martes, 19 noviembre 2024 - 04:28

Con un Aira especial. Cesar Aira: un escritor imprescindible

Cesar Aira debe ser de lxs escritorxs argentinos contemporáneos menos conocidos, aunque probablemente sea el más reconocido. Y trascendiendo las fronteras nacionales es de lxs escritorxs vivos de nuestro país, indudablemente, el de mayor trascendencia internacional, al punto que ha recibido varias nominaciones al premio nobel de literatura. Su estilo, su formato narrativo, su diversidad técnica y de redacción, así como la aparente intrascendencia de sus temáticas lo convierten en un escritor esencial.

Aprender de Aira es para lxs jóvenes escritorxs aprender de un cuentista nato. Un Borges contemporáneo, pero sin el vuelo gramatical y poético de aquel, tal vez más cerca de Piglia por momentos o más cerca de Puig en otros. Tan alejado del realismo mágico como de la crónica o la no-ficción. Es tan particular su estilo que podríamos inscribir a Aira en una especie de corriente literaria propia solo que sin “discípulos”, más allá de que tenga muchos seguidores y profundos admiradores; como por ejemplo Alan Pauls, cuya obra literaria no comparte demasiado con la de Aira. O como el caso de Alberto Giordano, escritor y profesor de la UNR que hasta hizo una novela intitulada Los años Aira.

Cuando leí Cómo me hice monja –ese breve y a la vez profuso relato–, tuve una sensación que no había experimentado ni siquiera con la genial fantasía tan metafórica de García Márquez en Cien años de soledad; una confusión tan notable como placentera, la sensación que uno experimenta cuando el goce es pleno y que nos deja pensando (o deseando) “quiero más de esto”. Porque el efecto que logra el escritor con sus digresiones alocadas de, por ejemplo, hacer un relato de un ¿niño? que se llama César y es un narrador en primera persona, pero habla con pronombre femenino, es tan potente que hasta puede hacer que unx lector poco paciente abandone rápido la lectura o se sienta aturdido por el juego psicodélico de escenas que se alternan sin aparente relación unas con otras, pero que al final muestran una coherencia necesaria para la metáfora que encierran.

Sin duda Borges y Aira como Macedonio Fernández son maestros de la metáfora. No tiene sentido querer encontrar en ellos una trama con sentido. No la hay. Más, la trama –si es que existe alguna– es el pretexto para desempolvar al viento un sin número de imágenes alegóricas o distópicas dándose el lujo de jugar a la razón de la sinrazón.

“Soy un escritor de cuentos de hadas dadaístas o de juegos literarios para adultos”, dice el autor sobre sí mismo. La de Aira es una construcción estética que no está hecha para tibios o tibias, porque para leerlo hay que estar dispuesto al fastidio de imágenes, ciertas fotografías mentales que van y vienen condensando un paisaje delirante que a diferencia del delirio de Bukowski o de Fogwill no implican ni bajos instintos ni cuestiones sexuales; aunque haya a veces, entre tanto despliegue imaginativo, también imágenes eróticas. No es para los que ansían una lectura rápida, acabada, con un esquema bien determinado de principio, desarrollo y final; aunque sus relatos, sus cuentos breves o largos, o sus nouvelles, tienen todo eso, pero no se perciben de inmediato sino cuando se terminó de leer.

Podría uno preguntarse por qué este escritor de la pampa húmeda, nacido en Coronel Pringles, de 74 años, afincado en el barrio de Flores, deja la tradición de la literatura narrativa argentina inaugurada alguna vez por los Güiraldes, Quiroga, Lugones, etc. –la literatura tradicionalista argentina (tan interpelada por Borges)–, y continúa por una senda en la que ni la historia, ni la actualidad tienen ninguna importancia salvo que sirvan al contexto de la metáfora, de la imagen o de la sensación mental que promueven sus provocaciones como en Un sueño realizado que desafía todo el tiempo a la coherencia, a la cordura y a la “corrección” argumentativa y da paso a una desfachatez que es poco menos que un lujo literario. Pareciera que Aira se burla de los clichés, los esquemas, la tradicional “técnica narrativa” y nos muestra un mundo donde la verosimilitud solo está al servicio de la imaginación. Sus títulos parecen desopilantes: Yo era una niña de siete años, Yo era una mujer casada, Yo era una chica moderna son algunos de sus desplantes al presunto establishment de la escritura.

Decía que quizás este escritor deja la tradición, aunque no la interrumpe del todo. Se aleja un poco, se ubica a un costado. También de las corrientes literarias en boga en Argentina y el mundo. No puede asimilarse a ningún grande de la literatura del último cuarto de siglo XX ni del primero del siglo XXI. No se parece a las “vanguardias” de Piglia (Walsh, Saer, Puig) ni a los escritores del género fantástico de la actualidad (Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Luciano Lamberti, etc.) ni a los transgresores como Laiseca, Fogwill, etc. De hecho, no podríamos clasificar a Aira como “vanguardista”. No es costumbrista (ningún relato tiene similitud con la costumbre ni con algún “Pedro Paramo – Rulfo” argentino), no posee el atributo temporal y de cotidianeidad de Pedro Mairal que nos deslumbra con sus alegorías de la vida cotidiana y nos clava puñales en el corazón -aunque no sea esa su intención-como también lo hacen Hebe Uhart, Liliana Hecker y Mario Levrero. Escritorxs brillantes, magníficos pero que están muy enraizados con una tradición urbana reciente y devienen en relatos magistrales que, aunque encierren poesía, belleza estética y metáfora, están construidos siguiendo un “plano lógico”. Aira es ilógico. No diría irracional. Aunque de tan “ilógico” es dialéctico. Más cerca de Hegel, de Feuerbach o de Sartre que de Kant o Heidegger. Y no creo que pretenda ser “materialista dialéctico” o marxista. A Aira le sale así. Y le sale genial. Es un dialéctico instintivo y poco sabemos de sus preferencias o sus pertenencias filosóficas o ideológicas.

Un escritor original y resistido

Pero en Aira lo que para unxs es virtud para otrxs es defecto. Lo que unxs toleran y aplauden otrxs rechazan y repudian. Aira genera amores y odios tan intensos que no se condicen con el bajo perfil de su carrera literaria, con la personalidad parsimoniosa y nada grandilocuente de este profeta sin tierra. Solo se puede explicar esta “grieta” tan marcada por la explosividad del contenido de sus obras y no por sus formas, su estilo o algún maniqueísmo que la corporación rechaza. Aira es provocador de antipatías solo por lo que escribe y no por sus técnicas o formas narrativas. En eso mantiene alguna simetría con Rodolfo Fogwill o con Osvaldo Lamborghini. No tiene término medio. Tiene devotos y detractores. Pero hay una cosa que seguro Aira no es: no es indiferente. No se puede ser indiferente con él. Porque no es un escritor más. Es probablemente una de las figuras más prominentes de la literatura argentina de este tiempo y uno de lxs escritorxs nacionales más influyentes de todos los tiempos. Quizás sea necesario revalorizar su figura para apreciar eso que lo distingue como escritor: su completa originalidad.

Sin desmerecer ni mucho menos comparar a Rodolfo Walsh con César Aira, al primero se le reconoce –como debe ser– el mérito de crear en Argentina (y quizás en todo el mundo) la no-ficción, mérito que disputa con Truman Capote, en cambio a Aira no se le reconoce el valor de ubicar su literatura en un plano diferente de la ficción corriente y la no-ficción. El de haber hecho de la ficción, la fantasía y el delirio literario la materia prima de un surrealismo narrativo que no abunda en la literatura latinoamericana reciente.
Un poco de historia

Aira nació en Coronel Pringles en 1949, y desde 1967 reside en el barrio de Flores en Buenos Aires. Su obra es muy extensa, pero para abreviar digamos que publicó desde 1975 a hoy más de 100 cuentos largos o nouvelles (es difícil clasificarlos) y unos 15 a 20 ensayos, innumerables artículos en revistas y dos obras de teatro. Cómo me hice monja fue calificada por el diario español El país como la mejor novela de 1993. Como escritor recibió los premios Konex (1994 y 2004), Beca Guggenheim (1996), Premio Roger Caillois (2014), Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas (2016), Premio Formentor de las Letras (2021) y más distinciones y reconocimientos.
Fue el responsable de recopilar la obra de Osvaldo Lamborghini, de ensayos sobre el dibujante, dramaturgo y escritor argentino Copi (fallecido en París en 1987, víctima de SIDA) y de dictar cursos en la UBA sobre éste y Rimbaud y sobre el constructivismo y Stephan Mallarmé en la UNR y es especialista en la obra de Alejandra Pizarnik. Una notable carrera.

Revalorizar la primera persona

La narrativa contemporánea especialmente en el siglo XXI ha ido dándole cada vez más preeminencia al uso de la primera persona y paulatinamente dejando en un segundo plano a la tercera persona. Y más aún ha ido cayendo en desuso ese narrador omnisciente todopoderoso que tuvo entre sus íconos en el siglo XIX a La Guerra y la Paz de Tolstoi o Madame Bovary de Flaubert, por ejemplo. Sin embargo, el gran mérito de Aira es ser uno de los escritores del último cuarto del siglo XX que ha hecho de la primera persona una profesión de culto y le ha impreso un carácter incontrovertible porque es el propio Aira el narrador y el protagonista de sus cuentos; obviamente un Aira ficticio pero que seguro deja entrever, subrepticiamente, rasgos de su historia y su personalidad con un carácter autobiográfico que reconoce aquel axioma borgiano de que todx escritorx es escritor de sí mismo, todx escritxr hace autobiografía; lo quiera o no o sea o no consciente. Pone a prueba esta técnica y este estilo en El congreso de literatura, Las curas milagrosas del Doctor Aira, Cómo me hice monja, Cómo me reí, El cerebro musical, Cumpleaños y Las conversaciones.

Un escritor sin género

Se habla de los géneros en Aira. Me animo a decir que esto es una entelequia. No hay género en Aira. El género es la ocasión para hacer tal o cual relato y todo el tiempo está cambiando. Tal como dice Alan Pauls en Fallar otra vez: “Entre otras cosas, Aira el arbitrario se daba el lujo de hacer que todos sus personajes –un poco como los de Copi– hablaran como filósofos o como expertos en física cuántica, no importaba si eran adolescentes de villa miseria, jubilados que reparten pizza a domicilio o perros”. Por esto Aira, aunque no tenga intenciones políticas es, sin duda y en cierto modo, trasgresor y contracultural. No lo es por la forma en sí ni tampoco por las posturas adoptadas frente a la cultura oficial; sino nuevamente, como decía en el apartado anterior, por su contenido y su insolencia frente a la literatura “oficial”.

Leer a Aira es necesario

En estos tiempos de sometimiento al FMI y ajuste económico-social, cuando la pobreza y la miseria crecen sin techo aparente, se degrada la educación pública y se somete a la cultura a la inanición, avanza la decadencia moral del sistema y el mundo cultural parece envuelto en sombras, se hace necesario algún método para que los jóvenes que quieren dar vuelta todo puedan entrenar sus cabezas –además de la fundamental e imprescindible formación política y teórica– y ese método consiste en leer a autores que, como Aira, Piglia, Saer, etc., rompen estereotipos o moldes. También a mujeres como Pizarnik o la brasileña Clarice Lispector y tantas y tantos otrxs. Este breve aporte, a modo de introducción, al conocimiento de Aira puede servir para estimular la lectura. El arte –y en particular la literatura– es necesario para la transformación social. Sino pregúntenle a Trotsky y a Breton.

Orlando Restivo

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