Crisis política. Milei y los violinistas del Titanic

La imagen del excéntrico con la motosierra en la mano, que posaba de rebelde y vendía qué iba a cambiar el paradigma de la Argentina se esfumó en el aire. A menos de dos años de mandato, Milei y su gobierno no expresan más que coimas, ajuste y decadencia. 

Acumulando derrotas 

La derrota parlamentaria de los vetos de Javier Milei a la emergencia pediátrica del Garrahan y al financiamiento universitario no es un hecho aislado. Es el punto de condensación de una crisis que se venía acumulando y que suma tanto el desplome electoral en Buenos Aires, los escándalos de corrupción en el corazón de la Casa Rosada, la bronca social expresada en calles, universidades y hospitales, y un derrumbe económico que los mercados ya no pueden maquillar.

 El “león” que prometía arrasar con la política tradicional ahora aparece acorralado y sin capacidad de imponer sus condiciones ni en el Congreso ni en la calle.

El miércoles quedó claro que la correlación de fuerzas cambió. Milei ya no puede reunir aliados suficientes para sostener su agenda, y los dos tercios alcanzados para voltear sus vetos lo demuestran. Pero este triunfo no nació del aire, sino que es el resultado directo de la movilización masiva de trabajadores de la salud, del Garrahan, de estudiantes y docentes, que durante semanas sostuvieron la protesta, lograron un apoyo social inédito y obligaron a la oposición a moverse. El Congreso votó con la presión de miles afuera, y esa es la principal enseñanza: sin lucha en las calles no hay conquistas.

La concentración frente al Congreso fue una postal de época. Miles marcharon desde el Garrahan hasta la Plaza, en una columna que se fundió con la marea estudiantil que llegó desde distintos puntos del país en la Marcha Federal. El acto unitario del equipo de salud, seguido de las intervenciones de las gremiales universitarias y de sectores sindicales, simbolizó la confluencia entre salud y educación en defensa de derechos básicos. La plaza estalló al confirmarse la derrota de los vetos, siendo un triunfo de la movilización popular sobre un gobierno que solo sabe ajustar y reprimir.

El problema para Milei no se limita a esta derrota. El Senado también rechazó el veto a la distribución de los Aportes del Tesoro Nacional y se prepara para repetir la escena con Garrahan y universidades en octubre. 

En paralelo, la economía sufre turbulencias. La semana pasada el dólar superó los $1500, el riesgo país se disparó y el Banco Central quemó más de 430 millones de dólares en dos días sin frenar la corrida. Caputo tuvo que “pedir la hora” el viernes porque la corrida amenazaba con quemar más reservas. 

Como respuesta el gobierno preparó la alcancía de limosnas y viajó a Estados Unidos a rezar por la generosidad de Trump y un posible adelanto del Tesoro que le permita surfear la crisis, por lo menos hasta octubre. Cuando se buscan las soluciones afuera, es porque no todo marcha acorde al plan. 

 A esto se suman los audios de Spagnuolo, que vuelven a rozar directamente al presidente y a su hermana Karina, siendo un enorme escándalo de corrupción. Aunque Milei acuse a la Inteligencia Artificial de boicotearlo, la realidad es que los audios terminaron desenmascarando ante la sociedad que la bandera del anticasta nunca existió.

Los golpes entraron

Lejos de la soberbia del 2024, Milei apareció en cadena nacional golpeado y a la defensiva: sin motosierra, prometiendo mentirosos aumentos presupuestarios mínimos y un supuesto alivio para jubilados y personas con discapacidad. Fue un discurso débil, demagógico y sin impacto ni en los mercados ni en la opinión pública. El gobierno está en su peor momento, perdió iniciativa en el Congreso, en las calles y hasta en la narrativa.

¿Es el comienzo del fin? Nadie puede asegurarlo. El régimen, el FMI y los gobernadores todavía buscan sostenerlo, y el peronismo apuesta a desgastarlo para capitalizar en las urnas, no a empujarlo hasta el final. Pero la dinámica es evidente, cada derrota política profundiza la crisis, cada corrida económica muestra la inviabilidad del plan, y cada movilización deja en claro que hay fuerza social para enfrentarlo.

Aun así, desde el establishment empiezan a probar salvavidas en las perspectiva de la profunda crisis del gobierno, que tal como el Titanic, parece que al acelerar solo se dirige más rápido hacia el iceberg, y su gabinete y séquito presidencial parecen los músicos, que aún en el peor de los escenarios siguen entonando la música del ajuste y la motosierra.

El desafío, entonces, es político y estratégico. No alcanza con festejar las derrotas parciales de Milei. Hace falta una perspectiva de conjunto para echar abajo todo el plan de ajuste, las coimas y el pacto con el FMI. Eso solo puede lograrse con una enorme movilización popular y una alternativa política distinta, que no sea el regreso al fracaso peronista ni la continuidad libertaria. El Frente de Izquierda tiene la posibilidad de crecer en este escenario, pero debe transformarse en algo más que un frente electoral: en un partido común de corrientes organizadas democráticamente, capaz de agrupar a miles de luchadores, referentes sociales e intelectuales.

Allí tenemos que volver a llenar las calles para derrotar a Milei y que se vaya este gobierno de coimeros y ajustadores, como así también el FMI y su injerencia en nuestro suelo. Porque no se trata solo de derrotar a un gobierno, sino de abrir paso a un proyecto de fondo: un plan económico y social de los trabajadores y la izquierda, para que la crisis la paguen los que la provocaron, y no el pueblo.

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