Corazoncitos Contentos. Corazoncitos revolucionarios 

Por un pasillo angosto en Villa Caraza, Lanús, se llega a un portón pintado, por razones obvias, de azul y oro. Dentro funciona el comedor comunitario Corazoncitos contentos: cocina a gas, cajones con alimentos y una mesa alrededor de la cual cinco o más mujeres preparan la cena dos veces por semana. A partir de las 6 de la tarde, unas 60 familias del barrio van con sus recipientes a buscar la comida.

En la casa viven Viviana, su pareja Horacio y su suegra Ana. Los tres son militantes del movimiento Teresa Vive, organización piquetera del Movimiento Socialista de Trabajadores (MST). 

Corazoncitos contentos, uno de los tantos comedores populares del movimiento Teresa Vive, abrió sus puertas en 2018, bajo la gestión de la familia de Viviana. La iniciativa luego sumó otras manos. 

“Acá se construyó con mucha solidaridad. Cuando nosotros iniciamos éramos Horacio, mi suegra y yo. Después las mismas vecinas y amigas que nos conocían vieron la situación y se empezaron a sumar, a poder ayudar con lo que tenían o hasta ellas mismas se ponían a colaborar y así se fue armando la organización”, explica la militante. 

Foto: Maia Pauro

Los comedores populares nacen en la década de los 90 del pasado siglo y se expanden post crisis 2001 en Argentina, como respuesta directa al desempleo masivo y al vaciamiento estatal. En su mayoría son dirigidos por organizaciones piqueteras; agrupaciones de trabajadores desocupados, precarizados y expulsados de la economía formal. 

El barrio como entidad que necesita organizarse para sobrevivir y donde las mujeres y cuerpos feminizados, juegan un rol fundamental. Y donde las organizaciones piqueteras son el sujeto político de la lucha. 

Después del estallido de 2001, los comedores y merenderos recibían —en mayor o menor medida— alguna asistencia por parte del Estado. Esta realidad cambió en diciembre de 2023, cuando asume la presidencia el ultraderechista Javier Milei. Más de 35 mil comedores del país dejaron de recibir alimentos de parte del gobierno nacional. A esto se le suma, la escasa ayuda por parte de la Provincia. 

Corazoncitos contentos, al igual que otros espacios de su tipo dentro del resto de la provincia de Buenos Aires, recibe una tonelada de alimentos por cada 50 hogares cada dos meses de parte del gobierno provincial. Es decir, solo 333 gramos de alimentos secos diarios por núcleo familiar. 

Foto: Maia Pauro
Foto: Maia Pauro
Foto: Maia Pauro

A principios de 2024, el comedor solo podía garantizar una comida a la semana para entre 30 y 40 niños del barrio. 

Ahora, casi dos años después, el espacio mantiene sus puertas abiertas dos noches a la semana para familias enteras. ¿Cómo lo lograron? Gracias a la agrupación MST–Teresa Vive.

Un colectivo que, ante el recorte total de asistencia estatal, cocinan con lo que consiguen: agregan carne y verdura a los alimentos secos que reciben de la provincia; ponen plata de sus bolsillos, —de los magros planes sociales que cobran o de las changas que realizan—; organizan rifas en el barrio; gestionan donaciones de los vecinos; torneos de fútbol y demás. 

Corazoncitos contentos no es solo un comedor: es el reflejo de un país donde la feminización de la pobreza y la ruptura del vínculo entre movimientos sociales y Estado, reconfiguran las formas de organización popular. Es la potencia política de las redes de mujeres que sostienen los barrios cuando el Estado se retira.

Las mujeres del MST–Teresa Vive representan un grupo piquetero particular: provienen de una tradición revolucionaria, que lucha por la inmediatez de un plato de comida pero con la perspectiva de un futuro socialista en el horizonte. 

Foto: Maia Pauro
Foto: Maia Pauro

“Yo digo soy piquetera, de izquierda”, dice alto y claro Viviana. “A mí no me da vergüenza”

“Lo digo porque cuando salimos a luchar salimos con una buena razón. Nos dicen que salimos a joder, a cortar la calle porque estamos aburridos en la casa. No, nadie quiere ir a cortar a la mañana. Pero para hacer la revolución, hay que salir a la calle. Si vos te quedas en tu casa no pasa nada”. 

Desde sus primeros días en la Casa Rosada, la estrategia del gobierno de Milei ha sido la de fortalecer el aparato represivo del Estado —limitar el derecho a la protesta—, para avanzar en la destrucción de conquistas históricas como la salud y la educación públicas. 

A su vez, en los últimos años, la guerra contra las organizaciones piqueteras desde las filas del oficialismo ha incluido auditorías como excusa para dejar de repartir alimentos, denuncias falsas y allanamientos en comedores, locales y hogares de referentes barriales. 

Al estigmatizar y judicializar a los movimientos sociales, el gobierno se desliga de su responsabilidad ante el aumento del hambre y la pobreza. Busca disciplinar a organizaciones de desocupados y trabajadores informales, quienes poseen un alto poder de movilización.

Pero, a pesar de los múltiples golpes del Gobierno en alianzas con otros partidos burgueses, los piqueteros siguen presentes. En los márgenes del Estado, son los movimientos sociales los que mantienen las redes de contención comunitaria. 

Foto: Maia Pauro

Alto y claro. El movimiento piquetero sigue vivo. Frente al ataque del gobierno, en Caraza se responde con más organización. Los compañeros mantienen el comedor abierto. Un espacio donde se entremezcla el olor de las cocciones con los ensayos de las batucadas que acompañan las movilizaciones del MST y las discusiones políticas de reuniones y asambleas del Teresa Vive. 

“Hay quien pide que terminen los comedores comunitarios. Si, a nosotros también nos gustaría porque eso significa que la gente tiene un buen laburo. Que pueden comer en su casa, brindar un plato de comida a su familia, vivir bien. Una buena vida”, dice Viviana. “Todos acá luchamos justamente por eso”, agrega. 

Foto: Maia Pauro

En medio de uno de los contextos más austeros de la historia moderna en Argentina, Corazoncitos contentos sostiene su agencia política: la construcción de un partido revolucionario para terminar con el sistema capitalista. Un sistema que origina y se sustenta en la desigualdad.

Foto: Maia Pauro

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