El teatro de la posdictadura llevaba la impronta del compromiso político y social. Teatro Abierto, Tito Cossa, Osvaldo Dragún, el incendio al Teatro del Picadero, todos síntomas de la disputa simbólica y física que algunos artistas sentían como prioridad a la hora del espectáculo sobre las tablas.
Pero en el under se estaba gestando otra cosa. Un fermento de ruptura con todo lo conocido hasta el momento. La búsqueda del placer como medida clave, del placer en la hechura, en la puesta en escena, en el momento. La regla de la no regla. La poesía y el circo como marco y la caricatura para restregarse los años de hierro, muertes y violencias llevadas adelante por el propio Estado. “La imaginación era más veloz que la realidad… se salía y no se sabía en dónde ni con quiénes terminaría la noche…”
¿Quiénes fueron estos personajes, que pusieron el caos arriba del escenario para desarmar no solo lo tradicional sino lo políticamente correcto con el único fin de divertirse y divertir al entorno desde lo bizarro, lo disidente, lo primitivo?
Batato, el clown poeta
Nació en Junín en 1961. Su familia se traslada al conurbano bonaerense. Para los primeros años de la secundaria la madre lo anota en una escuela confesional de la Orden de los Maristas. Pero Salvador Walter Barea reafirmó su orientación homosexual desde muy chico. Aun así tuvo que hacer el servicio militar y en cuanto pudo se arrimó a lo que más lo hacía feliz: el arte escénico. Estudió en varios espacios, fue titiritero y asistente de dirección de Pepito Cibrián en Calígula.
Junto al bailarín Fernando Arroyo funda Los peinados Yoli en 1984. También en ese colectivo participaron les luego populares Divina Gloria y Ronnie Arias. Batato participó en todos los espacios en donde podía aprender y mejorar sus performances: actoral, clown, malabares, danza. En Yoli hay un intento de renovar el lenguaje: el grupo se centra en el varieté y los monólogos. Se mezcla la música, mimo, teatro, rock. Hacen hasta cuatro presentaciones por noche. El período creativo dura hasta el ’87.
En paralelo, Batato forma parte de El Clú del Claun con algunes de les integrantes de la escuela de Cristina Moreira. Con esta especie de compañía y bajo la dirección de Roberto Villanueva y Juan Carlos Gené, participan en giras y festivales en otros países. Definido en su estilo de clown, poeta y travesti, Batato se une a otros artistas del under, como Alejandro Urdapilleta, Fernando Noy y Humberto Tortonese.
Sus obras mezclan el humor con la poesía de Alejandra Pizarnik, Néstor Perlongher, Noy, Storni y Laiseca, incorporando además la realidad de la calle, lo bajo y lo marginal. Los perros comen huesos es su primer espectáculo, sobre textos de Pizarnik, en el Teatro San Martín. Pero sufre la censura, de modo que hasta no resolver la escena de la discordia no se estrena (Barea intentaba tragarse una hostia enorme, en cuyo revés decía “Enemigos del pueblo: monseñor Plaza, Zaffaroni y Aramburu”).
Desde mediados de los ’80 y a inicios de los ’90, la capital porteña vio surgir espacios alternativos en donde toda una fauna buscaba encontrarse: músicos, escritores, periodistas, actores, performistas, que querían romper con todo estatus imperante, poblaban lugares como el Parakultural, Cemento, la Age of Communication, El Dorado, Ave Porco, el Centro Ricardo Rojas. Allí el trío Batato-Urdapilleta-Tortonese desarrolla sus performances.
Los proto-guiones eran elaborados en forma colectiva. A veces primaba una anécdota, otras un personaje. Así nació “la Carancha”, que representaba a María Julia Alsogaray, nacida de una noche de lujuria entre un originario cocainómano y una europea ridícula llegada a las pampas en el tren inglés… Letras disparatadas, en un país en democracia cuyo aparato represivo nunca se desmanteló.
Amor y ruptura
Batato era un ser inocente. Según sus amigos, sólo consumía cerveza con jugo de naranja. Estaba enfermo, pero no quería decirlo. El sida era un flagelo para el cuerpo, pero peor aún para el entramado social, y él, que había perdido a su hermano por suicidio, no estaba dispuesto a seguir perdiendo afectos.
Batato falleció en diciembre del ’91. Tenía treinta años. Junto a sus compañeros y amigos de la disidencia sexo-afectiva innovaron la escena teatral, rompiendo con todo lo establecido, desnudando los delirios del poder.
Urdapilleta, uno de los actores más pasionales de la escena porteña, siguió trabajando junto a Tortonese en salas, televisión y cine. A su vez Tortonese se transformó en la “pareja” estelar de Elizabeth Vernaci en la radio.
Peter Pank junto a Goyo Anchou realizaron un trabajo de filmaciones al que titularon “La peli de Batato”. La artista plástica Marcia Schvartz le hizo a Batato un retrato imponente, de cuerpo entero, que forma parte de la colección del MALBA.
En noviembre, el mes del orgullo y las disidencias, recordamos a este artista inigualable que reformuló e inauguró un estilo desopilante y bizarro, con sesgo crítico por excelencia, en la escena teatral porteña.