En el mensaje de fin de año Milei dijo muchas mentiras para justificar la barbarie que intenta implementar. Una de ellas es que Argentina, entre fines del Siglo XIX y principio del Siglo XX fue el país más rico del mundo, y que eso sucedió porque fuimos “un país libre, con un Estado limitado, que actúa en defensa de la vida, la libertad y la propiedad de los argentinos”. Y que luego, durante 100 años hubo un modelo empobrecedor, colectivista, que nos hizo pobres.
Al márgen de lo rudimentario del análisis de una historia tan compleja como la nuestra durante un siglo entero, es importante detenerse en desmentirlo, porque semejante desacierto histórico es utilizado hoy para decirle a la clase trabajadora y los sectores populares que deben hacer un esfuerzo sin precedentes, que la van a pasar mal y que deben abandonar todos sus derechos y libertades democráticas, para que en un futuro lejano e incierto nuestro país vuelva a ser lo que fue. Es decir utilizan un pasado inexistente, para meter en el presente un ajuste brutal, prometiendo un futuro absolutamente falaz.
La Argentina real de fines del Siglo XIX y principio del Siglo XX
Nuestro país durante esos años tuvo un gran desarrollo comercial, sin embargo nunca estuvo cerca de ser potencia. Veamos algunos datos.
En 1850 comenzó realmente la gran revolución industrial en todos los países que llegarían a ser potencias capitalistas del mundo (Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Alemania). Como consecuencia de la misma se produjo una fabulosa ampliación del comercio internacional para nuestro país. Por ejemplo, en 1851 el intercambio comercial internacional de nuestro país no llegaba ni siquiera a los mil millones de libras esterlinas, 62 años después, en 1913, se había elevado hasta casi once mil millones.
En esos años nuestras exportaciones fueron variando, tanto los productos, como el destino. Al principio el producto más importante de la comercialización era la lana y el país destinatario por excelencia fue Francia. Posteriormente surgió una actividad de alta calidad que comprendía el mestizaje de animales, ovinos y bovinos, tomándose como ejemplo los métodos de las naciones rectoras. La estancia se convirtió así en una organización típicamente capitalista, como una verdadera fábrica de carne. También en éstos años se comenzó a exportar cereales. Hacia 1875 la exportación agrícola alcanzó el 0,3% del total y cinco años después el 1,4%.
El destinatario principal de ambas exportaciones (carnes y cereales) era Gran Bretaña. En 1908 se exportaron 3.600.000 toneladas de trigo, 1.700.000 toneladas de maíz y 1.500.000 toneladas de lino. Cuatro grandes firmas -los “Cuatro Grandes”- monopolizaban por entonces las exportaciones de cereal: Bunge y Born, Dreyfus, Weil Brothers y Huni y Wormser.
La expansión agrícola-ganadera coincidió con un gran despegue de los frigoríficos. Éstos luego de algunos años de desarrollo, se organizaron en monopolio y eliminaron a la competencia, quedando la industria en manos de tres empresas con capitales británicos (River Plate Fresh Meat Co., la Compañía Sansinena y Las Palmas Produce Co.) a las que luego se sumarían los grandes frigoríficos de Chicago: Armour y Swift.
Aún así, la balanza comercial con Gran Bretaña, daba saldo negativo. Como desarrolla Nahuel Moreno en el Método de Interpretación de la Historia Argentina: “por una parte, entre exportaciones directas y a órdenes, Inglaterra controlaba la mayor parte del comercio exterior argentino y, por otra, la misma tenía de tres a cuatro veces más inversiones que el país que le seguía. A eso hay que añadirle el hecho de que esas inversiones le permitían controlar los puntos neurálgicos de la economía argentina, en especial todo el sistema de comunicaciones: los ferrocarriles y el nudo ferroviario que desembocaba en Buenos Aires.”
Respecto de los ferrocarriles, pieza clave para el desarrollo comercial, vale decir que aunque los mismos no surgieron ligados al capital británico, luego del 80, a través de inversiones y chantaje a los distintos gobiernos, Inglaterra se apoderó de los ferrocarriles nacionales y logró condiciones leoninas para construir otros. Por ejemplo, en 1890 la provincia de Buenos Aires puso a la venta su mayor bien: el ferrocarril Oeste, que terminó siendo comprado por el Banco de Londres y Río de la Plata, actuando en nombre de un grupo anónimo de capitalistas, por 8.200.000 libras.
Para completar el panorama económico vale mencionar los siguientes datos: para los primeros años del siglo XX las industrias manufactureras representaban el 13% de los establecimientos; reunían el 34% del capital y ocupaban el 23% del personal. El resto, es decir el 87% de los establecimientos, comprendía las industrias extractivas, no fabriles, que representaban el 66% del capital y ocupaban el 77% de los trabajadores. Más del 50% de los capitales industriales pertenecían a extranjeros.
Este sintético desarrollo sirve para evidenciar que, aún con un fuerte comercio exterior, nuestro país se convirtió rápidamente en una semicolonia.
Porque las exportaciones eran esencialmente de materias primas o productos con escasa manufactura. Además la economía estaba en manos de capitales extranjeros. Y para peor, no se desarrolló un mercado interno fuerte, ligado a la agricultura de pequeños productores -como el caso de EEUU-, por la voracidad de los capitalistas argentinos que prefirieron los grandes latifundios. Así no hubo Argentina potencia, sino un país semi colonial, con una burguesía extremadamente dependiente y con condiciones pésimas para la clase obrera, clase media y sectores populares.
La vida obrera a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX
Cuando se nos miente diciendo que volveremos a ser potencia como hace 100 años, se nos quiere vender que todos vamos a poder vivir dignamente, tener salarios elevados y un nivel de vida similar al de las clases trabajadoras de los países desarrollados.
Pero la realidad de la clase obrera y sectores populares en nuestro país hace 100 años era verdaderamente terrible. Para conocerla más a fondo es absolutamente recomendable el estudio que al respecto hizo Bialet Massé titulado “Informe sobre el Estado de las Clases Obreras Argentinas”. Resumiendo sus casi 400 páginas podemos decir que los jornales eran miserables y no alcanzaban a cubrir las necesidades más elementales. Además las jornadas de trabajo eran extenuantes, superando muchas veces las 12 hs de trabajo. A la vez que el ritmo de productividad impuesto por las máquinas era insoportable. La vivienda escaseaba, la clase trabajadora vivía en ranchos a las orillas de las ciudades o en conventillos hacinados, completamente faltos de higiene, con un baño -con suerte- para todos los habitantes y carísimos. Cuenta Bialet Massé en el informe respecto de los conventillos de Córdoba “Las piezas tienen pisos imposibles, sucias hasta repugnar, chicas y caras. La consecuencia es forzosa; Córdoba es la ciudad que tiene más mortalidad por enfermedades infecciosas de la República. Allí hay que preguntar qué microbios son los que faltan, porque de las excepciones, aparte del cólera, la fiebre amarilla y la bubónica, no tengo noticias.”
En el censo de 1914 se suman datos que aportan a graficar aún más esta trágica situación: el 35,1% de la población era analfabeta y el 40% de los niños y niñas (entre 6 y 14 años) no asistían a ningún establecimiento educativo.Cuando Bialet Masse consultó a las madres en los conventillos por qué sus hijos no iban a la escuela, recibió una respuesta unánime: no hay.
Por lo tanto cuando Milei nos dice que vamos a volver a ser la potencia que fuimos hace 100 años, lo que quiere decirnos es que los capitales extranjeros podrán hacer con nuestros bienes comunes y nuestro esfuerzo lo que quieran, que los trabajadores y trabajadoras perderemos todos los derechos y deberemos trabajar jornadas extenuantes, por salarios miserables y sin poder reclamar, que deberemos vivir hacinados y sin condiciones mínimas, para que un puñado de millonarios se hagan cada vez más ricos a costa de nuestro sacrificio. Eso es lo que propone en su DNU y en su ley ómnibus: desregulación total, eliminación de cualquier derecho laboral, eliminación de la ley de alquileres, entre tantas otras barbaridades. Por supuesto para eso suma la negación absoluta de los derechos democráticos, pues es sabido que nadie acepta mansamente semejante atropello y por eso mismo su gobierno recurre a la represión.
Si el plan es tan salvaje, la respuesta tiene que ser contundente. Pongamos todo de nosotros para preparar el paro del 24 y exigir que sea el comienzo de un profundo plan de lucha para derrotar estas medidas e imponer un plan diametralmente opuesto, uno donde la crisis la paguen los que la generaron y las riquezas enormes de nuestro país -incluidas nuestro trabajo- sean puestas al servicio del pueblo trabajador.
Virginia Caldera