Corinthians escribió otro capítulo de su hegemonía en la Copa Libertadores Femenina: este sábado, en el Estadio Florencio Sola de Banfield, superó por penales a Deportivo Cali (5-3) tras igualar 0-0 en los 90 minutos y se quedó con su sexto título continental, el tercero de forma consecutiva. Transformándose en el club más ganador en la historia de la Copa.
Este triunfo agrega una edición más al equipo brasilero. Obteniendo así las ediciones: 2017, 2019, 2021, 2023, 2024 y 2025.
El titulo de definió por penales
En la definición por penales, el equipo brasilero acertó sus cinco tiros al arco, el último convertido por Jhonson, y por el lado de Cali, Kelly Ibargüen estrelló su tiro en el travesaño.
La consagración no sólo fue deportiva: el título entrega plaza directa para futuras competiciones internacionales y una recompensa económica récord para el fútbol femenino continental, reflejo del crecimiento que viene teniendo la competencia en las últimas ediciones. Además, la edición 2025 incorporó el uso del VAR desde la fase de grupos y el aumento de premios destinados a los clubes participantes.
Futbolistas argentinas: anfitrionas entre desigualdad y precariedad
Argentina fue sede del torneo y contó con dos representantes: Boca Juniors, que alcanzó los cuartos de final, y San Lorenzo, que no logró superar la fase de grupos. Pero más allá de los resultados deportivos, la participación de ambos equipos volvió a poner sobre la mesa las profundas desigualdades que todavía atraviesan las futbolistas en el país.
A pesar de que la profesionalización del fútbol femenino en 2019 fue un paso histórico, las jugadoras argentinas continúan entrenando y compitiendo en condiciones muy desiguales respecto de sus pares varones. Las diferencias salariales, la falta de infraestructura, de apoyo institucional y de visibilidad son parte de una precariedad que se mantiene incluso en el torneo más importante del continente.
Según datos de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), en 2024 el salario mínimo de un jugador de Primera División de masculina fue de 595.000 pesos, mientras que el de una futbolista profesional se ubicó en 377.000 pesos. La brecha de género estimada en un 37% se amplía en la práctica, ya que muchos jugadores perciben sumas millonarias en contratos, bonos o publicidad, mientras que gran parte de las futbolistas apenas alcanza el mínimo.
(El monto informado por AFA no corresponde exclusivamente a la Primera División, sino que contempla el promedio general de las categorías profesionales masculinas, lo que explica la diferencia con los salarios millonarios que perciben los jugadores de los principales clubes.)
“Nuestro trabajo es igual que el del equipo masculino: entrenamientos, nutrición, todo, pero no tenemos la misma visibilidad y vivir de él es complicado”, expresó Florencia Coronel, defensora de San Lorenzo, que disputó su segunda Libertadores.
A las diferencias salariales se suman los problemas estructurales. Como señala la exjugadora y entrenadora Mónica Santino, “siguen pasando cosas que pasaban hace 30 años: partidos suspendidos por falta de ambulancia, lesiones sin médico o entrenamientos en horarios imposibles”.
Vanina Preininger, mediocampista del Ciclón y de la Selección Argentina, también subraya las carencias: “Nosotras tenemos dos conjuntos de entrenamiento y tres pares de medias; ellos tienen ocho. No hay ningún club que dé botines, salvo que tengas sponsor”.
La maternidad es otro obstáculo. Preininger, madre de una nena de diez años, lo resume con claridad: “Si me voy a jugar afuera tengo que llevar a alguien que la cuide”. Aun con avances como las licencias por embarazo —incorporadas tras la profesionalización—, la falta de políticas de cuidado y el retroceso en la inversión pública afectaron la visibilidad y el desarrollo del fútbol femenino.
La hegemonia brasileña
La brecha no se reduce solo a la comparación con los equipos masculinos del país: los clubes femeninos brasileños, impulsados por mayores inversiones internas, patrocinios más sólidos y estructuras deportivas consolidadas, marcan otra frontera que los equipos argentinos aún no logran empardar. Equipos como Corinthians han desarrollado departamentos específicos para el fútbol femenino, sistemas de formación juvenil, redes comerciales que atraen sponsors y contratos más estables para las jugadoras; ese conjunto se traduce en competitividad deportiva (titulares recurrentes en las etapas finales de la Libertadores) y en mejores condiciones laborales.
Jugadoras y dirigentes argentinas advierten que, frente a ese modelo, la diferencia es palpable: calendarios más cuidados, logística profesional, disponibilidad de recursos médicos y de preparación física, y programas de desarrollo para juveniles que alimentan planteles de alto rendimiento en Brasil. Esa ventaja estructural explica en parte la hegemonía brasileña en la Copa y obliga a los clubes argentinos a redoblar esfuerzos en inversión y planificación para reducir la distancia.
La diferencia con los equipos masculinos del país es evidente, pero también se amplía cuando se compara con los clubes femeninos brasileños. Mientras en Argentina las jugadoras siguen denunciando condiciones precarias —falta de recursos, contratos bajos o nulos y ausencia de apoyo estructural—, en Brasil los equipos cuentan con inversión sostenida, divisiones inferiores, cuerpos técnicos completos y planificación a largo plazo. Esa brecha no se explica por la presencia o ausencia de sponsors, sino por decisiones políticas y presupuestarias: la AFA y los clubes argentinos siguen sin garantizar igualdad de condiciones ni una profesionalización real. La falta de controles y de inversión pública y dirigencial consolida una desigualdad estructural que se traduce en distancia deportiva, económica y de desarrollo.
Entre la precariedad y la pasión, las jugadoras argentinas sueñan con un fútbol femenino con todas las condiciones, con igualdad y profesionalización real. “Quiero ver canchas llenas para las nenas que hoy están en las inferiores”, dice Coronel, mientras se prepara para seguir defendiendo los colores de San Lorenzo.
Una Libertadores con más peso y proyección
La Libertadores femenina dejó de ser un torneo testimonial para transformarse en una competencia con impacto deportivo, mediático y económico. La incorporación sistemática del VAR, el aumento de premios y la confirmación de cupos para torneos internacionales —incluido el primer Mundial de Clubes Femenino de la FIFA 2028— marcan el crecimiento sostenido del fútbol de mujeres en la región.
La final en Banfield reafirmó el dominio brasileño, pero también expuso el desafío que tienen los clubes del resto del continente, especialmente los argentinos, para fortalecer sus estructuras y competir de igual a igual. En ese mapa, la brecha frente a los clubes femeninos brasileños es tanto una radiografía de recursos como una agenda para la acción: inversión, profesionalización y política de cuidados que permitan sostener el crecimiento.
La Libertadores femenina se consolida como una vidriera para la igualdad y una oportunidad para seguir transformando y desarrollando el fútbol femenino sudamericano.