reabrieron un viejo debate: ¿al servicio de qué está nuestra formación? ¿Qué profesionales queremos ser? Una de las demandas más sentidas es la falta de prácticas en la carrera, que nos deja sin herramientas reales para intervenir en el mundo que nos espera.
Desde Inconciente Colectivo, venimos exigiendo una actualización del plan de estudios que incluya prácticas desde el Ciclo de Formación General. Pero no nos quedamos esperando: también construimos espacios por abajo. Así organizamos prácticas en el Hospital Moyano, junto a Mariano Veiga —psicólogo y docente recibido en la UBA, diplomado en ESI y Secretario General de la AGIHM—, con quien llevaremos adelante un taller de Salud Sexual y Reproductiva destinado a usuarias del hospital.
Acá compartimos una crónica del primer encuentro, una experiencia que dejó huella.

Un hospital que habla de la historia, el presente y las luchas por venir
Nos encontramos a las 15:30 en la esquina del Moyano. A medida que se acercaba la hora, las escaleras del hospital se llenaban de estudiantes de distintos años: una postal que muestra la necesidad real de prácticas. A las 16 nos recibieron Mariano y Gladys, jefa del Servicio Social. Ingresamos al hospital: las miradas atentas, el asombro, la sensación de que entrábamos a un mundo desconocido. Y en parte lo era.
El Moyano, como otras instituciones “totales”, es una ciudad en sí misma: iglesia, buffets, espacios recreativos, salas de alfabetización, cancha de fútbol, áreas verdes, además de sus distintos servicios médicos. La recorrida fue intensa, de una hora, y nos permitió ver mucho más que la estructura física.
Vimos el abandono: edificios vacíos, desuso de instalaciones, paredes rotas, techos que se caen. Uno de los servicios fue incendiado el año pasado por un cortocircuito —provocado por una filtración que el Estado nunca reparó— y sólo se evitó una tragedia por el accionar heroico de las enfermeras.
Vimos la tercerización: la cocina central del hospital hoy sólo calienta la comida, que es provista por empresas privadas.
Vimos el ajuste: guardias cubiertas por una o dos enfermeras para más de 30 pacientes.
Y vimos la especulación: los terrenos del Moyano, como los del Borda, fueron amenazados en más de una ocasión por el Gobierno de la Ciudad. El 26 de abril de 2013 quedó grabado en la memoria colectiva por la represión brutal a trabajadores y pacientes en el Borda. Ese intento de avanzar sobre la salud pública no prosperó en el Moyano gracias al repudio social.
Esta contradicción nos atraviesa: militamos por una salud mental sin encierro, comunitaria y territorial. Pero al mismo tiempo, defendemos cada hospital público como trinchera frente al ajuste, el vaciamiento y la voracidad del negocio inmobiliario.

Talleres, debates y militancia en el territorio
Luego de la recorrida, compartimos una ronda en una sala del hospital. Mate de por medio, Mariano nos presentó el proyecto: un taller de tres encuentros sobre Salud Sexual y Reproductiva, nacido de emergentes concretos en el servicio —violencia de género, vínculos problemáticos, ITS—. Fue un espacio de intercambio donde brotaron preguntas: ¿cómo es el día a día en el hospital? ¿Cómo se trabaja? ¿Qué lugar tiene el rol profesional?
Cerramos la jornada con una dinámica de “caldeamiento”: un primer paso para construir confianza, romper el hielo y conocernos como grupo.
Antes de irnos, visitamos el servicio San Juan, donde vamos a realizar los talleres. Vimos las condiciones de vida de las usuarias, sus habitaciones, los espacios comunes. Algunas empezaban a cenar a las 18:30, otras ya estaban acostadas. Todo eso nos interpeló profundamente.

Una práctica que abre preguntas y horizonte
Nos fuimos conmovides, pero también más convencides: el ajuste en salud mental no es una frase vacía, es una realidad cotidiana que golpea a pacientes y trabajadores, y que nos interpela como estudiantes. El hospital se cae a pedazos, los dispositivos comunitarios son casi inexistentes, y la lógica manicomial aún persiste.
Pero también, esta experiencia abre la puerta a otra forma de pensar nuestro rol: una práctica ligada al territorio, a los derechos humanos, a la comunidad y a la organización de base. Que cuestione el modelo biomédico, que confronte con el ajuste, y que abrace la lucha por transformar el sistema.
Porque no alcanza con formarse para sobrevivir en el mundo como está. Tenemos que formarnos para cambiarlo.
Tini y Male