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Esta semana se estrenó la serie Cromañón por Amazon Prime, que cuenta la masacre donde murieron 194 personas y el juicio posterior. Son 8 capítulos de más de media hora cada uno que cuentan un ida y vuelta temporal entre los tres recitales que desencadenaron en el fatídico 30 de diciembre del 2004 y unos días previos al juicio.
Jack Kerouac hablaba de escribir sobre el papel con la herida aún abierta y esto es a lo que me invita la serie de cromañón. Una herida que golpea a toda una generación que si no estuvimos en Cromañón, vivimos recitales sobrevenidos, lugares sin agua con la gente muerta de sed y bengalas prendidas en lugares cerrados que también podrían haber terminado en una tragedia.
La mano de la industria
La serie pasa por unos primeros momentos mal actuados, con una adolescencia acartonada, un fanatismo que no se logra transmitir debido también, a la estigmatización de las personas que disfrutaban de ir a ver rock en vivo como drogadictos, borrachos y fanáticos del uso de bengala en cualquier situación.
Y es que la mano yanqui con el sistema típico de las series de plataforma que buscan engancharte para que sigas mirando existe, porque esta serie es un material de la industria para ganar dinero, dinero hecho del dolor y eso incomoda y molesta.
La construcción de un conflicto amoroso para darle movimiento a la trama y no centrarlo en el dolor. La necesidad de algunas estrellas como Machín, Lamothe o Villamil para garantizar que se vea, si no es por el tema por los actores, es otra muestra de la mano empresarial y mercantil.
Aún así, algunas cosas logra sostener: la connivencia de un empresariado que no le importaba la seguridad de la gente y del sistema político y policial, que a través de coimas y vista gorda permitían y habilitaban lugares que no deberían haberse usado para eventos masivos.
Ni una bengala ni el rock and roll, a nuestros pibes los mató la corrupción
La decisión de la banda de no permitir la utilización de su música se entiende, son responsables y no quieren que se use su arte para una historia que lo muestra. Aunque no se obvia el debate dentro de los sobrevivientes sobre la responsabilidad o no de la banda.
Un punto a debatir es el arte convertido en mercancía, que transforma al artista en empresario y, como tal, toma decisiones que no cuidan la forma en que se muestra su obra por la búsqueda de maximizar ganancias. Por eso no se respetaba la capacidad máxima de los lugares y muchas veces se triplicaba como en Cromañón.
La serie no deja duda: a les pibes les salvaron les pibes. La solidaridad es en pequeños gestos parte escencial de la cultura. Aunque también refleja el dolor del sobreviviente y la dificultad para superar un hecho así. Muestra el desinterés por la gente de Chaban más allá de algún discurso contra las bengalas.
Lo que falta mostrar es la liquidación de los espacios para el under producto de una persecusión que siguió al rock en general post Cromañón. Es difícil cuando se hace negocio del dolor y esta serie está pensada para la ganancia. Ojalá a pesar de eso logre acercar a nuevas generaciones una historia dolorosa que es parte de la vida de quienes disfrutamos la música.
Las imágenes de archivo y las recreaciones de ese 30 de diciembre duelen, y en ese dolor nos encontramos para seguir exigiendo que nunca se repita. Y nos movilizarnos junto con los sobrevivientes por la ley de reparación integral y definitiva a las víctimas. A la vez que denunciamos la parálisis de la expropiación de Cromañón y de su conversión en espacio de memoria, una necesidad para los sobrevivientes y familiares de las víctimas.